Authors: Carmela Ribó
Pero si me entregaste tu corazón, has de saber que yo también te entregué el mío. A ver cómo le hacemos para vivir cada uno con el corazón del otro. Te amo, Concha. Te digo adiós, caracola.
Lauri.
Un mes después:
Me cuesta mucho vivir sin vos, caracola. Me duele. Y te extraño. Sos el ser más cercano a mi sensibilidad y a mi propio yo. Cuánto tiempo más viviremos? Y hemos de estar irremediablemente separadas? No importa cuán lejos puedas estar, vos estás siempre donde quiera yo te piense y te recuerde. Estás aquí y te quiero.
L.
Una semana después:
Te entiendo, Conchita. Siempre entendí tu situación y nunca esperé más que esos días con vos en nuestro Mitilene de ensueño. A tu manera, me los diste de todos modos. Aunque falso, te estoy agradecida por ese amor. Un sentimiento que ahora sé solo fue mío. Me queda claro por tu silencio mantenido a pesar de mis súplicas. Para el arrebatado amor que me decías, ha sido más que pobre tu despedida. Terminar amistosamente? Desde luego que sí. Todavía tenés dudas acerca de cómo soy y de quién soy? Pero no es con amistad, sino con el amor que todavía siento, que acepto tu decisión.
Quiero pensar que alguna cosa buena pude darte. Sé que no siempre hemos estado de acuerdo, pero, a pesar de tus sospechas y acusaciones, yo solo te di agua de mi cántaro. Que ya no quieras más, solo me dice que ya no tenés sed. De algún modo imagino estarás satisfecha: rompiste mi corazón, caracola. Solo te pediré una última cosa, quiero que borres todas mis fotos. Quizá ya las borraste junto con mi recuerdo. Si es así, te pediré una última merced: por favor, necesito que me confirmes que no te queda nada de mí. Y te ruego una respuesta.
Caracola, no voy a desearte que seas feliz. Nunca he creído demasiado en la felicidad como un estado. Es además algo casi vulgar y un lugar común para las despedidas. Además, imagino que ya has tomado rumbo hacia tu verdadera dicha. Te deseo algo más duradero y espiritual: que estés en paz y vivas una vida en armonía con tus propios sueños y aspiraciones.
L.
Un mes después:
Concha:
Me ha perturbado tanto el hecho de que preferiste renunciar, tuviste miedo a cambiar, a entregarte, a responsabilizarte de tus sentimientos, miedo a vivir. Ese cataclismo de que hablabas es el terror de asumir que cambiamos, al tiempo que todas las cosas también cambian a nuestro alrededor. Elegiste un perfecto ordenamiento, una irrisoria sensación de estabilidad porque nadie puede acercarse para mostrar lo incompletos que estamos, cuán solos estamos. Obviamente, te compensan bien la soledad y el propósito de resguardarte en incontables tareas y abrumadoras actividades. Ya sé que es tu manera de olvidar. Contener tu pasión, tus emociones, pretender que podés amoldarlas solo te asegura volverte falsa y reprimida. Pero, sobre todas las cosas, te hace desdichada como ser humano. Vos sos una prisionera, tu prisionera. Te reprimís, te sofocás, ahogás tu sensibilidad, tu cuerpo te obedece y se agosta en consonancia, para satisfacer tu inapetencia, tu decisión de renunciar a los sueños, a la alegría, a la honesta expresión de tu yo más genuino. Alguna vez pensaste que tu cuerpo era algo insensible, algo ajeno a tu alma, una combinación fortuita de los genes? El cuerpo es un maestro, pero también refleja lo que pensás de él. Quizá algún día comprendas que sos lo que sos: un torrente, una mujer hecha para dar, pero no cosas materiales: para dar de sí misma, para prodigarse en todos los sentidos. Vos sos la avara. No vuestro cuerpo. Ahora sé también que nunca buscaste compartir tu canción. Cuando estás insomne en la soledad de la noche, cuando no estás inmersa en la vorágine de tus días, y no podés ser otra cosa más que honesta y sincera con vos misma, en qué pensás? No creas que espero nada de vos, porque supongo que no estás lista para dar y en consecuencia tampoco lo estás para recibir. Con tristeza lo acepto. Me sentía y me siento tan manoseada y prescindible, que no me atreví siquiera a reclamarte nada. Y me debés, Conchita: me poblaste de amor y de ilusiones. Eran todas mentiras? Me fingías a mí que he sido verdadera y elegiste quedarte en la seguridad de tu extraño mundo hecho de apariencias? Yo me pasaba horas navegando en Internet por ese mundo madrileño tan ajeno a mí, siguiendo tus pasos para conocerte, para sentirte cerca y hablar de cosas que de algún modo nos fueran comunes. Yo me quedé en mi ciudad de primavera, con mi casa preparada para recibirte, sin entender por qué de pronto me odiás y relegás en el olvido, de qué manera me he vuelto tan prescindible. Ni siquiera ibas a despedirte de mí. En mi desesperación, tuve que insistir para que me dijeras algo medianamente inteligible. Comprendo que es muy tarde ahora para preguntar por qué cambiaste tanto. Pero me duele. Si aguantaste esta carta hasta aquí, supongo que te divertirá mi torpeza. Vos ya sabías o deberías saber que soy una persona un poco ingenua. Pero tengo la convicción de que no puedo dejarte ir sin cerrar nuestro diálogo.
L.
Un mes después:
No me importa que vos no me quieras. Yo quiero por las dos.
L.
Tres meses después:
Mi dulce dueña:
Te dejo un beso, como un jazmín, una gardenia (me entero ahora que es el nombre botánico) y un tema para que busques en You Tube:
Relaxing Music Lluvia Con Arpa.
Espero que te guste y te ayude a soñar. La lejanía es inevitable. De a ratos, recordarte también. Mis bendiciones ayurveda contigo.
Laura.
FIN
La autora
CARMELA RIBÓ
es el seudónimo tras el que se oculta una conocida ejecutiva
internacional. Es autora de varios libros de contenido técnico, otro de autoayuda para mujeres pluriempleadas a consecuencia de la liberación femenina y de algunos relatos, uno de los cuales fue premiado en una conocida revista de mujeres. Después de dos matrimonios fallidos que le dieron tres hijos, se confiesa más receptiva a la amistad que al amor, aunque aconseja no cerrar puertas porque la vida es una sorpresa acechante.