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Authors: Carmela Ribó

Mujer sobre mujer (31 page)

Desde entonces (esto fue el año pasado en el verano) ya todos me hacen bromas y, cuando la ven venir, me avisan: «Disimulá tus siberianos que viene el lobo…». Entonces yo me arropo y ajusto mi chaqueta. Por las dudas.

Ya no te debo nada (excepto algunos besos y otras cosas que he prometido y esperan pacientemente su hora).

Ya lo sé, Conchita, no era una de 120. Seguro me equivoqué con lo del cero. Pero no ha sido culpa mía. La culpa es siempre de los números! Te amo, Concha. Con mis perros siberianos dormidos pero atentos y con muchas ganas de jugar con vos!

Mua.

Laura.

 

Tres horas después:

 

Princesa bonita:

Te quiero por ser quien eres, como eres, por tus virtudes y por tus defectos, por tu todo ser, pero en el rinconcito más íntimo de mi corazón de hembra depredadora agradezco a la Diosa Madre porque te haya dotado de dos buenas lolas a su imagen y semejanza (venus de Willendorf y sus compañeras). ¿Con pezoncitos de guisante o de aceituna? ¿Y cómo todavía no se te ha ocurrido enviarme una foto donde las pueda contemplar para ensanchar mi corazón? Me haría mucho bien cuando me entrego a esos placeres solitarios en los que tú, tan distante y tan cercana, me acompañas. ¿Me harás ese gran regalo?

Me despido ahora. Debo bajar a ver cómo llevan la comida. Hoy tenemos invitados, un aburrido ejecutivo de Construcciones y Contratas y la bruna de su mujer. Por la tarde, a la pelu y a la manicura y a comprar un marco de plata para la foto de Emilio con el rey. Y el resto del día con el jardinero, dando instrucciones. Estamos preparando la primavera. La rosaleda estará espléndida. Dentro de un mes o poco más toda la casa invadida de rosas.

Me vuelve a la memoria mi pobre princesa acosada por una lesbiana. Quizá te perdiste algo por no darle entrada.

Un beso largo, cálido y lingual, con mis manos en las lolas, todavía sobre el vestido.

C.

 

Unas horas después:

 

Conchita:

Son más de las dos de la madrugada. Pero me he quedado como siempre leyendo. Vagarosamente y como sin ganas, pero leyendo al fin.

Ahora me pongo a la Sofi para escribirte unas letritas. Tenemos una temperatura deliciosa para la estación, once grados, y tu princesa escribe con el pelo recogido en un moño mientras actúa el baño de crema para el pelo (me he bañado en bañera, voluptuosamente, después de siete u ocho años que no lo hacía, ay, me estás pervirtiendo). Acabo de notar que andamos muy sincronizadas en nuestras coqueterías. Mmm… conque peluquería y manicura. Cómo me gustaría acariciarte ahora. Te dejaría muy lustrosa de tantos besos, como si fueras mi cachorrita gatuna.

Sueño contigo tanto. Cuando estemos juntas, seguiré soñando, lo sé. No me despiertes, amor, cuando vos te levantes. Yo iré después, a eso de las once, a molestarte un poco buscando interrumpirte, buscando besos y abrazos. También te llevo un almuerzo de aceitunas con cerezas y trocitos de queso. Nada de cocidos con habas y esas cosas que dan tanto trabajo! Te pondrás muy esbelta cuando estés conmigo. Y yo también, que buena falta me hace. El ejercicio, digo… Me pondré muy hermosa, de seguro. Y por cierto, no he olvidado tu pregunta acerca de mis cimas. Las aréolas son extendidas como son extensas las lomas, pero los pezones son casi inexistentes. Habrá que amarlos mucho para que se dejen de tantos pudores y se vuelvan bebibles. No mucho tampoco, son unos garbancitos. Te gustó mi almuerzo vegetariano de hoy?

Dejo la carta aquí, se me cierran los ojos. Mañana más.

Quizá ya estés despierta. Si es así: Buenos días, mi amor. Estoy aquí.

Te estoy amando.

Pasemos al tema del jardín japonés.

Ciertamente, no me he perdido de nada con aquella geisha.

Tampoco creas que no he sido avisada con anterioridad.

Ya mis amigas han opinado algo por el estilo. Sobre todo cuando comenzaron a notar el éxito que tengo entre las féminas.

Ahora pasemos a cosas menos eróticas. Tus cartas suelen ser más extensas que las mías, es verdad. Pero es que tú tienes más tiempo, aunque te abrume tener que disponer de tanto servicio que en lugar de quitarte trabajo te lo da. Para compensar estas pobrezas mías, yo te he escrito dos, tres y a veces hasta más cartas seguidas. Si te escribiera más, ya no podrías regir tu casa y tus días se pasarían como los míos, leyéndome (leyéndote).

No tendrás queja, supongo. Te dejo un beso, amiga.

Mua.

