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Authors: George Gissing

Tags: #Drama

Mujeres sin pareja (15 page)

—Pues yo estoy muy tranquila. Mi idea de disfrutar no consiste en una infinita galería de imágenes.

—La mía tampoco, aunque sí en una infinita serie de modos de vida. Un incesante ejercicio de todas y cada una de las propias facultades de disfrute. ¿Te parece desvergonzado? No veo por qué. ¿Por qué el hombre que trabaja tiene más mérito que el que disfruta? ¿Cuál es la base para tal juicio?

—Provecho social, Everard.

—Admito la necesidad del provecho social, hasta cierto punto. Pero sinceramente no comulgo con él. El grueso de los hombres no participa de ese ideal, sino que simplemente se preocupa de seguir vivo o de hacerse rico. Creo que existe una gran cantidad de trabajo innecesario.

—Existe un viejo proverbio sobre Satán y la pereza. Perdóname, pero eras tú quien aludía a ese personaje en tu carta.

—Sin duda el proverbio es muy acertado, pero como cualquier otro proverbio sólo es aplicable a las multitudes. Si causo daño a alguien no será porque no sude todas esas horas al día sino porque errar es humano. En ningún caso pretendo hacer daño a nadie.

Barfoot se acarició la barba y sonrió con una mirada distante.

—Tu propósito es intensamente egoísta, y todo egoísmo consentido tiene su efecto en el carácter —replicó la señorita Barfoot, en un tono todavía de crítica amigable.

—Querida prima, para que algo resulte egoísta debe ser un rechazo deliberado a lo que uno considera su obligación. Yo no admito estar faltando a ninguna de mis obligaciones con los demás, y la obligación conmigo mismo me parece sin duda muy clara.

—Oh, de eso no me cabe duda —exclamó ella, echándose a reír—. Veo que has refinado tus argumentos.

—Espero que no sólo mis argumentos —dijo Everard modestamente—. He perdido el tiempo si no he conseguido en alguna medida refinar mi naturaleza.

—Eso suena muy bien, Everard. Pero en lo que se refiere a grados de inmoderación…

Se detuvo e hizo un gesto de insatisfacción.

—Estoy seguro de que así ocurre con todos los hombres. Pero te aseguro que en este punto no nos pondremos de acuerdo. Tú mantienes un punto de vista social. Yo soy un individualista. Tú cuentas con la ventaja de una teoría aceptablemente sólida mientras que yo carezco de teoría y estoy lleno de contradicciones. Lo único que tengo claro es que tengo pleno derecho a sacarle el mayor partido a mi vida.

—¿Sin importar a expensas de quién?

—Te equivocas. No descuido mi conciencia. Me aterra hacerle daño a alguien. A pesar de tu mirada escéptica, siempre he sido así, y la tendencia aumenta a medida que me hago mayor. Bueno, olvidémonos de un tema tan poco importante. ¿No puede venir la señorita Nunn a estar un rato con nosotros?

—Creo que está a punto de hacerlo.

—¿Cómo conociste a esa señora?

La señorita Barfoot explicó las circunstancias que las habían llevado a conocerse.

—Es una mujer que impresiona —volvió a hablar Everard—. Sin duda tiene una fuerte personalidad. Es un ejemplo más claro del nuevo tipo de mujer que tú misma, ¿no?

—Oh, yo soy una mujer muy anticuada. Las mujeres han pensado como yo en todos los momentos de la historia. La señorita Nunn es una militante feminista mucho más aguerrida.

—Me encantaría hablar con ella. ¿Sabes?, yo estoy completamente de tu parte.

La señorita Barfoot se rió.

—¡Oh, sofista! Pero si tú desprecias a las mujeres.

—Bueno, sí, a la gran mayoría… a la mujer típica. Razón de más para admirar a las excepciones y para desear que dejen de serlo. Sin duda tú desprecias a la mujer corriente.

