Mujer sobre mujer (12 page)

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Authors: Carmela Ribó

No me hagas mucho caso. Estoy dejando fluir mis sentimientos y no tienen por qué ser lógicos, ni siquiera inteligibles.

C.

 

Un día después:

 

Princesa bonita:

Esta mañana, temprano, ya estaba en pie, como cada día, volando al ordenador a ver si había algún correo tuyo. Es mi despertar cotidiano…. Me alimento de ti, de tus palabras, de tus sentimientos, brujita, ¿lo sabes?

No te imaginas la sed de ti que me arrebata. No tengo suficiente con esas pudibundas fotos que me has enviado… quiero entrar en ti, poseerte, comerte, beberte, hacerte carne y sangre de este cuerpo, robarte la energía, vampirizarte, hacerte más yo que tú, soy, Lauri de mi alma, tierra seca que anhela ese rocío que tú me administras tan cicateramente, ¿cuándo vas a entregarte por entero? Te quiero, estoy loca por ti y te quiero.

¿Mis fornicios? No recuerdo cuándo lo hice por última vez. De veras que no me acuerdo. Con Emilio hace tiempo que tengo una relación más fraternal que otra cosa. A esta edad no es un secreto que los hombres (y algunas mujeres) regresamos a los trabajos manuales de nuestro despertar adolescente. Te lo digo en serio. No es por apagar tus posibles celos. Hago mis ritos con mi princesa amada lejana y ausente, y eso me contenta. No añoro hacerlo con otras. Cada día, o casi, me solazo contigo frente a la pantalla del ordenador, en el que, por cierto, sigue faltándome la visión de ese pezón que ayer me prometías (no olvidaré la promesa, te lo advierto) y que hoy me escamoteas. ¿Ves como eres mala y perversa? ¿Por qué me castigas si te quiero tanto? Y, además, llamas seno a la teta sublime, a la ubre maravillosa, ¡qué manera de rebajarla! Seno me suena a fregadero o pileta de cocina: dos senos, uno para enjabonar y otro para aclarar (aunque yo, modernísima, uso lavavajillas).

Tú me arrebatas y me haces sentir pulsiones sexuales que hace tiempo tenía olvidadas, incluso mucho antes de aparecer tú en mi vida para poner patas arriba mis sentimientos, mis hormonas, mi ser.

C.

 

Diez horas después:

 

Caracola:

Son las dos y veinte de una tarde muy fría. Te contaré el ritual de cada «mañana». Despierto, aún no abro los ojos (casi nunca quiero volver de ese mundo encantado) y digo la primera oración del día: pido el más grande amor y la mayor integridad para mí y para todos los involucrados en este día. Que así sea. Entonces te busco en tu retrato, tu sonrisa es lo primero que veo y doy los buenos días a mi dueña. Después viene una ducha tibia y eterna (es el único modo de despertarme) y, mientras tomo el desayuno (hoy macedonia de frutas), enciendo mi Sofía solo para encontrarte. Qué delicia tus cartas! Qué agonía las pocas veces en que no las he encontrado, esperándome. Yo también vivo de tu amor y de tu propia esencia. Y no te creas, Concha de Madrid, no soy el último milagro: soy el primero de muchos que vendrán a tu vida. No me creés? Mmm… cuánto descreimiento… No importa: más grande y más fingidamente modesta será mi sonrisa triunfal cuando por fin los veas!

Estoy escuchando a Ahmed Taoud, marroquí. Te gustará, seguro… Creo que ya te dije, pero a mí no me gustan mucho los festejos. Todos tienen un fondo de tristeza que no puedo evitar. Algo me apena en esas expresiones de alegría, un dejo falso que resuena como un acorde grave. Quizá te parezca algo extraño, pero es lo que siempre he sentido. Creo que Borges lo expresó mejor cuando escribió acerca de la alegría de las gentes sencillas. El brindis que hicimos en Nochevieja tuvo para mí la gracia y excelsitud de un festejo divino. Algo tan simple como cruzar las copas, solas y enamoradas, eso es alegría. Soy una mujer un poco tímida, caracola, y aunque también soy ciertamente una princesa (la tuya), no me van bien las rimbombancias. Prefiero la dulzura de un acto íntimo y sereno. Tengamos sueños, caracola. Al contrario a lo que todo el mundo cree, ellos nos atan fuertemente a la Tierra y a su destino de ser vida vivida, aun cuando ahora solo sean una potencialidad. Embriones imaginarios. Cuento los días, los meses tan alargados hasta que pueda verte (ya solo cuatro… qué lentos pasan!). También tengo una lista de cosas pendientes y necesarias. No te creas, a veces yo también puedo ser un poco coqueta y previsora. Por ejemplo, tengo una cita con el dentista, porque hay una hermosura de porcelana que se está oscureciendo. Y es hora de ver a mi ginecóloga para un chequeo de rutina, que vengo posponiendo porque no me gustan los doctores.

