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Authors: David Brin

Navegante solar (37 page)

Las murallas, inescalables en los pasados asedios, eran ahora aún más extraordinarias. Los parapetos de tierra habían sido reemplazados por piedra. La valla estaba hecha de agujas afiladas, finas y de treinta kilómetros de largo. En lo alto de la torre más alta ondeaba una bandera. El estandarte decía «Lealtad». Revoloteaba sobre dos estacas, y en cada una de ellas había empalada una cabeza.

Reconoció al instante una de ellas. Era la suya propia. Aún brillaba la sangre que manaba del cuello cercenado. La expresión era de remordimiento.

La otra cabeza le hizo estremecerse. Era Helene. Su rostro estaba manchado y lacerado, y mientras la contemplaba, sus ojos se movieron débilmente. La cabeza estaba todavía viva.

¿Pero por qué? ¿Por qué esa furia contra Helene? ¡Y por qué los tonos de suicidios... esta reluctancia a unirse con él para crear el casi
ubersmensch
que fuera antaño?

Si Culla decidía atacar ahora, estaría indefenso. Tenía los oídos llenos del quejido de un viento ululante. Hubo un rugir de cohetes y luego el sonido de alguien cayendo... el sonido de alguien llamando mientras caía.

Y por primera vez pudo distinguir sus palabras.

—¡Jacob! ¡Cuidado con el primer escalón...!

¿Eso era todo? ¿Entonces por qué tanto alboroto? ¿Por qué tantos meses intentando averiguar lo que resultó ser la última ironía de Tania?

Por supuesto. Su neurosis le dejaba ver, ahora que la muerte era inminente, que las palabras ocultas eran otro señuelo. Hyde ocultaba algo más. Era...

Culpa.

Sabía que llevaba su carga tras el incidente en la Aguja Vainilla, pero nunca había advertido cuánta. Ahora vio lo enfermizo que era este acuerdo Jekyll y Hyde con el que había estado viviendo. En vez de curar lentamente el trauma de una dolorosa pérdida, había sellado una entidad artificial, para que creciera y se alimentara de él y de su vergüenza por haber dejado caer a Tania... por la suprema arrogancia del hombre que, aquel aciago día a treinta kilómetros de altura, pensó que podía hacer dos cosas a la vez.

Había sido tan sólo otra forma de arrogancia, una creencia de que podía superar la forma normal humana de recuperarse de las penas, el ciclo de dolor y trascendencia con el que se enfrentaban cientos de millones de seres humanos cuando sufrían una pérdida. Eso y el consuelo de la cercanía de otras personas.

Y ahora estaba atrapado. El significado del estandarte en las murallas estaba claro. En su enfermedad, había pensado en expiar parte de su culpa con demostraciones de lealtad hacia la persona a la que había fallado. No una lealtad externa sino interior, una lealtad enfermiza basada en apartarse de todo el mundo, mientras se convencía de que se encontraba bien, puesto que había tenido amantes.

¡No era extraño que Hyde odiara a Helene! ¡No era extraño que también quisiera muerto a Jacob Demwa!

Tania nunca lo habría aprobado, le dijo. Pero no estaba escuchando. Tenía su propia lógica y ningún sentido.

¡Ella habría querido a Helene!

No sirvió de nada. La barrera era firme. Abrió los ojos.

El rojo de la cromosfera se había vuelto más intenso. Ahora se encontraban en el filamento. Un destello de color, visto incluso a través de las gafas, le hizo mirar a la izquierda.

Era un toroide. Estaban en medio del rebaño.

Mientras observaba, pasaron varios más, con sus bordes festoneados de brillantes diseños. Giraban como donuts locos, ajenos al peligro de la Nave Solar.

—Jacob, no ha dicho nada. —La voz característica de Culla sonó en el fondo de su interior. Jacob se recuperó al oír su nombre—. Sheguro que tiene alguna opinión shobre mish motivosh. ¿No she ha dado cuenta que de eshto shurgirá un bien mayor, no shólo para mi eshpecie sino para la shuya y también para shush pupilosh?

