Mujer sobre mujer (21 page)

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Authors: Carmela Ribó

Ay, cuántas naderías te he escrito hoy! Y sigo sin contestar a tus cartas. Pero tenés que perdonarme, mi dueña. He tomado un medicamento que es bastante fuerte y me deja medio tarada. No estoy con nanas, solo tenía una contractura en la nuca y eso trajo también unas jaquecas que hoy no me dejaron ni pensar claramente. Por eso, y porque ya estaba cansada de llevar mis penas con ayurveda, decidí (aunque tarde) recetarme un relajante que es también analgésico. Sufrí y sufrí todo el día de hoy. Soy muy valiente, sí. Ahora ya estoy bien, aunque muy relajada! Me querrás igual, aunque esta carta esté más llena que otras veces de incoherencias?

Son las doce y media de la noche. Hoy anduve de compras por Manhattan y no me gustó: hay tanto ruido. Y el olor de los caños de escape me deja tan mareada. Pero no hay más remedio que soportarlo si se me antojan cosas que en Brooklyn no encuentro. Por ejemplo, una silla nueva para el escritorio de la compu. La que tengo ahora es una verdadera maldad! Todos se ríen cuando digo que yo necesito un mayordomo. O un secretario, al menos. Mi agenda es tan abigarrada que no sé qué pasaría si yo fuera una empresaria. (Ni loca sería empresaria! Qué aburrimiento!).

Saber que estás aunque sea lejos, que existe tu alma buena, enamorada. Caracola! Sos mi amiga. Mi amada. Y sos también perfecta. Tu vida vivida no te impide sentirme apasionadamente y eso que no me tenés cerca. Cuando suceda, mi amor te hará entender que somos lo que nos anima: las almas. Y que si esa alma está enamorada y encima tiene la dicha de ser correspondida, habita por derecho un cuerpo que es enteramente de luz y de sensibilidad. Voy a gozarte tanto, vas a gozarme de tal modo, que te preguntarás cómo es posible que algo así nos suceda.

Conchita, vos siempre estás envuelta en mi deseo, en mis sentimientos, que son tan reales como la cosa más tangible de este mundo. Quizá lo único real y trascendente en este mundo de ilusiones.

Te quiero, Concha. Hay otra Ley del Universo que olvidé mencionarte: «Amarás a tu Laura de allende el mar y no te atreverás a olvidarla o dejarla por otra, aunque sea más linda y más sensata que yo». Entendido?

Lauri.

 

Doce horas después:

 

Conchita:

Anoche me tomé un vaso de leche caliente para acostarme, pero a pesar de ello dormí mal, por tu culpa, y tuve al final que realizar cierta ceremonia secreta que me apaciguó y me permitió conciliar el sueño.

Ay, Conchita, tengo unos días difíciles, como si me hubiera llegado el celo primaveral. Tendrás que empalarme duramente, allá en nuestro Mitilene (no olvides a Frank), y también (por no ser menos) te invitaré acodándome en la ventana, aquella que da al huerto. Y a propósito, caracola, he pensado largamente de qué modo podría yo ayudar al sostén de la casa. Y ya lo tengo: en el jardín habrá una feliz mezcolanza de hortalizas y hierbas sanadoras. Las hierbas las venderé ambulando en el mercado, para comprar después aceite y vino, esas cosas… y quizá también (aunque no alcance), alguna vez compraré con mis ganancias una redoma de aceites perfumados. (Vos ya sabés que no puedo pasarme sin mis cremas). Pero tampoco estoy acostumbrada a ser una carga, y mi amada no tiene por qué sostener todo el esfuerzo y demorarse tanto en los caminos, lejos de mí. Estás de acuerdo? (Eh? Feministas en el siglo VII a. C.?).

Y he pensado también que no ha de ser muy cierto aquello de tus contenciones: me harás con tu dulzura, pero a lo bestia, deteniéndote, sí (sé que podés hacerlo), para apurar el deseo nuevamente, ansiosa, atropellada, como una niña que se atraganta unas natillas. Después, quizá te comportes como es debido, pero no en esa primera tarde en mi ventana… Me equivoco?

