Authors: Lincoln Child Douglas Preston
Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica
«Lo sé —escribió Carson—. Le prometo que haré todo lo que pueda.»
«Eso ya es un comienzo, Guy. Hacer todo lo que pueda es un buen comienzo. Pero necesitamos resultados. Hemos tenido un fracaso, pero el fracaso es parte del silencio, y sé que podrá usted salir adelante. Cuento con usted para salir adelante. Ha tenido a su disposición casi una semana entera para pensar. Espero que se le hayan ocurrido algunas ideas nuevas.»
«Vamos a repetir la prueba y ver si, por casualidad, hemos pasado algo por alto. También vamos a representar gráficamente el gen, por si acaso.»
«Muy bien, pero hágalo rápidamente. También deseo que intente algo más. Mire, hemos aprendido algo crucial a raíz de este fracaso. Tengo delante de mí los resultados de la autopsia de Brandon-Smith. El doctor Grady hizo un trabajo excelente. Por alguna razón, la cepa que usted diseñó fue incluso más virulenta que la habitual de la gripe X. Y también más contagiosa, si son correctas nuestras pruebas de patología. Mató a Brandon-Smith con tanta rapidez que los anticuerpos del virus sólo le aparecieron en la sangre pocas horas antes de que muriera. Deseo saber por qué. Efectuamos un cultivo de la cepa de la materia gris de Brandon-Smith antes de la incineración, y me ocuparé de que se le envíe a usted. A esta nueva cepa la llamaremos gripe X II. Deseo que diseccione ese virus. Quiero saber cómo funciona. Al tratar de neutralizar el virus se ha tropezado usted fortuitamente con una forma de aumentar su mortalidad.»
«¿Fortuitamente? No estoy seguro de comprender…»
«Por Dios, Guy, si logra averiguar qué lo hizo más mortal, quizá logre averiguar también cómo hacerlo menos mortal. Me sorprende que no haya pensado en esto. Y ahora póngase a trabajar.»
La ventana de comunicación en la pantalla se apagó. Carson se reclinó en el asiento y suspiró.
Clínicamente, aquello tenía sentido, pero la idea de trabajar con un virus obtenido por cultivo del cerebro de Brandon-Smith le produjo escalofríos.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, un ayudante de laboratorio entró por la escotilla; llevaba una bandeja de acero inoxidable, con claras biocajas de plástico. Cada una de ellas estaba marcada con un símbolo de biopeligrosidad y una etiqueta que rezaba: «Gripe X II.»
—Un regalo para Guy Carson —dijo el ayudante con una risita macabra.
El sol de últimas horas de la tarde, que penetraba por las ventanas que daban hacia el oeste, cubría el despacho de Singer con un manto de luz dorada. Nye estaba sentado en el sofá y miraba fijamente la chimenea, mientras el director se encontraba de pie por detrás de su estación de trabajo, medio vuelto y mirando hacia el vasto desierto.
Una figura delgada y de hombros cargados, que llevaba un gran maletín, apareció ante la puerta y carraspeó.
—Entre —dijo Singer.
Gilbert Teece avanzó unos pasos y saludó a ambos con un gesto de la cabeza. El tenue cabello color trigo cubría disparejamente un cráneo que brillaba con un tono casi dolorosamente rojo, y la piel de la nariz quemada ya se le había empezado a pelar. Sonrió tímidamente, como si fuera consciente de encontrarse en un ambiente hostil.
—Siéntese en cualquier parte —le dijo Singer, y señaló vagamente con la mano los muebles del despacho.
A pesar de los sillones vacíos, Teece se dirigió hacia el sofá donde estaba Nye y se sentó junto a él con un suspiro de satisfacción. El jefe de seguridad se puso rígido y se enderezó antes de apartarse un poco.
—¿Quiere que empecemos? — preguntó Singer, todavía de pie—. Detesto llegar tarde a tomar mi cóctel de la noche.
