Mujer sobre mujer (4 page)

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Authors: Carmela Ribó

Volvamos al café, yo pediría una rebanada de tarta de manzanas. Y vos? Como casi todos los vegetarianos, deliro con las harinas! Y por eso vivo cada tanto a dieta, porque es sabido que engordan mucho. Últimamente supe que la harina es muy adictiva. Quién lo diría? Esa blanca delicia que alimenta al mundo, adictiva…

Después, ya muy contentas de tanto conversar y de la merienda, vos me acompañarías a mi parada. Porque has de saber, querida, que yo no tengo auto. Podría tener, pero nunca me ha gustado conducir, y además, sería también un gasto innecesario, porque vivo a unas cuadras de la biblioteca, y, cuando voy de paseo, me gusta mucho que me lleven y hacer de copiloto. Así que por buenas y otras forzosas razones, quedamos en que me acompañabas a tomar mi ómnibus.

Y te irías después para tu casa, que me imagino sería por Manhattan, uno de esos
penthouse
lujosos que aparecen en las películas de Woody Allen, algo reservado a los muy pudientes, los que habitan cerca el cielo.

Te gustó andar conmigo? Seguro es un paseo bien sencillo, por lugares pequeños y quizá no muy interesantes si los comparamos con otros lugares por los que has andado en tus viajes por el viejo mundo. Pero sería conmigo, con tu nueva amiga. Alguna preeminencia o escondido encanto deberá tener eso, supongo…

Ya te conté que aprendo danza árabe? No, no te conté, pero tampoco me iré del tema. Ha aprendido Tai Chi y Chi Kung, pero ningún maestro ha querido enseñarme a manejar la espada como un samurái, porque soy mujer... Quizá lo que sucede es que por aquí no hay maestros que sepan!

Un abrazo de tu amiga.

Laura.

PD: Qué linda se os ve en las fotos del Rastrillo con ese mandil, jugando a ser camarera. Es té o chocolate lo que servís? Y quiénes son las otras marquesonas que se afanan jugando a las criadas? Cómo podéis soportar esas compañías? Ya me imagino de lo que hablan…

 

Veinte minutos después:

 

Laura querida:

¿Hermosa? Gracias por halagar nuevamente mi vanidad (espero que allá no signifique gorda). Estos días ando un poco a dieta prenavideña, y Ramón (mi
coaching
) viene tres veces por semana para machacarme en el gimnasio (el
gym
es de Emilio, claro, pero él dejó de usarlo al mes de mudarnos al casoplón, así que ha quedado para mí y para Eufemia, la asistenta que anda obsesionada con rebajarse las pistoleras). Ahora que lo pienso, quizá sea más coqueta de lo que estoy dispuesta a admitir, aunque soy muy consciente de mis limitaciones. Nunca he sido despampanante ni pizpireta, los dos extremos del atractivo femenino, más bien soy corrientucha tirando a desaliñada, un macho pirolo, como decía mi madre cuando me veía en actitudes poco femeninas, lo que ocurre es que, por ser esposa de quien soy, debo aparecer «pudiente», y Emilio no consiente que vista alguna prenda cuyo precio baje de tres cifras. Al contrario que muchas mujeres, me veo obligada a aumentar el precio de lo que me pongo si lo he adquirido en una tienda barata o se lo he visto a la asistenta y le he encargado que me compre otro igual. ¡Oh, basta de hablar de mí! Como si tuviera catorce años.

La televisión normal en España es abominable, así que solo veo algún programa de Historia en Canal Plus y otro de cotilleo que será conversación obligada con mis compañeras de bridge. ¿Te dije que entre mis obligaciones sociales figura una partida de bridge semanal con esposas de señores importantes? La vida nos rodea a veces de imbéciles. Tenemos que resignarnos.

Hoy estoy trabajando desde temprano en las fichas del Rastrillo, que son una complicación (en realidad, madrugué para ver si había llegado ya tu
mail).
A mediodía tengo comida familiar, en un restaurante cercano, con mis hijos y sus parejas. Dos días seguidos de restaurante (ayer con los coordinadores del Banco de Alimentos) no me entusiasman, porque estoy intentando adelgazar y así no hay manera. Mañana me quedaré sola y tendré mucho tiempo para dedicarte.

Ahora tengo que dejarte. Me reclaman abajo. Ayer discutieron el mayordomo y la cocinera y tengo que templar gaitas. Luego sigo.

C.

PD: ¿Te pareció bella la hija del dictador Franco? Y eso que nos confió que venía sin dormir del disgusto: su hijo mayor, Francis, se separa de Miriam Guisasola después de tantos años. Van quedando pocos hijos nuestros (y maridos) que no procedan o vayan hacia un divorcio. ¡Signo de los tiempos!

