Authors: Carmela Ribó
Me tengo que reír, qué otra nos queda? Voy a reírme mucho contigo. Te reirás también con mis cosas de orate. Que tengo muchas, y qué contestaciones tan ridículas y desfachatadas. Estás avisada, Concha. Después no quiero quejas: que yo creí que eras más razonable, pero mi amor, cómo es posible que ahora me vengas con esas gansadas, pero de dónde has sacado eso, pero qué incoherencias dices…
En fin, ninguna de esas cosas voy a escucharte, porque yo ya te advertí cómo venía la mano… Por ser justa y honrada, también ya te he advertido qué estrategias servirán de remedio y escarmiento. Ninguna otra mujer te ofrecerá un trato más justo y seductor que este. Si fuera vos, lo pensaría bien por sus bondades. Y aún me atrevería a decir más: si estuviera en tu lugar, me pondría ya mismo a imaginar constituciones y leyes severísimas para Laura. Yo acataría tus legislaciones con mi habitual docilidad y buen carácter. Todavía te cabe alguna duda?
Mientras, voy a soñar contigo que ya no puedo con las ganas. Voy a pensar en nuestra charla de esta noche en Mitilene. Sí, me gustará sentarme en los escaloncitos. También me gustará que caracola ocupe la silla baja. Yo me haría un rollito entre tus piernas y vos me enredarías el pelo con la mano abierta, hundiéndome los dedos entre los rulos. Quién sabe, quizá hasta esté tan dulce y entregada que ni siquiera hable. Quizá más bien me gustaría separarte la túnica y regalarme un poco con esa golosina el botoncito del que mi dueña a veces habla con tanta falta de respeto… Qué delicia, mi amor, sorberte allí, relamerte, tragarte enteramente y con abusos de hambrienta, bajo las parras de Mitilene, con luz de luna y un suave y salino retumbar de oleajes, de gemidos de caracola. Ya siento tus emblemas silenciándome, ondeándome en la cara, en el pecho apenas descubierto…
Te amo, Concha. Nosotras ya tenemos (vos la construiste) nuestra cápsula del tiempo. Adonde no llegan insatisfacciones, ni otro rumor de vida más que la nuestra, con sus pequeñas cosas: tus decires lejanos por las aldeas, mis pequeñas tareas en la casa y el huerto. Quizá algún enojo pasajero y tonto de tu princesa caprichosa, un reclamo de amor insatisfecho de puro avariciosa de caracola. Pero siempre mi risa, mi boca que te desea entera y te susurra estas mismas palabras que están fuera del tiempo y las esperas: te amo, Concha Navarro. Descansarás al fin conmigo?
Y te deseo. Tu sola presencia en este mundo me reconcilia con todas las épocas, rehace mis despojos y me convierte en la más radiante de las mujeres. Una que todavía espera y que apura los días empujando estaciones, esperando que llames y me digas: ya es el tiempo, princesa. Cuándo vienes?
Laura.
Dos horas después:
Caracola:
Cómo estás hoy, amor? Descansó mi dueña?
Aquí hay una única hechicera y sos vos, caracola, que desapareciste todas mis conquistas de mujer liberada y me tenés como una cautiva, pendiente de tus cartas, atada a mi buzón y enamorada de tus feromonas. (Si no te amara con toda el alma y entregada como una gata en celo, bien que habría dado guerra por ese despotismo de negarme el teléfono). Pero aquí estoy, sumisa como siempre. Y nada digo, ya casi ni protesto contra el destino cruel al que me condenaste… Te amo tanto, ingrata, adorable Conchita!
Bien, después de tanto párrafo resignado y hasta humilde, pasemos a otra cosa, Caracola.
Si serás taimada, amor mío! Anoche me infundiste un sueño y te vi joven amando a tu monja enamorada. Acaso sigues añorándola? Ahora tengo curiosidad por saber. Y no me importa que me hables de otra. Eso me duele en algún sitio que deberé civilizar contigo. Y ya lo he confesado también, mirarte en tus recuerdos me excita de un modo que no sabría explicar si es masoquista o simplemente una desconocida faceta de mi propia sensualidad. Me gustás tanto, caracola, mi hembra hermosa! Voy a perderme en vos y a reencontrarme ya mujer entera, cuando regrese de ese sueño de julio.
Te quiero.
Laura.