Y cómo es eso de mandarme a hacer experimentos con las nueces.

Y por qué debemos practicar esa masticación secreta? Vos te olvidás que soy «de serie», precavida? Si no me llegan mayores fundamentos, no habrá modo, caracola: comeré las nueces allá contigo. Porque sí, estoy ensoñando, y me tienta la idea…

Por aquí ya va siendo la hora de mi té con galletitas de sésamo. Hoy también con mermelada de cerezas.

Buenas tardes, caracola. Buenas noches, mi señora.

Laura.

PD: He dudado en mandarte esta carta. Es demasiado mucho… Pero si no te digo lo que siento ahora, para qué este obsesivo ejercicio de escribirte, caracola? Siempre podés pensar: mmm, debe estar ovulando… Mañana quizá me arrepienta de este clic. O no?

Y sí, quiero ese beso tan profundo. (Pero qué harán las manos de Conchita, mientras tanto?).

 

Un minuto después:

 

Lauri querida, asómate al Windows Live Messenger. No puedo apartarme de ti. Te espero.

 

Tres minutos después:

 

Laura: Meidei, meidei!! Me recibes?

Concha: Aquí me tienes, amor.

Laura: Eureka!!! La maquinita boba funciona todavía después de este tiempo abandonada.

Concha: ¿Cómo estás?

Laura: Feliz porque estoy contigo!

Concha: ¿Has cenado ya?

Laura: No, no tengo hambre. Y vos?

Concha: Yo solo tengo hambre de ti.

Laura: Mmm... Y al final, qué hora es por allí?

Concha: Casi las cinco de la madrugada.

Laura: Así que mañana habrá ojeras y bostezos en la partida de bridge con las señoronas...

Concha: Eso me temo, pero también la sonrisa tonta de la enamorada satisfecha. Sospecharán y se morirán de rabia!

Laura: Por aquí son las 10.46 p. m. Ay, Conchita! Y yo trasnochándote! Me encanta que estés aquí!

Concha: Yo me siento feliz. Aquí en la quietud de la noche.

Laura: Qué encanto. Te quiero.

Concha: Estoy en Mitilene. A tu puerta, pidiéndote entrar. ¿Puedo?

Laura: «Te decía que está abierto, que pases».

Concha: No quiero entrar en la casa, quiero entrar en ti.

Laura: Sí, yo también lo deseo.

Concha: ¿Cómo lo haremos?

Laura: Es que no leíste mi carta de hoy?

Concha: Sí, la he leído

Laura: Y entonces? No estoy ahora mismo mirando estrellas desde mi ventana?

Concha: Sí, y yo quiero tomarte con mucha dulzura, o prefieres algo más brusco.

Laura: Quiero todo. Cualquier cosa que vos quieras.

Concha: Quiero cogerte.

Laura: Sí... ya está mi beso aquí en la nuca. Y tus manos, caracola?

Concha: Primero se irán a tus pechos. ¿Qué llevas puesto?

Laura: Mi túnica, aquella que he bordado, te acordás?

Concha: Acariciaré los pechos por el escote. ¿Cómo son?

Laura: Ya estoy aquí ronroneándote... he dado vuelta la cara para besarte mucho, mucho... me encanta tu boca fresca, amor. Son tibios y grandes...

Concha: Hummm. Los amasaré con cuidado y me demoraré en los pezones. Cuando se ponen duros, ¿cómo son, grandes o pequeños? ¿Morenos o rosados?

Laura: Las areolas de color miel, los pezones pequeños, te costará besarlos y convertirlos en tus caramelos.

Concha: Ahora te tomo de la mano, te llevo a la alcoba, te saco la túnica por la cabeza y te contemplo desnuda a la luz de la luna que entra por la ventana.

Laura: Yo te ayudo a sacarte la tuya y te acaricio los pechos... te sopeso los senos, beso tus pezones con besos lentos, caminadores.