 

Una hora después:

 

Querida Concha:

Qué es esto? No paran de aparecer personas que no me has presentado, quién es ese Ramón, quién esa Eufemia? Tendré que elaborar un archivador para seguir la pista de las personas, o de la multitud que te rodea. Puedes vivir así, amiguita?

También yo tengo dificultades con el idioma. Aunque me lo figuraba, he tenido que bucear en Internet para saber lo que es en España un banco de alimentos. Me conmueve saber que una mujer tan acomodada como vos trabaja para los pobres en esa empresa tan meritoria. Bueno, supongo que también hay algo de aliviar la conciencia, no? Cuando se vive en esa riqueza, debe sentirse algo de remordimiento.

También yo quise enrolarme hace años en una actividad altruista, aunque nada comparable a vuestro Rastrillo. Julia y yo nos anotamos en una organización de ayuda a los paisitos subdesarrollados e hicimos planes de trasladarnos a uno de ellos, Honduras o Bolivia, a alguna ignota aldea de indiecitos. Queríamos vivir como campesinas, enseñarles a hacer pozos y a sanear las aguas, trabajar una granja y hasta fundar una colonia, ya te imaginarás basada en qué principios e ideologías! Vivíamos juntas entonces (ahora ella tiene su propio apartamento) y nuestra casa bullía de música, sobre todo tradicional y americana, de instrumentos indígenas, de libros y suscripciones a periódicos y revistas. No faltaron tampoco las reuniones con guitarras y muchos debates filosóficos políticos hasta el amanecer del día siguiente. Siempre rodeados de amigos, poetas, músicos, artistas, obreros, vagos de toda clase… Militantes en su mayoría, contestatarios y bohemios todos.

Ay, qué tiempos aquellos! Adónde fueron?

Te envía un abrazo tu amiga,

Laura.

 

Un día después:

 

Querida Laura:

De buena gana me habría agregado a vuestro proyecto. El caso es que cuando era joven anduve coqueteando con algunas comunas de
hippies
en Francia. Nada importante, me temo. Todavía las españolas éramos bastante pazguatas, especialmente las que habíamos pasado por las monjas.

Salgo ahora para Madrid. Ya ves que siempre ando liada de compromisos. Envidio tu vida calmosa y reglada.

Concha.

 

Siete horas después:

 

Querida Concha:

Ya veo que andas ocupadísima. Es eso vida, amiga mía? Bueno, no importa, escribe cuando tengas tiempo. De veras te hubieras agregado a aquel proyecto hondureño o boliviano? Debes saber que al final fracasó. Cuando hicimos algunas entrevistas con la organización humanitaria y pasaron días, semanas, meses sin noticia de ellos, dedujimos que ya nunca nos llamarían para enviarnos a las misiones humanitarias. Probablemente nos habían tomado por locas, o quizá objetaban el hecho de que fuésemos pareja (aquí son muy puritanos, los nietos de los padres peregrinos que desembarcaron del
Mayflower
). Lo cierto es que, como no nos llamaban, decidimos olvidar el proyecto y seguir nuestras respectivas vocaciones: yo para bibliotecaria y Julia para enfermera.

Me precio de aceptar a las personas tal y como son. Yo nunca (o casi nunca) le pido al otro que sea de algún modo distinto para mí. Siembro lo que quiero cosechar, y en esto siempre doy el primer paso. Espero. Acepto mientras tanto. Y después… a separar la paja del trigo. A veces también recojo una amapola.

Bueno, mañana voy de compras. Confieso abiertamente que es algo que me encanta. Y tanto es así, que muchas veces termino comprando bagatelas y no aquello que estaba en mi lista. Porque, eso sí: yo soy muy ordenada para despilfarrar. Aquí te aclaro que no soy consumista, vivo en una sencillez casi franciscana, por simpleza de mi alma y otras obligaciones también. Y soy vegetariana estricta. Pensarás quizá que soy una monja laica que no se permite placeres. Nada más incierto. Me gustan ciertos goces, trapos y perfumes, elegir libros y joyas que casi siempre regalo a otras personas; es un inexplicable placer para alguien que se podría definir como espiritual. Yo se lo achaco todo al designio de la polaridad, que es el sello de nuestra existencia. Nada de que soy contradictoria o incoherente. Quizá solo soy mujer, ni más ni menos.

Cierto que, aunque intentemos conocernos, siempre nos complementa la mirada del otro, de la otra. La Lauri que vos conocerás es enteramente única, como vos sos única en tu percepción. Por eso quiero desde el inicio de nuestra amistad usar de absoluta sinceridad, para que esa conjunción de almas que es la amistad sea más perfecta. Y el hecho de que vivamos en dos mundos tan distintos, no solo con un océano de por medio, creo que ayudará. No te asustes, amiguita, tampoco quiero irrumpir en tu vida. Tan solo profundizar en una buena amistad, serena y positiva.