Un día después:
Princesa bonita: yo soy como soy y tú eres como eres. No te quiero cambiar los pensamientos, te quiero a secas. Y me siento joven para muchas cosas, si te soy sincera, pero no tan joven para cambiar opiniones ya muy arraigadas ni convertirme a esa tu bella y optimista religión de flores y bondades y energías positivas y todo el mundo es bueno. Yo, más bien pienso que el mundo es un desastre y que a mí me está rescatando el amor que me da esa muchacha distante que me escribe desde la otra orilla del piélago, la que guardo como el avaro guarda su tesoro en una playa intemporal donde construimos una casa de modesto adobe. Tú eres la única verdad de ese mundo de mentiras, la única luz en este túnel oscuro de la existencia, la única esperanza de felicidad que me queda cuando ya he gastado todas las monedas que me dio la vida y he dilapidado todas mis ilusiones. Por eso no te cuento de mi vida aquí, de mis tareas diarias, a pesar de tus apremios. Porque todo es aburrido, hipócrita, superficial, vano… ¿De qué sirve que te lo cuente?
Tengo un impulso primaveral de arremeter contigo, tumbarte, despojarte y comerte viva, introducirte la lengua hasta lo más hondo y arrancarte un orgasmo gritador que te deje desmadejada, satisfecha e incoherente. Guardaré las ganas para cuando te tenga, pero, mientras tanto, todo cuanto me rodea comienza a pesarme y a parecerme una pesadilla. Mi vida entera es una pesadilla, ¿por qué vivo esta vida tan ajena a mí, tan absurda, tan falsa?
Te quiero más que nunca. Esa es mi única verdad. Tú sabrás qué brujería me estás haciendo para tenerme como me tienes.
C.
Tres horas después:
Concha:
Son las cuatro. Allá en tu mundo lejano ya hace rato que han «desplegado las banderas del día». Dónde estarás, caracola? Hoy tampoco me puedo dormir. Ayer fui de compras y, cuando estaba esperando que me atendieran, vi una mujer tan blanca en el espejo de la perfumería. Y no me reconocí, Conchita. Era yo. Te extraño, amiguita. No me alcanzan tus fotos, tus videos. Y además todavía no sé si estarás bien, si ya te has levantado. Por qué mi dueña no escribe? Al menos una nota para decir buenos días, princesa…
Voy a contarte algo. El verano pasado, creo, hice un pedido a Dios, al Universo. Era parte de un ejercicio espiritual. Se llama construir nuestro mundo. Y preparé un retrato en donde puse todo lo que esperaba de Julia. Secretamente. Pedí también que alguien, tú, viniera en el momento perfecto de mi vida y la suya. Hoy, ordenando papeles del escritorio, encontré aquella carta olvidada y me di cuenta de que era a vos a la que describía con tanto detalle. Entonces pensaba que no había dejado nada librado al azar o al infortunio. Pero me equivoqué. Me faltó un ingrediente en el caldero: me olvidé de poner que estuvieras aquí.
Bien, si alguna vez mi cordura ha de estar en entredicho, este es un buen momento. Y no me importa. También es el momento perfecto y adecuado para decir lo mucho que quiero tenerte. Aquí y ahora. En este espacio donde todavía es de noche, y yo ya no disfruto más de esta hora violeta porque me duele una ausencia inesperada.
Concha de España, te extrañé mucho hoy. Voy a dormirme ahora.
Buenas noches, caracola. Buenos días, mi dueña.
Laura.
Un día después:
Estoy aquí, mi reina. No podía dormir. Mmm... Me gusta tanto imaginarte entonces. Imaginarnos a las dos. Ayer me acaricié pensando en esa noche nuestra...
L.
Un minuto después:
¿Con un solo dedo o con varios? Debo saberlo para adaptarme a tus gustos.
C.
Un minuto después:
Con los dos, el del medio y el anular. A veces también con toda la mano. A falta de caracola...
L.
Un minuto después:
Hummm…
Un minuto después:
Me gustará que me acaricies. Yo también te lo puedo hacer, amor? Y cómo será que a vos te gusta eso? Ya me dirás con mejores explicaciones en directo.
L.
Un minuto después:
Tendrás que hacérmelo, princesa (de todo), todo lo que sepas y algo que yo te enseñe. Y con Frank, claro.
C.
