Authors: Carmela Ribó
Nosotras, vos y yo, jamás seremos pasto del olvido: viviremos en el eterno amor que nos tenemos. Cuando no estemos aquí, no será a causa de ninguna desmemoria. Será que alegremente nos reunimos en nuestro Mitilene, la dimensión donde existe la casa que hiciste con tus manos, en la que vivimos ahora y viviremos «al fin solas», como dicen los recién desposados. (Yo me pregunto a veces, no te he explicado hasta el cansancio aquel asunto de la energía? ¡Qué alumnita descreída y díscola resultaste, Conchita!).
Te amo.
Ahora voy a prepararme una taza de té con limón y mucha azúcar. Yo también últimamente me permito algunos pecadillos. Te quiero, amor. Espero tu pregunta, tus cartas, tus confidencias. Te espero a vos con impaciencias de primavera.
Lauri.
Un día después
.
Caracola querida:
Este fin de semana estoy en Long Island, en la cabaña de unos amigos, en la playa. Lo que más me gusta es la terraza, donde pienso sentarme cada noche para escuchar las olas contemplando la Vía Láctea. Allí voy a instalarme en un gran sillón de mimbre con mi pequeña Sofi, para escribir tus cartas, como ahora. Cuánto me gustaría que estuvieras conmigo! Ya no tendría que explicarte mis atuendos de baño, que por cierto son varios (excepto lo del
topless
), porque así se evitan las marcas del sol en la piel. Y, Conchita, acá en USA la puritana, solo las muy osadas hacen
topless
. No es por vergüenza, por aquí está dañada la protección de la capa de ozono y la piel de los senos es sumamente delicada y no tiene memoria de los aires. Nadie en su sano juicio se expondría de ese modo, por más que usara filtros. Pero me gusta mucho bañarme desnuda cuando es de noche, la playa queda solitaria y el mar se mece con lentitud, tibio, delicioso. También tu Melibea muere por tenerte! Cuántos paseos daríamos en esa noche, después del baño bajo las estrellas.
Ah, qué ganas locas de hacerlo ahora contigo! Han pasado las doce, amor. Y la noche cálida quiere anticipar el verano. Voy a soñar que estoy con vos, allá en nuestro Mitilene tibio y fragante bajo la tenue sábana que imagino blanca y de finos telares. Hoy voy a demorarme en la delicia de no gemir en mis deseos, sofocando quejidos, desnuda, herida entre tus brazos, hasta que ya no pueda más y estalle antes que vos, seguramente.
Entre juegos y deleites / la noche se les ha ido…
Te extraño tanto, Concha! Te adoro.
Lauri.
Estas fotos son solo un anticipo. Te gustan?
Media hora después:
Lauri hermosa:
¡Qué belleza! Tus lolas, qué delicia, que caramelo dulce para mis urgencias en esta insoportable distancia. He reanudado nuestros ritos secretos delante de ellas y sentí el estertor final ante esa mirada tuya, en la foto más rojiza, ante la pureza infantil de esos ojos azabache en los que se vierte la inocencia de la niña oculta tras la belleza rotunda de la mujer. No sabría cómo agradecerte esos dones que me ofreces, o como agradecérselos a la vida. Intentaré trasmitirte el amor con este fuego que me consume en la distancia.
C.
Un día después:
Lauri querida:
Ya tengo el visado. Lo he recogido personalmente en el consulado. Es para tres meses. Cuando esté en Brooklyn, arreglaremos lo de prolongar mi estancia indefinidamente. ¿Estás contenta, amor? Pensaste que no me atrevería, lo sé, pero ya te advertí que tu dueña sabe tomar determinaciones. Nadie sabe que lo he tomado. Ni siquiera Montse. Emilio se enteraría y trataría de evitarlo. No me importan las consecuencias jurídicas de este abandono de hogar. Mis hijos sabrán comprenderme, y en cuanto a mis amigas y a la sociedad en la que me movía, me importa bien poco lo que piensen. Me envidiarán, seguramente, porque me he atrevido a dar un paso al que ellas no se atreven, aunque a veces lo sueñen. Voy a recobrar mi libertad a tu lado, gracias a ti, mi amor. Pronto estaremos juntas. Tan solo aguardaré al día libre del servicio, enviaré fuera a Danilo con algún pretexto y llamaré un taxi que me lleve al aeropuerto. Yo misma he preparado cinco maletas (ya sé que protestarás porque no tienes espacio para tanta ropa, pero ya nos arreglaremos).
Ay, amor, no puedo seguir escribiendo. Basta de charla. No aguanto un día más sin calmar mi sed en ti, en tu códice purpúreo, en la madreperla que guarda para mí esa perlita placentera.
C.
