Read Navegante solar Online

Authors: David Brin

Navegante solar (14 page)

Habían gemido (o trinado o aleteado o rugido) de desesperación ante el grado de desorden, sublime y contextualmente discursivo, en que había caído el inglés en particular. Habrían preferido el latín, y más aún el indoeuropeo de finales del Neolítico, con su estructura altamente organizada de declinaciones y casos. Los humanos se negaron obstinadamente a cambiar su
lingua franca
en beneficio de la Biblioteca (aunque tanto los pieles como los camisas empezaron a estudiar indoeuropeo por diversión, cada uno por sus propias razones), y en cambio enviaron a sus mejores expertos a ayudar a que los serviciales alienígenas se ajustaran.

Los pring sirven en las ciudades y granjas de casi todos los planetas Pil, a excepción del planeta natal, Pila. El sol de Pila, una enana F3, es al parecer demasiado brillante para esta generación de pring elevados (el sol de Pring es F7). Ésta es la razón que dan los pila para continuar con la investigación genética sobre el sistema visual pring, mucho después de que su licencia de Elevación haya expirado...

...sólo se ha permitido a los pring colonizar mundos tipo A, carentes de vida y que requieran terraformación, pero libres de restricciones de uso por los Institutos de Tradición y Migración. Tras haber asumido el liderazgo en varias jihads, al parecer los pila no desean tener pupilos que puedan avergonzarlos al tratar de mala forma a un mundo vivo y antiguo...

Los datos sobre la raza de Culla abarcaban volúmenes de la Civilización Galáctica. Era fascinante, pero la manipulación que implicaba hizo que Jacob se sintiera incómodo. Inexplicablemente, se sintió responsable.

Fue en esta etapa de relectura cuando llegó la convocatoria para la largamente esperada charla con el doctor Kepler.

Jacob estaba ahora sentado en la sala, y se preguntaba cuándo iría al grano el científico. ¿Qué eran los magnetóvoros? ¿Y a qué se refería la gente cuando mencionaba a un «segundo tipo» de solarianos que jugaban al escondite con las Naves Solares y hacían a las tripulaciones gestos amenazantes con formas antropomórficas?

Jacob volvió a mirar el holo-tanque.

El filamento escogido por Kepler había crecido para abarcar el tanque entero y luego se expandió hasta que el espectador se sentía visualmente inmenso en aquella masa fiera y deslumbrante. Los detalles se hicieron más claros: amasijos retorcidos que implicaban una tensión de las líneas del campo magnético, rizos que iban y venían como vapor mientras el movimiento soltaba los gases calientes dentro y fuera de la banda visible de la cámara, y grupos de brillantes puntitos que danzaban en el borde distante de la visión.

Kepler seguía con su monólogo, a veces demasiado técnico para Jacob, pero siempre empleando metáforas simples. Su voz se había vuelto firme y confiada, y era evidente que disfrutaba ofreciendo el espectáculo.

—Al principio se pensó que eran los habituales puntos calientes comprimidos —dijo—. Hasta que les echamos un segundo vistazo.

Entonces descubrimos que todo el espectro era diferente.

Kepler usó un control en la base de su punzón para ofrecer un zoom del centro del subfilamento.

—Recordarán que los puntos calientes que vimos antes parecían todavía rojos, aunque de un tono muy brillante. Es porque los filtros de la nave, cuando se tomaron estas imágenes, estaban sintonizados sólo para dejar entrar una banda espectral muy estrecha, centrada en el hidrógeno alfa. Pueden ver, incluso ahora, la cosa que provocó nuestro interés.

Sí que la veo, pensó Jacob.

Los puntos luminosos eran de un verde brillante.

Se agitaban como párpados y tenían el color de esmeraldas.

—Hay un par de bandas de verde y azul que aparecen menos eficientes que la mayoría, gracias al filtro. Pero la línea alfa normalmente las borra por completo con la distancia. Además, este verde no es ni siquiera una de esas bandas.