Un minuto después:
Mi dueña. Ya quiero aprender contigo! Cuánto falta todavía! Por qué no se me ocurrió nacer más cerca. Ya me tendrías allí...
L.
Un minuto después:
Paciencia, amor. Sueño con tu venida, este verano. Serán días muy movidos. Tendré que tomar pasas y almendras para recuperar fuerzas. Creo que quedaremos escocidas en nuestras partes y eso nos forzará a acordar una tregua amistosa. Entonces hablaremos largo y tendido sin salir de la cama horas y horas. Por la noche acaso salgamos a un restaurante vegetariano o chino o lo que te guste, por tomar un poco el aire. No te mostraré muchos museos, te mostraré mi alma y entraré en la tuya.
C.
Un minuto después:
Mi reina. Puedo contarte algo? Algo que me pondrá una vez más en entredicho. Lo escucharás sin llamarme de algún modo ofensivo? Hace unos días estuve en una tienda. Fui a comprarme unas sandalias, altísimas!, y mientras esperaba a que trajeran mi número, me acerqué sin notarlo a un escaparate de ropa de gimnasia. De pronto me encontré junto a una maniquí vestida de tenis. Cuando alcé la cabeza para mirarla, en ese momento en que voy alzando la mirada, pensé: es tan alta como caracola. Cómo será alzar la mirada y encontrarme con aquella sonrisa? Si esto no es delirio...
L.
Un minuto después:
No es delirio, es un suspiro de santita. Delirio el mío. En mis fantasías soy una tirana asiria y tú eres mi esclava favorita que espera a que regrese de cazar leones (me los cazan los guardias y yo me luzco retratándome con ellos muertos a mis pies). Naturalmente, tú obedeces a la tirana que sin quitarse el polvo del camino, sudorosa y con espuelas, se mete entre tus sábanas y te sevicia con la mano y con la empuñadura de su látigo, un manubrio de cuero negro, antes de quedar profundamente dormida. Eres, princesa criolla, como el vino que turba mis sentidos. ¿Tienes vino en casa? ¿Algún licor?
C.
Un minuto después:
Mi reina asiria, altiva y terrible. Solo por ese esplendor tuyo me humedezco de pensarte. Un día voy a besarte tanto y a lamerte con tanta gula que me vas a tener que sacar de encima por abusiva. Quiero todas esas crueldades que me promete caracola. Soy tu princesa india y esa noche también tu esclava. Pero no hay vinos en casa. Soy un monje budista, no te acordás?
L.
Un minuto después:
Cuando vengas, te daré algún licor embriagador para que te desinhibas y seas mi ramera.
C.
Un minuto después:
Si serás terrible! Así que, me imagino, tendrás pensado algún vino delicioso para tenerme más a tu sabor cuando me tengas cercana...
L.
Un minuto después:
¿Tienes miel? El día del encuentro te embadurnaré de miel los pezones y quizá la perlita. Cuando te tenga cercana, beberemos vino cada una en la copa de la otra, vino dulce, viejo, sabio. Tenemos que idear los ritos de nuestra religión. Tómate en serio que hemos fundado una religión con dos adeptas que son una.
C.
Un minuto después:
Debo irme, amor. Raimundo ha tocado dos veces el claxon avisando que ha sacado el coche. Luego seguimos.
C.
Siete horas después:
Princesilla adorada: ¡Qué gusto esta mañana! Me has tenido excitada todo el día, sin dar pie con bola. Las brujas de mis amigas empiezan a murmurar si tendré un amante y alguna intenta sonsacarme hablando de sus propios amantes a ver si suelto prenda. ¡Que ilusa! Naturalmente, no conciben que tenga un amor lejano, que te tenga a ti; en sus términos solo caben revolcones con tipos jóvenes y atléticos (a los que pagan de un modo u otro) o con algún obrero esforzado y sudoroso que las monte perentoriamente sin reparar en edades ni flacideces, como una forma de venganza social.
Bueno, cuando llegue nuestro día, todo será distinto. Tendremos que establecer nuestros ritos, nada artificial, lo que vaya surgiendo con el tiempo, demos cuerda a la vida para que ella misma fije los límites de esta locura que nos arrebata, que me arrebata, la locura de estar siempre flotando en una nube, pensando en ti, practicando vicios solitarios con tu pensamiento, urdiendo planes para cuando estemos juntas, ideando la topografía de nuestros cuerpos cuando formen parte de un mismo paisaje, como en una nueva creación. Todo eso. Siento que el mundo va a nacer con nosotras, que formamos parte de un nuevo universo que se forma más allá de las más distantes estrellas, con sus propias e inmutables/mutables leyes. ¿Me estaré volviendo loca? ¿Existe algo de lógica en este delirio de estar todo el día y toda la noche prendida de ti?