—Yo no desprecio a ningún ser humano, Everard.

—¡Oh, en cierto sentido sí lo haces! Aunque estoy seguro de que la señorita Nunn coincide conmigo.

—Y yo de que no coincide contigo en absoluto. No admira a las mujeres más débiles, pero eso no quiere decir que tenga tu mismo punto de vista, primo.

Una sonrisa jugueteó en el rostro de Everard.

—Tengo que entender su forma de pensar. ¿Me permites que os visite de vez en cuando?

—Oh, cuando quieras, siempre que sea por la noche. Excepto —añadió la señorita Barfoot— los miércoles. Los miércoles por la noche siempre estamos ocupadas.

—Supongo que nunca tenéis vacaciones de verano.

—Nunca nos las tomamos juntas. Yo las tuve hace unas semanas. La señorita Nunn se irá dentro de un par de semanas, creo.

Justo antes de las diez, mientras Barfoot estaba hablando de unos amigos con los que se había encontrado en Japón, Rhoda entró en la habitación. No parecía muy dispuesta a hablar y Everard prefirió no asaltar su taciturnidad esa noche. Habló un poco más, observándola mientras ella le escuchaba, y aprovechó la primera oportunidad para despedirse.

—La noche del miércoles es la noche prohibida, ¿no? —le dijo a su prima.

—Sí, la dedicamos al trabajo.

Tan pronto se hubo ido, las dos amigas intercambiaron una mirada. Cada una entendió a la otra en referencia al detalle de los miércoles por la noche, pero ninguna hizo el menor comentario. Guardaron silencio durante algún tiempo. Cuando por fin Rhoda habló empleó un tono de curiosidad casi indiferente.

—¿Estás segura de que no has exagerado los defectos del señor Barfoot?

La respuesta se hizo esperar unos instantes.

—Fui un poco indiscreta al hablar de él como lo hice. Pero no, no exageré.

—Qué curioso —musitó Rhoda con frialdad, poniendo un pie sobre la pantalla de la chimenea—. Cuesta creer que sea de ese tipo de hombres.

—Oh, desde luego que ha cambiado mucho.

La señorita Barfoot habló acto seguido de la intención de su primo de no buscar trabajo.

—No tiene una buena situación económica. Cuando le veo me siento muy culpable. Su padre me legó la mayor parte del dinero que tendría que haber ido a manos de Everard. Pero él está muy por encima de cualquier sentimiento de rencor.

—O sea que su padre prácticamente le desheredó.

—Sí. Desde que era niño Everard se llevaba mal con su padre lo cual resultaba extraño teniendo en cuenta que en muchos aspectos eran tremendamente parecidos. Físicamente eran idénticos. En cuanto al carácter, creo que también son muy iguales. No podían hablar de nada sin discutir. Mi tío había salido de la nada y odiaba que se lo recordaran. Detestaba el negocio con el que había hecho su fortuna y su mayor deseo era conseguir una buena posición social. Si las baronías se hubieran podido comprar, él habría dado una gran suma para comprar una. Pero nunca llegó a ser un hombre distinguido, y una de las razones de que no lo consiguiera fue sin duda que se casó muy pronto. Yo le he oído hablar amargamente, y sin demasiada discreción, de los matrimonios celebrados de forma prematura. Para entonces su esposa había muerto, pero todos sabían a qué se refería. Rhoda, cuando pensamos con cuánta frecuencia una mujer es un obstáculo para la ambición de un hombre no es de extrañar que nos tengan en la consideración en que nos tienen.

—Sin duda las mujeres están siempre retrasando algo. Pero los hombres son lo suficientemente estúpidos para no haberlo remediado hace tiempo.

