Navegante solar (30 page)

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Authors: David Brin

Nubes oscuras y amenazantes asomaban en el horizonte, por encima de las granjas emplazadas en una colina. Había gente a la izquierda... ¿bailando? No, luchando. Había soldados. Sus rostros estaban excitados y... tal vez temerosos. La mujer tenía miedo. Corría con los brazos sobre la cabeza mientras dos hombres con armaduras del siglo XVII la perseguían, alzando sus mosquetes con las bayonetas caladas. Su...

La escena se apagó, y el punto azul volvió a aparecer. Jacob cerró los ojos y se retiró del aparato.

—Ya está —dijo la doctora Martine. Se inclinó sobre una consola cercana, junto al médico Laird—. Jacob, dentro de un minuto tendremos los resultados de su test-C.

—¿Está segura de que no necesitan más? Sólo han sido tres. —De hecho, se sentía aliviado.

—No, tomamos cinco de Peter para hacer una doble comprobación.

Usted es sólo un control. ¿Por qué no se sienta y se relaja mientras terminamos?

Jacob se acercó a una de las sillas, pasándose la mano izquierda por la frente para secar una fina capa de sudor. El test había sido una prueba de treinta segundos.

La primera imagen fue el retrato de la cara de un hombre, convulsionada y llena de preocupación, la historia de toda una vida que había examinado durante dos, tal vez tres segundos, antes de que desapareciera, tan breve como cualquier cosa efímera que pudiera haber en su memoria.

La segunda fue una confusa mezcla de formas abstractas que sobresalían y entrechocaban en un despliegue estático... algo parecido a las pautas del borde de un toroide solar pero sin el brillo o la consistencia general.

La tercera fue la escena en sepia, al parecer sacada de un viejo grabado de la Guerra de los Treinta Años. Jacob recordó que era explícitamente violenta, el tipo que cabría esperar en un test-C.

Después de la dramática «escena del salón», Jacob se sentía reacio a entrar siquiera en un leve trance para calmar sus nervios. Y descubrió que no podía relajarse sin ello. Se levantó y se acercó a la consola.

Frente a la cúpula, cerca de la concha de estasis, LaRoque deambulaba mientras esperaba, contemplando las largas sombras y rocas fundidas del polo norte de Mercurio.

—¿Puedo ver los datos en bruto? —le preguntó Jacob a Martine.

—Claro. ¿Cuál le gustaría ver?

—El último.

Martine tecleó. Salió una hoja de una rendija situada bajo la pantalla. La arrancó y se la tendió.

Era la «escena pastoril». Naturalmente, ahora reconoció su verdadero contenido, pero todo el propósito de la visión anterior era seguir sus reacciones a la imagen durante los primeros instantes, antes de que interviniera la consideración consciente.

Una línea irregular corría arriba y abajo, adelante y atrás de la imagen. En cada vértice o punto de descanso había un número. La línea mostraba el camino de su atención durante la primera ojeada según había detectado el Lector Retinal al observar los movimientos de su ojo.

El número uno, y el principio de la línea, estaba cerca del centro.

La línea se extendía hasta el número seis. Luego se detenía sobre la generosa hendidura presentada por el pecho de la mujer que corría. El número siete aparecía allí en un círculo.

Allí se acumulaban los números, no sólo del siete al dieciséis, sino del treinta al treinta y cinco, y también del ochenta y dos al ochenta y seis.

A partir del veinte los números cambiaban súbitamente de los pies de la mujer a las nubes sobre la granja. Luego se movían rápidamente entre las personas y objetos representados, a veces envueltos en círculos o en cuadrados para denotar el nivel de dilatación del ojo, profundidad de foco, y cambios en su presión sanguínea medida en las diminutas venas de su retina. Al parecer el escáner ocular Stanford-Purkinje que había diseñado para este test, a partir del taquistoscopio de Martine y otros aparatos dispersos, había funcionado.

Jacob sabía que no tenía que sentirse avergonzado o preocupado por su reacción refleja hacia los pechos de la mujer de la imagen. Si él mismo hubiera sido una mujer su reacción habría sido distinta, y habría pasado más tiempo en general con la campesina de la imagen, pero concentrándose más en el pelo, las ropas y el rostro.

Lo que más le preocupaba era su reacción a la escena en general. A la izquierda, cerca de los hombres en lucha, había un número dentro de una estrella. Representaba el punto en el que advirtió que la imagen era violenta, no pastoril. Asintió con satisfacción. El número era relativamente bajo y la línea se interrumpía inmediatamente durante un período de cinco latidos antes de regresar al mismo punto.

Eso significaba una sana dosis de aversión seguida de un arrebato directo de curiosidad encubierta.

A primera vista parecía que probablemente había pasado el test.

La verdad era que nunca lo había dudado.

—Me pregunto si alguien llegará a aprender a engañar un test-C —dijo, tendiendo la copia a Martine.

