Mujer sobre mujer (15 page)

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Authors: Carmela Ribó

Vanidosilla mía, yo te puedo amar de muchas maneras, pero jamás lo haré con piedad o compasión. Solo los débiles o los muy desgraciados me inspiran esos sentimientos y, ya sabemos, Conchita es una dueña. Mi dueña. Así que ni lo sueñes: no ha sido piadosamente, ha sido honestamente que te he dicho lo mucho que me gustás. Sí, también con arañitas de parto en el vientre y con ojeras. Ay, no puedo con vos, ya estoy riéndome de nuevo! Y por cierto, amor, vas a ponerte bien flaquita cuando estés conmigo, porque no tendrás tiempo ni de comer esas cosas horribles que tanto le gustan a caracola. Respecto a las ojeras, creo que no habrá solución posible, porque tampoco vas a dormir como debieras. No te dejaré en paz hasta que vos me agotes en mi deseo y en los muchos mimos que voy a reclamarte. También te haré muchas preguntas, porque quiero saberlo todo de mi dueña. Yo sueño con oír tu voz y ese cantito de española que tanto me enamora. Qué delicia conversar contigo, cansadísimas, desnudas y abrazadas! Quizá en algún momento me ponga compasiva y solo por el placer de verte dormir te dejaré descansar, digamos ya muy tarde en la madrugada, que es cuando tu princesa india normalmente se duerme. Sí, mi sol, voy a ser muy mala con vos! Y lo tendrás bien merecido: por todas las llamadas que ya nunca me hacés, por todas las insensateces que decís de vos misma y porque quiero recrear, en esos días, todos los días de mi vida en los que no te tuve, amor.

No tengo fotos de primera comunión (que nunca hice), ni de mi primera falda de señorita (porque yo solo usaba unos vaqueros roñosos) y llevé el pelo cortado como un recluta hasta bien entrada la adolescencia. No usé sostén hasta pasados los quince, cuando mis redondeces ya no se sujetaban ni podía disimularlas con una camiseta. Fue como ponerme una cincha, un arreo de caballos domados. Cuando tenía creo veinte años, ya ni me acuerdo bien, me rapé la cabeza a cero. Odiaba mi pelo, mis formas, y me vestía (como ahora) enteramente de negro, adelantándome en varias décadas a la sordidez de ciertas tribus urbanas.

Por eso no hay fotos. Pero adoro recibir las tuyas, Conchita mía.

Te quiero.

L.

 

Nueve horas después:

 

Caracola querida:

Hoy fui una camastrona. En lugar de atender a mis muchas obligaciones bibliotecarias me demoré espiando en Internet los reportajes de la ceremonia de la Fiesta Nacional, hace unos meses, cuando los reyes reciben a los Vips y a los nobles. Allí estaba mi Conchita! Elegantísima!

Cómo no me habías dicho que te codeabas con la realeza? Sos insoportable! Más que mirar, he capturado tus fotos con pasión de entomólogo y las he agrandado y estudiado en todos los detalles. Quiero decir en las tres fotos en las que apareces. Te sienta bien el traje largo, la chaquetita fruncida de perlas, el peinado alto. Y qué elegancia al hacer el
plongeon
ante la reina (he buscado en mi amigo Dic la palabra). Qué guacha tan divina que sos! Por qué no estuve ahí para abrazarte un poco mientras te vestías? Yo te habría ayudado, caracola, con los broches y las medias. Y te habría besado despacito, sin rozarte siquiera la blusa tan alba. Estaría zumbándote, revoloteando y haciendo un drama porque no puedo recordar dónde guardé tu pañuelo de mano, tu bolso, tus zapatos de vertiginoso tacón. Cómo podés caminar con esos taconazos? Ya me imagino que solo son para altos salones de palacios, no para transitar a diario por las humildes veredas de Madrid… Ves de todo cuanto te has perdido por esa terquedad de no contratarme como tu doncella de
chambre
? Ahora ya no hay nada que hacer, la ceremonia ya pasó, ya sufriste solita acomodando el vestido y las medias… Pero a vos te complace despreciarme una y otra vez. En fin… te seguirás vistiendo sola, Conchita. Yo haría de tu doncella mucho mejor que esa Eufemia a la que envidio porque te ve vestirte.

