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Authors: David Brin

Navegante solar (31 page)

»Además, la mitad de los tripulantes de las naves del interior del sistema son varones, y siete de cada diez en las naves militares.

—Bueno, no sé nada de naves comerciales ni de investigación, pero yo diría que los militares seleccionan aptitudes de lucha. Sé que eso no se ha demostrado todavía, pero yo diría que...

Helene se echó a reír.

—Oh, no tiene que ser tan diplomático, Jacob. Naturalmente que los hombres son mejores luchadores que las mujeres... estadísticamente, claro. Las amazonas como yo son la excepción. De hecho, ése es un factor de la selección. No queremos demasiados guerreros a bordo de una nave estelar.

— ¡Pero eso no tiene sentido! La tripulación de esas naves sale a una galaxia inmensa que ni siquiera ha sido explorada del todo por la Biblioteca. Tienen que enfrentarse a una amplia gama de razas alienígenas, la mayoría de ellas temperamentales como el infierno. Y los Institutos no prohíben luchar entre las razas. A juzgar por lo que dice Fagin, no podrían aunque quisieran. Sólo intentan mantener las cosas en orden.

—¿Entonces una astronave con humanos a bordo debería estar preparada para luchar? —Helene sonrió mientras apoyaba el hombro contra la pared de la cúpula. Bajo la luz moteada de la cromosfera superior en hidrógeno alfa, su pelo rubio parecía un casco ajustado—.

Bueno, tiene razón, desde luego. Tenemos que estar preparados para luchar. Pero píense por un momento en la situación a la que nos enfrentamos ahí fuera.

»Tenemos que tratar literalmente con cientos de especies cuya única cosa en común es aquello de lo que nosotros carecemos, una cadena de tradición y elevación que se remonta a dos mil millones de años. Todos llevan eones utilizando la Biblioteca, aumentándola, aunque lentamente, todo el tiempo.

»La mayoría de ellos son quisquillosos, hiperconscientes de sus privilegios, y dudan de esa tonta raza "expósita" del Sistema Solar.

»¿Y qué podemos hacer cuando nos desafía una especie del tres al cuarto cuyos tutores extinguidos los elevaron para convertirlos en caballitos parlantes que ahora poseen sus propios planetas terraformados que se encuentran en medio de nuestra única ruta a la colina de Omnivarium? ¿Qué podemos hacer cuando esas criaturas sin ambición ni sentido del humor detienen nuestra nave y piden nada menos que cuarenta canciones de ballena como peaje?

Helene sacudió la cabeza y frunció el ceño.

—¡Sí que sería mejor pelear en una situación como ésa! ¡Una belleza como la Calypso, llena hasta rebosar de cosas necesarias en una comunidad precaria, y con un cargamento aún más precioso de... detenida en el espacio por un par de cascarones anticuados que obviamente habían sido comprados, no construidos, por los camellos "inteligentes" de a bordo! —La voz de la mujer se fue apagando mientras recordaba.

—Imagine. Una nave y nueva y hermosa, aunque primitiva, usando sólo la diminuta porción de la ciencia galáctica que pudimos absorber cuando estaba siendo acondicionada, sobre todo de los impulsores, detenida por cascarones más viejos que César pero construidos por alguien que había usado la Biblioteca toda su vida.

Helene se detuvo un momento y se dio la vuelta.

Jacob se sintió conmovido, pero todavía más honrado. Conocía ya a Helene lo suficientemente bien para saber que, para ella, abrirse de esta forma era un acto de confianza.

Advirtió que Helene había estado haciendo la mayor parte del trabajo: Hace la mayoría de las preguntas, sobre mi pasado, sobre mis sentimientos, y por algún motivo no he querido preguntarle a ella, a la persona interior. Me pregunto qué me lo impide. ¡Debe de haber tanto ahí dentro!

—Supongo que la idea es no luchar, porque probablemente perderíamos —dijo en voz baja.

Ella se giró y asintió. Tosió dos veces, cubriéndose la boca con la mano.

—Oh, tenemos un par de trucos con los que pensamos que podríamos superar a alguien de vez en cuando, simplemente porque no hemos tenido la Biblioteca y eso es todo lo que ellos conocen. Pero hay que guardar esos trucos para el momento adecuado.

»En cambio, halagamos, adulamos, sobornamos, cantamos espirituales... bailamos... y cuando todo eso falla, huimos.

Jacob imaginó cómo sería encontrarse con una nave de Pila.

—A veces huir debe de ser terriblemente difícil.

—Sí, pero tenemos una forma secreta de enfriarnos. —Helene sonrió levemente. Por un momento, aquellos atractivos hoyuelos volvieron a aparecer en sus mejillas—. Es uno de los motivos principales por los que las tripulaciones están compuestas sobre todo por mujeres.

—Vamos. La probabilidad de que una mujer le dé un puñetazo a alguien que le ha insultado debe de ser igual que la de un hombre.

No creo que sea una gran garantía.

