Nada que temer (35 page)

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Authors: Julian Barnes

Tags: #Biografía, Relato

No importa lo que pongan encima de tu tumba. En la jerarquía de los muertos es el número de visitantes lo que cuenta. ¿Hay algo más triste que una tumba que no recibe visitas? El primer aniversario de la muerte de Maurice, dijeron una misa por él en Chitry; sólo asistieron tres viejas del pueblo; Jules y su mujer llevaron a la tumba una corona de barro esmaltado. En su Diario anotó: «Llevamos al difunto flores de metal, las flores que duran.» Prosiguió: «Es menos cruel no visitar nunca a los muertos que dejar de hacerlo al cabo de algún tiempo.» Aquí estamos menos en el territorio del «¿Qué habrías querido?» que en el de «¿Cómo habrías reaccionado si lo hubieras sabido?». ¿Qué será de mi hermano en su tumba en el jardín cuando las llamas que pacen en él y su viuda hayan muerto también y se haya vendido la casa? ¿Qué quiere un experto en Aristóteles que se descompone y poco a poco se convierte en mantillo?

Hay algo más cruel que no visitar a los muertos. Puede que yazgas en una
concession perpetuelle
por la que has pagado, pero si nadie viene a verte, no habrá nadie que contrate a un abogado para defenderte cuando el ayuntamiento decida que perpetua no siempre ni necesariamente significa perpetua. (Así «Miss Bluebell» suplantó al vecino de los Goncourt.) De modo que incluso aquí te pedirán que hagas un hueco para otros, que renuncies finalmente a la ocupación de un espacio en esta tierra, que dejes de decir «Yo también estuve aquí».

Hay aquí, por tanto, otra inevitabilidad lógica. Del mismo modo que cada escritor tendrá un último lector, cada cadáver tendrá un último visitante. Por visitante no me refiero al hombre que maneja la excavadora que exhuma tus restos cuando el cementerio se ha vendido para construir una urbanización. Me refiero a aquel descendiente lejano; o, en mi propio caso, al gratificante empollón (o, mejor dicho, encantadoramente inteligente), al licenciado —que sigue siendo bibliófilo mucho después de que la lectura haya sido reemplazada por medios más avanzados de transmitir narraciones, pensamientos, emociones— que ha desarrollado un cariño pintoresco y solitario (o, más bien, totalmente admirable) por escritores hace mucho olvidados de la era de la imprenta. Pero un último visitante es completamente distinto de ese último lector a quien le he dicho que le jodan. Visitar tumbas no es un pasatiempo que se imite; no se intercambian sugerencias como se truecan sellos. Así que agradezco de antemano a mi estudiante que haya hecho el viaje, y no le pregunto qué piensa realmente de mis libros, o de un libro o párrafo antológico, o de esta frase. Quizá, como Renard cuando fue a Montmartre a visitar a los Goncourt, mi último visitante se habrá habituado a recorrer cementerios después de que el médico le advirtiera que pesaba sobre él una amenaza de muerte: un instante de Fayum; en cuyo caso, mis simpatías.

Si yo recibiera un aviso así, dudo de que empezara a visitar a los muertos. Ya los he visitado bastante, y pasaré una eternidad (o, como mínimo, hasta que perpetuamente deje de significar perpetuo) en su compañía. Preferiría pasar el tiempo con los vivos; y con música, no con libros. Y en esos días últimos tendré que intentar verificar una serie de cosas. Si huelo a pescado, por ejemplo. Si el miedo prevalece. Si la conciencia se escinde, y si podré darme cuenta de que así ocurre. Si mi médico y yo vamos a hacer juntos ese viaje suyo; y si sentiré deseos de perdonar, de evocar recuerdos, de organizar el entierro. Si surge el remordimiento y si puede disiparse. Si me tienta —o me engaña— la idea de que una vida humana es, al fin y al cabo, un relato y contiene las satisfacciones propias de una novela decente. Si la valentía representa no asustar a los demás o algo notablemente más grande y probablemente fuera de alcance. Si he entendido bien este asunto de la muerte, o si incluso he exagerado un poco. Y si, a la luz de información que llega tarde, este libro necesita un epílogo, una posdata donde se haga en el pos un hincapié mayor que de costumbre.

Este es el paisaje que veo desde aquí, ahora, desde lo que, si tengo suerte, si mis padres me sirven de alguna guía, podrían ser las tres cuartas partes de mi paso por la vida; aunque sepamos que la muerte es contradictoria y debamos esperar que cualquier estación de tren, acera, oficina excesivamente caldeada o cruce de peatones se llame Samarra. Prematuro —espero— es escribir: despídanme. Prematuro es también garabatear ese graffiti en la pared de la celda: yo también estuve aquí. Pero no es prematuro escribir las palabras que veo que hasta ahora nunca he puesto en un libro. No aquí, por lo menos, en la última página:

FIN

¿O parece un poquito chillón? Quizá mejor con caja alta y baja:

Fin

No, no parece... suficientemente definitivo. Un último «¿preferirías?», pero que esta vez tenga respuesta. Nota al impresor: versalitas, por favor.

FIN

Sí, creo que me gusta más así. ¿A ti no, lector?

J. B. Londres, 2005-2007

JULIAN BARNES. (Leicester, 1946) Escritor británico. Lexicógrafo, periodista, autor de novelas policíacas bajo el seudónimo de Dan Kavanagh, publicó las novelas Metrolandia (1980) y Before she met me (1982), antes de obtener reconocimiento internacional con El loro de Flaubert (1984), obra ingeniosa y sutil en la que se mezclan los géneros del relato ficticio, la crónica, el ensayo crítico y el diario. Con posterioridad, ha publicado Staring at the sun (1986), Historia del mundo en diez capítulos y medio (1989), Hablando del asunto (1991), El puerco espín (1992), Al otro lado del canal (1996) y England, England (1998). Galardonado con el Prix Fémina (1992) y el Shakespeare Prize (1993).

Notas

[1]
En inglés, una residencia de ancianos se dice
residential home
, y de ahí que el autor se pregunte si podría existir una residencia
unresidentialy
es decir, no residencial. (
N. del T.
)
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[2]
Juego de palabras con strip, que significa tanto «banda», «franja», como «striptease», combinado con el nombre Gaza, que además de un topónimo podría ser un nombre de mujer. (N. del T.)
<<

[3]
El original inglés dice «Say Ta» («Da las gracias»): Ta es una forma coloquial de «gracias» en el inglés del Reino Unido. (N. del T)
<<

[4]
Recopilación de textos de sabios y especialistas escritos en homenaje de algún académico o científico eminente cuando se jubila o con motivo de su cumpleaños (N. del T.)
<<

[5]
Equivalente femenino de los
boy scouts
. (N. del T.)
<<

[6]
En efecto, en inglés, dog, «perro», es anagrama de God, «Dios». (N. del T.)
<<

[7]
El retruécano consiste en la nomografía lots, plural de lot, que significa tanto «parcelas o lotes» como «cantidad, montones». (N. del T.)
<<

[8]
Mad, es decir «loco»; de ahí la frase siguiente. (N. del T.)
<<

[9]
Una pluma blanca simboliza cobardía. (N. del T.)
<<

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