Ya ves que no me falta imaginación para contemplarte en tus vestidores. Me contarás cómo estuvo todo lo demás? En varias fotos salís Emilio y tú conversando con un caballero bajito y gordito, casi diría encantador. Quién es? Me habría gustado tanto estar ahí con vos! Y hasta me habría producido, para acompañarte, rulos perfectos,
manicure
, tacones, un gran escote y una nube de perfume Jean Patou’s Joy (no sé si es este el que usas, solo sé que existe y es carísimo). Y siendo que la ocasión fue tan solemne, hasta me habría maquillado los labios con un poco de
rouge
. Ves como yo también sé vestirme para la ocasión?

Te quiero.

L.

 

Un día después:

 

Lauri de mi alma:

Me pregunto: ¿Por qué no viniste antes, hace una eternidad? Y nos responderemos, todavía sin palabras: la eternidad empieza ahora, con nuestro encuentro. No hay en la vida más verdad que lo que nosotros construimos con nuestro amor; lo otro son leves certezas, vulgares comprobaciones, mapas, relojes, coincidencias torpes que inventamos para vestir a las almas, cegarlas, evitar que se encuentren y que se unan quemadas en una misma llama. Irás a preparar un zumo, a alcanzar la cestita de las ciruelas y las nueces, y yo, insaciable y juguetona, te atraparé en la cocina, contra la encimera, para que tú finjas una resistencia y luego te dejes hacer, con la conformidad de la madre que cede a los apremios de su niña que quiere mamar nuevamente, insaciable, de sus lolas. Te diré: tengo derecho, ¿no? Y tú dirás, severa, pero rendida, lo que no tienes es vergüenza. Luego, otra vez en la cama, entre susurros y sudores, te diré no quiero hacer nada sin ti, ni comer, ni dormir, ni ducharme… nada. Melibea soy y a Melibea amo. Será como estar en nuestra casa de adobe, escuchando el rumor del mar, al atardecer, respirando el aire yodado a pleno pulmón, vivificante, mirando pasar los pájaros migrantes que vienen de África y van no se sabe dónde. Nos contaremos secretitos al oído… evocaciones, susurros, antes de quedar amodorradas, sin más mundo que el nuestro. Con eso sueño, amor.

C.

PD: Lo de la recepción real. ¿A quién le importa ese incordio? La tengo tan olvidada. Lo único verdadero eres tú, que me permites escapar de esta cárcel dorada.

 

Dos horas después:

 

Conchita:

He leído tu carta: cómo podés ser tan divina! Te llevo en mí, tan íntima y guardada como una hija en mi seno. Te amo!

L.

 

Una hora después:

 

Caracola:

Ahora te escribo desde la biblio, vulnerando las leyes del Estado que prohíben dedicarse a menesteres ajenos a la labor contratada.

Y vulnerando mis propias orgullosas leyes.

Yo no siempre te entiendo, Conchita. Yo te pediría una cosa: no me digas amor si no es amor. Ni me quieras cerca, cuando me querés lejos. No te estoy cuestionando. No te reclamo nada. No imaginé siquiera que te sentirías responsable de algo. Pero, si estás, estás. Y, si no, juguemos a ver pasar el río. Incluso eso me gustará con vos. Pero no lo llamemos de otro modo: será tan solo ver el río.

Por eso es que pensé que lo mejor sería empezar de nuevo, pero en otros términos. Jugar a los amigos, sin pasarela, sin pasiones, sin sueños de Mitilene. Lo que me pareció sería a lo que vos aspirabas de este vínculo nuestro. Vos me entendés ahora, Conchita?

Yo nunca habría esperado lo que vino en tus últimas cartas. Quizá, si logro reponerme, si alcanzo a tomar aire ahora, te diría que cada vez me asusta y me enloquece más tu loco amor y mi locura.