Jacob sacudió vigorosamente la cabeza para despejarla. ¡Tenía que combatir de algún modo el cansancio inducido por Hyde! La línea de plata que era su mano ya no dolía.

—Culla, tengo que pensar un poco sobre esto. ¿Podemos retirarnos y parlamentar? Puedo traerle algo de comida y tal vez logremos llegar a un acuerdo.

Hubo una pausa. Entonces Culla habló lentamente.

—Esh ushted muy tramposho, Jacob. Me shiento tentado, pero veo que sherá mejor que ushted y shu amigo she queden quietosh. De hecho, me asheguraré. Shi alguno de losh dosh she mueve, lo «veré».

Jacob se preguntó aturdido qué trampa había en ofrecer comida al alienígena. ¿Por qué se le había ocurrido aquella idea?

Ahora caían más rápido. En lo alto, el rebaño de toroides se extendía hacia la ominosa pared de la fotosfera. Los más cercanos brillaban azules y verdes mientras pasaban. Los colores se difuminaban con la distancia. Las bestias más lejanas parecían diminutos anillos de boda, cada uno con un pequeño destello de luz verde.

Hubo movimiento entre los magnetóvoros más cercanos. Mientras caía la nave se hicieron a un lado, hacia «abajo» según la perspectiva invertida de Jacob. En una ocasión un destello verde llenó la Nave Solar cuando se sacudió una cola-láser. El hecho de que no hubieran sido destruidos significaba que las pantallas automáticas todavía funcionaban.

Fuera, una forma aleteante pasó ante Jacob, desde arriba, dejando atrás la cubierta a sus pies. Entonces apareció otra, ondulante, que se detuvo un instante ante el casco, con el cuerpo lleno de colores iridiscentes. Luego se abalanzó hacia arriba, hasta perderse de vista.

Los Espectros Solares se estaban agrupando. Tal vez la larga caída de la nave había picado por fin su curiosidad.

Ya habían pasado la parte más grande del rebaño. Había un grupo de grandes magnetóvoros justo encima, en su línea de descenso. Pequeños pastores brillantes danzaban alrededor del grupo.

Jacob esperó que se quitaran de en medio. No tenía sentido llevarse a ninguno por delante. El rumbo incandescente del Láser Refrigerador de la nave pasó peligrosamente cerca.

Jacob se controló. No había nada más que hacer. Hughes y él tendrían que intentar un asalto frontal. Silbó un código, dos sonidos cortos y dos largos. Hubo una pausa y luego la respuesta. El otro hombre estaba preparado.

Esperaría hasta el primer sonido. Habían acordado que, cuando estuvieran lo suficientemente cerca, cualquier ataque con posibilidad de éxito tendría que producirse en el instante en que se oyera algún ruido, antes de que Culla pudiera darse cuenta. Ya que Hughes estaba más lejos, se movería primero.

Se encogió y se concentró sólo en el ataque. El aturdidor descansaba en la palma sudorosa de su mano izquierda. Ignoró los temblores que brotaban de una parte aislada de su mente.

Un sonido, como de una caída, llegó desde la derecha. Jacob salió de detrás de la máquina, presionando el disparador del aturdidor al mismo tiempo.

Ningún rayo de luz salió a su encuentro. Culla no estaba allí. Una de las preciosas cargas aturdidoras se había perdido.

Corrió lo más rápido que pudo. Si encontraba al alienígena dándole la espalda mientras se enfrentaba a Hughes...

La luz cambiaba. Mientras corría, el brillo rojo de la fotosfera fue reemplazado rápidamente por un resplandor verdiazul desde arriba.

Jacob dirigió una breve mirada hacia lo alto. La luz procedía de los toroides. Las grandes bestias solarianas se acercaban desde abajo hacia la nave, en rumbo de colisión.