Concha: Te tiendo en la cama. Acaricio con mis ojos abiertos los pezoncitos que he besado antes.

Laura: Yo aún quiero más de tu boca en la mía. Te subo, te abrazo más y ahora te rodeo con mis piernas.

Concha: Te beso en los labios en el cuello en las clavículas en los hombros. Creo que hoy no me contentaré con los dedos, te penetraré con Frank. Quiero aplazarlo (amor udrí).

Laura: Ahora curioseas mis hombros: has descubierto una constelación de pecas con la forma de la Cruz del Sur.

Concha: Déjame que apoye la cabeza en la macetica de albahaca, mientras tú me acaricias las sienes. Te quiero como eres.

Laura: Cómo soy?

Concha: Una criatura adorable en su cuerpo y en su alma.

Laura: Me gusta que hoy estés cansada... y que demores allí, donde sí están tus flores. Me he perfumado expresamente para que duermas ahí y descanses de tu día atareado. Esto es también hacer el amor. No estás de acuerdo?

Concha: Lo es, sí, pero me hubiera gustado penetrarte y dejarte satisfecha.

Laura: Y quién dijo que no estoy satisfecha? Yo quiero estar así, deseándote y arrullada por tus manos, por tu boca. No sería hermoso que siempre estuviéramos como en celo, siempre deseosas y nunca satisfechas?

Concha: Sí, eso sería hermoso. Me encantaría, ahora mismo, darte placer con la boca.

Laura: Lo suponía... Te puedo adivinar, Conchita!

Concha: Devoraré entera la macetica de albahaca.

Laura: Qué delicia! No me estás oyendo gemir y apretar tu cara contra mi perla?

Concha: La siento endurecerse y destilar esa grasilla salada y placentera.

Laura: Mi bestia hermosa!

Concha: Te quiero. No seas cruel.

Laura: Cruel? Si estoy toda mojada.

Concha: Ahora me dormiré en tus brazos y tú, después de acariciarme (nunca me canso de las caricias), me escribirás una larga carta que yo leeré mañana cuando me despierte.

Laura: Primero quiero otros besos y saborear yo también tu boca mojada de mi orgasmo. Sí, voy a escribirte ahora. Voy a buscarte siempre. Por qué me pedís que no sea cruel?

Concha: Porque padezco de no poder abrirme el pecho y sembrarte dentro de mí, aniquilarme y que de mi tierra salga la savia de tu vida. Me enviarás otra foto de mi amor? Estas las tengo gastadas de mirarlas.

Laura: No padezcas, amor! Yo estoy aquí para darte alegría y para reconciliarte con el gozo de amar. Pero a mí sola, está claro? Sí voy a mandarte la otra foto con sus notas explicativas. Te quiero, caracola. Ahora no me hables más y dormite en mi pecho. Sí?

Concha: Eso haré.

Laura: Hasta mañana. Dulces sueños, mi marquesa.

Concha: Hasta mañana, amor.

Laura: Te beso mucho, caracola. Duerme y sueña conmigo, con nosotras.

Concha: Un beso intenso, vida.

Laura: No puedo dejarte! Por favor, nunca me digas «adiós».

 

Doce horas después:

 

Qué intenso fue todo anoche, mi princesa india. Ahora, a la luz del día, siento una especie de vértigo. ¡Cómo el amor trastoca nuestras vidas! No quiero ser cobarde, pero quizá tengo miedo.

Hoy he bajado a Madrid, de compras (se acerca el cumpleaños de Vicky), y he aprovechado para almorzar en Villa de Foz con Pitita Aznar y Montse López de Vinuesa. Hemos pedido lamprea, un raro animal marino que se cocina en su propia sangre (él también se alimenta de sangre, preferentemente de náufragos).

