Nadie te encontrará (8 page)

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Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

—Sí, lo creo. Tú entiendes un montón de cosas que la mayoría de los hombres no entiende.

—Oh, sí, decididamente, entiendo un montón de cosas que la mayoría de los hombres no entiende.

A continuación, su rostro se iluminó con aquella sonrisa de anuncio. Bingo.

Cuando me untó la leche hidratante, dije:

—Me encanta ese olor.

Su sonrisa se hizo aún más radiante.

Después de ponerme el vestido, di una vuelta delante de él y dije:

—Es exactamente el que yo habría escogido.

Una vez en la cama, gemí y le devolví sus besos, pero tímidamente, como si estuviera despertándome ante sus caricias. Los pantalones se le dispararon de golpe y conté los segundos entre ellos como si fueran contracciones. Por dentro, me estaba muriendo.

Con la respiración jadeante y la sangre agolpándose a su rostro, se tumbó encima de mí. Preocupada por que perdiese la erección —y luego el control—, alargué la mano y lo acaricié antes de que las cosas pudieran ponerse feas. Era algo que había que hacer.

Por dentro, en el fondo de mi alma, me aovillé y me escondí de mis propias palabras mientras susurraba:

—He estado esperando este momento.

Sus brazos se tensaron y la cara se le puso lívida de ira. Me agarró del cuello con la mano y empezó a apretar mientras yo trataba de arrancármela a zarpazos inútilmente.

—Podría matarte en cualquier momento, ¿y te pones a hablar como una puta? Deberías estar aterrorizada. Deberías estar suplicándome. Deberías estar peleando por tu vida. ¿Es que no lo entiendes? ¡Joder!

Al final me soltó el cuello, pero el alivio que sentí se vio interrumpido por un puñetazo en el estómago. Me golpeó por todo el cuerpo con los puños, por los pechos, la cara, la entrepierna… Intenté defenderme, forcejeando, pero sus puños estaban por todas partes a la vez. La lluvia de golpes siguió incesante hasta que dejé de sentirlos. Me había desmayado.

Es raro, doctora, pero cuando el Animal me llamó puta y me pegó, sentí dolor, pero no sentí indignación, porque lo cierto es que quería que me hiciese daño. Incluso cuando mi cuerpo trataba de resistirse forcejeando con él, mi cabeza lo animaba a que siguiera pegándome. Me merecía el dolor. ¿Cómo podía haberle dicho aquellas cosas? ¿Cómo podía tocarlo así?

Hice muchas cosas en la montaña, muchas cosas que no quería hacer y muchas cosas que no quería creer que era capaz de hacer. Pero ¿aquella vez? Cuando me pregunto cómo me convertí en la zombi que soy ahora, cómo llegué a estar tan perdida, todo se remonta siempre a ese momento… al momento en que guardé mi alma en el armario para hacerle sitio al diablo.

Sesión seis

Ayer estuve un rato en la iglesia. No entré a rezar, porque no soy creyente, sino sólo a sentarme un rato para disfrutar del silencio. Antes del secuestro, seguramente había pasado por delante de esa iglesia cien mil veces sin reparar en ella. No somos una familia de las que suelen ir a misa, que digamos; por lo general, los domingos por la mañana mi madre y mi padrastro están demasiado ocupados durmiendo su «religión» particular, pero yo he ido un par de veces estos últimos meses. Es una iglesia muy antigua y huele a museo, en el buen sentido de la palabra, como esos edificios que han sobrevivido a un montón de catástrofes y todavía siguen en pie. Hay algo en los cristales de esas vidrieras que también me resulta reconfortante. Si me diera por ponerme profunda con usted, podría decir que la idea de que todos esos pedazos rotos puedan unirse hasta formar algo tan sumamente bonito me seduce bastante. Por suerte, no soy tan profunda.

La iglesia suele estar vacía, gracias a Dios, pero aunque haya alguien dentro, nadie se dirige nunca a mí, ni me mira siquiera. Aunque no es que fuese a mirarlos a la cara yo tampoco.

Cuando recobré el conocimiento después de que el Animal me hubiese dejado inconsciente, me dolía todo el cuerpo, y tardé un buen rato en lograr levantar la cabeza lo suficiente para mirar a mi alrededor. Una oleada de náuseas me recorrió el cuerpo. El lado derecho del pecho me ardía cada vez que inspiraba aire. Tenía un ojo casi cerrado, y con el otro lo veía todo bastante borroso, pero podía ver el contorno de las cosas. Él no estaba por ninguna parte. O estaba durmiendo en el suelo o había salido. Permanecí inmóvil.

Necesitaba ir urgentemente al cuarto de baño, pero no sabía si podría llegar tan lejos; además, me aterrorizaba la idea de que me pillase intentando orinar fuera del horario establecido. Debí de desmayarme otra vez, porque no me acuerdo de nada hasta que me desperté de un sueño en el que estaba corriendo por la playa con Luke y nuestros perros. Cuando recordé dónde estaba en realidad, me eché a llorar.

