Mujer sobre mujer (18 page)

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Authors: Carmela Ribó

Laura.

 

Un día después:

 

Princesa Pocahontas:

¿Lees a Eckart Tolle, al maestro espiritual? Bueno, sé poco de él. Para mí es una lectura algo insólita. Yo ando muy alejada de gurús y sabios mesías modernos. Aquí en España el que está de moda es Paulo Coelho. Algunas amigas mías lo leen, lo alaban, acuden a El Corte Inglés (unos grandes almacenes, como vuestro Macys) a buscar su firma o a la feria del libro. Yo no. A mí nunca me atrajo la filosofía ni la charlatanería oriental, Buda, reencarnaciones y todo eso. Soy más de Grecia, proporción, mesura, contención, el epicureísmo y su envés tan rico, el estoicismo. La búsqueda o, mejor, el disfrute de los placeres de la vida. Una puesta de sol desde Mitilene, sobre el mar, una canción, un plato confeccionado por amorosas manos, un recuerdo feliz que regresa en la duermevela de un sueño, una tarde lluviosa tras los cristales, una buena película enlatada, un libro amigo... esas cosas.

¡Qué mala vida la de los jirafos! Espero que me lo pongas más fácil. Apiádate de mí algún día.

Me haces feliz. Escribirte y leerte me hace feliz. Escríbeme aunque no te conteste inmediatamente. Estos días son especialmente ajetreados porque he de asistir a unas cuantas inauguraciones y exposiciones. Casi siempre un aburrimiento y un tedio, pero en una me hubiese gustado estar a tu lado y ver cosas a través de tus ojos:
Giacometti. El hombre que mira
. Escríbeme, amor. Ya sabes que yo lo hago en cuanto tengo un momento de sosiego para encerrarme en mi estudio y mirar tus cosas. Te espero, siempre.

Qué dulce ese beso en la parte donde la piel es más delicada y sensible. Te devuelvo, mientras, una caricia.

Concha.

 

Una hora después:

 

Caracola:

Te escribo desde la biblioteca. Ahora tengo unos minutos libres. O tenía! Ya llega una anciana que saca libros de plantas, una
Green fingers,
como aquí llamamos a las aficionadas a la jardinería. Te dejo! Solo quería dejarte un beso: en Mitilene y al ocaso. Esta noche será un decir más largo!

Laura.

 

Un día después:

 

Caracola:

Y vos decís que no te sientan las «charlatanerías orientales»? Construiste un universo alterno, un jardín junto al mar, una casa soñada para un sueño, un siglo remoto. Mitilene (ya te dije con qué extraño deleite saboreo ese nombre) es un lugar del mundo ya por derecho propio. Le diste vida para mí, para nosotras, esa energía no es ficticia, no es un humo de opio, o de escritura: es real y es imperecedera. Ya no podrá no ser, o dejar de existir. Cuando construiste Mitilene me diste un dulce ejemplo de Alta Magia. (Con un ligero toque griego, lo concedo).

Me contarás un día de aquel Mitilene que visitaste? Con quién? Yo te he contado ya muchas cosas de mi vida. Y, por cierto, tengo un nuevo recado: podrías elegir alguna de tus fotos (esas que me mandaste) y contarme un poquito en qué andabas por entonces? Amén de una perturbadora aura de feromonas, nada me dicen todavía...

Quiero saber un poco más de esos retratos. Lo harás, caracola?

También me hace feliz leerte y escribir para vos. Esta carta de hoy será pequeña: hoy he vuelto a salir de librerías y estoy algo cansada. Les digo a los libreros el nombre del autor y se quedan mirando al techo, pensativos… No voy a demorar más este asunto, porque ya veo que, de seguir así, no gano para enojos.

En cuanto a aquel martirio de los jirafos… no sé… Habrá que ver cómo seguís mi rastro en la sabana. Y no porque yo sea distante o altanera, es por no contrariar las inmutables leyes naturales!

Veo que te gustó aquel beso, Conchita. Adónde y cómo mi caricia?

Laura.

 

Un día después:

 

¿Dónde estás, princesa? ¿Por qué no me has escrito hoy? ¿Por qué eres tan cruel?

C.

 

Un minuto después:

 

Princesa Pocahontas:

Hoy estoy ocupadísima y solo podré escribirte unas letras, todo el día en la calle, comprando exquisiteces porque pasado mañana tenemos reunión de banqueros en esta casa.

Mientras, sigo aguardando tu carta, sin la que ya no vivo. Un beso, esta vez en la boca, suave.

Concha.

 

Un minuto después:

 

Caracola:

Estoy respondiendo a las muchas cosas que siempre me quedan sin decirte.