»Pueden imaginar nuestra consternación; naturalmente. Ninguna fuente de luz termal podría haber enviado ese color a través de estas pantallas. Para atravesarlas, la luz de estos objetos tendría que ser no sólo increíblemente brillante sino también totalmente monocromática, con una temperatura de brillo de millones de grados.

Jacob se enderezó, interesado por fin en la charla.

—En otras palabras —continuó Kepler—. Tienen que ser láseres.

—Hay muchos modos de que se produzca de forma natural una acción láser en una estrella —dijo Kepler—. Pero nadie la había visto antes en nuestro sol, así que nos dispusimos a investigar. Y lo que descubrimos fue la forma de vida más increíble que nadie podría imaginar.

El científico manipuló el control de su indicador y el campo de visión empezó a cambiar.

Un suave trino sonó en la primera fila del público. Helene deSilva atendió un teléfono. Habló en voz baja por el aparato.

Kepler se concentró en su demostración. Lentamente, los puntos brillantes crecieron en el tanque hasta que se convirtieron en diminutos anillos de luz, demasiados aún para poder distinguir detalles.

De repente Jacob pudo apreciar el murmullo de la voz de deSilva mientras hablaba por teléfono.

Incluso Kepler se detuvo y esperó mientras ella preguntaba en voz baja a la persona al otro lado de la línea.

Colgó entonces el teléfono, con el rostro petrificado en una máscara de férreo control. Jacob la vio levantarse y acercarse hacia Kepler, que retorcía nervioso el indicador en sus manos. La mujer se inclinó levemente para susurrarle algo al oído, y los ojos del director del proyecto Navegante Solar se cerraron. Cuando volvieron a abrirse, su expresión era totalmente vacía.

De repente todo el mundo empezó a hablar a la vez. Culla abandonó su asiento en la primera fila para unirse a deSilva. Jacob sintió el paso del aire cuando la doctora Martine corrió por el pasillo para situarse al lado de Kepler.

Jacob se puso en pie y se volvió hacia Fagin, que se encontraba en el pasillo.

—Fagin, voy a averiguar qué es lo que pasa. Espera aquí.

—No será necesario —trinó filosóficamente el kantén.

—¿Qué quieres decir?

—Pude oír lo que le dijeron a la comandante humana Helene deSilva por teléfono, Amigo-Jacob. No es una buena noticia.

Jacob gritó para sus adentros. ¡Siempre impasible, maldita planta larguirucha! ¡Naturalmente que no es una buena noticia!

—¿Entonces qué demonios está sucediendo? —preguntó.

—Lo lamento sinceramente, Amigo-Jacob. ¡Parece que la Nave Solar del chimpancé-científico Jeffrey ha sido destruida en la cromosfera de vuestro sol!

11
TURBULENCIA

Bajo la luz ocre del holo-tanque, la doctora Martine pronunciaba el nombre de Kepler una y otra vez, pasando la mano ante sus ojos vacíos. El público se subió al estrado, inquieto. El alienígena Culla permanecía de pie solo, mirando a Kepler, con su gran cabeza rodando levemente sobre sus finos hombros.

—Culla... —le llamó Jacob.

El pring no pareció oírle. Los grandes ojos estaban apagados y Jacob pudo oír un zumbido, como un castañeteo de dientes, procedente de detrás de los gruesos labios de Culla.

Jacob frunció el ceño ante la torva luz roja que fluía del holo-tanque. Se acercó al anonadado Kepler, y le quitó suavemente el controlador de las manos. Martine no le advirtió mientras intentaba en vano llamar la atención del científico.

Tras un par de intentos con el controlador, Jacob consiguió que la imagen se difuminara y logró encender las luces de la sala. La situación pareció ahora mucho más fácil de abordar. Los otros debieron sentirlo también, porque remitió la cacofonía de voces.

