Mujer sobre mujer (19 page)

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Authors: Carmela Ribó

Seguiré escribiendo cuando reciba la próxima tuya. Ahora tengo que prepararme para la tarea del día. Pensaré en ti, como hago siempre.

Todo me lleva a ti. Me asusta a veces. Me digo, hace dos días que la conoces, es un enigma, ¿cómo puedes ser tan insensata?

Lo soy. Esta es la locura transitoria –Dios mío, que no transite nunca– que llaman amor.

Concha.

 

Un día después:

 

Caracola:

Tengo un anuncio y esto es cosa seria: se me ha instalado una sonrisa boba y permanente. Ya todos lo han notado, y aunque no saben, adivinan mis razones. Voy por la calle y las personas me miran con un gesto de asombro, ¿y cómo no ha de ser si paso y les sonrío como si fueran ángeles que me cruzo entre el tráfico? Ayer bajé de un ómnibus en Montague Street y el guarda, un muchachito, me mira, pide espacio para que pase la señora y me dice:
God bless you, honey.

Y la lista continúa. Bueno, siempre he tenido mis vínculos amables, especialmente con los vagabundos, los locos, los borrachos, todos ellos son los que más me quieren. Una vez fui al The Irene LeeKong Health & Wellness Institute (una famosa clínica psiquiátrica). Visitaba a un amigo que tuvo un episodio medio extraño y lo internaron allí, pobrecito. Era verano y, como ya sabés, fui con mi solera verde de bambula, el pelo hecho un desastre y mi anillo de nácar en el índice. Y así, con esa facha de
hippie
trasnochada, todos, desde el portero hasta los médicos de la recepción, me decían: «Pase por aquí, doctora…». Y yo: «Que no, que no soy doctora…». «Sí, sí, enseguida le llamamos al paciente». Estuve un rato en un jardín, precioso, antiguo, esperando, y vino un pobre loco a saludarme. Me dio la mano. Me bendijo tantas veces! Yo demoré, conversándole un poco por devolverle tantas cortesías. Al fin, que mi amigo no estaba, lo habían dado de alta. Y al salir, otra vez: «Que tenga un buen día, doctora!». Y yo otra vez: «Que no, que es un error…». «Debería venir más a menudo, no siempre nos visitan doctoras tan bonitas…».

Yo supongo que la confusión sería porque, como el hospital es también un instituto escuela y lo visitan muchos médicos, pues, de seguro me parecía a alguna otra, esta sí, psiquiatra…

No sé por qué he recordado esto. Ah, era para contarte lo mucho que me gustan las personas que casi nadie aprecia. En el centro de Levitown, cerca de mi biblio, tenemos un loco que, por ser manso y bonachón, lo dejan deambular tranquilo. El pobre duerme en la calle. Paso y me llama «amiga!» y se me acerca siempre a darme flores rotas que junta en la basura de una floristería. Nadie lo mira, nadie le alcanza una manzana, una moneda. Pero yo lo consiento bastante, por eso, porque él es invisible, y tal parece que solo yo lo veo. También, porque aunque ajadas, me enternece el detalle de las rosas. Salomón, hombre tan lúcido…

También tengo una guardia privada. Es cierto! Te contaré, amiguita, que hay además un montón de adictos, más o menos inquietantes, que están siempre procurando algo, mendigando, observando…

A mí me han dicho ya dos de ellos, negros gamberros. Aquí nadie se va a meter con usté. Y cuál ha sido mi merecimiento? Que paso y me saludan y yo saludo, que prendo un cigarrillo y los convido y les pregunto cómo va la colecta de ese día… Esas cosas. Bueno, olvidé decir que no todos son propiamente anónimos, alguno de ellos frecuentó la biblio hace años. Es muy triste, Conchita. Pero, en fin, que ya lo tengo comprobado: además de una legión de ángeles, tengo también mi propia banda de forajidos protectores.

Uff, cuánto hablar de mí!

Ya te dejo, mis clientes me reclaman. Últimamente todos me molestan, me requieren, me interrumpen y están tan demandantes que, de verdad, comienzo a verles una cierta angustia. Celosos de caracola! Quién lo diría, si ni siquiera te conocen! Pero yo sí, y tienen mucha razón de estarlo: porque estás en el centro de todos mis desvelos, estás allá en Mitilene y estás en todas partes.

También leo a Neruda, desde siempre: «Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras / todo lo ocupas tú, todo lo ocupas».

Que disfrutes la ceremonia, caracola.

Laura.

 

Doce horas después:

 

Caracola:

En Brooklyn es casi mediodía. Imagino que estarás todavía durmiendo. Pero ya son las seis, Conchita. Despierte, caracola, y póngase a escribirme!