Sigo con mis incoherencias discursivas. Alguna vez preguntaste si salía de copas con amigos. Te contaré que yo tengo bien pocos amigos. Amigas, debería aclarar. Con los varones, si por asomo empieza de ese modo, termina siendo de otra forma. Tengo, sí, mucha gente que me rodea y para quienes soy su amiga, pero yo no me entrego: los tengo en la categoría de compañeros o colegas más o menos queribles.

Y no, no voy de copas. Ya sabés que no bebo y no me siento a gusto en fiestas muy concurridas. Tampoco disfruto mucho esas reuniones ya más íntimas en donde siempre algún desubicado propone hacer barbacoa en el jardín. Suelo ir, no obstante, si me invitan. Llevo unos morrones (paprikas?) que relleno con queso, cebollas picadas y un poquito de orégano. Después se envuelven en papel de aluminio, y allí está mi soberbio asado vegetariano! Igual compro bastantes, porque a los carnívoros también les apetecen mis bocaditos de remilgosa. Quizá ya los habrás probado. Yo no sé qué tan distinta será nuestra comida criolla de la española (de la gringa ni hablo). Una cosa es segura: por aquí los mariscos y otros frutos del mar son algo medio de excepción.

A Dios gracias! Que estos tampoco me gustan.

Bueno, te decía que no voy a muchas reuniones porque me cohíben y desagradan las multitudes. Y, por cierto, más de cinco o seis amigos es inaceptable presencia multitudinaria para mí. Prefiero las veladas más íntimas, con amigos selectos y entrañables, en donde pueda sentirme como en casa. Y conversar después, de sobremesa, de los temas más peregrinos que se nos ocurran.

A veces voy a algún boliche con mis compañeras. Tenemos un bar muy especial a menos de dos cuadras de la biblio. Escuchá el nombre, Conchita: se llama
The Cricket
y tiene pintado un grillo en la tableta. Ellas toman cerveza y whisky y comen muchas cosas saladas y grasientas con las bebidas. Yo me pido una grapa con miel y con limón, y le voy dando largas a mi copa. Me gusta el calorcito que despierta en el alma y las ganas de ser más comunicativa y proclive a recitar versos para conmemorar los brindis. Mis grapas son literarias, podría decirse. Y son también amigas de serenatas y de poemas recitados en su totalidad, para gusto de las etílicas amigas y los sorprendidos comensales cercanos. Sin embargo, ninguno de estos festejos es con exceso. A lo sumo, una vez en cada estación. A veces, menos.

Hace años que sueño con pasar las fiestas en una playa del sur, apartada del ruido y del bullicio tan agobiante… Pero nunca lo hice. Quién sabe, amor, algún día quizá podremos festejar juntas y apartadas del mundo en nuestro Mitilene de ensueños. Estás de acuerdo? Y comeremos uvas, sí, pero no las contaremos, como tampoco contaremos los besos ni las caricias. Nosotras instauramos un tiempo fuera del tiempo de los hombres. El único real del mundo: el nuestro. Te amo, Concha de mis desvelos!

L.

 

Un día después:

 

Hola, princesa:

Media tarde, ya de noche, con un viento helador en la calle, y eso que todavía no ha llegado la ola de frío siberiano que anuncian los telediarios. También, en muchos entreactos, pensando en mi pobre Lauri, que hoy ha regresado a la faena después de un asueto más laborioso que descansado. Mi pobre amor, tan pequeña y otra vez en lucha por la vida. Te imagino en la biblioteca, atendiendo a los lectores, mirando fichas, buscando algún libro. La mesa donde estás, ¿es cerrada por abajo o abierta, tipo pupitre? Porque, si fuera cerrada, quizá cupiera yo acuclillada o arrodillada y en los momentos en que no estés atendiendo a alguien podría meterte una mano bajo la falda. Para esto sería conveniente que llevaras falda, y mejor aún si no llevaras otros impedimentos. Al principio quizá apretarías los muslos, un poco violenta, temiendo que los lectores te notaran azorada, pero luego, mirando bajo la mesa, verías que te hago gestos de calma, déjate ir, y quizá te relajaras y aflojaras un poco los muslos para facilitar el progreso de mi mano exploradora. No sería mucho lo que te hiciera, solamente llegarte al monte de venus y hurgarte un poco en su crespa cabellera con más ternura que apremio, y después, bajando la cota, exploraría tus escarpes hasta encontrar el plieguecito carnoso que la cierra. Sería fácil entonces separar un batiente del otro, dejar al descubierto la tibia hendidura rosada y concentrarme en el repaso del códice purpúreo (ese librito de cuatro páginas carnosas que tenemos las mujeres). Hummm!, ese dintel, más adorado que la Kaaba, tu perlita redonda y tímida, chiquita al principio, luego más tersa y valentona cuando reconociera mis caricias. La recorrería suave una y otra vez, hasta que tú, con un suave quejido, te distendieras, te desparramaras en el sillón, te abandonaras y dejases fluir el líquido sobre mi dedo ansioso que te entraría como un émbolo suave y tierno.

Eso sueño en estos ratos de no soñar nada, sino de pensar en ti y trazar nuevamente el mapa de nuestro encuentro para encontrarle nuevos lugares y estaciones. Te quiero siempre.

C.