La vejiga me estaba matando; si esperaba mucho más, acabaría meándome en la cama. A saber cuál de las dos cosas lo cabrearía más. No pensaba volver a ponerme aquel vestido, de manera que fui a gatas, desnuda, al cuarto de baño. Cada pocos segundos, me detenía, esperaba a que desapareciesen los puntos negros que me nublaban la vista, luego avanzaba gateando otros cuantos centímetros más, sin dejar por un momento de gimotear. A él le habría encantado.

Paralizada de miedo a usar la taza del inodoro por si él entraba, me puse de cuclillas en el sumidero de la bañera. Apoyando la cabeza en la pared lateral, intenté aspirar la cantidad exacta de aire para que no me doliese y recé por no morir allí. Al final, volví a gatas a la cama y perdí el sentido de nuevo.

Me dolía la cabeza, pero era un martilleo distante, como un ruido de fondo. Seguía sin saber dónde estaba el Animal, y por mi mente desfilaron unas imágenes aterradoras de aquel monstruo secuestrando a Christina. Recé por que mis intentos por manipularlo no lo hubieran enviado directamente hacia ella.

No estaba segura del tiempo que llevaba perdiendo y recobrando el conocimiento, pero calculaba que al menos había pasado un día entero. Cuando recuperé un poco de energía, me dirigí a la puerta. Seguía cerrada. Mierda. Puse la cabeza bajo el grifo, me lavé de la cara la sustancia pegajosa que supuse que era sangre y bebí con ansia para calmar mi sed. En cuanto el agua fría me cayó en el estómago, me agarré del fregadero y me puse a vomitar.

Cuando al fin conseguí desplazarme ya sin la sensación de estar a punto de marearme en cualquier momento, registré de nuevo la cabaña. Exploré con los dedos todas las rendijas y cerrojos. De pie sobre la encimera de la cocina, le di una patada a la persiana con tanta fuerza que creí que me había roto los músculos de la pierna. Mis pies no dejaron una sola marca. Estaba muy malherida y no recordaba la última vez que había comido algo, pero aun así me habría arriesgado a huir por la montaña, sólo que no había forma humana de salir de aquella maldita cabaña.

Para llevar la cuenta de los días que llevaba desaparecida, apartaba la cama de la pared y apretaba la uña contra la madera hasta que dejaba una leve marca. Si se veía luz al otro lado del pequeño agujero de la pared del baño, suponía que era por la mañana, y si todavía estaba oscuro, esperaba a que clarease un poco y entonces hacía otra señal. Había hecho dos marcas desde que el Animal me había dejado allí sola. Para seguir un horario similar al que me había impuesto él, sólo iba a orinar cuando ya no podía aguantar más, y únicamente en la bañera, aguzando bien el oído por si lo oía venir. Asustada como estaba para bañarme o ducharme por si llegaba justo en ese momento y me sorprendía, evitaba ambas cosas, y cuando las punzadas de hambre eran ya insoportables, me hinchaba el estómago de agua. Me imaginaba a todos los míos, en casa, organizando vigilias con velas, y me figuraba que todos mis amigos estarían organizando reuniones o repartiendo carteles con mi rostro sonriente. Mi madre debía de estar volviéndose loca. La suponía en casa, llorando, muy guapa, seguramente… la tragedia le sentaba de perlas. Los vecinos le llevarían guisos, la tía Val estaría respondiendo a las llamadas y mi padrastro la cogería de la mano y le diría que todo iba a salir bien. Pensé que ojalá tuviese yo también a alguien diciéndome eso. ¿Por qué no me habían encontrado? ¿Acaso habían abandonado la búsqueda? Nunca había oído de nadie que hubiese desaparecido y al que no hubiesen encontrado al cabo de varias semanas. A menos que ese alguien fuese ya cadáver.

A lo mejor Luke había salido por televisión suplicando que volviese. ¿O lo habría interrogado la policía? ¿No era siempre del novio de quien por lo general sospechaban primero? Seguramente estaban perdiendo el tiempo con él en lugar de concentrarse en buscar al Animal.

Me preocupaba
Emma
, y me pregunté quién se estaría ocupando de ella. ¿La estarían alimentando con la comida adecuada para su delicado estómago? ¿La estarían sacando a pasear? Básicamente, me pasaba el tiempo preguntándome si creería que la había abandonado, y eso siempre hacía que se me saltasen las lágrimas.

Para consolarme, no dejaba de rememorar mis recuerdos de Luke,
Emma
y Christina como si fueran vídeos caseros: pausa, rebobinar y repetir. Uno de mis favoritos de Christina era la vez que nos habíamos puesto hasta arriba de chucherías. El Halloween anterior, había venido a mi casa a jugar al Scrabble, y decidimos abrir una de las bolsas que había comprado para el «truco o trato». Una bolsa pasó a ser dos, y luego tres y hasta cuatro. Las dos llevábamos tal sobredosis de azúcar en el cuerpo que nuestra partida de Scrabble se disolvió en un revoltillo de palabras malsonantes y risas histéricas. Luego nos quedamos sin caramelos para los niños, así que tuvimos que apagar todas las luces de la casa. Nos escondimos a oscuras y escuchamos el ruido de los petardos y los fuegos artificiales, desternillándonos de la risa.

