Navegante solar (15 page)

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Authors: David Brin

Jacob, Fagin y Culla le siguieron. De alguna parte situada en lo alto de la «cabeza» de Fagin surgió una extraña música.

12
GRAVEDAD

La Sala de Telemetrías, mantenida de modo automático, parecía pequeña. Apenas media docena de consolas en dos filas bajo una gran pantalla visora. Tras una barandilla, sobre un dosel, los invitados observaban cómo los operadores comprobaban cuidadosamente los datos grabados.

De vez en cuando alguno de los operadores se inclinaba hacia adelante y escrutaba algún detalle en la pantalla, con la vana esperanza de encontrar una pista de que la Nave Solar todavía existía allá abajo.

Helene deSilva se encontraba ante el par de consolas más cercanas al dosel.

La grabación de las últimas observaciones de Jeffrey aparecían en una pantalla.

EL VIAJE ES SUAVE COMO UNA SEDA EN MODO AUTOMÁTICO... TUVE QUE APAGAR EL FACTOR TIEMPO DE DIEZ DURANTE LA TURBULENCIA... ACABO DE COMER DENTRO DE VEINTE SEGUNDOS JA JA...

Jacob sonrió. Podía imaginar la diversión del pequeño chimpancé con el diferencial de tiempo.

AHORA HE PASADO EL PUNTO TAU UNO... LÍNEAS DE CAMPO CONVERGEN ARRIBA... LOS INSTRUMENTOS INDICAN QUE HAY UN REBAÑO, TAL COMO DIJO HELENE... CERCA DE UN CENTENAR... ME ACERCO...

Entonces sonó la voz simiesca de Jeffrey, gruñona y brusca.

—¡Chicos, esperad a que os hable de los árboles! ¡El primero a solas en el sol! ¡Muérete de envidia, Tarzán!

Uno de los controladores empezó a reírse, luego se interrumpió. El sonido acabó pareciéndose a un sollozo.

Jacob dio un respingo.

—¿Quiere decir que estaba solo allá abajo?

—¡Creía que lo sabía! —DeSilva parecía sorprendida—. Las inmersiones son casi automáticas hoy en día. Sólo un ordenador puede ajustar los campos de estasis con la suficiente rapidez para impedir que la turbulencia reduzca al pasajero a gelatina. Jeffrey... tenía dos: uno a bordo y también un láser remoto de la gran máquina que tenemos aquí en Mercurio. De todas formas, ¿qué puede hacer un hombre, además de añadir un toque acá o allá?

—¿Pero por qué añadir más riesgo?

—Fue idea del doctor Kepler —respondió ella, un poco a la defensiva—. Quería ver si eran sólo las pautas psi humanas las que hacían que los Espectros huyeran o hicieran gestos amenazantes.

—Nunca llegamos a esa parte en la reunión.

Ella se apartó un rizo dorado.

—Sí, bueno, en nuestros primeros encuentros con los magnetóvoros nunca vimos a ninguno de los pastores. Cuando lo hicimos, los observamos desde lejos para decidir su relación con las demás criaturas. Cuando por fin nos acercamos, al principio los pastores huyeron. Luego su conducta cambió radicalmente. Aunque la mayoría escapaba, uno o dos se acercaban trazando un arco a la nave, en el plano de la plataforma de instrumentos, y se quedaban al lado.

Jacob sacudió la cabeza.

—Creo que no comprendo...

DeSilva miró la consola más cercana, pero no había ningún cambio. Los únicos informes de la nave de Jeffrey eran datos solonómicos, informes de rutina sobre las condiciones solares.

—Bueno, Jacob, la nave es una cubierta plana dentro de una concha reflectante casi perfecta. Los Motores de Gravedad, los Generadores de Campos de Estasis y el Láser Refrigerador están todos en la esfera más pequeña que se encuentra en mitad de la cubierta.