 

Un día después:

 

Concha de mi alma:

Caracola: todavía no me he repuesto de la escena del pupitre. Impúdica! Cómo se te ocurre masturbarme en la biblioteca? No te he contado ya que no soy silenciosa con mis gozos? No podrá ser. Tendrás que pensar en otras geografías…

Te adoro, Concha! Y te beso, dueña de mi vida. Mucho, mucho… Ay, que ya no podré volver a mi puestecito en la biblio sin sentirme asaltada por tu solicitud bajo el tablero! Qué diabla sos! Cómo me desconcertás en tus avances. Y me gusta, me gusta mucho, caracola, me hace sentir alitas de mariposa por el vientre…

Tanto como tus apetitos me perturban tus nuevas fotos… esos estudios en blanco y negro, esa tersura de piel bajo la luz marfileña de los focos. Qué joven y guapa estás! Cuánto tenés en ellas? Dieciocho años? Qué tersura y qué belleza! Debiste encandilar a los hombres y a las mujeres como me encandilás a mí, aunque yo te prefiero ahora, menos joven, con esa remansada belleza que te dieron los años.

Me gustás como sos: tu piel blanquita (no olvidemos que soy una india americana), y me gusta especialmente tu voz que egoístamente la dueña me escatima… Ay, soy una santa! Una santa! Y te adoro, Concha de mi alma.

En Madrid llueve y hace frío…? Frío el nuestro, con medio metro de nieve! Quién pudiera estar con vos, bajo la misma manta, Conchita!

Estoy enojada. Es cierto, estoy enojada, tristísima: con vos, porque estás siempre lejos, conmigo, porque ya no pienso con claridad, no hago otra cosa que vivir pendiente de tu vida, tus cartas. Es una sumisión que ya no me sorprende, pero igual me perturba, me enoja, me hace sentir a tu merced y a merced de cualquier otra cosa y persona de este mundo, menos de mis deseos y mi propio albedrío. Ya no soy yo ni vivo para mí, todo mi ser está desdibujado, estirado en un límite de agonía hacia tu propia vida, caracola. Y cuando vos no estás ni siquiera en tus cartas, me invade esta tristeza, una sensación angustiosa de despropósito, de frustración…

Yo te deseo a todas horas, mi dueña. Y me duele este vacío, me duelen mis noches de desvelo por el frío, por esta sed de abrazarte y no tenerte nunca más que en mis sueños. Miro tu foto en mi mesita de noche y estás ahí sonriéndome, esa mirada dulce, esa boca que me enamora y me excita si la contemplo más de la cuenta… Me duele, Concha. Me duele no tenerte.

Y también soy ansiosa y caprichosa, me desesperan los trabajos y la espera infinita antes de estar con vos. Yo te quiero ahora, te deseo ahora, ahora. Con egoísmo, avariciosa y mala, te quiero para mí! Y me muero de celos por las cosas más ridículas que se te ocurran: cualquiera habla con caracola y oye tu voz, esas amigas del Rastrillo, esas comadres de la partida de bridge, tus criadas, esas señoras encopetadas que te invitan a cenar o a las que invitas, tanta gente que socialmente se relaciona con vos y te besa, te abraza, tu marido, que, cuando quiere (más a menudo de lo que me dices, estoy segura), cruza el pasillo hasta tu alcoba, cualquier anónimo muchachito que te sirve el desayuno en una cafetería, una amiga que llega sin anunciarse y pasa la tarde de paseo con mi dueña, tus socias que te invitan a casa, un modisto que te llama al celu, que hace cita y conversa con vos…

Y yo? Por qué yo vivo estas angustias, en qué soy menos? Amor mío, si yo fuera a contarte todas mis envidias, pensarías que no estoy bien del coco… Apenas me contentan los rituales en los que obligadamente te imagino, te convoco con mis hechicerías, te hago piel de mis sueños para tocarte con mi piel. Algunas veces pienso si no estaré perdiendo la cordura… Mi vida es un delirio, un soñar, un desear, un encenderme solo para mis manos, y no me alcanza, no alcanzará hasta que por fin te tenga y pueda oírte respirar, oír tu voz, caracola, diciendo cualquier cosa, pero hablándome a mí…

Ya ni siquiera tengo tus mensajes en el celu, porque se me han borrado, y aunque todo cuanto dijiste está guardado en mi memoria, yo quiero que me llames, quiero que vengas a Brooklyn, quiero que duermas en mi cama, en mi alcoba que rebosa de vos, de tus fotos, mis ceremonias con caracola y este olor agobiante de jazmines… Antes de conocerte, mi soledad era una dulce compañía. Ahora es esta angustia, este no poder ser sin tu presencia. Qué voy a hacer con vos, Conchita? Yo solo sé que te quiero y te deseo más que a nadie. Mi corazón te eligió, porque solo con mi corazón te he conocido. En esto sé que es amor verdadero. Te quiero, Concha. A veces, como hoy, con tanta angustia de quererte. Me duele respirar. Me duele este deseo. Dónde estarás, amor? Tan ocupada, ajena a mí… No existe una dueña más cruel que mi Conchita, pero te amo. Te amo. Te amo, Concha de Madrid!

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