Mujer sobre mujer (11 page)

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Authors: Carmela Ribó

Las seis aquí. Dentro de un par de horas regresarás, abrirás el
mail
y leerás esta carta. Yo aguardaré en mis quehaceres, obligándome a trabajar, disciplinada, hasta que llegue tu
mail
. Quizá lo lea mañana, al levantarme (casi siempre llegan cuando ya duermo). Sería maravilloso que trajera algo más de ti reflejado en el espejo…, una foto de cuerpo entero que me permita abarcarte. ¡Cuánto te deseo! Eso terminaría de cerrar estas heridas (sí, ya lo sé, es un despreciable chantaje, ¿qué te habías creído?).

Te quiero.

C.

 

Ocho horas después:

 

He susurrado un nombre todo el día, Mitilene, como si saboreara en éxtasis una naranja jugosa. Ay, Concha, este corazón alborotado!

L.

 

Un día después:

 

El amor. Ya te conté también que yo no esperaba que algo así volvería a sucederme. Aunque esta vez es bien distinto, no solo por esta peculiar situación en la que estamos, sino porque mis emociones son inconmensurablemente más intensas, más profundas. Para rematar, escucho boleros. Todo el día.

C.

 

Una hora después:

 

Querida amiga:

He abierto el correo hoy no sé cuántas veces. Tenía necesidad de ti y tus correos de la mañana, directos, breves, Supongo que has estado demasiado atareada. Bueno, quizá mañana tenga más suerte y me escribas más.

Esta carta será tan racional como si fuera el libro de un escribano. Espero aprecies en toda su dimensión lo mucho que me cuesta desarrollar el pensamiento científico.

Comencemos. Sí que eres sensual, Conchita! Porque el rastro de mis naranjas te llevó directamente a mi alcoba, el Santuario, que, a pesar de esta alta condición, es un verdadero cuchitril, lleno de libros hasta por el suelo y con variadas alimañas, que van desde caracoles (que se me cuelan por la ventana abierta) hasta ese delicado arte de las arañas. Fragante, eso es del todo cierto, porque tengo la veleidad de perfumarme para dormir. Aunque algo debo decir en mi defensa: soy un monje estudioso y, desde luego, me importan más mis lecturas y escrituras que ese detalle fútil de la administración doméstica.

No somos nuestro cuerpo, apenas una nave para un viaje del alma. Como dicen los maestros metafísicos, esto que llamamos vivir es solamente una experiencia en un mundo diseñado en 3D. Y, de seguro, una cosa divertida: es tan grato comer, andar, hacer el amor, construir con nuestras propias manos lo que sea. Venimos a jugar, en la virtualidad de este escenario (algo así ya decían los místicos del Siglo de Oro, nuestro san Juan de la Cruz… o estoy entreverando?), después nos tomamos las cosas muy en serio y arruinamos el juego. Pero somos de una índole bien distinta, casi diría extraterrestre. Somos eternos, atemporales, infinitos. Si conseguimos recordar estas cosas de modo sostenido, nuestra fantástica envoltura también lo entenderá, y andará tan graciosa y elegantemente como se lo pidamos. Si alguna vez alguien te ha dicho algo contrario, desconfía. Yo soy tu amiga, mi gentil señora, y nunca te diría palabras mentirosas.

Caracola: es el comienzo de un año renovado! Los tiempos están acelerados. De cualquier modo yo intento hacerme un tiempo paralelo y vivo como al margen de esta vorágine. Claro, el hecho de tener una casa casi campesina ayuda bastante. Cuando estamos cercanos a los ritmos de la naturaleza, se logra una mayor armonía. Además, ya te conté que mis horarios son cualquier cosa menos horarios propiamente dichos. Duermo si tengo sueño, como si tengo hambre, y, en general, el único momento del día que suelo respetar (a veces muy malamente) es la hora de entrada a la biblio. Y no porque me importen las exigencias del sistema, sino porque mis lectores me esperan, los de la mañana a veces durante un buen par de horas hasta que llego. Así que, únicamente por causa de ese «fervoroso deseo de estudiar», cumplo con el turno. A mí me gustan hasta el olor mohoso de los libros viejos y el polvo de las estanterías, abajo, en los depósitos, en el sótano umbrío, esa quietud, esa atmósfera encantada, tan distinta al bullicio de la colmena.

Me gusta y me halaga que seas coqueta conmigo. Y, también, no creas, fantaseo a veces con el día en que nos encontremos, si bien reprimo mis imaginaciones.

Hoy un beso tenue en los párpados cerrados.

Tú nunca devuelves los besos?

L.

 

Un día después:

 

Querida Laura:

¡Qué día, princesa! Demasiadas tareas tontas. No te las cuento por no aburrirte como yo me aburro de los parloteos intrascendentes de las cotorras con las que me toca alternar hora tras hora con distintos pretextos.