No sé por dónde empezar. Yo no puedo contigo! Siento que de algún modo mi voluntad, mi amor y mis deseos se doblegan ante otros más poderosos. Los tuyos, caracola. Leo tus últimas y me estremece tu intensidad, tu pasión. Me pregunto también por qué no estás aquí conmigo. Me duele, me enoja, me entristece este deseo de vos, de tu presencia. Este sentirse vulnerable y perder mi preciado desapego. Me impacienta esto de sentirme impotente. De sentirme feliz y desdichada. Me asusta no entender, no sé, qué está pasando. Conchita mía, qué está pasando? Ardo a todas horas, donde quiera que esté, si pienso en ti. Intento no pensar en ti demasiado, pero sin previo aviso empiezo a irme, es algo raro, caracola. Solo lo encuentro parecido a meditar, pero tampoco es eso. Algo me invade, atraviesa todos mis espacios, mis menudos quehaceres y esperas cotidianas. De pronto estoy aquí pero no estoy del todo. Escucho apenas lo que sea que otros me dicen. Sé que no estoy, me fui a buscarte. Entonces alguien pregunta: te sentís bien, Lauri? Es que estás en la luna? En dónde andás?

Hoy una amiga me decía: «Hey, aquí planeta Tierra, New York, Brooklyn…». Y yo le respondí: «Sí, aquí Mitilene siglo VII a. C.!».

Me miró como quien ve a un marciano!

También me olvido de muchas cosas en estos días. Y a veces se generan caos administrativos, porque yo no sé bien qué es lo que estoy haciendo, lo empiezo a hacer y me olvido. Pierdo papeles que guardé hace un momento. Llamo a alguien por teléfono y empiezo a hablar bobadas por ganar tiempo y ver si me acuerdo de por qué recórcholis llamé. Ya todos empiezan a disfrutar riéndose de mis olvidos. Menos yo, que empiezo a preocuparme. Mis mejores amigos me han dejado: no puedo leer ni tan siquiera un libro nuevo que llegó a la biblio y que me interesaba mucho. Es uno de delfines. No he podido salir del prólogo (creo que te comenté, te acordás?).

Me pregunto a menudo qué clase de energía es esta que no me deja opciones de lucidez. No soy quien era. Y quién soy ahora? Será verdad que apenas soy el sueño de la otra… del mismo modo en que es un sueño este Mitilene, mi hogar y el tuyo?

Tendrás que perdonar mis confusiones: yo quería responderte siguiendo un orden. Por aquello de mantener una conversación coherente o al menos inteligible. Pero no voy a sacar comas de lo que ya puse. Para qué? A fin de cuentas, si yo no entiendo lo que digo, menos me entenderás vos… Empezaré de nuevo: te decía que te amo.

Laura.

 

Veinte minutos después:

 

Lauri querida:

Me cuentas tus olvidos, que tienes la mente en otra parte. Déjame decirte algo: yo también. Yo todo el día hago cosas, pero siempre las hago pensando en ti, y por eso, a veces, las hago mal. Las sirvientas me encuentran rara y menos meticona que de costumbre. Fidelia, la cocinera, me pide instrucciones sobre qué preparar para el día siguiente, y yo le digo, cualquier cosa que se te ocurra. Eufemia olvida cambiar las toallas y lo hago yo misma sin rechistar.

O sea, yo también ando distraída, a veces como si habitara una nube. Soy feliz en tu amor y con tu amor. No te quiero decir más palabras de amor que las que espontáneamente me brotan de lo más hondo. Te quiero y me gustaría estar ahora en ti, lamerte, penetrarte con mis dedos, mojarte, provocarte un espasmo de placer que te dejara desmadejada y alelada todo el día, que te lo notaran bien en el trabajo y se preguntaran: ¿qué le pasó hoy a Lauri que viene como un zombi? Que te sintieras atropellada por el amor, que no te dejara un hueso sano, moratones en el trasero de mis mordisquitos y escoceduras en los labios (mayores y menores) y en los pezoncitos de rosa, las escoriaciones placenteras del gozo.

Te quiero amor distante que sin embargo siempre está a mi lado.