A veces pienso que vamos haciendo como un círculo: todos nacemos de la tierra y somos eso, un zumo agreste. Después nos vamos alejando, buscando ser la mejor versión de nosotros mismos. Pero algún día volvemos. Vos y yo ya estamos definitivamente en eso: regresando a aquella sencillez, como en Mitilene. Y habrás notado, caracola, que allí no hay un lugar para los libros… que todo lo ocupa la vida y el sentimiento. Ahora somos, si no de oficio, por residencia, dos mujeres de la tierra. Campesinas. Ya tenemos el círculo de que hablaba.

L.

 

Un segundo después:

 

¿Tienes muchas cosas por decirme, Pocahontas? Yo solo tengo una que decirte a ti: quiero tenerte desnuda entre mis brazos y quiero hozar en ti hasta que te desmayes de placer en mis brazos…

C.

 

Un minuto después:

 

Caracola:

Me interrumpís con tu vehemencia, con tu pasión! Y yo intento ordenar nuestras conversaciones, intento contestarte para que sepas que te he leído y que me importa lo que me decís. Mi querida, aquel beso en la nuca que me diste y tu Mitilene, que ahora es tanto tuyo como mío… Todo lo que sé de vos me enamora. Cómo es posible que te pueda sentir? Para mí sos tan real como cualquiera de las personas que me rodean. Estás aquí, conmigo. Yo te pienso, te sueño, seguramente te imagino otra, hablo-escribo contigo y hago el amor con vos del modo en que vos quieres… en mis sueños. Es cierto, te he soñado. Me preguntabas qué era sexo virtual? Si es esto amor? Es esto.

Pero ya no quiero seguir así. No está bien. Al principio era un juego. Me gustaba provocarte un poquito, porque sabía que sentías mucho. Y me sorprendí cada día sintiendo más también, de modo que cada vez es más difícil mantenerme en un rango seguro. No tengo ni idea de cómo es que algo así pueda pasar.

Pero sí sé una cosa: hoy me perturba. No te estoy pidiendo que vengas, y tampoco propongo visitarte. Por el contrario, espero que esta misma separación logre definirnos. Y nos dé oportunidad de hacer algo que ya casi nadie hace: conocerse y aprender a valorar a la otra, demorándose. Esa famosa contención de los impulsos! Bueno, aquí sería «forzosa»…

Seguro nos encontraremos un día, Conchita, y espero también que no esté muy lejano. Pero no ha de ser hoy. Así que no me enciendas más, caracola. Yo tampoco volveré a sugerirme.

Lauri.

PD: Aún querés seguir conversando conmigo? Porque yo quiero saberlo todo y quiero que me sepas enteramente. Por lo demás, temas no faltarán, estoy segura. Si vos estás de acuerdo, en adelante solo diremos palabras sosas y nada seductoras. (Me refiero únicamente a aquel asunto. Sí?). Habrá que poner prendas al primero que se equivoque…

Buenas noches, caracola. (Y «Caracola» no vale para prenda!).

Laura.

 

Tres horas después:

 

Querida Laura:

Son casi las dos de la madrugada aquí y estoy desvelada. El ejecutivo agresivo ronca en la habitación de arriba, no hay cuidado. A ti te supongo despierta. Quizá nuestros correos se crucen en las ondas llevados por el mismo viento marino que impulsaba las velas de Simbad.

¿Quieres atemperar mi pasión? ¿Apagarás este fuego, este volcán calmo que has despertado? En Mitilene, hace dos noches que duermo en el porche bajo el emparrado, como te prometí. ¿Me admitirás ahora en tu alcoba? No quiero tomar yo esa iniciativa, sino dejártela a ti sabiendo que es lo que espero de tu caridad y de tu amor.

¿Me sigues escribiendo ahora o ya te has dormido? Mi sombra lejana se podría posar en tu almohada a oírte respirar y a aspirar el aire que exhalas. De ese modo, llenaré de ti mis pulmones hasta que me produzca un dulce ahogo y tú habrás entrado en mí mientras espero el dichoso momento en que me permitas entrar en ti.

A esta hora, hoy, no deseo otra cosa. Miro tu foto del tendedero, la de la novia seria y bonita, la del embarcadero, y deseo cuanto veo comenzando por los labios y por los ojos.

También sueño con acariciar tus pezones con la suavidad de las pupilas de mis ojos abiertos y que tú acaricies los míos como quieras, quizá a mordiditas (son rugosos y oscuros, como aceitunas).

Concha.

 

Veinte minutos después:

 

Caracola:

Será posible que no me leas? O, si no, muy selectiva ha sido tu lectura… Qué, no reparaste en lo que te decía. Por esta vez voy a disculparte, porque también dijiste que estabas desvelada. Y, ya se sabe, la duermevela de la madrugada es algo peligroso… La próxima vez, vas a recibir un castigo ejemplar. Ya estoy pensando en eso, solo por el placer de sorprenderte con otra niñería.