Teece, ocupado con el cierre del maletín, levantó la mirada y le dirigió una sonrisa fugaz. Introdujo la mano en el interior del maletín y extrajo una grabadora que colocó sobre la mesa, delante de él.
—Procuraré que sea lo más breve posible —dijo.
Al mismo tiempo, Nye sacó su propia grabadora, que colocó junto a la de Teece.
—Muy bien —asintió Teece con un gesto—. Siempre es buena idea grabar las cosas, ¿no es así, señor Nye?
—Sí —fue la seca respuesta.
—¡Ah! — exclamó Teece, como si no hubiera oído hablar antes a Nye—. ¿Inglés?
Nye se volvió lentamente a mirarlo.
—Originariamente.
—Yo también —dijo Teece—. Mi padre fue sir Wilberforce Teece, baronet, de Teecewood Hall, en los Peninos. Mi hermano mayor recibió el título y el dinero, y yo el billete para Estados Unidos. ¿Lo conoce? Me refiero a Teecewood Hall.
—No —contestó Nye.
—¿De veras? — Teece arqueó las cejas—. Es una parte muy hermosa del país. La mansión está en Hamsterley Forest, aunque Cumbria está muy cerca, ya sabe. Es encantador, sobre todo en esta época del año. Grasmere, Troutbeck… el lago de Windermere.
De repente, el ambiente del despacho pareció ponerse muy tenso, casi eléctrico. Nye se volvió hacia Teece y enfocó la mirada en el rostro sonriente del hombre.
—Señor Teece, le sugiero acabar con las cortesías y proceder a la entrevista.
—La entrevista ya ha empezado. Según tengo entendido, fue usted jefe de seguridad del complejo nuclear de Windermere. Creo que a finales de los años setenta. Fue entonces cuando se produjo aquel terrible accidente. — Sacudió la cabeza con pesar—. No recuerdo si hubo cincuenta o sesenta bajas. En cualquier caso, y antes de empezar a trabajar para la GeneDyne del Reino Unido, no pudo encontrar trabajo en su ámbito durante por lo menos diez años. ¿Correcto? En lugar de eso, fue empleado por una compañía petrolífera en un lugar muy apartado de Oriente Medio. Los detalles de la descripción de su trabajo, sin embargo, son bastante vagos.
Se rascó la punta pelada de la nariz.
—Eso no tiene nada que ver con su misión aquí —dijo Nye.
—Pero sí mucho que ver con su grado de lealtad hacia Brent Scopes —dijo Teece—. Y esa lealtad puede afectar a esta investigación.
—Eso es absurdo —espetó Nye—. Tengo la intención de informar a sus superiores acerca de su conducta.
—¿Qué conducta? — preguntó Teece con una débil sonrisa. Y al punto añadió—: ¿Y a qué superiores?
Nye se inclinó hacia él y le habló con voz muy suave.
—Deje de hacerse el ignorante. Sabe perfectamente lo que ocurrió en Windermere. No necesita hacer esas preguntas y no sabrá por mí cosas diferentes a las que ya sabe.
—Oiga, espere un momento —intervino Singer con afectada cordialidad—. Señor Nye, no debiéramos…
Teece levantó una mano.
—Lo siento. El señor Nye tiene razón. Lo sé todo sobre Windermere. Simplemente me gusta verificar los datos de que dispongo. Estos informes —dijo dando una palmadita al abultado maletín— son a menudo inexactos. Fueron redactados por funcionarios gubernamentales, y nunca se sabe lo que un estúpido burócrata es capaz de escribir sobre uno, ¿no le parece, señor Nye? Pensé que apreciaría la posibilidad de enderezar las cosas, de eliminar cualquier probable calumnia, esa clase de cosas.
Nye guardó silencio. Teece se encogió de hombros y extrajo un sobre manila del maletín.
—Muy bien, señor Nye. Procedamos. ¿Puede decirme, con sus propias palabras, qué ocurrió la mañana del accidente?