Pero entonces todos mis pensamientos volvían al Animal y en lo que podría estar haciéndole a ella en ese momento. Me la imaginaba en la oficina, trabajando hasta tarde tal vez, y luego veía al Animal esperando fuera, en la furgoneta. Mi impotencia me sacaba de quicio.

Cuando pasó otro día e hice una nueva señal en la pared, dejé de sentir punzadas de hambre, pero la sensación de que el Animal volvería de un momento a otro seguía intacta, y si quería sobrevivir, tenía que estar preparada. Mi anterior intento de seducción por poco había acabado conmigo, así que tenía que descubrir por qué se había puesto tan furioso cuando había fingido estar excitada sexualmente.

¿Y si era un sádico? No, no se excitaba pegándome. Era como si estuviera recreando algo. Aquel tipo seguía un mismo patrón de conducta. Empezaba con el baño —¿y si era ésa su versión de los preliminares del sexo?— y luego, más tarde, la cosa se iba poniendo cada vez más salvaje. ¿De qué coño iba aquel tipo?

Había dicho que las mujeres no queremos hombres buenos, que todas queremos que nos traten como a una mierda, y luego, cuando yo me había mostrado demasiado receptiva con mis maniobras de seducción, se había puesto hecho una fiera y me había llamado puta, invitándome a que ofreciera resistencia. Debía de creer que una «buena» chica, lo que quiere en el fondo es un hombre agresivo que se muestre duro con ella y la someta, pero en su mente, sólo una «puta» llegaría a demostrar realmente que es eso lo que le gusta: una buena chica se resistiría. Así que seguramente no se sentía como un hombre de verdad a menos que yo me asustase de verdad.

Estaba intentando complacerme… con miedo y dolor. Y cuanto más impasible me mostraba yo, más daño creía que tenía que hacerme. Joder, menuda mierda… Era un violador convencido de que todas las mujeres fantaseamos sexualmente con que nos violen. Por fin sabía lo que quería: tenía que esforzarme y mostrarle mi miedo y mi dolor.

Si hubiera tenido algo en el estómago, lo habría vomitado todo. En cierto modo, la idea de dejar que viese mis verdaderos sentimientos era peor que fingir que me gustaba que me violase.

El cuarto día sola en la cabaña, se me hizo más difícil distinguir los sueños de la realidad, dado que dormía más y permanecía menos tiempo despierta. Había veces en que casi tengo la certeza de que sufría alucinaciones, porque estaba completamente despierta y, a pesar de eso, oía la voz de Luke y olía su colonia, pero cuando abría los ojos, no había nada más que aquellas malditas paredes de la cabaña.

Me di cuenta de que estaba tan débil que podía llegar a olvidarme de mi plan, así que me inventé un pequeño verso que me ayudara a recordarlo. Lo repetía una y otra vez mientras me quedaba dormida y cuando volvía a despertar.

«El Animal es un enfermo, necesita dolor y miedo. El Animal es un enfermo, necesita dolor y miedo.»

Al quinto día, empecé a temer que no volviera antes de que me muriera de inanición. Pasé la mayor parte del día en la cama o sentada apoyando la espalda contra la pared del rincón, esperando a que se abriera la puerta y entonando mi verso particular, sin dejar de dar cabezadas de vez en cuando. Creo que era el atardecer, pero estaba tan débil que parecía que fuese más tarde. Entonces, la cerradura de la puerta emitió un clic y entró él.

Me alegraba realmente de verlo, al menos así no me moriría de hambre. Me alegré especialmente de ver que iba solo, aunque luego me pregunté si Christina no estaría inconsciente y maniatada en la parte de atrás de la furgoneta.

Cerró la puerta y se quedó de pie inmóvil, mirándome. Su imagen se desdibujó ante mis ojos.

«El Animal es un enfermo, necesita dolor y miedo…»

Con el cuerpo y la voz temblorosos, dije:

—Gracias a Dios. Tenía tanto miedo… Creía… creía que iba a morir aquí, sola.

Arqueó las cejas.

—¿Preferirías morir aquí acompañada?

—¡No! —Cuando negué enérgicamente con la cabeza, la habitación empezó a dar vueltas—. No quiero que muera nadie. He estado pensan… —Mi cerebro en ayunas se esforzaba en recordar las palabras—. Pensando… He estado pensando en… cosas. Cosas que quiero decirte, pero necesito saber… —Con el corazón en un puño, pregunté—: ¿Christina… Christina está bien?

Se encaramó a uno de los taburetes, se acomodó y apoyó la barbilla en la mano.

—¿No te preocupa saber cómo estoy yo?

—Sí, sí, claro, sólo pensaba… sólo quería saber…

La imagen del Animal se hizo borrosa para, acto seguido, volver a aparecer nítida y enfocada antes de difuminarse de nuevo.

—Lo fastidié. Lo fastidié todo… la última vez.

Entrecerró los ojos y asintió con la cabeza.

—Pero tengo un plan. Verás…

—¿Tienes un plan?

Se incorporó en el asiento. ¿Qué coño le estaba diciendo?

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