—Tal vez lo harán algún día —respondió ella mientras recogía sus materiales—. Pero el condicionamiento necesario para cambiar la respuesta de un hombre a estímulos instantáneos, a una imagen tan rápida que sólo el inconsciente tiene tiempo de reaccionar, causaría demasiados efectos colaterales, nuevas pautas que tendrían que aparecer en el test.

»El análisis final es muy simple: la mente del sujeto sigue un juego de suma, cualificándolo para la ciudadanía, o es adicto a los placeres agridulces de una suma negativa. Eso, más que cualquier índice de violencia, es la esencia de este test.

Martine se volvió hacia el doctor Laird.

—Es así, ¿verdad, doctor?

Laird se encogió de hombros.

—Usted es la experta. —Había permitido que Martine recuperara lentamente sus buenas formas, aunque todavía no la perdonaba por haber prescrito medicinas a Kepler sin consultarle.

Tras la escena de antes, quedó claro que nunca había prescrito «Warfarine». Jacob recordó la costumbre de Bubbacub, a bordo de la Bradbury, de quedarse dormido sobre prendas de vestir dejadas en cojines o sillas. El pil debía de haberlo hecho como subterfugio para permitirle introducir, en la farmacia portátil de Kepler, una droga que deterioraría su conducta.

Tenía sentido. Kepler quedó eliminado de la última inmersión. Con su astucia podría haber detectado el truco de Bubbacub con la «reliquia lethani». También sus aberrantes acciones le habrían ayudado a la larga a desacreditar al Navegante Solar.

Todo encajaba, pero a Jacob tantas deducciones le sabían como una comida de copos de proteínas. Eran suficientes para convencer, pero no tenían sabor. Un cuenco lleno de suposiciones.

Algunas de las malas acciones de Bubbacub estaban demostradas.

Las demás tendrían que continuar siendo especulaciones ya que el representante de la Biblioteca tenía inmunidad diplomática.

Pierre LaRoque se reunió con ellos. La actitud del francés era sumisa.

—¿Cuál es el veredicto, doctor Laird?

—Está bastante claro que el señor LaRoque no es una personalidad asocialmente violenta y no se le puede calificar de condicional —dijo Laird lentamente—. De hecho revela un índice de conciencia social bastante alto. Eso puede ser parte de su problema. Al parecer está sublimando algo y sería aconsejable que buscara la ayuda de un profesional en la clínica de su barrio cuando llegue a casa. —Laird miró fijamente a LaRoque. Este tan sólo asintió mansamente.

—¿Y los controles? —preguntó Jacob.

Había sido el último en hacerse la prueba. El doctor Kepler, Helene deSilva, y tres miembros del equipo seleccionados al azar habían ocupado también sus turnos ante la máquina. Helene no se preocupó demasiado por los resultados y se llevó a los hombres con ella para supervisar el chequeo prelanzamiento de la Nave Solar. Kepler hizo una mueca cuando el doctor Laird le leyó sus propios resultados en privado, y se marchó rezongando.

Laird se frotó él puente de la nariz, justo bajo las cejas.

—Oh, no hay ni un solo condicional en el grupo, tal como esperábamos después de su discurso anterior. Pero hay problemas y cosas que no comprendo del todo, borboteando en las mentes de algunos de ellos. Ya sabe, no es fácil para un matasanos pueblerino como yo tener que hacer a un lado su formación y examinar el alma de la gente. Habría pasado por alto media docena de detalles si la doctora Martine no me hubiera ayudado. Tal como son las cosas, me resulta difícil interpretar esas oscuridades ocultas, especialmente en hombres a quienes conozco y admiro.

—No hay nada serio, espero.

—¡Si lo hubiera no iría en esta loca inmersión que Helene ha ordenado! ¡No he dejado en tierra a Dwayne Kepler porque esté resfriado!

Laird sacudió la cabeza y pidió disculpas.

—Perdóneme. No estoy acostumbrado a esto. No hay nada de qué preocuparse, Jacob. En su test aparecieron algunas cosas bastante raras, pero la lectura básica es tan sana como cualquiera que yo haya visto.

Una suma decididamente positiva y realista.

»Con todo, hay algunas cosas que me confunden. No entraré en detalles que pudieran causarle más preocupación de la necesaria mientras prepara esta inmersión, pero agradecería que Helene y usted vinieran a verme cuando regresen.

Jacob le dio las gracias y se dirigió con él, Martine y LaRoque hacia el ascensor.

En lo alto, el pilón de comunicaciones taladraba la cúpula de estasis. Alrededor de ellos, más allá de los hombres y mujeres de la cámara, las rocas fundidas de Mercurio chispeaban o brillaban sombrías. El sol era una pelota amarilla incandescente por encima de una cordillera baja.

Cuando llegó el ascensor, Martine y Laird entraron en él, pero LaRoque impidió que Jacob entrara, dejándolos a solas.

—¡Quiero mi cámara! —le susurró.