Nye carraspeó para aclararse la garganta.
—A las nueve cincuenta recibí la noticia de que se había producido una alerta de fase dos en las instalaciones del Nivel 5.
—Demasiados números. ¿Qué significan?
—Una ruptura de integridad. Es decir que el biotraje de alguien había sido dañado.
—¿Quién dio la noticia?
—Carson. El doctor Guy Carson. Informó por el canal global de emergencia.
—Entiendo —asintió Teece—. Continúe.
—Me dirigí a la estación de seguridad, evalué la situación y luego asumí el mando sobre las instalaciones mientras durara la alerta de fase dos.
—¿Lo hizo así? ¿Antes de informar al doctor Singer? — preguntó Teece, y se volvió hacia el director.
—Eso prescribe el reglamento.
—Doctor Singer, cuando usted se enteró de que el señor Nye se había hecho cargo del mando, lo asumió con alegría, ¿verdad?
—Naturalmente.
—Doctor Singer —dijo Teece con un tono más incisivo—. He dedicado la tarde a visionar las cintas del accidente. He escuchado la mayor parte de las comunicaciones que se intercambiaron. ¿Le importaría volver a contestar a mi pregunta?
Hubo un silencio.
—Bueno —dijo Singer al fin—, la verdad es que no me sentí muy feliz por ello. Pero lo asumí.
—Y usted, señor Nye —continuó Teece—, dice que el reglamento prescribe asumir el mando temporalmente. No obstante, y según mi información, se supone que usted sólo debe hacerlo en el caso de que, según su propio juicio, el director sea incapaz de cumplir con su deber.
—Correcto —dijo Nye.
—En consecuencia, he de llegar a la conclusión de que tuvo usted una razón anterior para pensar que el director no estaba cumpliendo con su deber.
Otra prolongada pausa.
—Correcto —repitió finalmente Nye.
—¡Eso es absurdo! — exclamó Singer—. No hubo ninguna necesidad de que se hiciera así. Yo tenía la situación bajo control.
Nye estaba sentado rígidamente, con su rostro convertido en una máscara pétrea.
—En tal caso, ¿qué le hizo pensar que Singer no sería capaz de manejar una emergencia?
Nye no vaciló en su respuesta.
—Tenía la sensación de que el doctor Singer se había permitido establecer relaciones demasiado estrechas con las personas a las que debía supervisar. Él es un científico, pero actúa demasiado emocionalmente cuando se trata de manejar la tensión. Si se hubiera dejado la emergencia en sus manos, el resultado habría sido muy diferente.
—¿Qué hay de malo en ser un poco afable con los demás? — espetó Singer—. Señor Teece, debería saber con qué clase de hombre está usted hablando, a pesar de que lo conoce desde hace poco tiempo. Es un megalómano. Todo el mundo lo detesta. Desaparece en el desierto todos los fines de semana. La razón por la que Scopes lo mantiene en su puesto es un misterio para todos.
—Comprendo. — Teece consultó alegremente su carpeta, y dejó que el incómodo silencio se prolongara. Singer regresó a su posición original, junto la ventana, de espaldas a Nye. Teece extrajo un bolígrafo del bolsillo y tomó unas notas. Luego agitó el papel delante de Nye—. Tengo entendido que estas cosas están
streng verboten
por aquí. Es una suerte que yo esté excluido de esa norma, porque detesto los ordenadores.
Volvió a guardarse el bolígrafo.
—Bien, doctor Singer —continuó—. Pasemos a hablar de ese virus en el que están trabajando, el de la gripe X. Los documentos que se me han facilitado no son muy informativos. ¿Qué es exactamente lo que lo hace tan mortífero?
—Cuando lo sepamos podremos hacer algo al respecto —contestó Singer.
—¿Hacer algo al respecto?
—Quiero decir hacerlo seguro, claro.
—Para empezar, ¿cómo es que están ustedes trabajando con un patógeno tan terrible?
