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Authors: David Brin

Navegante solar (39 page)

Pronto tuvieron varias teas. El humo inundó el aire, llenándolo de mal olor. Tuvieron que retirarse para poder respirar. Fagin se acercó al bucle de gravedad.

—Muy bien. ¡Vamos! —dijo Jacob. Saltó por la escotilla, a la izquierda, y lanzó una de las antorchas a la cubierta, hasta donde pudo.

Tras él, LaRoque hacía lo mismo en la dirección opuesta.

Fagin les siguió con un pesado agitar de ramas. El kantén salió de la escotilla por el extremo opuesto de la cubierta para actuar de vigía y atraer el fuego de Culla si era posible. Había rehusado cubrirse de espuma-piel.

—Todo está despejado —silbó el kantén suavemente—. No se ve a Culla.

Eso era a la vez bueno y malo. Localizaba a Culla. También significaba que el alienígena estaba probablemente trabajando para destruir el Láser Refrigerador.

¡Empezaba a hacer frío!

Una vez comenzado, el plan de Helene tuvo un sentido perfecto para Jacob. Ya que todavía tenía control sobre las pantallas que rodeaban a la nave (la tripulación estaba viva para demostrarlo), podía dejar entrar calor del sol al ritmo que deseara. Este calor podía ser enviado directamente al Láser Refrigerador y devuelto a la cromosfera, más el calor residual de los motores de la nave. Sólo que esta vez el flujo era un torrente, y dirigido hacia abajo. El impulso había detenido su caída y habían empezado a ascender.

Manipular de aquella forma el sistema de control automático de la nave tenía que resultar forzosamente impreciso. Helene debía de haber programado el mecanismo para que errara en la dirección del frío. En esa dirección los errores se corregirían más fácilmente.

Era una idea brillante. Jacob esperaba poder decírselo. Ahora mismo, su trabajo era asegurarse de que tuviera una posibilidad de funcionar.

Avanzó por el borde de la cúpula hasta que alcanzó el punto donde la visión de Fagin quedaba interrumpida. Sin mirar alrededor, lanzó dos antorchas más a zonas diferentes de la cubierta ante él. El humo brotó de cada una de ellas.

La cámara se estaba volviendo brumosa por el humo liberado hasta ahora. El trazo del láser-P titilaba brillantemente en el aire.

Algunos trazos más débiles desaparecían, atenuados por el paso acumulado a través del humo.

Jacob regresó junto a Fagin. Todavía le quedaban tres antorchas.

Volvió a la cubierta y las lanzó en ángulos diferentes por encima de la cúpula central. LaRoque se unió con él y lanzó también las suyas.

Una de las teas pasó directamente por encima del centro de la cúpula. Entró en el rayo x del Láser Refrigerador y se desvaneció en una nube de vapor.

Jacob esperaba que no hubiera deflectado mucho el rayo. Los rayos x coherentes pasaban a través del casco con contaminación casi cero. Pero el rayo no estaba diseñado para encargarse de objetos sólidos.

— ¡Muy bien! —susurró.

LaRoque y él corrieron hacia la pared de la cúpula, donde estaban almacenados componentes de repuesto de los instrumentos de grabación. LaRoque abrió un archivador y subió cuanto pudo; luego le ofreció la mano.

Jacob subió tras él.

Ahora eran vulnerables. ¡Culla reaccionaría a la amenaza obvia que implicaban las antorchas! La visibilidad estaba ya por debajo de lo normal. La cámara estaba llena de mal olor y a Jacob le costaba cada vez más trabajo respirar.

LaRoque afianzó su hombro en la batiente superior del archivador, y luego ofreció sus manos a Jacob. Éste aprovechó el asidero y se subió al hombro del periodista.

La cúpula se curvaba, pero la superficie era lisa, y Jacob sólo tenía tres dedos en vez de diez. La cobertura de espuma-piel ayudaba, pero era algo pegajosa. Después de dos intentos infructuosos, Jacob se concentró y saltó desde el hombro de LaRoque, con tanta fuerza que casi derribó al otro hombre.

La superficie de la cúpula era como mercurio. Tuvo que aplastarse contra ella y moverse con rapidez para ganar cada centímetro.

Cerca de la cima tuvo que preocuparse por el Láser Refrigerador.

Pudo ver el orificio mientras descansaba. A dos metros de distancia zumbaba suavemente; el aire lleno de humo titilaba y Jacob se preguntó a qué distancia de seguridad estaba de la boca letal.

Se volvió para no tener que pensarlo.

No podía silbar para indicar que lo había conseguido. Tendrían que confiar en el soberbio oído de Fagin para seguir sus movimientos, y para cronometrar la maniobra de distracción. Todavía quedaban al menos unos segundos de espera. Jacob decidió correr el riesgo. Rodó de espaldas y contempló la Gran Mancha.

El sol estaba en todas partes.

Desde su punto de vista no había ninguna nave. No había ninguna batalla. No había ningún planeta, estrella ni galaxia. El borde de las gafas incluso le impedía la visión de su propio cuerpo. La fotosfera lo era todo.