Laura.

 

Cinco horas después:

 

Princesa:

Hoy tocaba café en casa de Mara Leghart. Mientras mis amigas, las cotorras, cotorreaban, yo me evado en el pensamiento y vuelo transoceánica a tu lado.

Añoro a esa lejana desconocida que ha encendido brasas vivas en un corazón que ya solo albergaba cenizas. Aunque todo fuera un espejismo, aunque en realidad te estuvieras burlando de mí, habría valido la pena tanta felicidad como me has dado. ¿Me seguirás queriendo? A esta hora duermes quizá en la alcoba que hay junto a la ventana, tras de la cual se extienden los jardines pensiles de Babilonia. Si pudiera alcanzarte en un vuelo, contemplar tu sueño, acercar mi rostro al tuyo para aspirar el aire que respiras, desmenuzar tus bucles entre mis dedos, acariciar levemente tu hombro cálido, quizá me atrevería a besarte apenas los labios cuidando de no despertarte. A continuación buscaría por la estancia la ropa que usaste ayer y aspiraría sus olores, después en el baño tu toalla puesta a secar, impregnada de ti, tus peines, tus perfumes, la manopla con la que te frotas desnuda en la ducha...

Ya me advierten que últimamente ando muy silenciosa y pensativa. Les digo que me preocupa la lejanía de Borja y que no se decida a casarse con la holandesa. «¿Qué prisa tienes?», me dicen. «Es que quiero nietos», les digo. Con eso parece que se calman. Mejor así a que indaguen si el cambio de actitud es porque tenga amantes o amantas, ¿no?

Te decía que sueño con Pocahontas. ¡Ay, qué lejos todavía el verano! Contigo usaré de mayores dulzuras, y ello implica primero una aproximación olfativa por todos los rincones de tu cuerpo, un leve masaje preparatorio y algunas otras dilaciones con pocas palabras, acaso con algún susurro mientras se va calentando la caldera. Sin prisas, morosamente, como si nos esperara toda una vida larga como una carretera. De esa guisa quiero recorrer contigo todos los paisajes del deseo.

No espero una foto de tus lolas, ya sé que no la tendrás, pero por lo menos una donde aprecie tus redondeces debajo de la ropa. Es una pobre limosna para esta enamorada sedienta que se nutre de imaginarte desnuda y entregada.

Por la tarde te diré más cosas, Pocahontas bonita. Te amo siempre y cuanto te digo es amor.

Muchos y largos besos, muchas y atrevidas manos.

C.

 

Cuatro horas después:

 

Conchita de mi amor:

Sueño a menudo con tu voz susurrándome cosas indecentes. Y también palabras muy tiernas y candorosas. En realidad, me parece que solo por oírte me gustaría que me susurraras.

Te sueño mucho, Concha. Te pienso tanto a todas horas que algunas veces siento que de verdad estás aquí, conmigo. Habrá un modo de estar más contundente que esta constante invocación con que te tengo? Muchas personas están siempre a mi lado. Son presencias tangibles y cada vez más impertinentes. Pero, a pesar de esa cercanía, no están del todo, porque yo no les presto mi atención. «Allí donde está tu tesoro, está tu corazón». Es bíblico. Y por lo tanto, es mi verdad de exégeta! Te adoro, Concha. Y sí… te hago reproches de puro caprichosa. Por molestarte y esperando tus protestas enamoradas. Ha sido una estrategia bien ingenua…

Pero esto es honestísimo: cómo se te puede ocurrir (en qué pensabas!) que yo podría estar burlándome de vos? Es probable que sea un espejismo: soy un sueño de amor, soy de agua y estoy al otro lado de las aguas. Pero también soy real y soy de carne y venas y humores que han gloriosamente ardido. Y te siento con la pasión más grande que haya experimentado mi corazón de aldeana. Te seguiré queriendo. Te seguiré deseando hasta que me agotes con esa intensidad de tu cuerpo que tanto me enamora.

Te estoy deseando mucho, caracola. Me parece que en julio no voy a admirar ninguna cosa de tu apacible Madrid. Regresaré con el recuerdo de una habitación siempre nocturna, con olores de incienso y de sudores. De aceitunas primero aderezadas en tu piel y pétalos de jazmines que llevaré (ya un poco ajados, pero estarán fragantes) solo para comerlos de tu boca.

Me adorás a cadena perpetua? Bien, es muy justo! Porque yo soy ahora (lo fui antes de conocerte, cuando te inventaba, lo seré siempre) tu amante y prisionera. Cuando estemos en la alcoba de Mitilene, solo con ganas de abrazarnos para el sueño, te cantaré para hacerte dormir una versión musicalizada del romance «El prisionero». Te gustará, estoy segura.
Que por mayo era por mayo
… Mmm…

Laura.

