Nivel 5 (33 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

—Aquí no parece haber nada —dijo él.

—Nos separaremos y buscaremos más allá del perímetro —dijo Susana—. Yo me encargo del semicírculo norte, y usted del sur.

Carson se dirigió más allá del borde de las ruinas y trazó un amplio arco, recorriendo el desierto con la mirada. La tormenta y los vientos secos habían borrado todo rastro de huellas; era imposible saber si Burt había estado allí. Varios siglos antes, la kiva subterránea habría tenido un techo fundido con el suelo del desierto, con sólo un agujero para dejar escapar el humo a la superficie, único detalle capaz de revelar su presencia. Aunque probablemente el techo se había derrumbado mucho tiempo atrás, existía la posibilidad de que se hubiera mantenido intacto y estuviera completamente oculto por las arenas desplazadas por el viento.

Carson encontró la kiva a unos cien metros hacia el sudoeste. El techo, en efecto, se había derrumbado, y la kiva no era más que una depresión circular en medio del desierto, de unos quince metros de diámetro y quizá dos metros y medio de profundidad. Sus muros estaban formados por roca labrada, de la cual sobresalían unos tocones de las antiguas vigas de madera del techo. Susana acudió corriendo a su llamada, y ambos permanecieron juntos ante el borde. Cerca del fondo, Carson distinguió lugares donde las paredes todavía estaban embadurnadas de adobe y pintura roja. En la base, el viento había acumulado una media luna de arena, ocultando por completo el suelo.

—¿Dónde está el
sipapu
? — preguntó él.

—Está siempre en el centro exacto de la kiva. Aquí. Ayúdeme a bajar.

Descendió a gatas por el lado, dio unos pasos hacia el centro, se arrodilló y excavó la arena con los dedos. Carson también descendió y se dispuso a ayudarla. A unos quince centímetros debajo de la roca sus manos toparon con una roca plana. Apartó la arena con las manos, excitada, y movió la piedra hacia un lado.

Allí, en el agujero del
sipapu
, había un gran tarro de plástico para especímenes, todavía con la etiqueta de GeneDyne intacta. En el interior del tarro se veía un pequeño libro de bordes dentados, envuelto en una lona manchada, de color oliva.

—Madre de Dios —exclamó Susana Cabeza de Vaca.

Extrajo el tarro del
sipapu
, abrió la tapa y cogió el diario, que abrió mientras Carson observaba.

La primera página correspondía al 18 de mayo. Por debajo de la fecha, había caligrafía densa y precisa, tan apretada que en cada espacio del papel rayado había escritas dos líneas.

Carson observó cómo Susana pasaba las hojas con incredulidad.

—No podemos llevar esto a Monte Dragón —dijo Carson.

—Lo sé. Será mejor que empecemos a leer.

Ella volvió a la página inicial.

18 de mayo

Mi querida Amiko:

Te escribo desde las ruinas de una sagrada kiva anasazi, no lejos de mi laboratorio.

La última mañana antes de volar hacia Albuquerque, cuando estábamos preparando mis cosas, me metí este viejo diario en el bolsillo de la chaqueta, dejándome llevar por un impulso. Siempre había tenido la intención de usarlo para anotar mis observaciones de los pájaros. Pero creo que ahora le he encontrado mejor uso.

Te echo terriblemente de menos. La mayoría de personas de aquí son agradables. Creo que a algunos de ellos, como al director, John Singer, puedo considerarlos amigos. Pero aquí somos asociados, antes que amigos, y todos procuramos alcanzar un objetivo común. Se ejerce presión sobre nosotros; una tremenda presión para que avancemos y tengamos éxito. Yo mismo me siento cada vez más introvertido ante tanta presión. La infinita extensión de este terrible desierto no hace sino aumentar mi soledad. Es como si estuviese más allá del fin del mundo.

