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Authors: David Brin

Navegante solar (34 page)

Eso es todo.

Jacob sintió una mano en su brazo. Helene estaba junto a él.

—¿Se encuentra bien?

—Sí... sí —ella sonrió sin mucha convicción—. Es que... Jacob, ¿quiere acompañarme a mi despacho, por favor?

—Claro.

Helene sacudió la cabeza. Sus dedos se hundieron en el brazo de Jacob y le arrastró rápidamente hacia el cubículo en un lado de la cúpula que servía como despacho. Cuando estuvieron dentro, despejó un espacio en la diminuta mesa y le hizo un gesto para que se sentara. Entonces cerró la puerta y se apoyó contra ella.

—Oh, Dios —suspiró.

—Helene... —Jacob dio un paso hacia adelante, luego se detuvo.

Los ojos de ella le miraron, ardientes.

—Jacob. —Ella hacía un esfuerzo de concentración para calmarse—.

¿Me promete que me hará un favor durante unos minutos y que después no hablará sobre ello? No puedo decirle de qué se trata hasta que acceda. —Sus ojos suplicaron en silencio.

Jacob no tuvo que pensarlo.

—Por supuesto, Helene. Puede pedir lo que quiera. Pero dígame qué. —Entonces, por favor, abráceme. —Su voz se perdió en un sollozo. Se desplomó contra el pecho de Jacob con los brazos extendidos. Mudo y sorprendido, Jacob la abrazó con fuerza.

Ella se meció lentamente adelante y atrás mientras una serie de poderosos temblores recorrían su cuerpo.

—Sshhh... Tranquila. —Jacob pronunció palabras sin sentido. El pelo de ella le rozaba la mejilla y su olor parecía llenar toda la habitación. Era mareante.

Permanecieron juntos en silencio durante un rato. Ella movía la cabeza lentamente sobre su hombro.

Los temblores remitieron. Gradualmente, su cuerpo se relajó.

Jacob frotó los músculos tensos de su espalda con una mano, y éstos se aflojaron uno a uno.

Se preguntó quién hacía el favor a quién. No había sentido esta paz, esta calma, desde Ifni sabía cuándo. Le emocionó que ella confiara tanto en él.

Más aún, le hacía feliz. Había una vocecita amarga por debajo que rechinaba los dientes en este momento, pero no le prestó atención.

Hacer lo que estaban haciendo parecía más natural que respirar.

Unos instantes después, Helene alzó la cabeza. Cuando habló, su voz fue pastosa.

—No había estado tan asustada en toda mi vida —dijo—. Quiero que comprenda que no hubiera tenido que hacer esto. Podría haber seguido siendo la Dama de Hierro durante el resto de la inmersión... pero usted estaba aquí, disponible... tuve que hacerlo. Lo siento.

Jacob advirtió que Helene no hacía ningún esfuerzo por soltarse de su abrazo.

—No tiene importancia —dijo suavemente—. Ya le diré más adelante lo agradable que ha sido. No se preocupe por estar asustada. Yo me quedé sin respiración cuando vi esas letras.

Curiosidad y aturdimiento son mis mecanismos de defensa. Ya vio cómo reaccionaron los demás. Usted tiene más responsabilidad, eso es todo.

Helene no dijo nada. Alzó las manos y las colocó sobre sus hombros, sin crear un espacio entre ellos.

—De todas formas —continuó Jacob, colocándole en su sitio algunos rizos dispersos—, ha debido de pasar mucho más miedo durante sus Saltos.

Helene se puso tensa y se retiró un poco.

—¡Señor Demwa, es intolerable! ¡Constantemente mencionando mis Saltos! ¿Cree que he estado alguna vez más asustada que antes? ¿Qué edad cree que tengo?

Jacob sonrió. Ella no había empujado demasiado fuerte para soltarse de sus brazos. Obviamente, no estaba dispuesta a dejarle escapar.

—Bueno, relativamente hablando... —empezó a decir.