Los instrumentos de grabación se alinean en el borde de la cubierta en la parte del «fondo», y la gente ocupa la parte «superior», de forma que ambas ven sin problemas en cualquier dirección. ¡Pero no habíamos contado con que algo esquivara nuestras cámaras a propósito!

—Si el Espectro salía del campo de visión de sus instrumentos acercándose por arriba, ¿por qué no girar simplemente la nave? Tienen completo control gravitatorio.

—Lo intentamos. ¡Simplemente desaparecían! O peor, se quedaban encima por rápido que giráramos. ¡Sólo gravitan! Fue entonces cuando algunos miembros de la tripulación empezaron a ver formas antropomorfas de lo más raro.

De repente, la voz áspera de Jeffrey volvió a llenar la sala.

—¡Eh! ¡Hay todo un grupo de perros pastor dando vueltas alrededor de esos toroides! ¡Me acerco a saludarlos! ¡Lindos perritos!

Helene se encogió de hombros.

—Jeffrey siempre fue un escéptico. Nunca vio ninguna de las formas-en-el-techo y siempre llamaba a los pastores «perros pastor» porque no veía nada en su conducta que implicara inteligencia.

Jacob sonrió amargamente. La condescendencia del superchimpancé hacía la raza canina era uno de los aspectos más humorísticos de su obsesión participativa. Tal vez también diluía su sensibilidad sobre la relación especial del perro con los seres humanos, anterior a la suya propia. Muchos chimpancés tenían perros por mascotas.

—¿Llamaba toroides a los magnetóvoros?

—Sí, tienen forma de donuts grandes. Los habría visto en la reunión si no... nos hubieran interrumpido. —Ella sacudió la cabeza tristemente y miró al suelo.

Jacob se agitó, inquieto.

—Estoy seguro de que no hay nada que se pudiera haber hecho... —empezó a decir. Entonces se dio cuenta de que estaba haciendo el tonto. DeSilva asintió una sola vez y se volvió hacia la consola; se entretuvo con las lecturas técnicas, o fingió hacerlo.

Bubbacub yacía tendido sobre un cojín, a la izquierda, cerca de la barrera. Tenía un libro play-back en las manos y había estado leyendo, totalmente absorto, los extraños caracteres que aparecían de arriba abajo en la diminuta pantalla. El pil alzó la cabeza y prestó atención cuando sonó la voz de Jeffrey, y luego miró enigmáticamente a Pierre LaRoque.

Los ojos de LaRoque destellaron mientras grababa un «momento histórico». De vez en cuando hablaba con voz excitada al micrófono de su estenocámara prestada.

—Tres minutos —dijo deSilva con voz apagada.

Durante un minuto no sucedió nada. Entonces volvieron a aparecer en la pantalla las grandes letras.

¡LOS CHICOS GRANDES SE DIRIGEN HACIA MÍ PARA VARIAR! AL MENOS UNA PAREJA. ACABO DE CONECTAR LAS CÁMARAS... ¡EH! ¡ACABO DE SENTIR UNA SACUDIDA AQUÍ DENTRO! ¡TEMPO-COMPRESIÓN ATASCADA!

— ¡Voy a interrumpir! —dijo de repente la voz profunda y ronca—. Subo rápido... ¡Más sacudidas! ¡«S» cayendo! ¡Los etés! Ellos...

Se produjo un breve estallido de estática, y luego el silencio seguido de un agudo siseo cuando el operador de la consola intentó sintonizar de nuevo. Luego, nada.

Durante un largo instante nadie dijo una palabra. Entonces uno de los operadores se levantó de su asiento.

—Implosión confirmada —dijo.

DeSilva asintió.

—Gracias. Por favor, preparen un sumario de los datos para transmitirlos a la Tierra.

Extrañamente, la emoción más fuerte que sintió Jacob fue de orgullo. Como miembro del personal del Centro de Elevación, había advertido que Jeffrey abandonó su teclado en los últimos momentos de su vida. En vez de retirarse ante el miedo, hizo un gesto difícil y orgulloso. El terrestre Jeffrey habló en voz alta.