 

Dos horas después:

 

Conchita mía:

Hoy hizo tanto frío, Conchita! Casi un día de invierno, ahora que asomaba primavera. Hasta me puse mi bufanda, que ya había guardado, no con membrillos perfumados, pero sí con algunas flores de lavanda y hojitas de laurel. Lo del laurel es porque ahuyenta a las polillas y es, desde luego, algo del todo inocuo. Yo casi no uso productos químicos para la limpieza ni para nada. A fin de cuentas, el aseo es y siempre ha sido, básicamente, agua y jabón. No? Además, considerando mis haraganerías domésticas, para qué habría de tener tantos venenos si de seguro nunca los usaría? Bueno, pensarás que soy desaseada. No lo soy. Solo un poquito desatenta!

Esto te va a gustar, amiguita: Susan acaba de enviarme aquella foto que te conté, la del parral y el patio. Como ya te hice el cuento, la mandaré así nomás, desnuda de palabras. Entiendo que bien preferirías que fuera desnuda a secas, pero, en fin… «Ya llegarán las vacas gordas!», como decían nuestros gauchos, siempre tan resignados a sus tristezas.

Los argentinos hemos heredado esa melancolía de los ancestros.

Te extraño a todas horas, me siento como en una burbuja de irrealidad en donde lo único verdadero es tu vida en mi vida, caracola.

Hoy me habría gustado que me abrazaras mucho. Y respirarte el cuello sintiendo su aire tibio, el roce de tu piel. Tus manos atrevidas en mis redondeces, las mías en las tuyas, que son como dos pastelitos de nata. A veces, a mí también me parece, te quiero tanto que hasta me hace mal quererte. Pero incluso esta cierta tristeza es más dulce que todas mis alegrías juntas. No cambiaría nada contigo ni de vos. Te amo simplemente, mi gentil señora! Algún día te amaré también tangiblemente, y en eso me consuelo las saudades.

Ya te mando la foto. Y te dejo un beso suavecito y mojado de algunas lagrimitas de puro mimosa.

Laura.

 

Un día después:

 

¡Ay, princesa americana! Tanto placer agolpado en un solo envío. Tu foto y tus razones.

¡Qué bella eres! Te he contemplado largo rato. ¡Qué delicia y cuánto dice de ti! ¿Lo ves? Ese vestido floreado, ese gesto, esa concentrada coquetería, esa sencillez de sentarte en el escalón, esa cadera rotunda que se adivina al fondo… todo me dice de ti.

Me arrastra al deseo, toma nota. Me produce palpitaciones en el corazón, como una harpía que espía a la niña de trencitas a la salida del colegio y la sigue por la calle, de lejos, recreándose en sus formas hasta que la ve perderse tras la puerta al llegar a casa. ¡Quién pudiera entrar en esa intimidad y tenerte! Sí, también yo creo que cuando vengas pasaremos mucho tiempo encerradas, conversando y trabando nuestros cuerpos y acariciándolos (nunca me cansaré de tus caricias, tendré que hacer acopio de ellas para administrármelas en tu ausencia, como el náufrago que se raciona los víveres).

Ahora que lo pienso, debe ser una experiencia beber agua de tu boca, yo tendida bocarriba en tu regazo y tú dándomela, tibia, de tus labios.

¿Te aburro? Me gustaría decirte siempre palabritas de amor, tomada de la mano y mirándote a los ojos, miel candente, suave, doméstica de tu mirada. (Siempre ando usando esa palabra extraña, tomar, cuando en español de acá diría «cogiéndote de la mano», espero que sepas apreciar mi delicadeza).

Cogerte debe ser una experiencia, debe ser un cataclismo, una hoguera, un océano, el vórtice de una galaxia, un resplandor, un esplendor… poco a poco voy anticipando ese momento en los momentos en que sueño con él, en recorrer tu cuerpo primero con mis besos, en aspirarte y respirarte en una propicia penumbra calculada, casi oscura, antes de decirte las palabras de bienvenida.

Me despido ahora y vuelvo a mi sueño contigo, amor templado en la alta noche, qué estarás haciendo en este mismo instante; descontando las horas, encuentro que debes estar cenando o a punto de acostarte, quizá en la cama ya si eres tempranera. Quizá, como yo, abres el correo antes de irte a dormir y cuando amaneces con la ilusión y la zozobra de encontrar una cartita con tu nombre. Si es así, beso tus párpados lectores y te deseo felices sueños, amor.

Lo que daría por acariciar con la lengua la perlita escondida, sin despertarte, para que tú, en la duermevela, lo creyeras un sueño y separaras las piernas favoreciéndome.

Te quiero y te deseo, siempre, siempre, te adoro con cadena perpetua.

C.

 

Cinco horas después:

 

Abro el correo a las horas más intempestivas, amor, incluso cuando sé que estarás durmiendo o en la biblio, con la esperanza de encontrar algo tuyo, un mensajito o una foto. Y cuando llega, ¡ay, siento alas en el corazón, mientras los abro!

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