Authors: Carmela Ribó
Beso, con caricias en donde va tu corona de marquesa.
Laura.
Un día después:
Lauri bonita:
Son las 5.30 del lunes. Afuera está tronando y se avecina tormenta. Escribo con la persiana bajada, pero estoy segura de que los rayos están iluminando la noche. Me gustan las tormentas. Me gustaría estar ahora en la cama contigo, mirando llover sobre el mar en Mitilene, con tu cabeza en mi hombro, acariciándote el pelo.
Quiero ser disciplinada, así que responderé a tus preguntas antes que nada: 1. ¿Acudiré a sesiones de ayurveda? Respuesta: No, no acudiré. No creo en esas cosas. Solo creo en lo verificable. Me imagino que esto de las energías transmitidas mediante imposición de manos debe ser cosa de autosugestión. Quiero decir que funcionará con personas crédulas, pero yo soy incrédula. No creo en nada. Solo creo en ti y en mí, aisladas en el ancho mundo, dos luces distantes que se buscan desde los extremos.
Pregunta 2. No le he contado a nadie la existencia de mi amiga del sur. En realidad, no tengo amigas, ya te dije, y si mencionara tu existencia a alguna de estas víboras con las que me relaciono, a las pocas horas lo sabría todo Madrid y quizá incluso saliera en los telediarios, la esposa de don Emilio se la pega al marido con una criolla americana.
A propósito, ¿vendrás este verano? ¿Podrá ser en la primera quincena de julio? Confírmalo para que organice las cosas.
Pregunta 3. D. H. Lawrence, ¿eh? Veo que has leído libros desedificantes y perversos para una dama. Yo he sido algo pervertida toda mi vida, pero te lo estaba ocultando por miedo a asustarte. No sé qué experiencias has tenido en ese terreno. ¿Solo un matrimonio aburrido y rutinario o amantes avezados que sabían hacer cosas? ¿Pura nutrición sexual o te has iniciado en los terrenos de la sofisticada gastronomía del sexo? No quisiera escandalizarte ni espantarte cuando nos encontremos cuerpo a cuerpo.
Luego seguiré. Ahora quiero enviarte un beso tierno y ver qué quiere Lola, que ya ha asomado dos veces a decirme algo.
C.
Seis horas después:
Concha:
Así que mi Conchita no cree más que en lo verificable. Bien, yo siempre tengo bien a mano a mi querido diccionario de la RAE: «Verificable/verificar: que permite comprobar la verdad y examinar el método por el que se ha alcanzado». Esta falacia científica de «comprobar la verdad» solo es posible y aplicable cuando se trata de cosas bien tangibles, que admitan una reproducción de condiciones fidedigna y observable. Pocas cosas, por cierto.
Pues me parece que no debe creer en cosas como los sentimientos (no se ven, no se pueden medir ni pesar y tampoco es posible generalizar con leyes). Y de seguro tampoco cree mi sol en la energía de los pensamientos o en la intangible realidad de la existencia onírica (en la que, por cierto, invertimos un buen tercio de nuestra existencia terrena…). Son todos misterios como los de la Trinidad, y siendo que no son cosas comprobables, entonces de seguro tampoco existen! (Y todavía se atreve mi marquesa a decirme que está enamorada de mí! Eso sería científicamente improbable).
Bueno, un buen párrafo de sensatas refutaciones. Es un exceso! Pero ha sido divertido! Mis postulados tienen muchos puntos débiles (todavía). Ya me iré puliendo en la medida en que me ponga más sabia…
Pasemos a temas disolutos, caracola. Me preguntás si puedo ir en julio. En realidad, puedo tomarme asueto a voluntad, pues me deben atrasos.
Ahora es tiempo de abordar asuntos más prosaicos y hasta pecaminosos: qué significa eso de que vas a «organizar las cosas»?
Te referirás, supongo, a la clase de excusas que darás para ausentarte de tu casa durante un par de días o poco más.
Porque yo he pensado que, de ir a verte, la cosa sería algo más o menos así: tomo un avión con un boleto lo más cercano a polizón, bajo en Madrid, me hospedo en un hotel ni cerca ni lejos, ni barato ni caro (aquí necesito una sugerencia de caracola), y me encuentro con mi amiga en una terminal de buses para ir a corretear algún museo y detenernos un buen rato admirando los objetos en la sala más solitaria. Después, regreso a mi hotel, me despido con grandes gentilezas en el hall y, al otro día, tendremos alguna correría en otro museo y té con tostadas en un lugar muy chic. Esas cosas. Ese es mi plan. No te parece encantador?