En realidad, mientras disfrutaba de la lamprea, que no sabe a pescado ni a carne, sino a algo inconcreto a medio camino, me desconecté de la verborrea de Pitita y Montse distraída con la ensoñación del día en que pueda libar tus jugos. Me aplicaré en tu códice purpúreo cuando llegue el momento y lo saborearé despaciosamente sin atender a tus protestas; te beberé toda. No sabes cuánto te deseo.

Bueno, basta ya de escandalizar a la princesa. Pensará que soy una monstrua pervertida (y quizá no vayas del todo desencaminada).

Te quiero como nunca pensé que pudiera querer, esa es mi única verdad. ¿A dónde nos conduce esta locura? Ni hablar puedo con las otras sin pensar en ti.

C.

 

Una hora después:

 

Caracola que amo:

Mi amor tiene miedo de su amor? A dónde nos llevará este río caudaloso que nos arrastra, te preguntas. No es cierto que, incluso cuando pensamos en la incertidumbre de un día futuro, lo hacemos desde nuestro presente? Conchita querida, no te angusties respecto a lo que deparará el mañana. Adónde vamos, qué será de nosotras…? Será lo que queramos y aquello que una espera. Yo no creo en destinos predeterminados vaya a saber por qué inmutable y distante divinidad (o humanidad). No creo en el inapelable poder de las circunstancias y no creo en nada que pueda limitar mi capacidad de «hacer» la vida, mi vida, nuestra vida.

Me adhiero a aquello de que las palabras y los pensamientos son creadores por naturaleza. Es un concepto simple. No solamente el buen Dios creó con sus palabras, también nosotros, hechos «a imagen y semejanza», tenemos el poder de crear a partir de esas cosas chiquitas, las palabras. No decimos que se las lleva el viento? Pero eso es falso, Conchita! Son energía pura y por lo tanto ni son de viento ni pueden ser inocuas. Están aquí como herramientas de creación. Ellas, tan menuditas, tan de aire o de tinta, son en realidad energías muy poderosas. Y no estoy aludiendo a la dialéctica o a esa consabida potencialidad del discurso de argumentar, de apelar, seducir, convencer... Nada de políticas. Me refiero al poder de esas ideas con cuerpo. Me refiero a la magia creadora de las palabras (los pensamientos).

Una casa primero es una idea, un poema, una fórmula, también una visión de futuro; antes de cuajar y convertirse en esta cosa física que llamamos realidad, son pensamiento. Así que si mandamos energía densa (pensamientos de miedo, de frustración, de duda, por ejemplo), estamos «construyendo», dando forma al futuro. Y qué forma tendrá ese día de mañana si pienso en cosas feas? Es algo lógico, no? Si vamos a predeterminar (crear), que sea con inteligencia. Yo soy inteligentemente feliz contigo. Y solo espero y pienso cosas buenas y amables del futuro. Tampoco me detengo mucho en eso, no sea cosa que me proyecte tanto que me olvide de gozarte ahora. Tu sola presencia en este mundo me hace feliz, caracola. Me doy por satisfecha.

Ya te imagino riéndote buenamente de mis bobadas metafísicas, pero te haría una sugerencia, te la hago: voy a pedirte que imagines una cosa, cualquier cosa de esas que tan lógicamente entran en la categoría de razonables. Digamos un día feliz conmigo allá en tu tierra. Y por qué no? Ya no necesitamos tres meses de carabelas, ni sortear monstruos donde se escurre el mundo (que es, desde luego, inobjetablemente plano).

Te decía que pienses en ese día, amiga. O si allá te da miedo porque seas demasiado conocida y quieras ocultarme, piensa en un día conmigo aquí donde nadie te conoce, nadie nos conoce. Piensa en que te muestro The Cloisters, que nos damos la mano con cierto disimulo, que nos besamos en la terraza del Empire State Building, que nos acariciamos debajo del abrigo, subrepticiamente, cuando creemos que nadie nos ve en el bus que atraviesa el Harlem. Porque vamos en un bus. De acuerdo? Y ya podés agregar todos los aderezos que se te ocurran. Todo es parte de la pintura, del boceto. Después, cuando esté pronto y bien pensado, le imprimes un poco de tus sentimientos. Mejor que sea un mucho. Y por ningún motivo te detengas a pensar en los cómo y en los ay qué locura divagante esta… y esas cosas. Esto es crear la realidad y es cosa bien alegre, aunque no menos seria. Y no deberá ser contradictoria.