Hasta otro día, un abrazo.

Lauri.

 

Seis horas después:

 

Amiga Concha:

De nuevo la pesada de Lauri. Te mando un par de fotos: una de frente y otra de perfil, porque no digas que escatimo y me prevalezco de esta menuda diferencia. Tendré que hacerme una de cuerpo entero para complementar mi imagen.

En la primera estoy el día de mi boda, que fue solo civil. Yo nunca he sido religiosa, más bien diría algo mística, alguien que desde siempre busca a Dios tanto como seguramente Él ha de buscarme a mí…

Te digo esto por explicarte el trajecito que llevo. En mi boda no hubo vestido blanco, ni ramo de jazmines. Que bien habría querido! Pero el que está a mi derecha era, como solía decir, un «ateo irreconciliable», creo que parafraseando a alguien…

Había soñado con un vestido (que yo misma haría), una sencilla túnica como las griegas de las estatuas, con ribetes bordados de seda blanca y una inscripción, también bordada, pero en el ruedo, que diría: «Dichosa la mujer que lleva este vestido. Dichoso el hombre que la desviste». La bendición del ruedo no fue una idea mía: parece que es una antigua tradición hebrea. Yo la tomé de un libro de Isaac Bashevis Singer,
El Spinoza de la calle Market
. Si aún no lo has leído, te recomendaría especialmente el primer cuento, que da título al libro. O al revés. Adorable. Por cierto, que Singer era devoto vegetariano, como yo. Por eso empecé a leerlo. Los vegetarianos tenemos una manera especial de mirar el mundo, de veras.

Mi otra lectura desde la juventud, no tan vegetariana, es Wilhelm Reich. Ya sabes: «Cada tipo de acción destructiva es por sí mismo la reacción del organismo a la ausencia de gratificación de alguna necesidad vital, especialmente la sexual». Nos lo sabíamos de memoria. Y practicábamos!

Bueno, sigamos con la foto. Notarás que estaba bastante regordeta. No es que ahora no lo sea… Bueno, en ese entonces se usaban las chaquetas con hombreras y, en conjunto, una parecía más bien ancha que larga! Cuando hicieron la foto no me estaba sintiendo muy bien y es que llevaba ya un poco más de cuatro meses de embarazo. Y aunque de estreno, a último momento hubo que separar un poco los botones del saco, porque ya nada me quedaba cómodo.

Así que aunque el señor de junto hubiera sido tan devoto como Fray Luis de León, pues igualmente no habría podido usar mi túnica!

Como te decía, fue un día encantador después de todo. Cómo no estar feliz el día de tu boda! Pero aquel tiempo de señora bien casada fue también (igual que lo del vestido) una gran decepción. Llevábamos doce años viviendo juntos, el matrimonio duró apenas dos.

Ya te conté que él se enamoró de una compañera de su trabajo (hay quien dijo que ella lo acosó y todos esos consuelos que se dicen…). Yo, como siempre, ajena en mi burbuja lila. Confiaba en él o, mejor dicho, confiaba en el amor que nos había juntado. Fue mi único amigo, mi confidente y compañero de muchas aventuras. Éramos ideológicamente iguales, por aquel tiempo. Y era también tan candorosamente bueno y generoso. Solo por esto último mereció de mi amor mucho más de lo que merecía, porque yo lo admiraba. Solo tuvimos una diferencia: un vestido de novia!

Lo cierto es que un buen día (en realidad, un triste día) se fue. Me afectó tanto que anduve varios años tristísima. Es otra historia.

Solo por ruegos de Julia conservé el álbum. Yo quería quemarlo en una buena hoguera por hacer cenizas con todo lo que pudiera avivar mis recuerdos. Entonces me dolían, y mucho. Ya no, los miro desde afuera casi como un espectador desapegado: ya no soy la que era.

Esta es una carta triste. Bueno, vamos incursionando en otras emociones, unas han sido alegres y despreocupadas, algunas más «espirituales», las últimas de un erotismo (todavía estoy buscando la palabra)…

Y qué vendrá después, caracola? Déjame explicarte que en mis diálogos contigo, que también los tengo, como la loca de la casa, te llamo caracola como sinónimo aceptable de Concha. Es que concha, ya sabes, siempre me evoca lo que no debe evocar, por ese defecto de ser argentina. Me perdonarás? Bueno, si hemos de continuar y profundizar en nuestra amistad, también tendremos pleitos, aunque sean virtuales, no? Te prevengo ahora: si algún día eso sucede, estará bien, supongo, a cambio de que no dure mucho: «Que no se ponga el sol sobre tu enojo». Firmamos este pacto? Yo sí, y aquí queda la prueba.

Laura.

 

Un día después:

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