—El padre de Everard decidió hacer de sus hijos unos caballeros. Tom, el mayor, siguió al pie de la letra sus deseos. Era muy inteligente pero se dejó vencer por la pereza, y ahora ha accedido a ese ridículo matrimonio que no es sino el fin para él, pobre Tom. Everard estudió en Eton, y la escuela tuvo en él un efecto incuestionable: lo convirtió en un furioso radical. En vez de imitar a los jóvenes aristócratas, los odiaba y se burlaba de ellos. A buen seguro el niño hacía gala de una gran originalidad. Por supuesto desconozco si los etonianos de su tiempo predicaban el radicalismo, pero no parece probable. Creo que su actitud se debía a la fuerza de su carácter y al extraño deseo de oponerse a su padre en todo. De Eton debía naturalmente ir a Oxford, pero en ese momento prácticamente se rebeló. No, dijo el chico, no pensaba ir a la universidad a perder el tiempo; había decidido que quería ser ingeniero. Eso dejó a todos boquiabiertos, puesto que la ingeniería parecía lo menos indicado para él; no se le daban nada bien las matemáticas y siempre había tenido inclinación por las letras. Pero nada pudo hacerle cambiar de idea. Se le había metido en la cabeza que sólo un trabajo como la ingeniería —algo práctico que implicara el uso de la fuerza física y del trabajo manual— se ajustaba a un hombre con sus convicciones. Se uniría a las clases que hacían que el mundo marchara con su duro trabajo; ésas fueron sus palabras. Terminó sus estudios en Eton y empezó a estudiar ingeniería civil.

Rhoda escuchaba con una sonrisa divertida.

—Luego —continuó su amiga— protagonizó otra muestra de firmeza o de obstinación, como quieras llamarlo. No tardó en darse cuenta de que había cometido un gran error. Como otros ya habían predicho, los estudios no iban con él, aunque se habría dejado la piel en ello antes de confesar su error. Ninguno de nosotros supo cómo se sentía hasta mucho después. Había elegido ser ingeniero y eso era lo que iba a ser, costase lo que costase. Su padre no se saldría con la suya. Y desde los dieciocho años hasta casi cumplir los treinta se empeñó en ejercer una profesión que estoy segura de que odiaba. A fuerza de empeño llegó incluso a convertirse en un buen profesional y alcanzó un buen puesto en la compañía en la que trabajaba. Naturalmente su padre dejó de ayudarle desde que fue mayor de edad; tuvo que luchar por su futuro como cualquier joven sin influencias.

—Eso explica muchas cosas —apuntó Rhoda.

—Sí, aunque hay unos cuantos vicios que añadir a lo dicho. Nunca he sentido tanta repulsión como el día en que me enteré de unos cuantos detalles vergonzosos de Everard. ¿Sabes?, siempre le había visto como un niño; de hecho siempre le había tenido por una especie de hermano menor. Pero pronto llegó la sorpresa, una conmoción que de alguna manera tuvo mucho que ver con la manera en que a partir de entonces he enfocado mi vida. A partir de ese momento le vi como te he comentado en varias ocasiones: como la personificación de una serie de males que hay que combatir. Un hombre de mundo diría que tengo tendencia a exagerar las cosas. Es muy probable que Everard tuviera una integridad moral muy superior a la mayoría de los hombres, pero nunca le perdonaré haber destruido mi fe en su honor y en la nobleza de sus sentimientos.

La confusión se dibujó en el rostro de Rhoda.

—Puede que incluso ahora me estés confundiendo inconscientemente —dijo—. Tenía la impresión de que tu primo era un terrible libertino.

—Era un hombre vicioso y cobarde. Es lo único que puedo decir.

—¿Y fue ésa la verdadera razón de que su padre le dejara tan mal situado?

—Tuvo mucho que ver con eso, no me cabe duda.

—Entiendo. Imaginaba que la gente decente le había hecho el vacío por completo.

