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Authors: Inma Chacon

Tags: #prose_contemporary

Recordaba a su madre cuando empezó con aquellos calores que le subían hacia la cara desde dentro del cuerpo, y que a veces la despertaban envuelta en sudor. La abuela, que siempre había sido la persona más fuerte de todos, la que soportaba el peso de todos los problemas, los suyos y los de los demás, no paraba de quejarse porque aún era muy joven. Con el abanico siempre a punto. Y el llanto. Teresa recuerda cómo protestaba porque no quería seguir siendo la roca a la que todos se aferrasen, y reclamaba su lugar entre los débiles para dejarse cuidar.

Y ahora es Teresa la que desearía retrasar ese momento. Pero no porque desee que nadie la cuide, en lugar de tener que estar siempre dispuesta para solucionar los conflictos de todos, sino porque no tiene tiempo para pensar en sus propias hormonas. No puede distraerse en buscar soluciones para lo que no debería estar pasándole. La revolución está ahora en otra parte, en una niña que reclama su atención como si quisiera convertirse de repente en el centro de todo el universo.

Capítulo 8

Roberto volvió al Chino dos semanas y media después del primer encuentro con Dafne. Ella no le vio, fue Paula la que se dio cuenta de que acababa de llegar, y la que la avisó dándole un codazo mientras señalaba con la barbilla el lugar donde se encontraba.

En ese momento, el Rata encendía un cigarro con otro que le había quitado de los labios a uno de sus amigos. Acababa de tirar la cajetilla vacía, arrugada como una bola, y le había dado un puntapié como si fuera un balón.

Paula se acercó al oído de Dafne y susurró.

—¡Ahí lo tienes otra vez! Se le ha terminado el tabaco. Seguro que entra en la tienda a comprar más. ¡No sé cómo puede gustarte!

Dafne agachó la cabeza para que nadie pudiera ver cómo se le subían los colores.

—¡Pero qué dices! ¡A ver! Que a mí ese pibe no me gusta, ¿vale?

Pero a pesar de su insistencia en negarlo, no pudo evitar pasarse toda la tarde vigilando al grupo de mayores, tratando de disimular el interés que le causaba aquel chico que sólo la había mirado una vez, pero que ella deseaba que volviera a mirarla otras muchas más, con aquella media sonrisa que probablemente sólo había visto ella.

Roberto continuó fumando y bebiendo cervezas con los amigos hasta que el grupo se levantó y se dirigió hacia la parada del metro. Cuando pasaron junto a los amigos de Dafne, un par de chicas mayores empujaron a varios pequeños para que dejasen libre la acera.

—¡Dejad paso, pipas!

Los mayores le rieron la gracia y continuaron su camino por el medio de la calle, haciendo gala de su superioridad y mirándoles por encima del hombro.

Al día siguiente, Dafne tenía un examen de matemáticas. Cuando llegó a su casa y se sentó con el libro abierto sobre la mesa, la imagen de Roberto, caminando entre aquel grupo, en el que ni uno solo de sus integrantes se había dignado a mirarla, se imponía sobre los quebrados y las reglas de tres. Probablemente, la había traicionado su imaginación, pero al pasar por su lado, le pareció que Roberto la miraba y le sonreía.

El resultado sería el primer suspenso de la larga lista en que se convertirían los aprobados y notables que había obtenido hasta entonces.

Teresa le había levantado el castigo del ordenador una semana antes de que se cumpliera el plazo, pero el peligro de volverlo a perder, debido a las notas del tercer trimestre, sobrevolaba sobre su cabeza como un murciélago.

-oOo-

Roberto no dejó de acudir al Barrio ni un solo día, después del instituto. A Dafne no se le escapaban sus movimientos entre los de los demás, ni cuando el grupo pasaba por delante de ella como si no existiese, ni cuando le tomaban el pelo a los pequeños, o les tiraban piedras para reírse de ellos, mientras les hacían correr para escapar, ni cuando bebían y fumaban y se metían con cualquiera que se les ponía por delante, aunque fuese uno de los viejecitos del Hogar del Pensionista que había cerca del Chino. No obstante, ella siempre se escondía cuando le parecía que Roberto la miraba, aunque estuviese segura de que se trataba más de un deseo que de una realidad.

Los chicos mayores se comportaban siempre de la misma forma cuando estaban en grupo. Desafiantes y agresivos contra todo lo que se movía a su alrededor. Entre todos ellos, Dafne veía a Roberto como si fuese el más importante. El que los dirigía. El que sabía hacerse notar. El primero que sacaba su carné de identidad cuando la policía les paraba, que no era pocas veces, porque algún vecino había protestado por las molestias que causaban con sus voces y con su comportamiento.

Antes de que uno de los agentes pronunciara un «¡A ver! ¡Vamos sacando los carnés!», que a cualquiera le pondría de los nervios, el Rata ya se lo había colocado entre los dientes para tratar de provocarles.