Jacob quiso mencionárselo a alguien. Si alguno de los presentes era capaz de comprenderlo, era Fagin. Se acercó al kanten, pero Pierre LaRoque siseó bruscamente antes de que llegara a él.

—¡Idiotas! —El periodista miró alrededor con expresión de incredulidad—. ¡Y yo soy el idiota más grande de todos! ¡Tendría que haberme dado cuenta de lo peligroso que era enviar a un chimpancé sin compañía al sol!

La sala permaneció en silencio. Rostros sorprendidos se volvieron hacia LaRoque, quien agitó los brazos en un gesto expansivo.

—¿Es que no lo ven? ¿Están todos ciegos? Si los solarianos son nuestros antepasados, y de eso no puede haber duda, entonces se han tomado la molestia de evitarnos durante milenios. Pero tal vez algún distante afecto les ha impedido destruirnos hasta ahora.

»Han intentado advertirles a ustedes y a sus Naves Solares de formas que no pudieron ignorar, y sin embargo insistieron en inmiscuirse. ¿Cómo iban a reaccionar esos poderosos seres, pues, si son molestados por una raza pupilo de la raza que ellos abandonaron? ¿Qué esperaban que hicieran al ser invadidos por un mono?

Varios operarios se levantaron de sus asientos, airados. De-Silva tuvo que alzar la voz para aplacarlos. Se volvió hacia LaRoque, con una expresión de férreo control en sus rasgos.

—Señor, si desea expresar su interesante hipótesis por escrito, con un mínimo de inventiva, el personal se sentirá feliz de considerarla.

—Pero...

—¡Y eso será suficiente por ahora! ¡Ya tendremos tiempo de sobra para hablar de ello más tarde!

—No, no tenemos tiempo en absoluto.

Todos se volvieron. La doctora Martine se encontraba al fondo de la Galería, en el pasillo.

—Creo que debemos discutirlo ahora mismo —dijo.

—¿Se encuentra bien el doctor Kepler? —preguntó Jacob.

Ella asintió.

—Vengo de su habitación. Conseguí sacarlo de su shock y ahora está durmiendo. Pero antes de quedarse dormido insistió en que se hiciera otra inmersión ahora mismo.

—¿Ahora mismo? ¿Por qué? ¿No deberíamos esperar a saber con seguridad lo que sucedió con la nave de Jeffrey?

—¡Ya sabemos lo que le sucedió a la nave de Jeff! —respondió ella bruscamente—. ¡Al entrar he oído lo que ha dicho el señor LaRoque, y no me gusta la forma en que han recibido su idea! ¡Están tan orgullosos y seguros de sí mismos que no saben escuchar una idea interesante!

—¿Quiere decir que realmente piensa que los Espectros son nuestros Tutores Ancestrales? —DeSilva mostró su incredulidad.

—Tal vez sí, y tal vez no. ¡Pero el resto de su explicación tiene sentido! Después de todo, antes de esto, ¿hicieron los solarianos algo más que amenazar? Y ahora de repente se vuelven violentos. ¿Por qué?

¿Podría ser que no sintieran remordimientos por matar a un miembro de una especie tan inmadura como la de Jeff?

Martine sacudió la cabeza tristemente.

—¿Saben una cosa? ¡Es sólo cuestión de tiempo que los humanos se den cuenta de cuánto van a tener que adaptarse! El hecho es que las demás razas que respiran oxígeno se someten a un sistema de estatus... un orden vertical basado en la veteranía, fuerza y parentesco. A muchos de ustedes no les parece agradable. ¡Pero es así como son las cosas! Y si no queremos que nos suceda como a las razas no-europeas del siglo XIX, tendremos que aprender la forma en que les gusta ser tratadas a las especies más fuertes.

Jacob frunció el ceño.

—Está diciendo que si muere un chimpancé, y los seres humanos son amenazados o despreciados, entonces...