Con todo eso he pasado el día fuera y he terminado un poco aturdida. Ahora, nuevamente en casa, me siento un poco en calma para decirle a mi amor que he pensado en ella cuando me lo permitían, en taxis, antesalas y tareas inaplazables. Quizá no tenga motivo, pero me siento un poco triste. Más que cansada, triste. Pienso que me agoto en actividades nada productivas. A veces me he quejado de eso, y alguna amiga me ha dicho: «Eso te pasa por ser tan activa. Mírame a mí, que lo delego todo en las criadas». Bueno. Será verdad, pero yo no quiero ser tan activa, ese es el caso. Lo que quiero ahora es refugiarme a tu lado, darte besitos tiernos, acariciarte y dejar que pasen las horas, en silencio, acurrucada en ti, hasta que anochezca y después amanezca.

Bueno, según tu conversor de horas, tú estás ahora almorzando (como aquí llamamos a la comida de mediodía) y yo acabo de desayunar. ¡Qué descoordinación de vidas! ¿Cómo haremos para coincidir en la intimidad de esa alcoba de Mitilene que me cierras a cal y canto?

No es que esté impaciente por abrazarte. Prefiero saborear la espera y no precipitarlo, pero tampoco quisiera incurrir en las insatisfacciones de un amor udrí.

¿Amor udrí? Te oigo preguntarte. Supongo que lo encontrarás en Internet. Es una pavada de los poetas hispanomusulmanes que practicaban esas tonterías mientras les ardía la casa (la conquista cristiana).

¿Las fotos comentadas? Cómo lo voy a saber si no recuerdo qué fotos te envié.

¿No me dejas pasar del porche bajo el emparrado? ¡Qué cruel! Y encima me das ciruelas pasas, un alimento energético que se les solía dar a los novios para que no desfallecieran en el cumplimiento conyugal. ¿Qué haré con las energías?

Te digo cosas a las que no respondes. Te sugerí algo de una macetica de albahaca en el colmo del atrevimiento y no has respondido. ¿Y tú te llamas adoradora de la Diosa Madre? No lo creo. Si eres una mujer de hace veinticinco siglos, alguna creencia religiosa debes tener. Enlazando con la que ahora eres, devota de la New Age, solo encuentro conexión con la Diosa Madre. La Diosa Madre es neolítica, como sabes, incluso puede que más antigua, pero tú eres una chica del siglo XIX, una princesa india (Pocahontas) que lleva su rango secreto en un mundo ocupado por desquiciados politeístas todos ellos consecuencia de haber asesinado a los antiguos dioses que eran emanaciones de la Diosa Madre. Por lo tanto, como princesa sacerdotisa oculta en una playa levantina hace muchos siglos y amante de una dama lejana que cada noche duerme a su puerta aguardando su compasión, te sugiero que adores a alguna deidad virginal que, sin embargo, invite a sus hijas a copular como forma de integrarse en la naturaleza. Naturalmente, la Iglesia perseguirá a sus devotas, las acusará de brujería y las condenará a la hoguera. Como sabes, la Iglesia no consiente que alguien dispense poderes sobrenaturales a ningún Dios diferente a su crucificado, pero tú debes trascender esas limitaciones de monjita de doctrina para integrarte en la naturaleza. Debes atreverte. Franquéame el camino de tu alcoba. Ya estoy trabajada por la vida: no te molestaré mucho.

Espero tu carta con impaciencia. ¿Puedo ya besarte en los labios?

Cuando me devuelvas el primer beso, empezaré a pensar que España empieza a cosechar, por fin, los frutos de la evangelización de América. No seas cicatera con tus afectos y calma un poco esta sed mía de ti.

C.

 

Dos horas después:

 

Concha querida:

Continuemos prolijamente, que para eso esta carta es casi un Informe de Laboratorio. No dejes, por favor, de hablarme de vos misma. De qué otro modo podría conocerte y ponerme (al menos un poquito) al día con tu vida? Y no importa si te suena a niñada, a mí me gusta, y este solo deseo debería ser como una orden (un ruego, una solicitud muy respetuosa, un pedido amoroso) que deberías obedecer sin ninguna protesta. Entendido?

Así que te gustaban los boleros. Es curioso, por aquí siguen gustando tanto como a las generaciones anteriores. Es más, muchos artistas de Brooklyn han hecho sus propias versiones de boleros famosos.

Aquí hasta fundan grupos de amantes del tango, por ejemplo. Aquí, cada dos calles, hay una escuela de danza que enseña a bailar tango. Estoy exagerando! Lo malo es que te piden que lleves una pareja. Y a veces la pareja no quiere nada con el bandoneón. Te gustaría bailar tango conmigo? Te advierto que yo no bailo nada bien. No bailo nada, para ser exactos.

Igual que Sherezade, esperando obtener un día más en la apretada agenda de tu vida.

Todavía no me atrevo a dejarte besos. Temo que, si algún día los probaras, mis cartas ya no podrían llamarse «cartas», sino «estampas de carmín para Conchita».

Laura.

PD: Llueve, hace frío y me siento sola en medio de un mundo devastado. Perdona si soy impertinente. Un beso que sabe a mar.