DeSilva alzó la mirada y vio a Jacob con el controlador en la mano. Le sonrió, mostrando su agradecimiento. Luego volvió al teléfono y formuló algunas claras preguntas a la persona que se hallaba al otro lado de la línea.

Un equipo médico llegó corriendo con una camilla. Bajo las indicaciones de la doctora Martine, colocaron a Kepler en ella y suavemente se abrieron paso entre la multitud congregada en la puerta.

Jacob se volvió hacia Culla. Fagin había conseguido colocar una silla tras el Representante de la Biblioteca e intentaba que se sentara.

El rumor de las hojas y el silbido aflautado remitió cuando Jacob se acercó.

—Creo que se encuentra bien —dijo el kantén con su voz cantarina—. Es un individuo altamente empático, y me temo que lamentará excesivamente la pérdida de su amigo Jeffrey. A menudo es la reacción típica de las especies más jóvenes ante la muerte de alguien con quien han intimado.

—¿Hay algo que podamos hacer? ¿Puede oírnos?

Los ojos de Culla no parecían enfocados. Pero de todas formas Jacob nunca había sabido interpretarlos. Continuó el chasquido en el interior de la boca del alienígena.

—Creo que puede oírnos —respondió Fagin.

Jacob agarró a Culla por el brazo. Le pareció muy fino y suave, como si no tuviera huesos.

—Vamos, Culla —dijo—. Tiene una silla detrás. Todos nos sentiríamos bastante mejor si se sentase.

El alienígena intentó responder. Los gruesos labios se separaron, y de repente el chasquido sonó muy fuerte. La coloración de sus ojos cambió levemente y sus labios volvieron a cerrarse. Asintió tembloroso y permitió que le condujeran hasta la silla. Lentamente, apoyó la redonda cabeza en sus finas manos.

Empático o no, había algo extraño en que el alienígena sintiera con tanta fuerza la muerte de un hombre, un chimpancé, que debido a su química corporal fundamental sería siempre un extraño, un ser cuyos antepasados nadaban en diferentes mares que los suyos y boqueaban con sorpresa anaeróbica ante la luz de una estrella completamente diferente.

—Les agradeceré su atención —dijo deSilva desde el atril—. Para los que no se hayan enterado todavía, los informes preliminares indican que es probable que hayamos perdido la nave del doctor Jeffrey en la región activa J-12, cerca de la mancha solar Jane. Se trata tan sólo de un informe preliminar, y habrá que esperar nuevas confirmaciones hasta que podamos estudiar la telemetría que recibimos para aclararlo.

LaRoque hizo señas desde el otro extremo de la sala para atraer la atención de la comandante. En una mano sostenía una pequeña estenocámara, un modelo distinto al que le habían quitado en la Caverna. Jacob se preguntó por qué Kepler no le había devuelto todavía la otra.

—Señorita deSilva —interrumpió LaRoque—, ¿podrá la prensa asistir a la revisión telemétrica? Debería haber una grabación pública. —En su excitación, el acento de LaRoque había desaparecido casi por completo. Sin él, la anacrónica apelación «señorita deSilva» sonaba muy extraña.

Ella hizo una pausa sin mirar directamente al hombre. Las Leyes de Testigos eran muy claras a la hora de negar las grabaciones públicas de las noticias sin un «sello» de la Agencia de Registro de Secretos.

Incluso la gente de la ARS, que propugnaba la honestidad por encima de la ley, sentía reparos en permitirlo. LaRoque la había acorralado, obviamente, pero no presionaba. Todavía.

—Muy bien. La galería de observación situada sobre el Centro de Control puede albergar a todo el que quiera venir... excepto —miró a un puñado de miembros de la base que se habían agrupado cerca de la puerta—, aquellos que tengan trabajo que hacer.

Terminó su parlamento alzando una ceja. Hubo un rumor de movimiento inmediato junto a la salida.

—Nos reuniremos dentro de veinte minutos —anunció ella, y bajó de la tarima.