Un beso, largo, cálido, tierno y húmedo. ¿Te gustan con lengua?

C.

 

Seis horas después:

 

Concha querida:

Y qué lindo, caracola, que vos también andes como despistada! En esto se conoce que de verdad somos bien compañeras. Porque, a ver, sería una cosa muy injusta que solamente yo camine por la vida como un Bambi en el bosque, si mi Conchita sigue mostrando lucideces. No?

Hoy te esperé en Mitilene. Tomé un baño en mi tina con flores de lavanda y hojas de menta. Lavé el cabello. Lo sequé pacientemente al sol de la tarde hasta que tuvo el brillo que deseaba. Me perfumé los pechos y el pelo ensortijado y rubio más abajo. Ajusté mi túnica turquesa con una cinta blanca en la cintura y bajo el pecho. Alisé los pliegues uno a uno. Después froté los brazos y el cuello con aceite perfumado y me senté a esperar.

Pasó la sombra bajo los cipreses. Y vi ponerse el sol sobre las aguas. Un instante crepuscular de nubes bajas, con lilas, con azules. Después la noche. Las estrellas cada vez más cerca.

El camino sin luna. Y caracola?

Rebuscando en mi arcón encontré el espejito de obsidiana. Recé a la Dama Negra. Madre, dónde está ella que no llega? Pero esta vez Ella no quiso hablarme. Solo un reflejo de ojos tristes en la tersura de mi
yantra
mágica. No obstante, le he pedido que te cuide. Y que sus criaturas de la noche te resguarden. A todos di las gracias: al sol, al mar, la noche inmensa y sola. A Ella, que también tanto te ama. Y a esta dulce angustia de esperarte, porque hace que remonten mis deseos y acopia besos como levaduras.

Hoy dejaré la lámpara encendida. No está mi luz, pero vendrá con el día nuevo. Seguro me despierte envuelta en ese abrazo tibio. Ella ya sabe que soy muy dormilona y dejará que duerma hasta bien tarde.

Quizá otro día te gustará contarme lo que siguió después.

Ya son casi las cuatro y hace frío. Buenas noches, caracola.

Laura.

 

Diez minutos después:

 

Lauri querida:

Acudí a tu lado. Entré en la casa silenciosa, una casa sin puertas a la que nadie puede llegar, solo nosotras. Recorrí despacio la primera estancia, demorando llegar a tu alcoba, solo sintiendo que aquel aire te había acariciado en tus quehaceres del día. En la alcoba ardía apenas una lamparita de aceite, cerca del lecho, en la que mojo los dedos para aplicarte aceite templado en la parte más íntima, demorándome en la perlita, cuando voy a penetrarte. (Te recuerdo que todavía no te he penetrado, solo acaricié con mi lengua la perlita hasta que te desbocaste). Tampoco esta noche lo haré. Te dejo dormir. Me siento junto a tu cabecera y te contemplo amorosamente a la vacilante llama del candil. Felices sueños, amor.

C.

 

Un día después:

 

Lauri bonita:

¡Qué día! Desayuné temprano y Raimundo me llevó al club de golf de La Moraleja que está al otro lado del mundo, cruzando Madrid, donde habíamos quedado citadas Montse y yo para unirnos a las otras directivas del comité en un desayuno y conferencia sobre el Rastrillo del año que viene. No me extenderé sobre ello, porque es otro de los muchos quebraderos de cabeza en los que ando metida. Allí nos juntamos, además de Montse López de Vinuesa (mi mejor amiga), Quica Carceller, Nina Bascarán, que es duquesa del Soto, dueña de media Guadalajara, y Lara Gómez-Spencer (faltaron otras dos), y de todo hablamos menos de lo que habíamos ido a hablar. Eso era previsible, y bien podría haberme excusado, porque siempre pasa lo mismo, pero intento imponerme cierta disciplina.