Qué pasó con mis (tus) fotos comentadas? Ahora seré yo la que se ponga insistente? Cómo voy a saber «cuánto sos y cuánto has sido» si no me contás, caracola? Hoy te esperaré en Mitilene. Pero no pasarás del porche de columnas. Allí, bajo la sombra dorada de las parras, nos sentaremos en la alfombra de juncos. Voy a hacer para vos un jugo de naranjas y para mí un gran vaso de té con mucho azúcar. Pondré quizá también algunas uvas y pasas de ciruela. Te gustan? Me contarías alguna cosa tuya, lo que quieras decirme, y yo te escucharé con gran atención, caracola. Que sea una tarde leve y gozosa en Mitilene.

Te dejo un beso de buenos días, para esas hojas nuevas que te han salido.

Laura.

 

Tres horas después:

 

He estado triste, caracola. Toda la tarde revisando el
mail
y ensombreciéndome porque vos no escribías. Después, pensé: es una mujer ocupada… la dueña siempre está inmersa en ese tráfago… a qué enojarse solo porque hoy se ausenta más de la cuenta? Pero, para esa hora en que me desenojé, ya había pasado el día entero con el ceño fruncido y nublada a pesar del sol radiante que hubo hoy… Se admiten entonces dos interpretaciones: o bien, como es del todo natural, te dejó molida ese día tan agobiante, o la dueña me siente los enfurruñamientos a pesar del océano y el desfase horario. Yo me inclino por la segunda opción, porque, desde luego, soy una princesa vanidosa.

Mmm… me habría gustado tanto estar con vos al fin de esta jornada. Y sí, te habría besado muy suavecito, solo para mimarte, y te hablaría de mis muchas naderías, hasta que al fin, adormecida de caricias y el ronroneo de mi inagotable cháchara, te quedaras dormida, abrigada y feliz en mi regazo. A ver si mañana la dueña descansa un poco!

Te quiero.

Lauri.

 

Dos horas después:

 

Viaje inesperado a Cuenca con Montse. Ya te contaré. Te quiero. C.

¿De qué fotos hablas?

Otro beso.

C.

 

Un día después:

 

Caracola:

Pensé que los
aliens
(que existen, no te rías) te habían abducido. Qué gravísimo asunto más importante que yo te ha llevado a Cuenca, la ciudad colgada? (Me he informado en Google).

Bien, ya me voy dando cuenta de que por mucho que intente guardarme algunas cosas, parece que tenés el telescopio dirigido a buen rango: sí, soy adoradora de la Gran Diosa Madre. Y voy a confraternizar contigo (virtual y ya después tangiblemente) hasta alcanzar la más alta «integración con la naturaleza». Orgasmo cósmico, dicen los entendidos... Yo todavía no lo he experimentado, pero confío en tus muchas destrezas (y en mis secretas artes de sacerdotisa). Así que no me vengas, caracola, con pretexto alguno de tus muchas ocupaciones: vas a serme tan recia y esforzada que tendré que decir «Es que nunca descansas, amor?». Pero solo conmigo, estamos? Has de saber que esta, tu vida, ya no es enteramente tuya: me pertenece ahora en gran medida. Y si no estás de acuerdo en este punto (aunque solo sea por traspasar el patio de columnas), pues, ya veremos… (La sabana, tengo entendido, es un paraje muy extenso y solitario…).

Si estás de acuerdo, entonces jugaremos al Tantra. Te parece? Y para tu mayor tranquilidad y mi mejor contento, te contaré (es verdad) que en mi casa siempre abundan las pasas de ciruela. También las nueces (que adoro), y las semillas de girasol. Aunque no sé muy bien si estas últimas nos serán de alguna utilidad… No te parece una suerte que sea vegetariana?

(Cómo hacés esto, Conchita mía? Cómo apenas a dos cartas de distancia, cambiás mis intenciones y derribás los muros?).

Ah, caracola… tan impulsiva y atropellada! Así que no te acordás de cuáles fotos eran? Bueno, tendré que elegirlas yo misma. Para la próxima, o cuando quieras (qué tal esta tarde en Mitilene? Ya te he invitado…), me podrías contar en qué andaba tu vida, en aquella que estás junto a la torre Eiffel. Aún hay muchas cosas que quiero preguntarte, pero yo sé esperar (ya te he esperado tanto!) y prefiero un momento más tranquilo y más íntimo. Ese precisamente que sobreviene después, mucho después de la merienda de ciruelas.

Y Conchita, si no te he respondido a aquel atrevimiento del vellón de albahaca, fue porque aún no me repongo. Cómo es posible que me sepas tanto? Y bien que me he reído con tus certezas: «todavía no llego a él…». Así que, tan segura estás que anteponés el adverbio de tiempo, como una leve excusa para tu osadía… Ya sabía de antes que eras temible! Por eso y otras cosas es que me gustás tanto, amiguita!

Tenías razón, tendré que navegar para buscar aquello de amor udrí. Me gusta aprender cosas cada día. Me gusta que me enseñes, y quién sabe, quizá algún día también yo podría enseñarte algo. O mostrarte, como gustes. Mi estilo últimamente, por complejo y profundo, admite muchas interpretaciones. (Me río, tanto, tanto, tanto!).