 

Siete horas después:

 

Caracola:

Milité muchos años y, como dice el poeta: me sé todos los cuentos… (Te gustará León Felipe?). Con mi maestra (nunca te hablé de ella, es mexicana y se llama Alejandra), hablamos casi exclusivamente de ayurveda y ejercicios de armonización y manejo de la energía divina para poder anclarse en los tiempos que vienen. También compartimos el interés por el misterio de los mudras. A propósito, ya en otra te conté que me gusta la danza oriental, aunque ahora pretendo aprender danza hindú. Me parece más adecuada para mí y fácil de aprender, aunque la profesora dice que es infinitamente más compleja. De ninguna de estas cosas hablo con caracola. Y hay más!

Yo por ahora estoy centrada en saber cómo sos, qué intereses te animan, qué cosas te preocupan y cuáles te ilusionan. Quiero saber qué esperás de la vida, tu vida. Cuáles son tus proyectos y qué cosas te gustaría hacer en el presente que todavía no hayas hecho. Qué soñás del futuro, cuáles serán tus planes. Qué pieles gustaste en el pasado, tus amantes, tus fornicios, todo! Te veo en esas fotos en traje de baño y te imagino desnuda y deseada por todos, y eso incluye a tu mayordomo, a tu chofer, a tu cocinera y a esas damas con las que cada jueves juegas a naipes. Ya sé que digo locuras. Te escribo esto y siento que se me endurecen los pezones. Me pasa a menudo cuando pienso en ti. Tendré que enviarte una foto un día de estos para probarlo. Cómo son tus senos fuera del brazier? Quiero saberlo todo de mi dueña tan distante y tan íntima. Confieso que (aunque sin éxito) he intentado no ser tan ansiosa y he tratado de seguir el cauce de tus cartas, aunque me temo que también te exijo demasiado. Lo siento tanto, vida mía! A veces te atormento con mis preguntas, y vos estás siempre inmersa en tantas actividades. Las aventuras de la dueña! Muy a menudo olvido que de seguro no tendrás mucho tiempo para detenerte en mis letras. Y ciertamente hablar conmigo será como sentarse bajo el arco de un claustro y disponerse a la conversación más bien pausada. Claro, a mí me sobra el tiempo para estas artes. Tu princesa trabaja, pero no mucho, faltaba más… He recordado algo de un cuento de Borges: desempolvé mis lejanos recuerdos de latín y me dispuse al diálogo…

Lo cierto es que yo estoy embobecida con Conchita, y todo lo que quiero es, por ahora, hablar de vos y que sepas de mí, de mi amor, de mis intereses o mis rarezas, eso según el lente con que se mire…

L.

 

Seis horas después:

 

Laura querida:

Las seis de la mañana de un día que promete ser ajetreado y yo acabo de levantarme como una niña el día de los Reyes Magos para gozar de tu carta… así deberían empezar todos los días de la vida de esta amiga tuya que, sí, está muy sola en medio de la plaza del mundo, aunque, por designio de los piadosos dioses, has venido tú a aliviar esa soledad. ¿Recuerdas aquellos versos de Neruda?
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros y en mí la noche entraba su invasión poderosa. Para sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Esta vez seré ordenada en mi respuesta, te lo prometo. ¡Con qué impaciencia espero tus cartas, con cuánta delectación las leo una y otra vez, con cuánto placer pienso en ti! El dramaturgo Jules Renard escribió que «entre un hombre y una mujer la amistad es solo una pasarela que conduce al amor». Pero ¿y entre dos mujeres? ¿En qué punto de esa pasarela estamos? ¿Nos atreveremos a seguir, vacilando, sobre ese abismo oceánico que nos separa? Un abismo físico, geográfico, y un abismo también de circunstancias. Las dos tenemos, sospecho, la vida demasiado consolidada para lanzarnos a locas aventuras juveniles. Y, sin embargo, los ardientes corazones lo desmienten todo, reverdecen adolescentes bajo la capa de cenizas que tanta vida exprime y seca. Hablo por mi corazón, naturalmente. No sé a qué altura de esa locura andará el tuyo. Presupongo que no tan atolondrado y osado como el mío. Tengo miedo a embarcarme en esa locura imposible sin que tú me acompañes, y eso me refrena, hasta donde la cautela puede refrenar esos desbocados sentimientos que me inspiras.

Por otra parte, quiero ser sincera contigo, aunque me duela. Nunca podré escapar, ni quiero, de la vida encarrilada en la que me has conocido. Ya no soy joven, y aún me queda un mínimo de cordura como para darle la espalda a mi mundo para entregarme sin reservas a esta locura dulce a la que me arrastra el corazón. No quiero que mi felicidad egoísta haga desgraciadas a otras personas. Bastantes desdichas arrastra ya el mundo para agregarle otras nuevas. ¿Podrás aceptarme con esas limitaciones? Ya sé que me estoy precipitando, que estoy obrando atolondradamente, pero, en cualquier caso, es el impulso de mi alma. No leeré esta carta antes de enviarla, no sea que al final me arrepienta. Es posible que no sepa expresarme sobre el frío papel como lo haría de viva voz. La verdad es que tampoco sé hablar por teléfono. Quizá sea una reminiscencia de mi infancia de posguerra, cuando el teléfono era un lujo caro y solo se usaba en urgencias, nunca para charlar ni para expresar sentimientos. Eso se hacía por carta.

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