Por cierto, ¿cómo llamáis vosotras al órgano femenino? Debo familiarizarme para cuando, por fin, después de esta larga travesía del desierto, podamos usarlos y, si fuera posible (dentro de los límites), abusarlos.
Vuelvo al tajo. ¿Me quieres, princesa lejana? ¿Me esperarás siempre en la casa de adobe sin impacientarte por mis ausencias y por mis compromisos? ¿Serás dulce conmigo? Te entrego, desgarrado y feliz, mi corazón. ¡Cuánto te quiero, amor!
C.
Una hora después:
Mi lejana (e inmediata) princesa de Kapurtala:
Madrugo para caminar hasta la casa de adobe en la playa lejana donde hay una mujer que se ha convertido en la razón de ser de mi existencia. Es fuerte decirlo: con ella estoy perpetuamente, en pensamiento y deseo. Me ha despertado tanto que casi cada día he de recrearme en mis placeres solitarios mientras pienso que practico en ella toda clase de torpes delicias y que la dejo exhausta y escocida de mi lengua, de mis manos y de mis exploraciones con Frank.
C.
Dos horas más tarde:
¡Qué largo se me hace el día sin ti, princesa! Abro el correo, pienso, hoy es sábado y no está en el trabajo, se acordará de enviarme algún
mail,
pero nada. El buzón permanece espantosamente vacío. Bueno, me consolaré pensando en ti, imaginándote en la densidad de tu ser, bella, radiante, cotidiana, distraída, acaso a veces soñadora, en tus tareas y tus andares en esa casa azul. ¡Ay!
Alma a quien todo un dios prisión ha sido / Venas que
humor a tanto fuego han dado, / Médulas que han gloriosamente ardido
:
/ Su cuerpo
dejará no su cuidado; / Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.
(Desde que te tengo en mis sueños, ese soneto me persigue, bendito Quevedo que lo vivió anticipadamente).
Bueno, no te aburro más. Solo quería darte un beso y una flor.
C.
Un día después:
Amor:
Mi marquesa, me gusta tanto levantarme y encontrar tu cartita! Pero no creas que pretendo que sea una obligación. Yo ya sé que Conchita me adora (ella misma me lo ha dicho) y no espero rutinas, solo impulsos enamorados. Ves cómo voy aprendiendo? En realidad, deberías notar como en todo te consiento (pero nunca antes de dar la buena batalla contrariándote un poco. Aunque ya me voy enterando que, con caracola, suelo llevar las de perder...).
Ahora que lo pienso, me parece que voy a intentar escribirte en la mañana, porque si espero a la noche estoy perdida: de noche, más que en ninguna otra hora, me sale la loba y mis cartas ya no pueden hablarte de otra cosa que no sea de sexo y alguna bobada y sexo, sexo y quizá un comentario muy al margen y sexo, sexo, sexo… Mi alma y mi piel te desean hasta un límite doloroso.
Así que, en adelante, intentaré escribirte cuando me despierto. O sea, también con muchas ganas! Aunque medio dormida en mi lujuria.
No puedo creer las cosas que desempolvo cuando te escribo! Recordar aquella pasión de mis años liceales; yo no sé dónde tenía guardado ese recuerdo. Ni sé si viene al caso. Pero aquí está. Yo te habría gustado cuando era tan niñita? Vos te habrías sentado en el banco de al lado para discutir, secretamente, acerca de lo malvados que eran los faraones? Bueno, se me ocurre que más bien te habrías sentada a mi lado, pero para recomendarme algún raro librito que hablaría acerca de esos tiempos fastuosos. Me mirarías la boca con cierto disimulo? Intentarías descubrir qué había bajo mi blusa, que no se me insinuó sino hasta los quince…? Me has hecho mucha falta, Conchita. Desde entonces, desde siempre.