— ¡Al cuerno con la relatividad! ¡Tengo veinticinco años! ¡Puede que haya visto más cielo que usted, pero he experimentado mucho menos del universo real, y mi nivel de competencia no dice nada de cómo me siento por dentro! Da miedo tener que ser perfecta, fuerte y responsable de las vidas de la gente... para mí al menos, no como a usted, héroe imperturbable y frío, que puede permanecer tan tranquilo como quiera, igual que el capitán Beloc de la Calypso cuando nos encontramos con ese loco bloqueo falso en J8'lek y... ¡y ahora voy a hacer algo completamente ilegal y te voy a ordenar que me beses, ya que no pareces dispuesto a hacerlo de propia iniciativa!

Ella le miró, desafiante. Cuando Jacob se echó a reír y la atrajo hacia sí, se resistió momentáneamente. Luego deslizó los brazos alrededor de su cuello y sus labios se apretaron contra los suyos.

Jacob la sintió temblar de nuevo.

Pero esta vez era diferente. Resultaba difícil decir por qué, ya que estaba ocupado en ese momento. Y de forma encantadora.

De repente, dolorosamente, advirtió cuánto tiempo había pasado desde... dos largos años. Descartó el pensamiento. Tania estaba muerta, y Helene estaba maravillosamente viva, hermosa. La abrazó con más fuerza y respondió a su pasión del único modo posible.

—Excelente terapia, doctor —sonrió ella mientras trataba de alisar los rizos de su pelo—. Me ha sentado mejor que un millón de dólares, aunque parece que has pasado por una exprimidera.

—¿Qué... esto, es una «exprimidera»? No importa, no quiero ninguna explicación a tus anacronismos. ¡Mírate! ¡Te gusta hacerme parecer una barra de hierro que ha sido fundida y deformada!

—Aja.

Jacob no consiguió reprimir una sonrisa.

—Cierra el pico y respeta a tus mayores. Por cierto, ¿cuánto tiempo tenemos?

Helene consultó su anillo.

—Unos dos minutos. Un momento espantoso para tener una reunión. Empezabas a ponerte interesante. ¿Quién demonios la convocó para una hora tan intempestiva?

—Tú .

—Ah, sí. Es verdad. La próxima vez te daré al menos media hora, e investigaremos las cosas con más detalle.

Jacob asintió, inseguro. A veces era difícil saber hasta qué punto bromeaba esta mujer.

Antes de abrir la puerta, Helene se inclinó sobriamente hacia adelante y le besó.

—Gracias, Jacob.

El acarició su mejilla con la mano izquierda. Ella la apretó brevemente.

No había nada que decir cuando él retiró la mano.

Helene abrió la puerta y se asomó. Únicamente el piloto estaba a la vista. Todos los demás probablemente se habían marchado a la segunda reunión en el centro de avituallamiento.

—Vamos —dijo—. ¡Me podría comer un caballo!

Jacob se estremeció. Si iba a conocer mejor a Helene, sería mejor que se preparara para ejercitar mucho la imaginación. ¡Un caballo, nada menos!

No obstante se rezagó un poco para poder ver cómo se movía.

Estaba tan distraído que no se dio cuenta cuando un toroide pasó girando ante la nave, con sus costados esmaltados con colores brillantes y rodeado por un halo tan blanco y resplandeciente como el pecho de una paloma.

24
EMISIÓN ESPONTÁNEA

Cuando regresaron, Culla estaba retirando un liquitubo del follaje de Fagin. Tenía uno de los brazos dentro de las ramas del kantén. El pring sostenía un segundo liquitubo en la otra mano.

—Bienvenidos —trinó Fagin—. Pring Culla acaba de ayudarme con mi complemento dietético. Me temo que al hacerlo ha descuidado el suyo.

—No hay problema, sheñor —dijo Culla. Retiró lentamente el tubo.

Jacob se acercó tras el pring para observar. Era una oportunidad para aprender más del funcionamiento de Fagin. El kantén le dijo una vez que su especie no tenía ningún tabú, así que seguramente no le importaría que Jacob intentara averiguar qué clase de orificio usaba el alienígena semivegetal.