Sonaron las alarmas, y la voz de Helene deSilva lanzó una advertencia. Cuando el azul se hizo más brillante, Jacob se agachó bajo el láser-P y aterrizó a dos metros de Culla.

Justo más allá del pring, Hughes estaba arrodillado en el suelo, con las manos ensangrentadas y los cuchillos esparcidos por el suelo.

Miraba a Culla aturdido, esperando el golpe de gracia.

Jacob alzó el aturdidor cuando Culla se giró, advertido por el sonido de su llegada. Durante un brevísimo instante Jacob pensó que lo había conseguido.

Entonces todo su brazo izquierdo estalló en agonía. Un espasmo lo sacudió y el arma voló por los aires. Por un momento la cubierta pareció agitarse, luego su visión se aclaró y vio a Culla ante él, con los ojos sombríos. La boca del pring estaba ahora completamente abierta, agitando los extremos de los «labios» tentaculares.

—Lo shiento, Jacob. —El alienígena tenía un acento tan marcado que apenas pudo entender sus palabras—. Debe sher de eshte modo.

¡El eté planeaba acabar con él utilizando los dientes! Jacob retrocedió, lleno de miedo y rabia. Culla lo siguió chascando lentamente las mandíbulas, al ritmo de sus pasos.

Una gran sensación de resignación barrió a Jacob, una sensación de derrota y muerte inminente. El dolor de su cabeza no significaba nada comparado con la cercanía de la extinción.

— ¡No! —gritó roncamente. Se abalanzó hacia adelante, boca abajo, contra Culla.

En ese instante, volvió a sonar la voz de Helene y el color azul se apoderó de todo. Se produjo un zumbido distante y luego una poderosa fuerza los levantó del suelo, lanzándolos al aire por encima de la cubierta que se agitaba violentamente.

NOVENA PARTE

Había un muchacho tan virtuoso que los dioses le concedieron un deseo. Quiso ser, por un día, el auriga del sol. No hicieron caso a Apolo cuando predijo terribles consecuencias, pero los hechos que sucedieron después le dieron la razón. Se dice que el Sahara es el camino de desolación que dejó el inexperto auriga cuando su carro se acercó a la Tierra. Desde entonces, los dioses han cerrado la tienda.

M. N. Plano

26
TÚNELES

Jacob aterrizó en la parte opuesta de la consola del ordenador, cayendo de espaldas para salvar sus manos magulladas y sangrantes.

Afortunadamente, el material esponjoso de la cubierta amortiguó parte del impacto.

La boca le supo a sangre y la cabeza le zumbó mientras rodaba para apoyarse en los codos. La cubierta todavía rebotaba, pues los magnetóvoros se pegaban contra el bajo vientre de la Nave Solar, llenando el interior de la zona invertida de brillante luz azul. Tres de ellos tocaron la nave, a unos cuarenta y cinco grados «por encima» de la cubierta, dejando una gran abertura directamente encima. Eso dejó espacio para que el Láser Refrigerador soltara entre ellos su rayo letal de calor solar almacenado, dirigiéndolo hacía la fotosfera.

Jacob no tuvo tiempo de preguntarse qué hacían, si atacaban o simplemente jugaban (¡Qué idea!). Tenía que aprovechar rápidamente su oportunidad.

Hughes había aterrizado cerca. El hombre ya estaba en píe, aturdido. Jacob se levantó y cogió el brazo del hombre con el suyo, evitando todo contacto entre sus manos heridas.

—Vamos, Hughes. ¡Si Culla está aturdido, entre los dos podremos vencerle!

Hughes asintió. Estaba confundido pero dispuesto. Sus movimientos eran exagerados. Jacob tuvo que guiarle.