Te dije ya lo mucho que me gustó tu foto en Mitilene? Ya te he llamado bestia hermosa, qué más podría decir ahora, sin transgredir nuestro acuerdo de palabras ingenuas?

Me envanece tanto tu amistad, tu preferencia y tu insensato amor, caracola. O debería decir el nuestro…

Y no te creas, aún no me entrego: he querido ser (como vos decías) absolutamente honesta contigo. Y transparente para vos, caracola, para darte las certezas que te puedan faltar. No quiero ocultarte más que aquellas cosas que son enteramente mías y de ninguna otra persona. Todos tenemos esas zonas de misterio. O no? Por ejemplo, de no mediar estas confianzas nunca te contaría que me depilo el bozo, y que cada veinticinco días me hago el tinte (quiero decir, un inocente tono para avivar el mío natural…), porque las canas son un encanto que ni en sueños acepto! Aunque no tengo muchas, las muy condenadas han salido en las sienes como una tiara menuda. Aparecieron hace ya muchos años y puedo afirmar que fueron por tristeza: en mi familia nadie tenía cabellos blancos, independientemente de la edad. Deduzco entonces, y además, que de algún lado tenemos sangre indígena. No te parece? Por eso acepto encantada ser tu Pocahontas!

Amor, lejano amor, me perdonarás tanta insensata charla? Confieso que estoy bajo el influjo de una copa de Martini. Y temo decir aquellas cosas que te pedí ya no dijéramos…. por eso la abundancia en pequeñeces. Bueno, es cierto que es mi estilo: atontarte la vida con mis pequeñas cosas.

Estás enfurruñada? No lo estés nunca, caracola. A menos, claro, que estemos en Mitilene y puedas regalarme unas palmadas en buen sitio. Yo las recibiría con pagana resignación, siempre y cuando vengan después los besos. Para qué otra cosa serviría un pleito ente nosotras, sino para reconciliarnos? (Esta observación tampoco amerita prenda alguna, estamos?).

Voy a preparar algo rico para el desayuno. Pronto amanecerá y en la noche brilla la nieve casi fosforescente a la amarilla luz de las farolas. Solo verlo al otro lado del cristal escarchado me ha producido un escalofrío. Me abrazarías un poco, caracola? Sin ninguna perversa intención, malpensada. Solo porque hace frío y te extraño.

Laura.

 

Un día después:

 

Laurita querida:

No quiero pensar en tu castigo, en otros días aquí fuera bajo el emparrado de Mitilene, en estas noches frías, escuchando el batir de la marola en la playa oscura y desierta, oliendo el salitre del mar.

¿Zonas de misterio, dices? Ya sé que todos tenemos zonas de misterio, pero ¿será posible que tú y yo las superemos, disipemos esas tinieblas la una con la otra, alcancemos la sinceridad mutua que solo se tiene con una misma? ¿Será posible que, en alas del amor, depositemos cada una en brazos de la otra cuanto somos, cuanto hemos sido, cuanto seremos? Somos dos criaturas distintas y distantes del siglo XX, de acuerdo, pero ¿será posible que también seamos dos mujeres de hace veinticinco siglos que habitan en Mitilene, en el mar vinoso de Homero, tú y yo, que se han quedado un poco descolgadas, al margen de la historia, sin más religión que la de su amor, la de la fiebre de sus cuerpos ciegamente entregados el uno al otro, con paréntesis de ausencia que no hacen sino enardecer más los encuentros?

Si lo crees posible, ¿por qué me condenas a aguardar tu mano en la puerta, pasando frío y soledad al lado justo de la tibieza de tu alcoba, de tu cama?

¿El bozo? Ya sabía que lo tenías. Casi todas las mujeres lo tenemos. ¿Crees que yo no? Eres una hembra exuberante, racial. ¿No habías de tenerlo? ¿No has visto esa cuantiosa, indómita melena que corona tu cabeza? ¿No recuerdas cuánto sufrías con el peine cuando eras niña? No tienes que ocultarme cómo eres. Te quiero así. También sé que tienes en el pubis un espeso vello, duro y apretado, como macetica de albahaca. Todavía no llego a él, pero lo presiento como si lo conociera de siempre, como si lo hubiera visto nacer como nace la cosecha por primavera cuando tenías, ¿cuántos?, nueve años… (Por cierto, mi pubis tiene guedejas rubias, finas, sedosas, especialmente en las ingles, que me afeito a la brasileira cuando llega el verano, para que no me asomen bigotes en el biquini).

Las canas que te dieron tristezas pasadas. Las hubiera borrado con mis besos en otro tiempo, cuando tanto te necesitaba y quizá cuando tanto me necesitabas. Ahora vuelvo a necesitarte, incluso más de lo que confiesan las palabras, más hondos los sentimientos que su expresión, como siempre insuficiente. Pero espero que en la distancia los conozcas y lleguen a tu corazón como salen del mío.

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