Estaba empinado detrás de Culla cuando el pring se echó atrás de repente, soltando el liquitubo. Su codo chocó dolorosamente encima del ojo de Jacob, derribándole.

Culla castañeteó ruidosamente. Los liquitubos cayeron de sus manos, que colgaron fláccidas a sus costados. Helene tuvo problemas para contener la risa. Jacob se puso rápidamente en pie. Su mueca hacia Helene («Ya me desquitaré algún día») sólo la hizo toser con más fuerza.

—Olvídelo, Culla. No me ha hecho daño. Ha sido culpa mía.

Además, todavía me queda un ojo sano. —Resistió el impulso de frotarse el punto dolorido.

Culla le miró con ojos resplandecientes. El castañeteo remitió.

—Esh ushted muy amable, Amigo-Jacob —dijo por fin—. En una shituación adecuada, pupilo-mayor, la culpa fue mía por deshcuidado.

Le doy lash graciash por perdonarme.

—No importa, amigo mío —concedió Jacob. Podía sentir el principio de un feo chichón. Con todo, sería aconsejable cambiar de tema para ahorrar más vergüenza a Culla.

—Hablando de ojos, he leído que su especie y la mayoría de las de Pring, tenían un solo ojo antes de que llegaran los pila y comenzaran su programa genético.

—Shí, Jacob. Losh pila nosh dieron dosh ojosh por cuesh-tionesh eshtéticash. La mayoría de los bípedosh de la galaxia son binocularesh.

No querían que lash demásh razash jóve-nesh she burlaran de noshotrosh.

Jacob frunció el ceño. Había algo... sabía que Mister Hyde lo tenía ya pero lo contenía, todavía de mal humor.

¡Maldición, es mi inconsciente!

No tenía sentido. Oh, bueno.

—Pero también he leído, Culla, que su especie era arborí-cola... incluso braquial, si no recuerdo mal...

—¿Y eso qué significa? —susurró Donaldson a deSilva.

—Significa que solían columpiarse en las ramas de los árboles —respondió ella—. ¡Ahora, cállese!

—Pero si sólo disponían de un ojo, ¿cómo podían tener sus antepasados suficiente percepción de profundidad para no fallar cuando intentaban agarrar la siguiente rama?

Antes de terminar la frase, Jacob se sintió contento. ¡Ésa era la pregunta que Mister Hyde estaba conteniendo! ¡De modo que el pequeño demonio no tenía un cerrojo completo sobre la reflexión inconsciente! Helene le estaba haciendo bien. Apenas le importó la respuesta de Culla.

—Creía que lo shabía, Amigo-Jacob. Oí a la comandante deShilva explicar durante nueshtra primera inmershión que tengo diferentesh receptoresh. Mish ojosh pueden detectar fashe ademásh de intenshidad.

—Sí. —Jacob empezaba a divertirse. Tendría que mirar a Fagin.

El viejo kantén le avisaría si se metía en un terreno que a Culla le resultara molesto—. —Sí, pero la luz del sol, sobre todo en un bosque, sería totalmente incoherente... de fase aleatoria. Los delfines usan un sistema parecido en su sonar, conservando la fase y todo lo demás. Pero proporcionan su propio campo de fase coherente emitiendo trinos bien sintonizados.

Jacob dio un paso atrás, disfrutando de una pausa dramática. Pisó uno de los liquitubos que Culla había dejado caer. Lo recogió con gesto automático.

—Entonces, si los ojos de sus antepasados no hacían más que retener la fase, todo el asunto seguiría sin funcionar si no tenían una fuente de luz coherente en su entorno —dijo Jacob, excitado—.

¿Láseres naturales? ¿Tienen sus bosques alguna fuente natural de luz láser?

—¡Por Júpiter que eso sería interesante! —comentó Donaldson.

Culla asintió.

