Mujer sobre mujer (30 page)

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Authors: Carmela Ribó

Más cosas: fuimos tan sabios cuando niños. Por qué olvidamos esos saberes?

Nosotras tendremos también otro proyecto alterno y muy secreto: amarnos a escasos palmos del cielo con estrellas, ocupadas únicamente en la lúbrica intimidad de los cuerpos, aquel «rumor de besos» de Gustavo y un constante gemir de suspiros sincrónicos. Yo voy a contemplarme en tu mirada buena, vos vas a verte en mí y al mundo con mis ojos. Será una expedición del todo interesante.

Te he contado estas cosas en Mitilene, en un espacio apenas convocable, para dar debido marco a estas notas.

Por aquí son ya las 3 p. m. Todavía no sé cuánto demoran en cruzar el océano estos
mails
. Yo necesito apenas unos segundos, cuando (como ahora) te deseo hasta sentir una apremiante angustia. Y te amo también con todas las potencias de mi corazón. Podrías demorarte un poco en la siesta de esta tarde? Necesito gozarte y que me cojas más lenta que otras veces. (No olvides que ayer no ilustramos nuestro catálogo de las posiciones y estoy sedienta de caracola). Te adoro, Conchita mía.

Caracola, no te arrebataré ningún placer que hayas soñado. Muy por el contrario: también yo sueño con esas perversiones de mi amante española. Yo cumplo con mi parte de soñar imposibles. Soy un poco romántica, quizá algo más que un poco. En metafísica le llaman cocrear la realidad. Y ciertamente, si alguien recrea una historia, acaso no está construyendo otra realidad probable? En términos de energía, todo lo que se crea adquiere y manifiesta vida, y por lo tanto, ya no podrá no ser y tampoco morir. Quizá algún día te cuente algo acerca de una práctica espiritual que pretende rectificar el pasado. El dolor del pasado. Es algo fascinante. Bueno, así me lo parece. Quizá Conchita piense que deliro en exceso. Pero no habrá peligro alguno, vos siempre estás ahí, para traerme a Tierra…

Un poco más pirada que otros días, pero siempre tuya.

Laura.

 

Un día después:

 

Princesilla india de mi corazón:

Regreso nocturna a la casa de adobe y no te encuentro. ¡Qué devastadora soledad! Salgo a la playa imaginando que quizá estarás sentada a la luz de la luna, mirando las espumas fosforescentes de las olas, escuchando el rumor de la marola, aspirando el olor salitre y yodo del vinoso mar de Homero… pero no estás. Quizá regresó ya a la casa de adobe y me está esperando, pienso. Vuelvo sobre mis pasos ilusionada y no te encuentro. ¿Dónde estás, amor, se perdió tu correo? Te quiero y me angustio con tu silencio.

C.

 

Tres minutos después:

 

Concha, estoy precisamente aquí, en la alcoba. Escribiéndote, claro! Te enviaré lo que ya tengo porque no desesperes más. Será como un primer capítulo. No te vayas, caracola! Llegará en un momento.

Te adoro, mi marquesa.

 

Dos minutos después:

 

Caracola:

Sos toda una rareza entre las mujeres de nuestro siglo. No es que no esté acostumbrada a ser tratada con gentil deferencia. Lo estoy. De un modo medio inexplicable (dados mis modales sencillos y mi habitual falta de
glamour),
las personas en general se comportan con suma delicadeza conmigo. Y también muchas veces, solo por causa de mi presencia, si es que aparezco sin aviso por ejemplo en la Sala de Staff de la biblio o en algún banco, en un comercio. Esas cosas.

De cualquier modo, ya no debería sorprenderme (no a estas alturas) el hecho de que invariablemente te salgas con la tuya, ni lo pasmoso de mi docilidad contigo. Igual no estoy segura de que sea algo del todo equitativo… Nada de dudas! No lo es de ningún modo que se mire. Tendrás que inventar una compensación que sea en especie. Y nada de indecencias! Esas, al igual que tus palabras escritas, te las regalo enteramente, caracola.

Aunque habrá que confesar que no sería un obsequio del todo desinteresado: por su naturaleza, es obvio que dando me sentiré igualmente recompensada. Así que ya llegamos a aquella sabia máxima que pregona las virtudes del dar como un inevitable camino de regreso en el recibir. Habrá que ver, entonces, cuáles compensaciones exigirá caracola para aliviar este prurito de mis independencias y compensar la inequidad de sus modales de alta dama…

Hoy he planchado buena parte de la tarde aprovechando que afuera luce un sol tibio de anticipada primavera. No me gusta ninguna de las labores de la casa y por eso las descuido todas excepto la de la plancha. Es un placer al que no renunciaría por nada. Habrá un olor más tibio y perfumado que el de la ropa limpia, escurriendo vapores y volviéndose lisa y educada? Y casi diría más: esas lentas horas de tibieza son también un momento muy propicio a la meditación. Pienso, aliso, pongo un poco de rocío, recuerdo hacer mis oraciones, en silencio. Y veo cómo se vuelven suaves y menudas mis sábanas y las enredadas vueltas de la vida. Habrá quedado claro cuánto me gusta esta pequeña hacendosidad? Bien, amén de mis desvelos ecológicos, esta es otra de mis cosas de provinciana. Una muy anticuada ciertamente!