Antes de la hora del aperitivo nos impusimos disputar un partido de tenis con dobles parejas, pero después de unos cuantos sets me sentí cansada y cedí mi puesto a uno de los jóvenes entrenadores, un chico bronceado y musculoso que hace ojitos a la Bascarán, y después de ducharme, me reintegré en mi acostumbrada atalaya de la terraza cubierta donde hay un buen fuego de chimenea y se está al abrigo, calentita. Solo pensaba en ti, en cómo me gustaría tenerte a mi lado, allí, detrás de los cristales, confortable, mientras contemplamos las nieves de Navacerrada y meditamos sobre la vaciedad de esta vida tan ajena a la nuestra, a la verdadera, a la de Mitilene. Me sacó de las meditaciones una llamada de Vicky invitándose a comer el domingo que viene. Esta hija mía se ha desprendido por completo del nido, pero a veces cree que no sabremos vivir sin ella y se impone el regreso para una comida familiar. Delante de ella, Emilio y yo fingimos ser una pareja bien avenida, aunque tonta del todo no es y sospecha.

Bueno, regresaron las deportistas ya duchadas y maquilladas como puertas y almorzamos salmón con salsa de caviar al eneldo, una de esas rarezas, y a la hora del café nos entregamos al consabido destace de una de las ausentes. Mara Dalmau al parecer está enganchada a los dildos (aquí los llamamos consoladores) y tiene toda una colección de ellos de variadas texturas, formas, tamaños y vibraciones. Se la mostró a Quica Carceller en un momento de debilidad y confidencia (en buenas manos fue a poner su secreto). No sé qué opinas del uso de estos adminículos. Yo tengo uno que compré hace un par de años y lo uso con cierta frecuencia, más que por necesidad porque me relaja. Ayer, por ejemplo, me relajé con él a la vuelta del club. Se llama Frank.

Nuevos besos sobre tus ojos, más demorados ahora, aunque no te los avives con kohol. También una caricia en el cuello, por atrás, apenas con la punta de los dedos, remontando, con la debida lentitud, hacia la zona donde empieza a nacer el pelo, hurgando esa pelusilla límite de la nuca, antes de recorrerla con muchos besos quedos, más de cien, casi sin despegar los labios.

¿No sientes un hormigueo en el corazón?

Concha.

 

Una hora después:

 

Muy señora mía:

Qué devastadora jornada de tenis y cotorras tuvo la señora marquesa! Y luego un partido de tenis dobles, con ese chico bronceado y musculoso que entrena y quién sabe cuántas cosas más a tu amiga. Seguro que no intenta entrenarte a ti también? A esos tipos me los conozco, porque yo también, hace años, pertenecí a un club de tenis y había un par de instructores que instruían muy bien a las socias necesitadas. Uno de ellos lo intentó conmigo y le tuve que explicar que yo todavía podía picar un poquito más alto. Bueno, es una aburrida historia. Dejé el tenis que me parecía cansado y tedioso y me quitaba tiempo para mis aficiones metafísicas.

Hoy ha sido un día muy, muy frío, por estas latitudes. Nevó anoche y esta mañana estaba la gente quitando la nieve a paladas para abrirse un caminito delante de las puertas, solo te digo eso. En la biblioteca tuvimos fiesta por la comunidad griega. Yo no sé allá en la «madre patria», pero aquí tenemos algunos días festivos (que en esto demostramos los americanos nuestra bien fundada civilidad).

Tus besos y tus caricias, cuánta sabiduría misteriosa para encenderme, amor.

L.

 

Tres horas después:

 

Querida Concha:

Veo que hoy no hubo carta para mí. Tendré que seguir monologando.

 

Nueve horas después:

 

Hoy me tocó a mí abrir con insistencia el buzón del correo.

Y tampoco nada, nadita… Snif!

No estarás enredada con ese amiguito tuyo, Frank, y me habrás olvidado?

Laura.

 

Seis horas después:

 

No me ha sorprendido que tengas ese amiguito, Frank. Yo también, en otro tiempo, tuve uno parecido del que finalmente me tuve que divorciar porque el caucho me irritaba la sensible piel de ya sabes. Así que, sobre el empleo de un Frank, qué me dirías que no pueda imaginar? Harías un párrafo, entera y exclusivamente para mí, en donde me contaras algo más de tus experiencias con ese Frank?