—Entonces tal vez los solarianos no quieren relacionarse con niños y animales... —Uno de los operadores dio un puñetazo a su consola. Una mirada de deSilva lo tranquilizó—. Pero podrían estar dispuestos a hablar con una delegación de miembros de especies más viejas y experimentadas. Después de todo, ¿cómo podemos saberlo si no lo intentamos?

—Culla nos ha acompañado en la mayoría de nuestras inmersiones —murmuró el operador—. Y es un embajador experimentado.

—Con todo el respeto debido a Pring Culla. —Martine se inclinó levemente hacia el alto alienígena—. Es miembro de una raza muy joven. Casi tanto como la nuestra. Está claro que los solarianos no consideran que sea más digno de su atención que nosotros.

»No, propongo que nos aprovechemos de la presencia sin precedentes aquí en Mercurio de dos miembros de razas antiguas y honorables. Deberíamos pedir humildemente a Pil Bub-bacub y a Kant Fagin que se unan a nosotros, allá en el Sol, en un último intento por entablar contacto.

Bubbacub se levantó lentamente. Miró alrededor de forma deliberada, consciente de que Fagin esperaba que hablara primero.

—Si los seres humanos dicen que me necesitan en el sol, entonces, a pesar de los visibles peligros de las pri-mi-tivas Naves Sola-res, me siento in-clinado a a-ceptar.

Regresó con complacencia a sus cojines.

Fagin se agitó.

—También yo me siento complacido —dijo—. De hecho, haría cualquier trabajo para ganarme el pasaje en una nave semejante. No puedo imaginar qué ayuda podría ofrecer. Pero iré contento.

—¡Pues yo me opongo, maldita sea! —gritó deSilva—. Me niego a aceptar las implicaciones políticas de llevar a Pil Bubbacub y Kant Fagin, sobre todo después del accidente. Habla usted de buenas relaciones con las razas alienígenas, doctora Martine, ¿pero puede imaginar lo que sucedería si murieran allá abajo en una nave terrestre?

—¡Oh, tonterías! —dijo Martine—. Si alguien puede manejar las cosas para que ninguna culpa recaiga sobre la Tierra, son precisamente estos sofontes. Después de todo, la galaxia es un lugar peligroso.

Estoy segura de que podrían dejar testamentos o algo parecido.

—En mi caso, estos documentos ya están grabados —dijo Fagin.

También Bubbacub declaró su magnánima disposición para arriesgar la vida en una nave primitiva, absolviendo a todos de cualquier responsabilidad. El pil se volvió cuando LaRoque empezó a darle las gracias. Incluso Martine pidió al hombre que se callara.

DeSilva miró a Jacob, que se encogió de hombros.

—Bueno, tenemos tiempo. Demos tiempo a la tripulación para comprobar los datos de la inmersión de Jeff, y que el doctor Kepler se recupere. Mientras tanto, podemos referir a la Tierra esta idea en busca de sugerencias.

Martine suspiró.

—Ojalá fuera tan simple, pero no lo han pensado bien. Piensen que si intentamos hacer las paces con los solarianos, deberíamos regresar al mismo grupo que fue ofendido por la visita de Jeff.

—Bueno, no estoy segura de que eso sea necesario, pero no suena mal.

—¿Y cómo planea encontrar al mismo grupo allí, en la atmósfera solar?

—Supongo que tendrían que regresar a la misma región activa, donde están pastando los rebaños... Oh, ya veo lo que quiere decir.

—Seguro que sí —sonrió—. No hay ninguna «solografía» permanente para hacer ningún mapa. ¡Las regiones activas y las manchas solares se desvanecen en cuestión de semanas! El sol no tiene superficie
per se
, sólo diferentes niveles y densidades de gas. Incluso el ecuador rota más rápido que las demás latitudes ¿Cómo van a encontrar el mismo grupo si no parten ahora mismo, antes de que el daño causado por la visita de Jeff se extienda por toda la estrella?

Jacob se volvió hacia deSilva, aturdido.

—¿Cree que podría tener razón, Helene?

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