Un día después:
Caracola:
Ay qué locura! Me sonrojás, Conchita! Cómo dices esas cosas a esta casta indiecita que ignora esas salacidades del viejo mundo corrupto y desvergonzado. Me entregaré sin reservas a esas glotonerías de caracola, y conste que son apetitos que he consentido muy rara vez. Porque requieren de mí y de la otra una pasión y una entrega que tengo que sentir profundamente. Es algo delicado, frágil, que se estropea cuando es pura sensorialidad. Supongo que te habrás dado cuenta, pero no me interesa el sexo en tanto únicamente búsqueda de placer. No sé vincularme solo eróticamente. Necesito algo más. Hay algo más. Eso que tú me inspiras, caracola. Ya estoy impaciente por estar en tus manos para que me tomes por esos caminos que tú conoces, para explorarlos a tu lado. Y en cambio, yo te introduciré en el ayurveda, al final serás maestra y comprenderás cómo cambia tu vida hacia una nueva espiritualidad.
Quizá no sea algo que pueda explicar, sino algo para sentir juntas. Esto que yo siento por vos.
Mañana voy a hacer algunas pesquisas porque quiero poner paneles solares en la casita y redecorar ciertos rincones para que te sientas cómoda cuando tomes posesión de tu nuevo hogar. Y cambiaré el sofá a uno más amplio donde quepamos holgadamente si nos toma una urgencia y no podemos llegar al Santuario.
Qué calor, Conchita! Tu carta fogosa me ha puesto a cien. Ahora estoy delante del ventilador silencioso, ligera de ropa, con mi mate oriental y una copa de grapa. Ayer vinieron Susan y Jennifer y les conté que estabas de camino. Me besaron y festejaron mucho, y para celebrarlo anticipadamente (aunque cuando llegue mi amor habrá una celebración más formal), abrimos una botella de vino que Susan traía y cenamos pizza con mozzarella.
Soy feliz, feliz, feliz. El hogar te espera, amor mío, el Santuario que a partir de ahora cobijará nuestro amor, nuestros besos, nuestras noches de locura. Así que besos de todos los colores…
L.
Dos días después:
Conchita:
Cómo estás? Dónde estás? Cómo es que la dueña no me escribe absolutamente nada? Mmm… No sé qué pensar. Quizá se han perdido algunos correos y andan volanderos por esos océanos, o quizá has tenido que partir inesperadamente al lugar de los corzos donde no tienes cobertura. Me asusta tu silencio. Dime algo, amor. Te espero siempre.
Tu Lauri.
Un día después:
Conchita, amor, te llamo y salta el contestador, pero ni siquiera puedo dejarte un mensaje. Supongo que está lleno. Esto me alarma doblemente. Empiezo a pensar que te ha ocurrido algo. Dime algo, amor. No me dejes en esta angustia. Te quiero más que nunca.
L.
Una hora después:
O es que vienes ya de camino y quieres darme una sorpresa? Serás tan malvada, caracola? Si es así, no te perdonaré los días que me estás haciendo pasar. Ay, qué locura, cómo te quiero, amor.
Lauri.
Una semana después:
Caracola:
Hace siete días que no me escribís. Por qué, Conchita? Qué sucede? Estaba preparando tu venida y las dos estábamos ilusionadas con eso. Qué ha pasado? Algo que te resistes a contarme? Yo te escribí ese mismo sábado. No sé si me leíste o no. Por qué no contestás, te pasa algo a vos o a tus hijos? Será que estás enfermita? Te habrás ido de viaje? Será que estoy en penitencia?
Dime algo, amor. No me dejes en esta angustia.
Te quiero.
Lauri.
Un día después:
Conchita:
Acaso decidiste terminar, harta de mis desplantes y de mí? Quizá ya no soy más tu enamorada. Pero al menos me concederás que, alguna vez, nos llamamos amigas. Los amigos verdaderos se despiden. Tan cansada estás de mí que ni siquiera vas a decirme adiós? Si es que ya me olvidaste, no espero explicación alguna. Solo te pido que no me dejes más imaginando que algo terrible te ha pasado. Quiero saber que estás bien y que todo está en orden en tu vida. Con eso basta. Por favor, solo unas letras para sacarme de esta incertidumbre tan angustiosa. No quiero importunarte y no volveré a pedirte nada más. Siempre he aceptado tus reglas. Pero vos me preocupás y no dejaré de escribir hasta que me contestes.
Te quiero, dueña mía.
L.
Dos días después:
Querida Laura:
Llevo días queriendo escribirte esta carta, sufriendo mucho, sumida en una amargura de la que poco a poco empiezo a emerger. Me doy cuenta de que me he bloqueado un poco (ofuscado, quizá), y eso no es propio de mí. No quiero que mi silencio te atormente más.