Bien, pasemos a tus últimas. Quién sabe si tus canibalismos me asustan o me impulsan más hasta tus dientes! Y, por cierto, me preguntabas en otra acerca de mis experiencias sexuales. Cómo voy a saber si me he iniciado en la «sofisticada gastronomía del sexo» si antes no sé lo que significa la expresión para vos, caracola? A lo mejor (o a lo peor) lo que yo considero «pura nutrición sexual» es para otros perversión y escándalo. Tengo clara una cosa: si es consensuado, todo estará bien. Y también confieso algo (por aquello de no hacerme la misteriosa con mi dueña), no he tenido experiencias de sadomasoquismo, ni dominatrices ni nada de eso. Por ahora no he encontrado con quien sienta las ganas de esas cositas. Aunque bien que muchas veces me habrían gustado unos cintazos en salva sea la parte y muchos besos de contrición después, en las mismas coordenadas. Creo que soy una criatura muy simple.
Bien, ya te he confesado un cierto antojito. Pero también te advierto que es probable que contigo no tenga ninguna de esas fantasías. Quién sabrá lo que pueda acontecer entre nosotras, mejor dicho, con la «química orgánica» de nuestros deseos? Habrá que investigar, no te parece, amiguita? Todo sea en bien de la ciencia, disciplina a la cual admiro por sobre todo otro conocimiento, por aquello de la inevitable experimentación de las premisas…
Cada vez me interesa menos el pensamiento abstracto y me entrego más al orden sensorial, para gozar cuando camino o saboreo mis verduritas y para trascender dimensiones cuando tengamos (espero muchos) orgasmos juntas. Lo que no significa que los espere simultáneos. Me gustan muchas cosas, como podrás notar, caracola… Será eso perversión, o sexo normal y corriente?
Sos una mandona, perentoria y mezquina! (Voy a tener que amarte más por eso).
Ya te dejo, amiguita. Me gustó tanto aquel beso nocturno! Y más me gustó la tormenta allá en Mitilene. Qué delicia…!
Besos y abrazos con escalofríos, refugiándome en los brazos de caracola porque a mí sí me asustan las tormentas.
Laura.
Un día después:
Laura hermosa:
¿Qué haré contigo? Esa andanada contra el método científico, tan maravillosamente estructurada. Amo más tus locuras y tus apegos a esas teorías inverificables.
Así que no voy a discutir. Si quieres, me daré por vencida, pero sigo ateniéndome a que lo del ayurveda no cuenta con mi aprobación. ¡Dejar que me impongan las manos, enviándome energía! Si el maestro ayurveda es hombre, la postura me parecerá humillante o tan perversa que a lo mejor le ofrezco lo que ellos buscan en nosotras (y si me rechazara, sería una catástrofe), y si es mujer, estaré intentando aspirar su perfume humano o pensaré buenas caderas tiene, ¿cómo será en la cama? Tanta distracción impedirá el traspaso de las irradiaciones. O será, cabalmente, no.
No obstante, si cuando nos veamos eres ya maestra de ayurveda, me pondré en tus manos de muy buena gana y podrás hacer conmigo lo que quieras. ¡Hummmm!
Hablando de hacer lo que la otra quiera (en eso consiste el amor, ¿no?), debo informarte de que no será nada sadomaso. Esas prácticas no me ponen.
Nuestro encuentro será bien morboso. No te aguardaré en una estación de autobuses, entre moros y gitanos sudorosos que viajan a la recogida del espárrago, ¡qué vulgaridad…! Tú irás directa al hotel que yo habré escogido, donde te espera una habitación con una gran cama. Te desnudas, te duchas, acaso te perfumas, descansas –todo sin impaciencias–. Entonces me pondrás un mensaje de celular: «Estoy lista». Correrás las cortinas, dejarás la alcoba en penumbra, como si en Mitilene fuera ya de noche, te meterás en la cama, cerrarás los ojos y me esperarás. Al rato, escucharás el sonido de una llave en la cerradura, qué palpitaciones en el corazón, y yo entraré en la estancia oscura. No te diré ni palabra. Desordenadamente, me arrancaré la ropa y me meteré en la cama. Entonces, antes de tocarte, te susurraré la frase convenida: «¿Cómo está Pocahontas?», «¿Cómo está Lauri bonita?», o algo parecido. O acaso, yo también emocionada, no pueda articular palabra y lo convenido sea un gesto. Una larga caricia en tu pelo, por ejemplo, un ligerísimo beso en tu hombro desnudo, no sé…
Antes de que digamos palabra, en sacramental silencio, recorreré tu cuerpo con caricias y besos. Hazte cargo de que no es más que una rutina cotidiana de la enamorada que pasó el día ganándose duramente la vida y regresa junto a su amor sin ganas de hablar más, solo de hablar con las manos urgentes… esa energía que desprenden las yemas de los dedos que acarician, ¿habrá algo más elocuente?