Fin del primer capítulo. Ya te lo envío. Tus reclamos me han hecho sentir muy, cómo decirlo…, reclamada! Besos, ardientes y con muchas ganas de compensarte esperas con excesos.

Laura.

 

Un día después:

 

Lauri de mi vida.

Acabo de hacerlo contigo. ¡Qué delicioso! Intenso y estremecedor… Me he abismado sobre tu rostro pecoso, te he mojado los labios y los párpados… ¡cómo te deseo! ¡Cómo sueño con nuestro primer encuentro, la exploración de nuestros cuerpos bajo las sábanas en la alcoba oscura y caldeada! Bajaré a tu vientre a comulgar de ti en esa hostia partida, oval, mojada, el pan tierno y caliente, aromático, la eucaristía de la única religión que quiero y reconozco: tú. Te daré mi hostia, pan de mi sangre, palpitación de mi corazón que se dispara a ti por venas enamoradas, por inéditos caminos, humores, huellas, playas vírgenes, tan solo holladas por la pisada tripartita de las gaviotas.

No puedo más, amor. ¡Que desierto la vida tan enajenada!

C.

 

Seis horas después:

 

Cuánto me das, caracola! Me ilusiona tu amor y me hace sentir plena, intensamente viva. Me llena de deseos y de orgasmos, todavía no compartidos, pero me los hiciste vos. Además, tengo una casa bien tangible en Mitilene. Tengo sueños, ahora, que también vos me diste. Y un permanente diálogo contigo, habladora deliciosa! Amén de esta constante sensación de advenimiento, porque voy a ir a verte (y otros verbos). Ninguna de estas cosas cuenta como dádivas?

Te debo aquella carta erótica. Me quedaré un poco más despierta para escribirla. En justa compensación por lo mucho que me das, sos también una amiga muy demandante!

Buenas noches, caracola.

Laura.

 

Un día después:

 

Princesita Pocahontas:

Sueño días por venir para escapar de esta vida cada día más vacía y sin sentido. El día de nuestro encuentro brindaremos y haremos una serie de locuras cuerdas que secretamente voy tramando con mucha delectación. No nos faltarán frutos secos y otros manjares adorados por mi vegetariana, ni sándalos y otros perfumes de pebetero oriental. Yo misma los traeré del zoco. Ahora que caigo… ¡Qué tiempo tan intenso el que paso contigo, el único que ahora colorea y calorea, presta calor quiero decir, a mi monótona existencia!

Esto no quiere decir que no siga esperando tu carta para mayores de 120. Me la prometiste hace una eternidad y ahora la aplazas de carta en carta, ¿ves? Debemos escribir obedeciendo impulsos, en cada momento lo que apetece y se siente.

Yo ahora voy a regresar a tu lado. Aquí son las veinte horas, supongo que allá andaréis por las catorce. Quizá estás en tu estudio, quizá en la calle con amigos, donde quiera que estés, tienes mi corazón, mi pensamiento y mi amor como un aura que te rodea y te acaricia y que nadie ve, un aura de diosa antigua oriental que recibe un presente de amor, guirnaldas de flores, quizá un cuenquecito de jazmines, en su regazo dorado.

Te quiero siempre.

C.

 

Dos horas después:

 

Princesa lejana y tan cercana:

Te escribo por la tarde, una tarde de otoño un poco desapacible, mientras escucho el
Réquiem
de Mozart.

Dejar que fluyan las palabras. Intento además responder a todas tus preguntas, aunque no me las numeres.

¡Mierda! Acaba de telefonearme Emilio. Tengo que ir a Madrid a un par de recados suyos y de paso a almorzar con él y me imagino que con alguien más. Volveré a ti en cuanto pueda.

Te quiero.

C.

 

Tres horas después:

 

Mi dulce amor:

Ay, mi Conchita a la que su tirano particular no deja vivir! Es bien paradójico que, siendo yo tu sierva, sea libre, mientras que mi pobre dueña no conoce la libertad.

Bueno, déjame decirte que estoy agotada y muy, muy feliz.

He puesto a Mozart por fingir que estoy contigo. Pero yo escucho la
Pequeña Serenata Nocturna
, que es juguetona y se parece más a mí y a mi estado de ánimo natural.