No tengo valor para cortar con todo y comenzar una nueva vida. Tenía los billetes, las maletas hechas, mi huida planeada, incluso había escrito cartas a Emilio y a los niños. No podía dormir (hace tiempo que no puedo). Tomé un somnífero doble. Cuando desperté, diez horas después, había perdido el avión, pero además advertí que en el sueño había tomado la decisión de permanecer aquí. ¿Lo comprenderás algún día? Las dos tenemos la vida hecha, amor. Si nos hubiésemos encontrado hace veinte o treinta años quizá hubiésemos podido seguir el camino juntas. Pero ahora hay demasiadas ataduras que nos sujetan a lo que irremediablemente somos. Hablo especialmente por mí, claro. Aunque solo sea, de cara a la sociedad, la esposa de un señor importante, también soy el pilar de mi casa. Tengo una familia que a pesar de las circunstancias no quiero tirar por la borda, tengo una vida hecha, tengo mil compromisos, quizá de señora desocupada como tú alguna vez me has reprochado, pero no por ello menos ciertos e ineludibles. Tengo unos hijos que aunque se hayan emancipado nunca dejarán de necesitarme. Finalmente, tengo un marido que sabe respetar mi espacio y mi soledad, aunque hace tiempo que la ficción del amor se acabara entre nosotros. Y tengo responsabilidades de amistad. A pesar de toda la superficialidad en la que las de mi clase vivimos, mis amigas me respetan y me quieren, y algunas me necesitan.
No es una sola razón, Lauri, la que me lleva a renunciar a ti y a nuestra felicidad, son muchas razones. Además, ¿quién garantiza que al vernos nos vamos a seguir atrayendo? Era un paso demasiado azaroso. Quizá a poco de estar juntas descubriésemos que no nos adaptábamos. Siempre me ha parecido un cambio demasiado radical pasar de mi vida aquí a la tuya allá, adaptarme a todo eso, a mi edad. Seguramente no hubiera funcionado.
Te doy las gracias por mostrar tanta paciencia conmigo. He insistido demasiado, te he presionado. Nada de eso volverá a ocurrir. Sigamos con nuestras vidas, y guardemos un buen recuerdo de estos meses en que tan unidas nos sentimos. Es mejor que no volvamos a escribirnos. Hacerlo solo serviría para prolongar el sufrimiento.
Nada más, Laura. Te deseo lo mejor. Te deseo que superes pronto nuestra ruptura y el sufrimiento que pueda causarte. Piensa que si el amor viene, también se irá. Se diluirá en el tiempo, como todos nosotros. Y si no es así, puede encerrarse en un rinconcito del corazón, allí donde nadie mira, ni uno mismo, y cuando no seamos ya nada, desaparecerá, como todo lo demás. Gracias, de todo corazón.
Un suave beso de despedida.
C.
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, pero antes quiero decirte algo: te he entregado mi corazón en carne viva y he vivido meses en una nube de felicidad. Eso te lo agradezco y te lo agradeceré siempre. Y guardaré un hermoso recuerdo a pesar de las penosas circunstancias por las que ahora atravesamos. Te deseo lo mejor.
C.
Diez horas después:
Caracola:
Gracias por contestarme con tanta honestidad. En mi desasosiego no pretendía ofenderte. Ya no podré llamarte mía, pero sí sos una dulce amiga.
Yo he sido tímida y discreta con vos y especialmente con nosotras, porque así soy, aunque obviamente hoy tenés tus reservas. Me consta que tu mayor interés en mí era erótico. No es que no me gustara, yo también te deseaba, pero esperaba (y aún espero) que apreciaras mi ser más genuino, que es interior y no meramente físico. Yo imaginaba que te gustaban mis cartas y la persona que yo soy.
Bueno, también podría asumir que te decepciona mi forma de ser. Quizá te atosigaba con mis letras, siendo una persona tan ocupada que apenas tenías espacio para responder a mis demandas. Todo es posible, y yo no me creo, ni por asomo, un ser particularmente encantador. Me he mostrado abiertamente y no te ahorré la expresión de mis defectos. Como te decía casi al principio de nuestras correspondencias, no soy nada seductora. Pero te quiero, caracola. Dueña arrogante… Estás en mi corazón y en mis pensamientos todo el tiempo. Tanto que ya no sé cómo sacarte de mí y no quiero tampoco.
Confesarás al menos que me extrañaste? Mucho, muchísimo, insoportablemente? (Espero por lo menos un sí a esta pregunta). Y espero también que no te estés riendo de tu
Laura.
Una hora después:
Caracola:
A pesar de las cosas tan tristes que hoy nos separan, espero que siempre puedas pensar en mí con un poco de ternura. Solo te he dado amor. No tuve oportunidad de contarte, finalmente alcancé el grado de maestría ayurveda. Nunca imaginé que habría de estrenar los símbolos sagrados de un maestro para algo así…