—No, normalmente no. —Volvió a mirarle con aquella atractiva expresión. Por un momento pareció a punto de continuar. Luego se encogió de hombros.

—Vamos a sentarnos —dijo—. Quiero mostrarle algo.

Le guió alrededor de la cúpula y a través de la cubierta a una parte de la nave donde no había nadie y la cubierta circular flotaba a dos metros del casco de la nave.

El brillo chispeante de la cromosfera se refractaba extrañamente donde la pantalla de estasis se curvaba bajo sus pies. El estrecho campo de suspensión permitía que pasara la luz, pero la desviaba un poco. Desde donde se encontraban, podía verse parte de la Gran Mancha; su configuración había cambiado considerablemente desde la última inmersión. Donde intervenía el campo, la mancha solar titilaba y ondulaba con nuevas pulsaciones que se añadían a las suyas propias.

Helene bajó lentamente a la cubierta y luego se acercó al borde.

Por un instante se sentó con los pies a milímetros del temblequeo, con las rodillas bajo la barbilla. Entonces se puso las manos a la espalda y dejó que sus piernas entraran en el campo.

Jacob tragó saliva.

—No sabía que se podía hacer eso —dijo.

La contempló mientras ella giraba las piernas lánguidamente. Éstas se movían como en un denso almíbar, y la tensa cobertura de su traje ondulaba como algo animado.

Estiró las piernas por encima del nivel de la cubierta, con aparente facilidad.

—Hmmm, parece que están bien. Pero no puedo sumergirlas mucho. Supongo que la masa de mis piernas crea un agujero en el campo de suspensión. Al menos no las siento al revés cuando lo hago.

—Las bajó de nuevo.

Jacob sintió que las rodillas se le aflojaban.

—¿Quiere decir que nunca había hecho esto?

Ella le miró y sonrió.

—¿Estoy alardeando? Sí, supongo que intentaba impresionarle.

Pero no estoy loca. Después de lo que nos dijo sobre Bubbacub y la aspiradora, repasé cuidadosamente las ecuaciones. Es perfectamente seguro. ¿Por qué no me acompaña?

Jacob asintió, aturdido. Después de tantos milagros y cosas inexplicables, esto era poca cosa. Decidió que el secreto era no pensarlo.

Parecía en efecto un denso almíbar que aumentaba su viscosidad mientras empujaba hacia abajo. Era gomoso y respondió.

Y las piernas del traje de Jacob parecieron desconcertantemente vivas.

Helene no dijo nada durante un rato. Jacob respetó su silencio.

Obviamente, tenía algo en mente.

—¿Es cierta la historia de la Aguja Finnilia? —preguntó por fin, sin mirarle.

—Sí.

—Debió de ser toda una mujer.

—Sí, lo fue.

—Quiero decir, además de valiente. Tuvo que ser valiente para saltar de un globo a otro, a treinta y cinco kilómetros de altura, pero...

—Intentaba distraerlos mientras yo desactivaba el detonador. No tendría que haberla dejado. —Jacob oyó su propia voz, remota y apagada—. Pero pensé que podría protegerla al mismo tiempo...

Tenía un aparato...

—Pero ella debió de ser una, gran persona en otros aspectos. Me gustaría haberla conocido.

Jacob advirtió que no había dicho nada en voz alta.

—Sí, Helene. Le habría gustado a Tania. —Se estremeció. Esto no les llevaba a ninguna parte—. Pero creí que estábamos hablando de otra cosa, de la proporción de hombres y mujeres en las naves estelares, ¿no?

Ella se miró los pies.

—Estamos hablando del mismo tema —dijo suavemente.

—¿Sí?

—Claro. ¿Recuerda que dije que había una forma de hacer que una tripulación con mayoría femenina fuera más cautelosa en el trato con los alienígenas, una forma de garantizar que huirían en vez de luchar?

—Sí, pero...

—Hasta ahora la humanidad ha podido fundar tres colonias, pero los costes de transporte son demasiado grandes para llevar a tantos pasajeros, de modo que aumentar el acervo genético de una colonia aislada es todo un problema. —Hablaba con rapidez, como avergonzada—. Cuando regresamos la primera vez y descubrimos que la Constitución imperaba de nuevo, la Confederación hizo que las mujeres fueran voluntarias al siguiente Salto en vez de obligatoriamente. Sin embargo, la mayoría de nosotras nos presentamos.

—Yo... no comprendo.

Ella le miró y sonrió.

—Bueno, tal vez ahora no sea el momento. Pero tendría que darse cuenta de que voy a partir en la Calypso dentro de unos pocos meses y hay algunos preparativos que tengo que hacer de antemano.

»Y puedo ser tan selectiva como quiera.

Le miró directamente a los ojos.

Jacob sintió que tenía la boca abierta.

—¡Bien! —Helene se frotó las manos en el regazo y se dispuso a incorporarse—. Supongo que será mejor que volvamos. Ya estamos muy cerca de la Región Activa, y debería estar en mi puesto para supervisarlo todo.

Jacob se puso rápidamente en pie y le ofreció la mano. Ninguno de los dos vio nada gracioso en el arcaísmo.