Los miembros del personal de la Colonia Hermes se marcharon de inmediato. Los que llevaban ropas terrestres, recién llegados y visitantes, lo hicieron más despacio.

LaRoque ya se había marchado, de camino sin duda a la estación máser para enviar su historia a la Tierra.

En cuanto a Bubbacub, había estado hablando con la doctora Martine antes de que empezara la reunión, pero el pequeño alienígena con aspecto de oso no había asistido. Jacob se preguntó dónde había estado.

Helene deSilva se reunió con Fagin y con él.

—Culla es muy impresionable —le dijo a Jacob en voz baja—.

Solía bromear diciendo que se llevaba tan bien con Jeffrey porque los dos estaban muy bajos en el estatus, y porque hacía muy poco que ambos habían descendido de los árboles. —Miró a Culla con pena y colocó una mano en la cabeza del alienígena.

Seguro que eso es reconfortante, pensó Jacob.

—La tristeza es el requisito primario de los jóvenes. —Fagin agitó sus hojas, como un rumor de dólares arrastrados por la brisa.

DeSilva dejó caer su mano.

—Jacob, el doctor Kepler dejó instrucciones escritas para que consultara con Fagin y con usted si le sucedía algo.

—¿De veras?

—Sí. Por supuesto, la directiva tiene poco peso legal. Todo lo que puedo hacer es dejarle participar en nuestras reuniones de personal.

Pero está claro que cualquier cosa que pueda ofrecer sería útil. Esperaba que sobre todo ustedes dos no se perdieran la revisión telemétrica.

Jacob apreció su postura. Como comandante de la base, llevaría la carga de cualquier decisión que se tomara hoy. Sin embargo, para la gente que ahora había en Mercurio, LaRoque era hostil al proyecto, Martine no sentía mucha simpatía por él, y Bubbacub era un enigma. Si la Tierra oía muchas versiones de lo que sucedía aquí, iría también en su interés tener algunos amigos.

—Por supuesto —silbó Fagin—. Ambos nos sentiremos honrados de ayudar a su personal.

DeSilva se volvió hacia Culla y le preguntó suavemente si se encontraba bien. Tras una pausa, el alienígena alzó la cabeza y asintió con lentitud. El castañeteo había cesado, pero los ojos de Culla eran todavía sombríos, con brillantes puntos fluctuando en los bordes. Parecía exhausto y deprimido.

DeSilva se marchó para ayudar a preparar la revisión telemétrica.

Poco después, Pil Bubbacub entró con aire de importancia en la sala, el pelaje revuelto alrededor de su grueso cuello. Su boca se movió con rápidos gestos al hablar, y el vodor de su pecho expuso las palabras en un radio audible.

—He oído la noticia. Es vital que todos estemos en la revisión te-le-métrica, así que les a-compañaré a-llí.

Bubbacub vio a Culla sentado con aire ausente en la frágil silla plegable, detrás de Jacob.

— ¡Culla! —llamó. El pring alzó la cabeza, vaciló y luego hizo un gesto que Jacob no comprendió, y que parecía implicar súplica, negación.

Bubbacub se agitó. Emitió rápidamente una serie de chasquidos y agudos trinos. Culla se puso en pie. Bubbacub se dio la vuelta al instante y empezó a dar poderosas zancadas hacia la puerta.

Other books

TARN & BECK by Roger Nickleby
Breaking Ties by Tracie Puckett
The Heir of Mondolfo by Mary Wollstonecraft Shelley
Poker for Dummies (Mini Edition) by Richard D. Harroch, Lou Krieger
Blood on Snow by Jo Nesbo
The Tiger In the Smoke by Margery Allingham
I Can't Believe He Shaved Me! (Kari's Lessons) by Zara, Cassandra, Lane, Lucinda
Obsession Down Under by MACADAM, LAYNE
Dormir al sol by Adolfo Bioy Casares