Es un capricho. Una curiosidad bien inocente. No te parece? (Ya sé que no!). Pero tampoco soy perversa, no te creas. Cuando era chica y en las películas llegaba el tiempo lento del beso, mi madre me decía: «Laura, a jugar a otro lado!». Ya ves que este es un pedido casi terapéutico, por sanar aquel terrible trauma de mi infancia. Me gusta que te rías, caracola. Aunque sea de mí.

Esta mañana, en la biblio curioseé un libro de láminas que se titula
Iberia
. Como ves, anticipo los lugares en los que quizá algún día vagaremos juntas. Conoces un monasterio, cerca de Lisboa, llamado Alcobaca? La cocina, ché que monada. Esa enorme chimenea sostenida con columnas de hierro. Ya estoy añorando la vieja Europa como te añoro a ti

Hasta pronto, amiga. Sí, también siento hormiguitas allá. Especialmente cuando contemplo estas fotos nuevas. Es tuyo el yate? Qué lujo! Quiénes son todas esas viejas beldades recauchutadas que lucen en bikini sus carnes colgonas? Cómo podés soportar esas compañías? Escapad de todo eso, guachita mía!

Dos besos, cada uno en la mejilla, lentos, aspirando a un tiempo tu piel, sintiendo el pelo rebelde cosquillearme la frente, como en la foto del tendedero. Para cuándo más fotos?

Laura.

 

Un día después:

 

Querida princesa Pocahontas:

Tu carta. Veo que te han gustado mis fotos (aunque no tanto mis compañías). Yo, en cambio, no recibo fotos tuyas. Y en cada carta las espero, como un regalo, con la misma ilusión con que siendo niña aguardaba la llegada de los Reyes Magos, con el corazón palpitante. Aún no te he visto de cuerpo entero, no sé si eres menuda o membruda. No será determinante que lo seas. Ya no te juzgo por tu cuerpo, sé que eres atractiva y me atrae que lo seas, pero después de nuestras cartas y de nuestra mitigada apertura de corazones, ya estoy más prendida de ti por tus palabras.

Así que te ha gustado la cocina de Alcobaça (se escribe con cedilla). Visité el monasterio hace unos cuantos años y también me prendió a mí… ya ves, almas hermanas.

Digo cocina y me ruge la tripita. Llevo dos días a dieta, a ver si rebajo los excesos navideños, pero con tanta cena social es imposible. Anoche con los duques de Ágreda, toda la charla sobre las perdices de su finca que crían en gallineros. ¡Qué vaciedad de vida!

¿Cuándo nos encontraremos, amor? Dijiste que habías decidido viajar al viejo mundo. ¿Sigue en pie ese proyecto? Podríamos vernos aquí o en cualquier otro lugar. No quiero apresurar las cosas, pero tampoco demorarlas…. Fluyamos como la vida, con la vida. Dejémonos ganar por la vida, como las aves que emigran, como las truchas que inconscientes remontan los ríos para desovar para que sigan funcionando las estrellas y la mecánica del universo no se interrumpa. Por el amor que hace girar el mundo y lo mantiene.

Bueno. Si tú gustas…

Volviendo al monasterio de Alcobaça (es difícil salir de él, cuando se entra contigo), me encantará que recorramos juntas la nave principal toda piedra blanca, auténtica, sin bancos, confesonarios, retablos ni otros artilugios que distraigan del severo gótico primigenio, allá te mostraré el sepulcro de mármol de doña Inés de Castro, a la que un rey asesinó para apartarla de su hijo, y cuando el hijo heredó el trono, hizo desenterrar el cadáver momificado, lo puso a su lado y obligó a los cortesanos que antes la odiaban a que desfilaran ante ella y le besaran la mano. Bueno, la historia es cierta, pero lo del besamanos, probablemente, leyenda, pero este extremo te lo ocultaré entonces para que te horrorices más contemplando la bella efigie de mármol (que por cierto tiene la nariz rota, ¡los revolucionarios iconoclastas!).

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