Te cuento la primera vez que me enamoré? Un día bajé a la plaza con un cántaro, una viajera misteriosa descansaba en la piedra del pozo, primero le di agua a su camello, después a ella. Me pareció cansada y algo triste. Cuando me alzó los ojos, tuve un presentimiento, una pregunta que todavía sigue sin respuesta clara: antes, alguna vez habré amado? Y qué es amar, estar enamorada? Será esperar tus cartas cada día con una insólita ansiedad que me hace maldecir lo lento de mi máquina? El anhelo de verte. El deseo vehemente que no me abandona de que un día estemos juntas. Es esto amor? Y si no es, qué será entonces?

No siempre necesito llegar al clímax para sentirme satisfecha. Algunas, muchas veces, es igualmente placentero un largo prolegómeno y un epílogo de caricias y besos lentos, aunque no haya final feliz. Al menos para mí es una variante deliciosa, porque me deja feliz pero gozosamente insatisfecha. O sea, reluciente. Naturalmente que nada es comparable a un orgasmo, pero me gusta el sexo de muchas maneras. Incluso me gustará si estoy cansada y soñolienta, me dejaré hacer sin sentir que debo complacerte de ningún modo. Haré lo que me nazca, en esto soy muy espontánea y egoísta, ya estás avisada, Conchita mía. Bueno, quizá no se trata de egoísmo, sucede que si estoy siempre alerta o pensante, cómo podría experimentar las delicias del amor, siendo que significa precisamente abandonarse? Tampoco vos deberás preocuparte por mí, sino de aquello que te dé placer conmigo. No necesito una amante devastadora y no voy a fingir nada, caracola, para qué, si voy a disfrutarte de todos modos? Sí, incluso si la marquesa acude a mí después de la cacería de leones y me acomete sin sacarse las espuelas, «antes de quedar profundamente dormida»… A excepción de lo sado y los tercetos, me gusta casi todo. Algunas veces, ya te lo he pedido, me gustará simplemente que me abraces desnuda y me dejes dormir. Sobre todo en las noches de tormenta. No sé si será udrí, pero es otra forma de hacer el amor. Por si te queda alguna duda, con vos me gustará como quiera que sea y no habrá suspiro que no sea verdadero. He sido clara?

Esta vez un beso con gusto a mar y un poquito más lento.

Laura.

 

Un día después:

 

Princesa bonita:

¡Qué frenesí de días llevo! Lo de Cuenca con Montse fue de locura. Una hija que se divorcia la llamó con urgencia porque el marido, un energúmeno propietario de no sé cuántas cadenas de gasolineras y de supermercados, la había amenazado con una pistola. Mi amiga no denunció para evitar el escándalo, pero, cuando llegamos al parador (donde la pareja celebraba su aniversario de boda, no te lo pierdas), ya había allí un par de sabuesos de la prensa avisados por algún contacto (en los grandes hoteles es inevitable). Montse, que es mujer de recursos, llamó a un médico amigo, que envió una ambulancia y fingimos un aborto espontáneo para encubrir el escándalo. Al propio tiempo, un abogado de cierta firma elitista visitó al de las gasolineras y le puso por delante unos cuantos documentos y unas fotos que podrían arruinarlo si no firmaba su conformidad con el divorcio de mutuo acuerdo. ¡Todo tan terrible, tan desagradable, tan sórdido!

Cumplidos estos deberes, regresamos a Madrid, y para ocultar la trapisonda ante el marido de Montse (que no sabe nada ni conviene que lo sepa), mi amiga se empeñó en ir directamente al Prado, donde toda la
troupe
del bridge teníamos el inicio del curso sobre el simbolismo del Bosco, pero al final, como hacía muy buen día, excusé mi asistencia (Montse no pudo) y me decidí a caminar Gran Vía arriba hasta la Casa del Libro, la mayor librería de Madrid, para buscar un ejemplar de regalo en plan gran vitola que mi marido quiere hacer (es a un académico de jurisprudencia, antiguo ministro, al que hemos invitado a cenar). Al pasar por delante del edificio de la Telefónica me sorprendió la cantidad de prostitutas que hay en aquellas esquinas, al menos treinta, haciendo la calle, paradas con vertiginosos escotes y minifaldas apretadas, ofreciendo la mercancía. Antes, hace treinta años, era una visión frecuente, pero después desapareció con la modernización de la ciudad, y ahora, con la crisis supongo, ha vuelto.

Ayer, en todo ese tráfago, pensé mucho en ti. Hoy me siento un poco melancólica porque el día está turbio y frío, supongo. Me gustaría tenerte ya, qué lentos pasan los días. Mientras escribo esto he hecho un par de altos para mirar tus fotos. No me canso de mirarte, las agrando para explorar las pequitas, el canalillo de tus pechos, el calibre de tus muslos, todo me arrastra al deseo y a la ternura. ¿Cómo se puede querer tanto a una amiga tan desenamorada y desdeñosa que seguramente está en sus cosas y no piensa en mí? Te adoro a pesar de todo, aunque me escribas poco y de compromiso.

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