Tu trabajo es (y será siempre) proponer un destino. El cómo no nos pertenece, porque las posibilidades son infinitas. Quién tendría una mente tan compleja que pueda abarcar todas las posibles probabilidades? Así que, como te decía, hay que dejar al sueño que ande solo. Y no cambiar a cada rato la pintura. Yo (que nunca te he mentido) te puedo asegurar que lo que sea que hayas pensado y sentido, así ha de ser. No tiene más remedio: es energía modelada, dirigida y obediente. Eso es estar hechos a imagen y semejanza. Es lo que creo. Y es lo que practico. Con grandes éxitos y algunas decepciones, porque ya te lo dije, si cambia la energía, cambian los resultados…

Que estoy muy delirante esta noche? Es mi estado natural, caracola! Y no me hagas ningún caso así a tontas y a locas: ningún conocimiento es verdadero hasta que se ha experimentado. Antes de eso es filosofía. (Y nada tengo en contra de la filo, te aclaro).

Lo sé… mi Conchita habría querido una carta de amor! Pero yo estoy en esa dulce lucidez contemplativa que deja el placer. Y estoy también todavía húmeda de vos, de tu boca y del sudor caliente de tus abrazos. Por qué no habría de ponerme muy filósofa? Además, siempre está aquel recurso de internarte en el sueño, dulcemente, sonriendo con resignada complacencia a mis parloteos. Acaso ya no estás durmiendo ahora, mientras te escribo? Sí, estás aquí. Te abrazo y veo que ya estás impaciente porque me calle y siga el tema de amarte solo con mis manos, mi boca, mi lengua. Solo una cosa más, Conchita: te acepto como sos y como quiera que sea esa «obligada vida» que es la tuya.

Que tengas un día dulce y feliz y que pensar en mí alcance para ayudar en ese empeño.

Laura.

PD: He pensado también que quizá este asunto entre nosotras no sea amor. (Me refiero al asunto de nuestros te quiero). Podría muy bien ser agradecimiento. Estar agradecidas la una con la otra. Quizá escribirnos ha sido como recordar, recuperar amor recuperando el gozo de estar vivo, y este placer del deseo (virtual o como sea) con alguien que es también un alma que te entiende. Entonces yo no soy la amada, ni vos lo sos. A lo mejor tan solo nos hemos despertado mutuamente, para recordar algo tan lejano (al menos para mí) como esta dulce angustia de sentir.

No querías los pliegues de mi toga? Yo quiero ahora los tuyos.

(Y de paso, verte desnuda mientras los abarco). Mua.

Busqué en google la lamprea. Puajjj! Es posible que mi amor se atreva a comer algo tan repugnante, ese vampiro que parece descolgado de otra galaxia? Ay, qué horror!

 

Una hora después:

 

Guachita linda y pervertida, te quiero! Te haré una preguntita: de casualidad las libaciones te inspiran a la sensualidad? Porque yo me quedé sonriendo, pensando muy libidinosamente en mi dueña y en las cosas que haríamos en esas ocasiones en que tu mente se turba… Mmm…! Una mente preclara enturbiada y relegada a un lugar en la sombra debe dejar en una esplendorosa libertad esa sensualidad que admiro de caracola… Debe ser delicioso coger con vos, perturbada y loquita!

Yo raramente bebo, pero de seguro probaré algo de lo que la dueña proponga, solo para tentar mis imaginaciones. Me darás vino de tu boca y pondrás unas gotas en mi garganta, quizá los garbancitos se interesen con el experimento y logre que se hagan ver para la ceremonia.