—Claro, LaRoque. La comandante deSilva desarmó el aturdidor y podrá recogerla en cualquier momento, ahora que ha quedado limpio.

—¿Y la grabación?

—La tengo yo. Y me la voy a quedar.

—No tiene derecho...

—¡Venga ya, LaRoque! —gruñó Jacob—. ¿Por qué no deja de actuar y admite que alguien más tiene inteligencia? ¡Quiero saber por qué estaba tomando fotos sónicas del oscilador de estasis en la nave de Jeffrey! ¡Y también quiero saber quién le dio la idea de que mi tío estaría interesado en ellas!

—Le debo mucho, Demwa —dijo LaRoque lentamente. El fuerte acento casi había desaparecido—. Pero tengo que saber si sus puntos de vista políticos son como los de su tío antes de responderle.

—Tengo un montón de tíos, LaRoque. ¡Mi tío Jeremy está en la Asamblea de la Confederación, pero sé que usted no trabajaría con él!

Mi tío Juan es un teórico y desprecia la ilegalidad... Yo supongo que se refiere al tío James, el chiflado de la familia. Estoy de acuerdo con él en un montón de cosas, incluso en aquéllas que el resto de la familia desaprueba. Pero si está implicado en algún plan de espionaje, no voy a ayudarle a enterrarlo más profundamente... sobre todo en un plan tan torpe como parece que es el suyo.

»¡Puede que no sea un asesino ni un condicional, LaRoque, pero es un espía! El único problema es averiguar para quién trabaja.

Reservaré ese misterio para cuando regresemos a la Tierra.

»Entonces tal vez podrá visitarme: James y usted podrán intentar convencerme de que no los denuncie. ¿Es lo bastante justo?

LaRoque asintió, cortante.

—Puedo esperar, Demwa. Pero no pierda las grabaciones, ¿eh? He pasado un infierno para conseguirlas. Quiero tener la oportunidad de convencerle para que me las entregue.

Jacob miraba el sol.

—LaRoque, ahórreme sus lamentaciones. No ha ido al infierno... todavía.

Se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores. Tenía tiempo para dormir unas cuantas horas en una de las máquinas de sueño. No quería ver a nadie hasta que fuera la hora de partir.

SÉPTIMA PARTE

En toda la evolución no hay una transformación, un «salto cuántico», comparable a éste. Nunca había cambiado tan completa y totalmente al estilo de vida de una especie, su forma de adaptarse. Durante unos quince millones de años la familia del hombre vivió como animales entre animales. El ritmo de los hechos desde entonces ha sido explosivo: las primeras aldeas, las ciudades, las supermetrópolis, todo esto ha sido condensado en un instante de la escala temporal evolucionaría, apenas diez mil años.

Jhon E. Pfeiffer

21
DÉJÀ PENSÉ

—¿Se ha preguntado alguna vez por qué la mayoría de nuestras astronaves saltaron al espacio con tripulaciones femeninas en un setenta por ciento?

Helene tendió a Jacob el primer liquitubo de café caliente y se volvió hacia la máquina para recoger otro para ella.

Jacob descorrió el sello exterior de la membrana semipermeable, permitiendo que el vapor escapara mientras contenía el líquido oscuro.

El Jiquitubo casi estaba demasiado caliente para poder sujetarlo, a pesar de su aislamiento.

¡Y confiaba que Helene sacara otro tema de conversación provocativo! Cada vez que estaban a solas, tanto como se podía estar en la cubierta abierta de una Nave Solar, Helene deSilva no perdía la oportunidad de enzarzarle en un ejercicio de gimnasia mental. Lo extraño era que no le importaba nada. La competición le había animado considerablemente desde que dejaron Mercurio diez horas antes.

—Cuando era una adolescente, mis amigos y yo nunca consideramos los motivos. Sólo pensábamos que era una bonificación añadida por ser hombre en una nave. «De tales pensamientos nacen las fantasías púberes...» ¿Quién escribió eso, John Two-Clouds? ¿Ha leído alguna vez algo suyo? Creo que nació en Alto Londres, así que tal vez conociera a sus padres.

Helene le dirigió una mirada acusadora. Jacob tuvo que combatir por enésima vez la tentación de decirle que la expresión era encantadora. ¿Qué profesional femenina adulta quería que le recordaran que todavía tenía hoyuelos? De todas formas, no merecía la pena acabar por ello con un brazo roto.

—Muy bien, muy bien —se rió—. Me ceñiré al tema. Supongo que la proporción hombre-mujer se debe a que las mujeres responden mejor a las altas aceleraciones, el calor y el frío... tienen mejor coordinación mano-ojo y superior fuerza pasiva. Supongo que eso debe de convertirlas en mejores astronautas.

Helene sorbió del sifón de su liquitubo.

—Sí, ésa es una parte. Casi todas las mujeres parece que son inmunes al mareo del Salto. Pero usted sabe que las diferencias no son tan grandes. Esto explica que haya más hombres que se presenten voluntarios para astronautas que mujeres.

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