Los agentes no se dejaban impresionar por su chulería, todo lo contrario, en más de una ocasión le obligaron a guardar el carné en la cartera, para volver a sacarlo y limpiarlo con un pañuelo de papel que ellos mismos le entregaban.

Pero Roberto no se intimidaba. Cada vez que la policía acudía a la llamada de los vecinos, volvía a recibirles con el carné en la boca.

Dafne nunca le había visto en esas circunstancias. Algunos chicos decían que lo habían presenciado decenas de veces, otros, en cambio, aseguraban que aquellas historias sólo eran leyendas urbanas, que él mismo se había encargado de propagar para crearse su fama de temerario. Pero fuese cierto o no, cuando Dafne se encontraba cerca de él, no podía hacer otra cosa que contemplar su imagen de malo y tratar de disimular. Y si Roberto no aparecía, sólo tenía ojos para buscarle.

Sin embargo, por mucho que ella no pudiera dejar de pensar que un día le había sonreído, mientras le sujetaba la puerta para que pasara por debajo de su brazo, y que cada vez que volvía a verle le parecía que la miraba y que volvía a son- reírle, a Dafne no le cabía la menor duda de que, para el Rata, ella resultaba absolutamente invisible.

Capítulo 9

Cuando las notas del colegio comenzaron a bajar, como resultado de los exámenes de la tercera evaluación, la tensión con su familia comenzó a subir a niveles hasta entonces desconocidos. Si no le reñía su madre, se peleaba con alguna de sus hermanas o con todas a la vez.

Cualquier excusa era válida para que la casa se convirtiera en un campo de batalla, y Dafne era siempre la primera en cargar la munición.

«¡Cristina! ¿Por qué coño has usado mi falda vaquera sin mi permiso?»

«Ese CD es mío ¿Quién lo ha dejado fuera de su caja, ¡joder!?»

«¡La próxima vez que saquéis a Trufi a la calle, no dejéis la puta correa en mi cuarto! Estoy hasta las narices de que pongáis las cosas del perro encima de mi cama, ¿vale?»

«¡Hasta cuándo tendré que soportar que Lucía duerma conmigo y enrede en mis cosas! ¡Ya está bien! ¡Parece que le gusta joderme!»

«¡Hasta cuándo tendré que soportar que Lucía duerma conmigo y enrede en mis cosas! ¡Ya está bien! ¡Parece que le gusta joderme!»

Y así un día, y otro día, y otro, y otro. A veces se encerraba en su cuarto después de haber dado un portazo tan fuerte que el quicio de la puerta había comenzado a resquebrajarse.

Casi todas las discusiones acababan de la misma forma, ella con los cascos de su mp3 enchufados hasta el máximo volumen, conectada al messenger, al tuenti o al facebook para contarle a su prima Paula cómo la trataban en casa, e ignorando los gritos de sus hermanas que llegaban desde el otro lado de la puerta.

«¡Me pongo tu ropa cuando me da la gana, gilipollas! ¡Y no te creas que no me doy cuenta de que tú te pones la mía!»

«¡El CD me lo regalaste a mí el día de mi cumpleaños! ¡Lo que se da no se quita, imbécil!»

«¡Mírala! ¡Qué graciosa! ¡Pues si no te gusta lo que hacemos con la correa del perro, bájalo tú y la colocas donde a ti te salga del moño!»

«¡Y si te da miedo el ascensor, lo bajas por las escaleras! ¡Que tienes un morro que te lo pisas, tía!»

«¡Yo también quiero un cuarto para mí sola!»

Teresa se desesperaba ante las discusiones de sus hijas y trataba de mediar, pero casi siempre era inútil.

—¡Ya basta! ¡No discutáis! Y por lo que más queráis, dejad de hablar como arrabaleras. ¡En esta casa no se dicen tacos!

Después se volvía hacia Dafne:

—Y tú, hija mía, a ver si controlas ese genio que te gastas últimamente.

La mayor parte de las veces, en lugar de poner orden en las peleas, la madre se encontraba con que la furia de Dafne terminaba por dirigirse inevitablemente hacia ella. En contra de lo que se proponía con su intervención, en vez de calmarla, sus palabras parecían excitarla conforme las iba pronunciando.

Al final, después de más gritos, portazos y salidas de tono, Teresa casi siempre acababa en su cuarto llorando, sin poder entender qué pasaba con Dafne. Una niña dulce y cariñosa hasta entonces, que se estaba convirtiendo en una extraña.

Capítulo 10

El número siete representa la perfección. Simboliza la unión del cielo y de la Tierra. La complementariedad de los contrarios. Lo femenino y lo masculino. La luz y las sombras.

Es el número de Apolo.

El dios de las pitonisas nació el séptimo día del mes séptimo. Su lira tiene siete cuerdas. Los cisnes sagrados cantaron siete veces, mientras daban siete vueltas alrededor de la isla donde él vino al mundo. Los siete sabios de Grecia dejaron en el frontispicio de su templo algunas de las máximas en las que se condensa el pensamiento de la sabiduría arcaica.