—Si la gente fuera realmente decente, así habría sido. Es muy extraño cómo desapareció por completo su radicalismo. Creo que nunca sintió verdadera simpatía por la clase obrera. Y lo que es más, estoy convencida de que compartía con su padre un gran deseo por conseguir poder y distinción social. Si hubiera visto claro el camino para convertirse en un gran ingeniero, en un director de grandes empresas, no habría abandonado su trabajo. Posiblemente su vida se haya visto arruinada por una increíble testarudez. En una empresa apropiada a estas alturas habría conseguido algo digno de mención. Pero me temo que ya es demasiado tarde para eso.

Rhoda meditaba.

—¿De verdad no tiene ningún objetivo?

—No admite tener ninguna ambición. Apenas tiene vida social. Sus amigos son gente muy oscura, como esos de los que le has oído hablar esta tarde.

—Al fin y al cabo, ¿qué ambición habría de tener? —dijo Rhoda echándose a reír—. Ser mujer tiene una ventaja. Una mujer inteligente y voluntariosa puede albergar la esperanza de distinguirse en el mayor movimiento de nuestro tiempo, es decir, en la emancipación de nuestro sexo. Pero ¿qué puede hacer un hombre, a no ser que sea un genio?

—Está la emancipación de la clase obrera. Ésa es la gran esfera del hombre, y a Everard le importan tan poco las clases obreras como a mí.

—¿Acaso no basta con que uno mismo sea libre?

—¿Quieres decir que él ya tiene bastante trabajo con esforzarse para ser un hombre honorable?

—Puede. De hecho apenas sé lo que quiero decir.

La señorita Barfoot pareció considerar la cuestión y una alegre idea le iluminó la cara.

—Tienes razón. En estos tiempos es mejor ser mujer. Nuestra es toda la alegría que produce el avance, la gloria de la conquista. Los hombres sólo pueden pensar en el progreso material. Pero nosotras… ¡Nosotras somos almas vencedoras que propagan una nueva religión y que purifican la tierra!

Rhoda asintió tres veces.

—Después de todo, mi primo es un buen espécimen de hombre, tanto física como mentalmente. Pero ¡qué criatura tan pobre e inútil comparada contigo, Rhoda! No, no te estoy halagando, querida. Soy igual de franca cuando tengo que hablarte de tus errores y de tus rarezas. Pero estoy orgullosa de tu magnífica independencia, orgullosa de tu orgullo, querida mía, y de tu corazón inmaculado. ¡Gracias a Dios que somos mujeres!

Resultaba muy extraño que la señorita Barfoot se entusiasmara de ese modo. Rhoda asintió de nuevo y a continuación se echaron a reír, unidas en su causa y en una gran confianza en sí mismas.

CAPÍTULO IX
LA FE MÁS SENCILLA

Sentado en la sala de lectura de un club en el que acababa de ser admitido, Everard Barfoot repasaba las columnas de anuncios de una publicación literaria. Su mirada se detuvo en una nota que despertó su interés e, inmediatamente, se dirigió a la mesa para escribir una carta.

Querido Micklethwaite:

Ya he vuelto a Inglaterra y sé que debería haberle escrito antes de llegar. Acabo de leer que ha publicado usted un libro que lleva un título alarmante:
Tratado sobre coordenadas trilineares
. Le felicito de corazón por haber completado una labor de esa envergadura. Si no fuera usted el más desinteresado de los mortales podría incluso abrigar la esperanza de que su obra fuera a reportarle algún beneficio. Supongo que habrá gente que compre este tipo de tratados, aunque sin duda lo que de verdad le distingue es el hecho de haberse dedicado en cuerpo y alma a las Coordenadas Trilineares. Debo ir a Sheffield a verle o hay alguna posibilidad de que las vacaciones le traigan aquí. He encontrado un piso barato, amueblado con sencillez, en Bayswater. Resulta que el hombre que me lo ha alquilado es ingeniero y va a estar un año fuera de Inglaterra trabajando en los ferrocarriles italianos. No creo que me quede en Londres más de seis meses, pero tenemos que vernos y hablar de los viejos tiempos…

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