Latía. Los bosques de espículas le apuntaban como vallas ondulantes, y los rompientes se dividían justo por encima de su cabeza. El sonido se fragmentaba y giraba hacia las irrelevancias del espacio.

Rugía.

La Gran Mancha le contempló. Por un instante, la amplia extensión fue un rostro, la cara moteada y arrugada de un patriarca. Los latidos eran su respiración. El ruido era el tronar de su voz de gigante, cantando una canción de millones de años que sólo las otras estrellas podían oír o comprender.

El sol estaba vivo. Más aún, lo advertía. Le prestaba toda su atención.

Llámame dador de vida, pues soy tu sustento. Ardo, y por mi arder tú vives. Yo permanezco, y al permanecer soy tu asidero. El espacio se enrosca alrededor, mi sábana, y se pierde en el misterio de mis entrañas. El tiempo blande su guadaña en mi forja
.

Ser vivo, ¿advierte la Entropía, mi tía perversa, nuestra conspiración conjunta? Creo que aún no pues eres aún demasiado pequeño. Tu débil pugna contra su marea es un aleteo en una tormenta. Y ella piensa que sigo siendo su aliado
.

Llámame dador de vida, oh, ser vivo, y llora. Yo ardo interminablemente, y al arder consumo lo que no puede ser reemplazado. Mientras tú sorbes tímidamente mi torrente, la fuente se seca muy despacio. ¡Cuando se seque, otras estrellas ocuparán mi lugar, pero oh, no eternamente!

Llámame dador de vida, y ríe!

Según se dice, tú, ser vivo, de vez en cuando oyes la voz del auténtico Dador de vida. Él te habla a ti, pero no a nosotros, Su primer hijo
.

¡Compadece a las estrellas, oh, ser vivo! Pasamos eones cantando en falsa alegría mientras trabajamos para Su cruel hermana, esperando el día de tu madurez, embrión diminuto, cuando Él os libere para cambiar de nuevo la forma de las cosas
.

Jacob se rió en silencio. ¡Oh, vaya imaginación! En el fondo, Fagin tenía razón. Cerró los ojos, todavía atento a la señal. Habían pasado exactamente siete segundos desde que llegó a la cima del domo.

—Jake...

Era una voz de mujer. Alzó la cabeza sin abrir los ojos.

—Tania.

Se encontraba junto al pionscopio de su laboratorio, exactamente como la había visto tantas veces cuando iba a recogerla. El pelo castaño recogido en una trenza, dientes blancos levemente irregulares, sonrisa generosa, y grandes ojos chispeantes. Avanzó con gracia y seguridad y se enfrentó a él con las manos en las caderas.

—¡Ya era hora! —dijo.

—Tania, yo... No comprendo.

—¡Ya era hora de que convocaras una imagen mía haciendo algo más que caerme! ¿Crees que es gracioso hacer eso una y otra vez? ¿Por qué no me has convocado haciendo algo de los buenos tiempos?

¡Advirtió de repente que era cierto! Durante dos años sólo había recordado a Tania en su último instante, sin pensar en el tiempo que habían pasado juntos.

—Bueno, admito que te ha hecho bien —asintió—. Por fin pareces libre de esa maldita arrogancia. Pero piensa en mí de vez en cuando, por el amor de Dios. ¡Odio que me ignoren!

—Sí, Tania. Te recordaré. Lo prometo.

—¡Y presta atención a la estrella! ¡Deja de pensar que te lo imaginas todo!

La imagen empezó a desvanecerse.

—Tienes razón, Jake, querido. Ella me gusta. Que tengas un buen...

Jacob abrió los ojos. La fotosfera latía encima. El punto le miraba. Las células granuladas bombeaban lentamente como corazones divertidos.

¿Has hecho tú eso?, preguntó, en silencio.

La respuesta atravesó su cuerpo y salió por el otro lado. Neutrinos para curar la neurosis. Un tratamiento muy original.

Desde abajo llegó un sonido corto. Antes de que se diera cuenta, Jacob ya se había movido, deslizándose hacia el sonido, a la derecha, en silencio y sin desperdiciar un solo movimiento. Se asomó para contemplar la cabeza de Culla ta-Pring ab-Pil-ab-Kisa-ab-Soro-ab-Hul-ab-Puber.

El alienígena se encontraba a la izquierda de Jacob, con la mano aún en la placa de acceso al ordenador, abierta. Aunque el humo lo reducía casi a la nada, todavía hubo resplandor cuando el rayo láser-P alcanzó el punto.

A la izquierda se produjo un rumor. A la derecha, el sonido de pies, corriendo, LaRoque rodeando la cúpula.

Unas cuantas ramas de punta plateada asomaron en la curva de la cúpula. Culla se agachó, y uno de los brillantes receptores de luz de Fagin se convirtió en humo. El kantén dejó escapar un agudo quejido y se retiró. Culla giró rápidamente.

Jacob sacó el espray de espuma-piel del bolsillo. Apuntó y apretó la boquilla. Un pequeño chorro de líquido brotó en arco hacia los ojos de Culla. Justo antes de que golpeara, Pierre LaRoque apareció, corriendo, con la cabeza gacha, mientras cargaba contra Culla a través del humo.