Caracola, lamer tus labios mojados con un hilo oloroso de vino dulce…! Me perturba la idea. Ya ves: de cuanto me has contado, cómo me quedo centrada en lo que fantaseo! Te quiero, Concha. Y te deseo tanto que me duele.

Dulces sueños, mi dueña.

Lauri.

 

Cinco horas después:

 

Pocahontas bonita:

Acabo de despertarme, las siete y media, y he corrido a leer tu carta. Una carta filosófica, porque a veces el pensamiento dicta al corazón. Me gusta. Me gusta como todo lo tuyo que viene a mí. Después la leeré más detenidamente, como siempre hago, pero ahora tengo la urgencia de responderla atropelladamente.

¿Es amor, esto? Bueno, si tiene todos los signos del amor… esa locura, ¿Por qué no ha de ser amor? Y al propio tiempo es un amor cuerdo. Me sorprendí anoche cuando, teniéndote entregada, desnuda, sin embargo solo recliné mi cabeza en tu albahaca para dormirme plácidamente después de arrancarte ese orgasmo con mi boca. Me sorprendí porque es probablemente lo que haré cuando nos encontremos, aplazar el momento de invadirte para hacerlo más placentero. No es udrí precisamente. Probablemente sea la perversión del udrí (o sea, la perversión de la perversión).

Debo advertirte que soy bastante depravada. Anduve en mis días juveniles con malas compañías (¡bueno, sigo creyendo que eran buenas!) que enseñaron torcidos usos del amor a aquella muchacha inocente y recatada. ¿No está el universo entero, con sus esferas y sus distancias inimaginables, con la belleza de sus planetas y sus galaxias, pendiente ahora de nuestro gozo?

Esto nacido entre nosotras, no más inasible que los espejeos del agua, es amor, querida. La secreta hoguera que consumiéndonos nos hace felices. ¿Quién podrá irrumpir en aquella playa desierta de hace dos milenios y pico que hemos creado, para amarnos sobre la arena, para esperarnos, para que cada una aguarde a la otra al regreso del tiempo?

¿Y qué hacer con nuestras vidas? Seguirlas. ¿Qué otra cosa podríamos hacer? El amor no tiene por qué interrumpir las menudas rutinas que conlleva vivir. Quiero que sigas recibiendo a tu amante del siglo VII a. C. y que le sigas dispensando las mismas caricias, que mi existencia en tu vida no sea una sombra. Construyamos nuestra cabaña al margen del mundo, eso se puede hacer, sin que el mundo la modifique pero también sin que ella desvirtúe el curso de sus rutinas. Englobemos nuestras vidas en ese amor y que nada sea más poderoso que él, que sean meros accidentes lo que suceda en sus márgenes, como el variante paisaje que uno ve en las riberas cuando desciende por un río poderoso.

Cierro los ojos y te contemplo desnuda, a la luz de la luna, en nuestra alcoba. ¡Ay, todo el día me distraigo y ando como ausente sumida en mis fantasías sobre un encuentro contigo! De pronto las paredes de Mitilene se materializan y su alcoba en penumbra cobija nuestros cuerpos atareados, sudorosos de ejercitar el amor, jadeantes, y nuestras largas confidencias en susurros, tan cerca de tus oídos besando esa piel pecosa, esas constelaciones de tu geografía con las que sueño.

Princesa que adoro: por si te sirve de consuelo, han pasado casi veinticuatro horas desde el banquete de lamprea y solo he tomado en ese tiempo una sopita y un zumo de naranja. No es que me haya sentado mal, es que te deja tan llena que el cuerpo no siente hambre ni necesidad alguna. Estas gastronomías bárbaras se acomodarán a las suavidades de tu dieta vegetariana cuando estés conmigo. Cualquier cosa menos espantarte. En esos días con los que anticipadamente sueño a cada momento seré tu rendida asistente y tendré provista nuestra despensa de frutas, nueces, ciruelas secas y todo aquello que le plazca a
milady
. Iremos al mercado de San Miguel y nos prepararemos un festín de
delicatessen
. También te haré probar vinos exquisitos sacados de la bodega del ogro (tendré que camelarme a Danilo), traidoramente, y cuando te tenga un poco piripi te haré objeto de toda clase de gustosas perversiones.