«Conócete a ti mismo.»

«Debes saber escoger la oportunidad.»

«Sé previsor con todas las cosas.»

«No desees lo imposible.»

«Es necesario mirarse en el espejo. Si te refleja bello, haz cosas bellas, y si te muestra feo, corrige el defecto de tu naturaleza con tu conducta intachable.»

«Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario.»

«No tengas prisa en buscar nuevos amigos, pero una vez encontrados, no tengas prisa en deshacerte de ellos.»

El número siete también es el número de Roberto.

La única vez que Dafne pensó que se dirigía a ella después de semanas enteras pensando en él día y noche, llevaba puesta la misma sudadera azul que cuando le conoció, con un siete estampado en la espalda y otro en el brazo.

Le extrañó que llevase la sudadera, porque ya tenían encima el verano y resultaba agobiante el calor. Pero así iba vestido, con su sudadera del siete, igual que el día del Chino.

Dafne había salido de compras con Paula y con su hermana Cristina. Necesitaba un chándal de verano para la exhibición de gimnasia que se iba a organizar en el colegio, como todos los años, con motivo de la celebración de la fiesta de fin de curso. El suyo lo había perdido, y la profesora de gimnasia le había enviado una nota a su madre en la que le advertía que su hija suspendería la asignatura si no se presentaba a los entrenamientos con el chándal reglamentario.

Teresa le había reñido por esta razón, como casi todos los días desde hacía una temporada. Era el segundo chándal que perdía durante el curso.

—¡Pero, niña! ¿Tú te has creído que el dinero sale de una mata como los tomates? ¿Es que no te das cuenta de lo que me cuesta ganarlo?

—Yo no lo he perdido. ¡Seguro que me lo han quitado en el colegio! A mí no me eches las culpas.

A Teresa no le quedó otro remedio que atender a las exigencias de la profesora. El sábado a mediodía le pidió a Cristina que acompañase a su hermana a una tienda donde se vendían los uniformes de casi todos los colegios de la zona, situada en una calle comercial cercana a la casa de Paula.

—Hazme ese favor, hija, que yo tengo que trabajar esta tarde.

Cristina protestó.

—¡Pero si es sábado!

—Ya lo sé, pero estamos en pleno inventario y no tengo más remedio que ir. Anda, ve con ella, cariño, que no me fío de que esta calamidad no pierda también el dinero. Luego vais a casa de la tía y os dais un bañito. Ya han abierto la piscina.

Cristina accedió a regañadientes, pero puso como condición que saldrían después de comer. No estaba dispuesta a perder toda la tarde del sábado por culpa de su hermana.

A Dafne tampoco le hacía ninguna gracia que Cristina la llevase de compras como si fuera una niña pequeña. De manera que llamó por teléfono a Paula para que las acompañara y se le hiciera más llevadera la presencia de su hermana. Paula se mostró contrariada, le horrorizaba salir en plena siesta. Había pensado bajarse a la piscina en cuanto terminase de comer, pero necesitaba unas deportivas para la exhibición, y se dejó convencer de aplazar el baño para más tarde.

-oOo-

Hacía tanto calor que cualquiera diría que se encontraban en pleno mes de agosto. El sol caía sobre el asfalto hasta reblandecerlo, mientras una especie de resol subía desde las aceras para convertirse en una masa de aire caliente, sofocante, casi irrespirable. Dafne, Cristina y Paula se dirigieron hacia la tienda sin hablar apenas. Llevaban puestos los bañadores debajo de sus vestidos de tirantes.

La gente caminaba deprisa, como si quisiera huir de aquella calima que presagiaba un verano tórrido y seco. Algunos entraban en los establecimientos únicamente para buscar el aire acondicionado, y otros se refugiaban en las heladerías o se sentaban en los brocales de las fuentes, tratando de calmar la sensación de sequedad que lo impregnaba todo.

Cristina, Dafne y Paula compraron las cosas que les hacían falta y se encaminaron después hacia casa de Paula, donde les esperaba el agua fría de la piscina, recién abierta con motivo de las fiestas patronales del barrio.

Dafne divisó el número siete de la sudadera del Rata en cuanto salieron de la tienda. La espalda de Roberto se distinguía entre las personas de su alrededor, vestidas con prendas de verano o con las mangas remangadas.

Se encontraba sentado en el borde de una fuente, en el centro de la plaza porticada que ellas, si no querían dar un rodeo, debían atravesar para dirigirse a la calle donde vivía Paula. Sentados junto a él, pudo ver a dos chicos del grupo de mayores a los que Dafne conocía muy bien. Un par de gemelos pelirrojos que siempre andaban metidos en líos, y a los que les gustaba provocar incluso a los que no se atrevían siquiera a mirarles.

A Dafne se le cortó la respiración. El corazón le bombeaba tanta sangre a la cara que los pómulos le ardían como si ella sola hubiese acaparado todo el calor que se concentraba en el aire.

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