Culla dio un salto hacia atrás. El chorro pasó ante sus ojos. En ese momento una chispa brillante destelló en su cuerpo.

Con un zumbido, todo el chorro ardió en llamas. Culla tropezó y cayó hacia atrás, con las manos delante de la cara. LaRoque se abrió paso entre las ascuas y chocó contra el abdomen del pring.

Culla estuvo a punto de desplomarse en medio del denso humo.

Su respiración silbó mientras agarraba a LaRoque por el cuello, primero para no perder el equilibrio y luego para aplastarle la laringe.

LaRoque se debatió salvajemente, pero había perdido su impulso. Fue como intentar escapar de un par de boas constrictoras. Su cara se puso roja y empezó a jadear. Jacob se preparó para saltar. El humo era tan denso que apenas podía contener la tos. Desesperado, reprimió el impulso. Si Culla le veía antes de que pudiera saltar, no se molestaría en matar a LaRoque con sus manos. Acabaría con ambos de una mirada.

Sus músculos se comprimieron como duros muelles y se lanzó desde la cúpula.

El vuelo estuvo lleno de tensión. Su propia versión subjetiva de la tempo-compresión hizo que el tránsito pareciera lento y placentero.

Era un truco de los viejos tiempos, y ahora lo usó de nuevo, automáticamente.

Cuando había cubierto un tercio de la distancia, vio que la cabeza de Culla empezaba a volverse. Resultaba difícil decir exactamente qué le estaba haciendo en este momento a LaRoque. Una densa columna de humo lo oscurecía todo, salvo los brillantes ojos rojos de Culla y dos destellos de blanco bajo ellos. Los ojos se acercaron. Era una carrera para ver quién llegaba primero a un punto determinado del espacio, justo por encima y a la derecha de la cabeza del alienígena. Jacob se preguntó en qué ángulos podría disparar Culla un rayo estrecho.

El suspense le estaba matando. Era casi satírico. Jacob decidió acelerar las cosas y ver qué sucedía.

Hubo un destello, luego un castañeteo de dientes, un golpe aturdidor cuando su hombro chocó contra el lado de la cabeza de Culla.

Se encogió y logró agarrar con fuerza la parte delantera de la túnica del alienígena mientras la inercia los derribaba sobre la cubierta.

Humano y alienígena lucharon por recobrar la respiración entre ataques de tos mientras rodaban en un amasijo de brazos y piernas.

De algún modo, Jacob logró colocarse detrás de su oponente y se agarró con fuerza al delgado cuello mientras Culla se debatía, intentando volver la cabeza para alcanzarle con las mandíbulas o quemarle con sus ojos láser.

Las poderosas manos tentaculares tantearon su espalda, buscando un asidero. Jacob hizo a un lado la cabeza y se esforzó por rodear a Culla con las piernas en una presa de tijera. Después de rodar por casi la mitad de la cubierta, lo consiguió, y fue recompensado por un dolor lacerante en el muslo derecho.

—Más —tosió—. Dispara, Culla ¡Úsalo!

Dos rayos más alcanzaron sus piernas, enviando pequeños tsunamis de agonía hasta su cerebro. Apartó el dolor y aguantó, rezando para que Culla enviara más.

Pero Culla dejó de malgastar sus disparos y empezó a rodar con más rapidez, ahogando a Jacob cada vez que golpeaba la cubierta. Los dos tosían. Cada vez que respiraba en medio del denso humo, Culla parecía media docena de pelotas sacudidas dentro de una botella.

¡No había forma de ahogar al diablo! Cuando no se agarraba por su vida, Jacob intentaba agarrar la garganta de Culla para estrangularle.

¡Pero no parecía haber ningún punto vulnerable! Era injusto. Jacob quiso maldecir su mala suerte, pero no podía malgastar el aliento. Sus pulmones apenas podían aguantar más que para toser un poco cada vez que el pring rodaba y se colocaba encima.

Su visión quedó empañada por las lágrimas, y los ojos le escocieron. ¡De repente advirtió que había perdido las gafas! O bien Culla las había quemado en el primer instante en que se lanzó contra él, o se las había arrancado durante la lucha.

¿Dónde demonios está LaRoque?

Sus brazos se estremecieron por el esfuerzo y sintió dolor en el abdomen y la ingle por los golpes constantes mientras recorrían la cubierta. La tos de Culla parecía más patética y forzada, y la suya adquirió un tinte ominoso. Pudo sentir los primeros pasos de la asfixia y el temor de que la pelea no terminara nunca. Entonces llegaron junto a una de las humeantes antorchas de espuma-piel.

La tea ardió con una súbita liberación de calor mientras él gritaba. El dolor fue demasiado repentino e inesperado para poder ignorarlo. Su tensa tenaza alrededor del cuello de Culla se aflojó durante un instante de agonía y el alienígena se liberó. Culla echó a rodar mientras Jacob intentaba agarrarle de nuevo.

Falló. Culla se alejó y luego se volvió rápidamente hacia él. Jacob cerró los ojos y se cubrió el rostro con la mano izquierda, esperando una descarga láser.

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