Hoy tenía que ir a Madrid con Encarna Cañabate, otra amiga, para ayudarla a escoger un abrigo de mink en Chelsy Chelala (es una peletería pija), pero le he telefoneado para aplazarlo. Me apetece tener este tiempo para mí, sin hacer nada, pasar el día en chándal y bata, encerrada en mi estudio, pensar en ti, contemplar tus fotos, practicar nuestros ritos secretos mientras me baño en el jacuzi y dejo que la espuma rebose y moje el suelo.

Ahora que lo pienso, no sé si a ti te gustan las pieles. No es que me entusiasme la
forrure
, pero tengo algunas en un armario acondicionado que mantiene la temperatura óptima. A Emilio le encanta vestirme de Vilma Picapiedra, no por mí, sino por él, porque llevar a la esposa enjoyada y vestida con un abrigo de millón para arriba lo prestigia. Las mujeres de estos hombres somos meras propiedades, escaparates de su prosperidad, indicios de su poder, soy consciente. El último abrigo que me regaló, en nuestro aniversario, de lince blanco ruso, le costó una millonada. Chelsy Chelala me hace un precio, especialmente si le llevo amigas compradoras.

Me acaba de llamar Emilio. Se fastidió el plan. Quiere que hoy almuerce con él en Madrid. Seguro que trae a alguien más. Intenta halagarme con un almuerzo en algún restaurante caro y luego se trae compañía (nunca a la secretaria) para seguir hablando de dinero mientras yo me aburro y hurgo con el tenedor en los arrocitos. En fin, aprovecharé que estoy allí para hacerme una sesión de masaje y manicura.

No soy dueña de mí. No sabes cómo te necesito. ¿Cuándo nos encontraremos? Debemos planearlo, amor. Ya sabes que yo llevo una vida complicada.

Un beso grande, largo, intenso. ¿Me escribirás luego? Todo el día pensaré en ti, amor.

C.

 

Tres horas después:

 

Caracola, aunque al final se torciera, fue algo muy sabio y saludable aquello de saltarte esa jornada aburridísima con las damas encopetadas y toda esa vacuidad. Algo muy bueno para la salud física y especialmente para la psique… Yo en tu lugar tampoco habría ido, y ni se me ocurre pensar que me estoy haciendo grande! Bueno, para ser sincera, siempre fui así, medio huraña. Los argentinos decimos «orejana», por referencia al animal sin marca, claro. Ay, mi vida, yo no puedo creer que todavía exista alguien en este bajo mundo capaz de abrigarse con una piel! Una piel que era la mismidad, la identidad delimitada de un yo animalito, ingenuo y digno de vivir tanto como Matusalén! Mi dueña, quiero pensar que eran pieles sintéticas. Lo eran? No obstante, yo voy a confesar que las adoro (a las sintéticas, naturalmente, porque son incruentas y tan hermosas como las legítimas). Siempre me han gustado las pieles con una inesperada impudicia en mí, que soy una mujer simple y sobria. Pero habrá algo más divino que una boa de armiño blanco sobre los hombros fríos de una mujer? Y un abrigo de opulento cuello negro y sedoso sobre una gabardina, al mejor estilo San Petersburgo? Pero estas delicias obscenas, seguramente atávicas, bien se pueden gozar sin daño alguno para nuestros hermanitos animales. No te parece, amor? Yo tengo varias prendas con detalles de cuellos esponjosos y forrados de falsa piel de marta. Cuando el aliento queda suspendido en el aire helado y el sol ya no se deja ver, qué delicia perfumarse con aromas orientales y abrigarse con esa tierna falsedad de pelos! Mmm… estoy necesitando urgentemente un paseo por los Himalayas, caracola! Me conformaría también con un poco de otoño…

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