Mi dueña: el mundo ya ha nacido de nuevo con nosotras. Ahora mismo, mientras te escribo y te leo, está tomando forma, creciendo y recreándose a nuestra medida. Es nuestro Nuevo Mundo. O nuestra Nueva Tierra. No atino a explicarte cómo me siento de feliz y agradecida por este alumbramiento. Es tu magia, Conchita. Tus dones femeninos de generadora, mi virtud más pasiva de ser el nido en donde acuno este sueño que vivirá esta vida. Y la otra. Y la otra y… Te amo, lo sabías? (Aunque no creas en la reencarnación!).
Todas tus cartas son una delicia. Todas. Y qué manera de provocarte, Conchita! Si hasta me sorprendí de tantas osadías que te dije! Me leía en alguna y no podía creer que aquella fuera yo… Tanto me has conmovido y despertado y agitado desde el fondo mi fuente de aguas quietas, adormecidas. Tan nuevo inesperado es este amor, que hasta yo soy otra nueva casi enteramente.
Bien, hablemos de nuestros ritos. Me gustó mucho aquello de que vamos a unirnos por nuestra religión. Y cómo será eso? Convengamos en que te incumbe mucha responsabilidad en este asunto, porque aquí la urdidora sos vos, caracola. Yo también haré mis aportes, no te creas que voy a quedarme aquí sentada y esperando. Pero en esto, como en otras tantas cosas, espero que marques un sendero. Te seguiré de cerca, mi dueña. Ya no será tan fácil que te libres de mí! (Aquí tenés que imaginar que me he tirado encima de caracola, los brazos en tu cuello, y hay también muchos besos atropellados que no podés eludir).
Vos estás siempre conmigo, en mi corazón y en mis ansias de hembra que busca acoplarse en sus sueños. Claro que te quiero! Y seré dulce contigo. Te esperaré en Mitilene, como todas las noches. (No me dijiste si te gustó lo que te hice ayer, cuando estabas sentada en la sillita baja). Te beso ahora, mi dueña, pero en la boca.
Laura.
Diez horas después:
Pocahontas amada:
Nuestros ritos ya vendrán, solos, como la noche, el día y el curso de los planetas. Todo eso existía desde la eternidad, solo tiene que manifestarse para que lo notemos la primera vez. Envidio esos dos dedos tuyos, el medio y el anular, que usurpan tus íntimos adentros. ¡Qué lento pasa el tiempo de nuestro encuentro! Me tendrás hasta entonces descomulgada de alguna imagen tuya en la que recrearme, a la que contemplar cuando hago mis encuentros solitarios. ¿Puedes ser tan cruel y al propio tiempo decirte enamorada?
Te adoro, princesa mía. Te quiero inmensamente, catedraliciamente.
C.
Nueve horas después:
Caracola:
Qué lindo que me llames! Y no importa si no podemos decirnos algo coherentemente, yo memorizo tu voz, tus inflexiones al decir, y te escucho después en mi memoria. También puedo leer tus cartas haciéndome de cuenta que vos me estás hablando. Eso y otras cosas fantásticas puedo hacer cuando te convoco. Aquí no tendré reparos en decir abiertamente que es Magia, lisa y llana. Me gustan tanto tus te quiero!
Imagino que ya está poniéndose calurosa la nueva primavera en Madrid. Pienso en los colores del paisaje, en esa luz dorada y transversal que he leído en una guía. Aunque debo decirte que mi estación preferida es el otoño.
Aquí en verano hace bastante calor. Y húmedo. Tanto que a veces te impide dormir por la noche, aunque yo me acuesto desnuda, perfumada y con la ventana abierta a la frescura del jardín, hasta que me despierto no sé por qué y me acuerdo de cerrarla antes que salga el día. Estas son noches inquietantes de luna llena, de amores que susurran como el mar constante y me invitan al insomnio. Duermo poco, caracola. Y es que, cuando no te pienso o te escribo, me quedo releyendo tus cartas.
A veces mi duermevela es simplemente un contemplar tus fotos, o quedarme mirando un ángulo del mundo que me rodea, sin verlo mayormente: solo pensando en vos. Imaginándote. Estoy viviendo en paralelo, acortando distancias con ese vuelo de mi alma que te busca siempre. Y te requiere a todas horas.