¿Sigo? Allá seguiré. La rutina de un día cualquiera, o sea, de una noche cualquiera: yo regreso a tu lado, tú me esperas en la cama, yo te entono con mis caricias y con mis besos y tomo mi infusión de albahaca hasta que noto en ti un estremecimiento y quizá con manos perentorias me tomas la cabeza y la apartas del lugar porque ya el placer se hace insoportable y linda con el dolor. Notarás que aún no te he tomado. Posiblemente demore el tomarte y primero quiera reposar a tu lado, ahora sí, hablando en susurros, contándonos cosas. ¿Cómo te fue el viaje? ¿Cómo te sientes? ¿Eres feliz de estar aquí? Esas tonterías que nos preguntaremos entreveradas con algún leve beso y con algún te quiero. Solo entonces, después de demorarnos mucho, descorreremos la cortina o encenderemos la luz de la mesilla y nos conoceremos visualmente. Será un tránsito dulce… no dos enamoradas que jamás se vieron y se encuentran torpes en una atestada e impersonal estación o vestíbulo de aeropuerto, y después, torpemente han de remontar la experiencia de tocarse y ponerse al día en lo físico para alcanzar al amor que ya se desbocó hace meses entre ellas. No, así no. De la otra manera será más sabio. Con esa dulce angustia de primero llegar al final y luego remontar, con dulce cotidianeidad, a los principios, o sea, salir a cenar o a almorzar o a desayunar, lo que sea y convenga por la hora.
¿Cuándo nos veremos? A finales de junio o principios de julio estará bien. Madrid será un horno. Yo me habré trasladado (y mis peligrosas amigas) a Ibiza o a Marbella, lo que nos dejará el campo bastante libre. Yo regresaré a Madrid para unos días con cualquier pretexto, días que luego prolongaré convenientemente con nuevos pretextos. Emilio estará encantado de mi ausencia, porque la amante se hospeda en un apartamento cerca de donde estemos y podrá pasar las noches con ella. Todos contentos.
¿Con cuanta anticipación contarás con el permiso de la biblio? ¿Un mes, dos meses? No quiero impacientarme hasta entonces. Será la dulce angustia de la espera y me dará tiempo a trazar caricias y otros planes físicos y turísticos.
Bueno. Ya quedó claro que solo creo en lo que se experimenta. Y ahora, desde que apareciste en mi vida, experimento sentimientos… quizá solo sea esa tormenta hormonal. En lo que siento sí creo, porque el experimento y la comprobación las siento aquí, en ese inconsútil lugar del alma donde el amor se aloja, porque me comparo con aquella que era antes de tu llegada y compruebo que, otra vez Neruda, fui sola como un túnel, de mí huían los pájaros, etcétera.
Lo dejo por ahora. Más tarde, cuando no pueda soportar el dolor dulce de mi impaciencia por tenerte, te escribiré de nuevo.
Por cierto, bien mezquina tu carta. Casi toda demostraciones científicas, casi ni una palabra de amor, bien te vengas de mí, ingrata. Eso merecerá en su momento unas palmaditas en el trasero.
Un beso, el más dulce que hasta ahora construimos, demorado, intenso, casi indecente…
C.
Un día después:
Concha:
Esta noche no puedo dormir, caracola. Me desvela el deseo y también esta ternura que me ahoga. Hoy mis ojeras van a ser de amores! Me has dado un mimo que ya no recordaba, cumpliendo mis antojos.
Esta noche, me masturbé escuchando tu voz. Te será inspiración para lo mismo esa otra foto del tendedero? La mandé por cumplirte los reclamos y para eso: para mostrarte un poco de mi cuello, un solo hombro desnudo, mi toca de león (o Sekemet) para que puedas sostenerte cuando me ames, una noche que ya está hoy más cerca. Te gustará de ese modo? (Por cierto, no me has dicho qué tamaño tiene ese Frank con el que vas a agredirme, espero que no sea excesivo).
Ya no quiero ser esquiva ni altanera contigo. No podría aunque quisiera. Quiero darte placer de cualquier modo que te guste, hasta que pueda amarte con mi piel y con mi corazón al mismo tiempo.
Hasta ahora, tu deseo se ha demorado únicamente en mi deseo. Pero yo quiero saber qué es lo que quiere y fantasea mi Concha conmigo. Me dirás cómo te gustaría que yo te ame? Qué cosas te enloquecen, amor? Quiero saber y hago el propósito de no ser demasiado monjita o provinciana. Quiero descubrir métodos y sensaciones nuevas de tu mano (una mano a la que me confiaré enteramente).
Después de esa carta que te pido y de esta mía, te propongo volver a nuestro diálogo risueño de otros días. Estás de acuerdo? Es por aquello de no cargar las tintas en un solo lugar del pergamino. Ok?
Las fotos… También es cierto que buscaba resguardar un cierto misterio. Son exigencias de mi diosa interna!
Quería y quiero que descubras por vos misma algunas cosas. Hay por lo menos un par de ellas que imagino podrían gustarte y mucho. (Bueno, esto no estuvo muy modesto!). No voy a decirte nada más. Te las reservo como un regalo para esa noche a oscuras en la alcoba de Mitilene.