No es posible en estos días escuchar otras cosas del Amadeus. Este malvado (cabrón, como diríais vosotros) tiene la pésima costumbre de horadarte el corazón y arrastrarte a sus más profundos lugares, en donde te abandona para que sufras de ternura y saudades varias. Él, mientras tanto, tan campante con su pentagrama en el bolsillo y cabeceos de hombre que sueña en notas… Conchita, hay que escuchar el viento entre los álamos. Casi únicamente. Si estuviera contigo, te diría: Conchita, mejor me escuchás a mí. Yo cantaría una canción que no supieras. Una de mi tierra. Hay quien ha dicho que tengo una voz muy suave y cantarina. Por fortuna, me ahorraron comentarios respecto a mis temáticas…

Qué deseo de hacerte ciertos arrumacos. Ya te los haré, caracola, hasta que digas que ya basta, que estás bien harta de tanto manoseo… Te quiero tanto!

Julia ha regresado de sus enfados, compungida y contrita, bien entendido que solo como amiga. Debo admitirla como a la hija pródiga que es. Yo he hecho mucho por cambiarla y ayudarla a crecer. En realidad, siempre estoy intentando variantes en las personas con las que me vinculo. No es que quiera modificarlas. Es que muchas veces me parece que se encuentran como delimitadas en versiones muy pobres de sí mismas y del cosmos. Ahí es cuando despliego mis universos alternos. Y casi siempre, luego de denodados desplegamientos, logro encontrar como ya te decía en algún otro lado una preciosa amapola florida dulcemente para mí, por mis desvelos.

Nunca he usado mis influencias con fines egoístas. Pero es cierto también que puedo ser muy influyente y perturbadora. Y si no, fijate: en una familia de ateos y fríos intelectos científicos, ya casi todos son adeptos y fidelísimos amantes de la Nueva Era. Ya podría ser candidata a las políticas! Pero no me gustan esos mentirosos.

Ahora que leo, es mucho hablar de mí y en términos muy sospechosamente parecidos a la apología. Me estaré volviendo vanidosa? No… es que quiero contarte de mis triunfos. Solo eso.

Te amo, Concha Navarro. Mi torpe amor tiene que alcanzar para que al menos resistas la lectura de tantas cartas incoherentes!

Lauri.

 

Un día después:

 

Conchita:

Pues qué inaplazables tareas eran esas a las que tu ogro te condenó que pasan las horas y no tienes un minuto para darme razón de tu vida, amor mío?

Mientras espero tu cartita, saldo mi deuda. Mi cuento de 120. (Ahora sí que espabilaste! Si serás terrible, Conchita!). Viene a veces a la biblio una profesora de Literatura de un
school
cercano. Muy fina, treintañera y también muy hermosa. Siempre he pensado que parece una geisha. Pequeña, menuda en los huesos. Con una piel tan blanca que parece de leche y el cabello lacio y renegrido recogido en un moño. Toda ella es así: blanca y negra. Y en esos dos colores (el negro lo usa invariablemente hasta en la ropa) tiene un brillo que asusta: ella es muy seductora y lo sabe. También es lesbiana y todos lo saben, porque ella lo pregona sin muchos aspavientos. Supongo que para evitar enojosos requiebros, porque todos los hombres se dan vuelta cuando pasa.

Pues bien, esta profesora de esa alocada asignatura me persigue como un sabueso enamorado. O sea, como un macho en celo siempre buscando alcanzar mi trasero. La imagen es muy fílmica, lo asumo, pero es del todo literal. Una vez, yo estaba en la administración, no sé, creo que había ido por unos documentos. El lugar no solo es visible de todos lados, porque tiene los muros de vidrio, una pecera, como decís vosotros, sino que además estaba repleto de usuarios que buscaban libros. Entonces la veo venir por el pasillo. Sonriéndome y relamiéndose porque me había encontrado. Todos vieron aquel brillo y se quedaron expectantes y disimulando el interés morboso. Son muy chusmas el personal de bibliotecas, por qué será?

Bueno, la cuestión es que la bella llega, no da pelota a nadie y se me viene de frente. Se paró a escasos dos centímetros de mis lolas. Y cuando yo me inclino (ella es pequeña, ya te dije) para besarla, entonces me planta las dos palmas en los senos, empuja con delicia y me dice: «Ah, Lauri, estos cachorros dormidos de tus pechos… parecen siberianos dándose calor… Cuándo me dejarás verlos a mi gusto?» Yo me quedé petrificada. La miraba y veía sus manitas intentar vanamente abarcar mis lolas de puta de revista.

Los demás, en silencio absoluto, también mirando la escena congelada. Y yo pude al fin reírme, muy sonrojada y muy nerviosa. Ella, impertérrita, siguió blanca, pálida y mirándome con ojos de asesino.

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