De camino al puesto de mando, Jacob y Helene se detuvieron para examinar el Láser Paramétrico. El jefe Donaldson alzó la cabeza cuando se acercaron.

—¡Hola! Creo que todo está a punto. ¿Quiere echar un vistazo?

—Claro.

Jacob se agachó junto al láser. Su armazón estaba vuelto hacia la cubierta. Su cuerpo largo, fino y multicilíndrico giraba en un contenedor esférico.

Jacob sintió que el suave tejido que cubría la pierna derecha de Helene rozaba levemente su brazo cuando se acercó. No era algo que le ayudara a concentrarse.

—Éste es el Láser Paramétrico —empezó a decir Donaldson—, mi contribución al intento de contactar con los Espectros Solares.

Consideré que el psi no nos estaba llevando a ninguna parte, y me planteé comunicar con ellos de la forma en que ellos se comunican con nosotros, es decir, visualmente.

»Bien, como probablemente ya saben, la mayoría de los láseres operan sólo en una o dos bandas espectrales muy estrechas, sobre todo en transiciones moleculares y atómicas concretas. Pero éste podrá hacerlo en cualquier longitud de onda que quieran, sólo con marcarla en este control —señaló el control central de los tres que había en la cara del armazón.

—Sí —dijo Jacob—. Entiendo algo de Láseres Paramétricos, aunque nunca he visto uno. Supongo que tiene que ser suficientemente poderoso para penetrar nuestras pantallas y seguir pareciendo brillante a los Espectros.

—En mi otra vida... —dijo deSilva irónicamente (a menudo hablaba de su pasado, antes de saltar con la Calypso, con defensivo sarcasmo)—, podíamos crear láseres multicolores y sintonizables con tintes ópticos.

Producían gran cantidad de energía, eran eficaces e increíblemente simples. —Sonrió—. Es decir, a menos que se te cayera el tinte.

¡Entonces, vaya lío! ¡Nada me hace apreciar más la Ciencia Galáctica que saber que nunca tendré que limpiar del suelo un charco de Rhodamina 6-G!

—¿Podían sintonizar de veras a través de todo el espectro óptico con una sola molécula? —Donaldson mostró su incredulidad—. De todas formas, ¿cómo cargaban un «láser teñido»?

—Oh, a veces con lámparas. Normalmente con una reacción química interna usando moléculas de energía orgánica, como azúcares.

»Había que usar varios tintes para cubrir todo el espectro visible. Se usaba mucho cumarina polimetílica para el azul y el verde. Y rhodamina y otros similares para los colores rojos.

»De todas formas, es historia pasada. ¡Quiero saber qué diabólico plan han cocido Jacob y usted esta vez! —Se desplomó junto a Jacob en la cubierta. En vez de mirar a Donaldson, contempló a Jacob con su expresión desconcertante.

—Bueno, la verdad es que es muy simple. —Jacob tragó saliva—.

Traje canciones de ballena y poemas de delfín, por si los Espectros resultaban ser poetas. Cuando el jefe Donaldson mencionó la idea de apuntar un rayo para comunicar con ellos, le ofrecí las cintas.

—Añadiremos una versión modificada de un viejo código de contacto matemático. También es cosa de él —sonrió Donadlson—. ¡Yo no sabría reconocer una serie de Fibonacci si viniera una y me mordiera! Pero Jacob dice que es uno de los viejos estándares.

—Lo era —dijo deSilva—. Pero después de la Vesarius dejamos de usar las rutinas matemáticas. La Biblioteca se asegura de que todo el mundo se comprenda mutuamente en el espacio, así que ya no tiene sentido usar los viejos códigos pre-Contacto.

Empujó levemente el calibrador. Éste rotó suavemente en su armazón.

—No dejarán que esto gire libremente cuando el láser esté conectado, ¿verdad?

—No, naturalmente lo fijaremos bien, para que el rayo láser dispare a lo largo de un radio desde el centro de la nave. Eso impedirá que se produzcan esos reflejos internos que le preocupan.

—Pero todos querremos llevar puestas estas gafas cuando esté conectado. —Donaldson sacó un par de gruesas gafas oscuras de un saco colocado junto al láser—. Aunque no existiera ningún daño para la retina, la doctora Martine insistiría. Está convencida de los efectos del resplandor sobre la percepción y la personalidad. Volvió la base entera patas arriba, y encontró luces brillantes donde nadie sabía que existían.

Las responsabilizó de las «alucinaciones en masa» cuando llegó. ¡Sí que cambió de canción cuando vio a las bestias!

—Bueno, es hora de que vuelva al trabajo —anunció Helene—. No debería haberme apartado tanto tiempo. Debemos de estar acercándonos. Los mantendré informados.

Los dos hombres se levantaron mientras ella sonreía y se marchaba. Donaldson se la quedó mirando.

—¿Sabe, Demwa? Al principio pensé que estaba usted loco; luego supe que tenía razón. Ahora estoy empezando a cambiar de opinión otra vez.

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