Singer se volvió a mirarlo.
—No era nuestra intención, créame. La virulencia de la gripe X es un inesperado efecto secundario de nuestra técnica de terapia genética. El virus está en transición. Una vez se haya estabilizado ya no será ninguna preocupación. — Hizo una breve pausa, antes de añadir—: La tragedia es que Rosalind se vio expuesta al virus en esta fase inicial.
—Rosalind Brandon-Smith —repitió Teece pronunciando el nombre lentamente—. No nos sentimos satisfechos con la forma en que se llevó a cabo la autopsia, como bien sabe usted.
—Seguimos todos los procedimientos habituales —intervino Nye—. La autopsia se llevó a cabo dentro de las instalaciones del Nivel 5, con los trajes de seguridad puestos, y a ello siguió la incineración del cadáver y la descontaminación de todos los laboratorios situados dentro del perímetro de segundad.
—Es la brevedad del informe del patólogo lo que me preocupa, señor Nye —dijo Teece—. Y, a pesar de ser tan breve, hay varias cosas que me extrañan. Por ejemplo, a juzgar por lo que puedo deducir, el cerebro de Brandon-Smith literalmente estalló. Sin embargo, en el momento de su muerte se hallaba encerrada en la unidad de cuarentena, lejos de cualquier ayuda médica.
—No sabíamos que había contraído la enfermedad —dijo Singer.
—¿Cómo es posible? Fue herida por un chimpancé infectado. Sin duda debieron surgir anticuerpos en su sangre.
—No. Desde el momento en que surgieron los anticuerpos hasta su muerte… bueno, fue un período muy corto.
—Al parecer, perturbadoramente corto —dijo Teece con ceño.
—Debe recordar que ésta es la primera vez que un ser humano se ha visto expuesto al virus de la gripe X. Y confío en que sea la última. No sabíamos qué esperar. Y la cepa de la gripe X fue particularmente virulenta. Cuando descubrimos que los análisis de sangre habían dado resultado positivo, ella ya había muerto.
—La sangre. Eso es otra cosa extraña en este informe. Al parecer, se produjo una importante hemorragia interna antes de la muerte. — Teece consultó su carpeta y señaló el párrafo con el dedo—. Mire aquí. Sus órganos estaban prácticamente bañados en sangre, según se dice, por ruptura de los vasos sanguíneos.
—Eso es un síntoma de la infección por gripe X —dijo Singer—. No resulta nada extraño. El virus ébola causa lo mismo.
—Pero el informe de patología que tengo sobre los chimpancés infectados de gripe X no muestra ninguno de esos síntomas.
—Evidentemente porque la enfermedad afecta a los seres humanos de un modo distinto. No hay nada extraño en eso.
—Quizá no. — Teece pasó algunas páginas—. Pero en este informe también hay otras cosas curiosas. Por ejemplo, el cerebro muestra elevados niveles de ciertos neurotransmisores. Dopamina y serotonina, para ser exactos.
—Espero que eso no sea más que otro síntoma de la gripe X —dijo Singer abriendo las manos.
—Insisto en que los chimpancés infectados no mostraron niveles tan elevados —dijo Teece cerrando la carpeta.
—Señor Teece —dijo Singer con un suspiro—, ¿adonde quiere llegar? Todos somos conscientes de la peligrosidad de ese virus. Hemos dedicado nuestros mejores esfuerzos a neutralizarlo. Guy Carson, uno de nuestros científicos, se dedica a ello exclusivamente.
—Carson. Sí. El sustituto de Franklin Burt. Pobre doctor Burt, actualmente ingresado en el sanatorio de Featherwood Park. — Teece se inclinó y bajó el tono de voz—. Hay otra cosa realmente extraña, doctor. Hablé con David Fossey, el médico encargado de atender a Franklin Burt. Burt también sufre hemorragias de los vasos sanguíneos, y sus niveles de dopamina y serotonina son muy elevados.