—Shí, Jacob. Losh llamamosh lash... —Sus mandíbulas se unieron en un complicado ritmo—... plantash. Esh increíble que dedujera shu exishtencia a partir de tan pocash pishtash. Hay que felicitarle. Le moshtraré fotosh de uno cuando re-greshemosh.

Jacob vio que Helene le sonreía posesivamente. (Sintió en su interior un gruñido distante. Lo ignoró.)

—Sí. Me gustaría verlo, Culla.

El liquitubo en su mano estaba pegajoso. El aire olía a heno recién cortado.

—Tome, Culla —tendió el liquitubo—. Creo que se le ha caído esto.

—Entonces su brazo se congeló. Miró el tubo durante un instante y luego soltó una carcajada.

— ¡Millie, venga aquí! —gritó—. ¡Mire esto!

Tendió el tubo a la doctora Martine y señaló la etiqueta.

—¿Una mezcla de alcalido-3-(alfa-acetonilbenzil)-4-hidroxi-cumarina?

—Ella pareció insegura durante un instante—. ¡Vaya, eso es «Warfarin»!

¡De modo que es uno de los complementos dietéticos de Culla! Entonces ¿cómo demonios llegó una muestra a los medicamentos de Dwyane?

Jacob sonrió tristemente.

—Me temo que ese asunto fue culpa mía. Cogí sin darme cuenta una muestra de una de las tabletas de Culla a bordo de la Bradbury.

Tenía tanto sueño cuando lo hice que lo olvidé. Debí meterlo en el mismo bolsillo donde más tarde guardé las muestras del doctor Kepler.

Y fueron todas juntas al laboratorio del doctor Laird.

»Fue pura coincidencia que uno de los suplementos nutritivos de Culla fuera idéntico a un viejo veneno terrestre, pero sí que me hizo andar en círculos. Pensaba que Bubbacub se lo dio a Kepler para volverlo inestable, pero nunca me sentí satisfecho con esa teoría. —Se encogió de hombros.

— ¡Bueno, pues yo me alegro de que todo el asunto quede zanjado!

—rió Martine—. ¡No me gustaba lo que la gente empezaba a pensar de mí! Era un pequeño descubrimiento. Pero de algún modo aclarar un misterio transformó el estado de ánimo de los presentes. Charlaron animadamente.

La única mancha se produjo cuando pasó Pierre LaRoque, riendo en voz baja. La doctora Martine fue a pedirle que se reuniera con ellos, pero el hombrecito se limitó a sacudir la cabeza, y luego siguió dando vueltas alrededor de la nave.

Helene estaba junto a Jacob. Tocó la mano que aún sostenía el liquitubo de Culla.

—Hablando de coincidencias, ¿has echado un vistazo a la fórmula del suplemento de Culla? —Se detuvo y alzó la cabeza. Culla se acercó a ellos y saludó.

—Shi ya ha terminado, Jacob, me llevaré eshte tubo pega-josho.

—¿Qué? Oh, claro, Culla. Tome. ¿Qué decías, Helene?

Aunque el rostro de ella permanecía serio, resultaba difícil no sorprenderse de su belleza. Era la fase inicial del período de enamoramiento que, durante algún tiempo, dificulta escuchar a la amada.

—Decía que advertí una extraña coincidencia cuando la doctora Martine leyó en voz alta esa fórmula química. ¿Recuerdas cuando hablaste de láseres orgánicos teñidos? Bueno...

La voz de Helene se apagó. Jacob pudo ver cómo se movía su boca, pero todo lo que pudo distinguir fue una palabra:

—... cumarina...

Había problemas en erupción. Su neurosis controlada se había rebelado. Mister Hyde intentaba impedirle que escuchara a Helene. De hecho, de pronto advirtió que su otra mitad había estado dominando su habitual habilidad de reflexión desde que Helene había dado a entender, en su conversación al borde de la cubierta, que quería que él proporcionara los genes que llevaría consigo a las estrellas cuando la Calypso diera el salto.

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