Cuando llegaron a la curva de la cúpula central se encontraron con que Culla acababa de ponerse en pie. El alienígena se tambaleaba, pero cuando se volvió hacia ellos Jacob supo que no había nada que hacer. Uno de los ojos de Culla destellaba; era la primera vez que Jacob veía uno en funcionamiento. Eso significaba...

Hubo un olor a goma quemada y la cinta derecha de sus gafas se rompió. Jacob quedó deslumhrado por el brillo azul de la cámara cuando se le cayeron.

Jacob empujó a Hughes tras la curva de la cúpula y se abalanzó tras él. Esperaba sentir en cualquier momento un dolor súbito en la nuca, pero los dos cayeron hacia la escotilla del bucle de gravedad y allí se sintió a salvo.

Fagin se hizo a un lado para dejarlos entrar. Trinó con fuerza y agitó las ramas.

— ¡Jacob! ¡Estás vivo! ¡Y tu compañero también! ¡Esto es mejor que lo que temía!

—¿Cuánto...? —Jacob jadeó en busca de aire—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que empezamos a caer?

—Cinco o seis minutos. Os seguí después de recuperar el sentido.

Puede que no sea capaz de luchar, pero puedo interponer mi cuerpo.

¡Culla nunca tendría poder suficiente para atravesarme! —El kantén silbó una risa aguda.

Jacob frunció el ceño. Eso era interesante. ¿Cuánto poder tenía Culla? ¿Qué era aquello que había leído una vez de que el cuerpo humano operaba a una media de ciento cincuenta vatios? Culla producía mucho más que eso, pero en estallidos cortos de medio segundo.

Con tiempo suficiente, Jacob podría calcularlo. Cuando proyectaba a sus solarianos falsos, Culla había hecho que las apariciones duraran unos veinte minutos. Entonces los Espectros antropomórficos «perdían interés» y Culla se sentía de pronto terriblemente hambriento. Todos habían atribuido su apetito a su nerviosa energía, pero en realidad el pring tenía que repostar su suministro de cumarina... y probablemente también los productos químicos ricos en energía para alimentar la reacción del láser teñido.

—¡Estás herido! —silbó Fagin. Sus ramas se agitaron—.

Será mejor que lleves a tu compatriota arriba y que os atiendan vuestras heridas.

—Supongo que sí —asintió Jacob de mala gana. No quería dejar a Fagin solo—. Tengo que hacer algunas preguntas importantes a la doctora Martine mientras nos atiende.

El kantén dejó escapar un largo suspiro sibilante.

—Jacob, no debes molestar a la doctora Martine bajo ninguna circunstancia! Está en contacto con los solarianos. ¡Es nuestra única oportunidad!

—¿Está qué?

—Los atrajo el destello del Láser Paramétrico. ¡Cuando llegaron, se puso su casco psi e inició las comunicaciones! ¡Colocaron varios de sus magnetóvoros bajo nosotros y han detenido sustancialmente nuestra caída!

El corazón de Jacob dio un brinco. Parecía un alivio. Entonces frunció el ceño.

—¿Sustancialmente? ¿Entonces no estamos subiendo?

—Por desgracia no. Caemos muy despacio. Y no sabemos cuánto tiempo podrán sostenernos los toroides.

Jacob sintió una distante brizna de asombro por el logro de Martine. ¡Había contactado con los solarianos! Era uno de los acontecimientos históricos de todos los tiempos, y sin embargo estaban condenados.

—Fagin —dijo cuidadosamente—. Volveré en cuanto pueda.

Mientras tanto, ¿puedes falsificar mi voz como para engañar a Culla?

—Creo que sí. Puedo intentarlo.

—Entonces habla con él. Lanza tu voz. Usa todos los trucos para mantenerle ocupado e inseguro. ¡No podemos permitir que esté más tiempo en el acceso del ordenador!

Fagin silbó para mostrar su acuerdo. Jacob se volvió, del brazo de Hughes, y empezó a girar el bucle de gravedad.

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