Yo todavía no sé bien qué haremos. Pero te dejaré hacerme lo que quieras, lo prometo. Es tan intenso y angustiante mi deseo de vos que vivo en un suspiro. A veces es un exhalar entrecortado, como cuando se ha llorado mucho y, al fin, después de un rato, se puede respirar bien hondo. Así respiro, así vivo mis días y mis noches esperando una cierta primavera. La nuestra. Una donde por fin coincidiremos en las horas, en el discurrir del día y de la noche. En un mismo lecho en Mitilene, en nuestra casa. Conchita, mi dueña asiria, tendremos que inventar algo para entretener sin angustias estos meses que quedan. Yo no sé, algo que sea creativo y que nos haga olvidar esta agonía dulcísima de extrañarnos. Pensarás en eso, mi sol?
Te contaré una cosa: ya mis pudores me han abandonado del todo.
(No es lo que te imaginás, desvergonzada!). Me refiero a que hasta ayer guardaba tus fotos (que imprimí hace mucho) en el mismo bibliorato de las cartas. Pero no más de esconderte, amor, y mirarte a hurtadillas. He puesto un marco con tus fotos y lo he puesto bien visible en mi mesita de noche. Cuidando, sí, que no le dé la luz de la lámpara muy de lleno, porque no quiero que se estropeen los colores de la impresión. Ahora puedo verte a todas horas junto a mi cama (allí, donde mejor te quiero) y pensar que de algún modo estás aquí, conmigo. No habrá peligro de que te vean ojos profanos. Mi habitación es un lugar muy íntimo, tanto que se llama El Santuario. ¡Es cierto!
Hace años, las nenas (mis amigas) lo bautizaron así, porque yo no les he permitido nunca que entren a mi alcoba a pajarinear y a molestar con sus cositas de cargosas. Has de saber que es el lugar donde hago mis meditaciones. Un lugar no solo para dormir, también para leer, descansar del calor en las siestas del verano y estar a solas conmigo misma. O con mis ángeles. También, desde hace un tiempo, el lugar íntimo entre todos, donde celebro los ritos que te convocan para mi placer, igualmente secreto.
No hay ningún aparato electrónico en mi cuarto. Nada que perturbe esa paz que de verdad es de lugar santísimo. Solo la luz de una ventana abierta, casi siempre, al jardincillo trasero. Arriba el cielo de la noche. La cabecera de la cama al norte. El mar para los pies. Son cosas del Feng Shui. Esas cosas de estrafalaria que tiene tu princesa. Como eso de poner flores en un cuenco, pero flores que siempre han de ser blancas. Te gustará descansar en mi alcoba. Te gustará el aroma de sándalo y un hornito con el perfume Noches de Arabia. Yo, casi siempre perfumada. No será muy hermosa tu princesa. Pero es bien suave y huele bien. Me comerás enteramente, porque soy muy sabrosa. Qué ganas de tener tu lengua entre mis piernas… y sentir el peso de tu cuerpo sobre mí, el dolor delicioso de tus dedos, de Frank sabiamente manejado, horadándome. Te amo, Concha. No sé decirte bien ninguna otra cosa. Gracias por llamarme, amor.
He decidido hacer algunas excepciones con la comida. Porque he pensado con cierta vergüenza que sí, que en eso he sido medio fanática… Buscaba la pureza. Un sacrificio para la Madre vulnerada. No entendí hasta ahora que la pureza es del corazón y casi no tiene nada que ver con lo que sea que una persona coma o beba, si aquello que la alimenta se toma con amor y de modo sagrado. Aprendí esto contigo. Aunque no significa que he de volverme carnívora! No creo que mi cuerpo lo resista a esta altura y luego de tantos años de verduritas y brotes de soja. Significa que puedo tomar (me lo permito ahora) de la Naturaleza sin hacer daño y sin excesos. No era más ni mejor por ser vegetariana intransigente. En realidad, creo que seguiré siéndolo el resto de mi vida.
Te amo, Concha. Mi dueña, señora de mis deseos, me desespera el tiempo. Y sueño con la hora de tenerte en mis brazos.
Laura.
Dos horas después:
Concha:
Te envío estas letras para que las encuentres al levantarte. Luego, más. Te quiero. Sueño en nuestros días veraniegos. Ummm, olerte y repasarte entera cuando te levantas toda traspirada después de esa noche cálida. Mi piel ardiente y sudorosa. El aire sofocante de noche estival, este olor dulce de jazmines en nuestra alcoba. Entrar contigo en la ducha y enjabonarte entera, más morosamente en las protuberancias y en las hendiduras y orificios… Eso debe ser el paraíso en la tierra…