El papel y los útiles de escribir están prohibidos. Brent quiere saber todo lo que hacemos. A veces, creo que incluso lo que pensamos. Utilizaré este pequeño diario como mi línea vital de comunicación contigo. Hay cosas que quiero contarte, a su debido tiempo. Cosas que nunca aparecerán en los registros centrales de la GeneDyne. En muchos sentidos, Brent sigue siendo un muchacho, con ideas juveniles, y una de esas ideas es que puede controlar todo lo que hagan y piensen los demás.

Espero que no te preocupes si te cuento estas cosas. Pero se me olvidaba que cuando leas esto yo estaré contigo, a tu lado. Y esto no serán más que recuerdos. Quizá el paso del tiempo me permita reírme de mí mismo y de mis mezquinas quejas. O quizá sienta orgullo por lo que haya conseguido aquí.

Hay un largo camino que recorrer para llegar hasta esta kiva, y ya sabes qué mal jinete soy. Pero creo que me sienta bien pasar este tiempo contigo. El diario estará a salvo aquí, bajo la arena. Nadie sale de las instalaciones, excepto el jefe de seguridad, y él tiene sus propios asuntos que atender en el desierto.

Volveré pronto.

25 de mayo

Querida esposa:

Hace un día terriblemente caluroso. Se me olvida una y otra vez la mucha agua que uno necesita en este desolado desierto. La próxima vez traeré dos cantimploras.

No es ninguna maravilla que, en medio de este paisaje yermo y sin agua, toda la religión de los anasazi se dirigiera hacia el control de la naturaleza. Aquí, en la kiva, los sacerdotes de la lluvia llamaban al Pájaro del Trueno para que trajera la lluvia.

¡Oh, divinidad masculina!

Con tus mocasines de nube oscura, ven a nosotros,

con el rayo zigzagueante volando en lo alto, sobre tu cabeza,

ven a nosotros, encumbrándote.

Deseo que con ellos llegue la espuma flotante sobre el agua

que inunde las raíces del grano verde,

deseo nubes oscuras felizmente abundantes,

deseo nieblas oscuras felizmente abundantes,

que vengan contigo, y que felizmente madure mi grano

azulado, hasta los confines de la tierra.

Así rezaban ellos. Es un deseo muy antiguo lo que impulsa esta sed de conocimiento y poder, esta avidez por controlar los secretos de la naturaleza, por traer la lluvia.

Pero la lluvia no llegó. Del mismo modo que tampoco llega hoy.

¿Qué pensarían si pudieran vernos ahora, trabajando en nuestras madrigueras bajo tierra, dedicados no sólo a controlar la naturaleza sino a configurarla según nuestra voluntad?

Hoy no puedo seguir escribiendo. El problema que se me ha planteado exige todo mi tiempo y energía. Resulta difícil escapar de él, incluso aquí. Pero volveré pronto, mi amor.

4 de junio

Querida Amiko:

Te ruego disculpes mi prolongada interrupción. Nuestro programa de trabajo en el laboratorio ha sido diabólico. Si no fuera por los obligados procedimientos de descontaminación, creo que Brent nos haría trabajar sin descanso.

Brent. ¿Cuánto te he hablado de él?

Resulta extraño. Nunca supe que pudiera sentir un respeto tan profundo por un hombre y, sin embargo, detestarlo tanto al mismo tiempo. Supongo que incluso podría odiarlo. A pesar de que, en realidad, no me presiona para que trabaje más rápido, todavía puedo ver su rostro ceñudo, sólo porque los resultados no son los que querría que fuesen. Le oigo susurrar en mi oído: «Sólo cinco minutos más. Sólo una serie de pruebas más.»

Brent es probablemente la persona más compleja que he conocido. Brillante, estúpido, inmaduro, frío, despiadado. Dispone de una enorme reserva de ingeniosos aforismos que suelta en cualquier ocasión que se le presenta, y que cita con gran satisfacción. Es capaz de desprenderse de millones al mismo tiempo que discute amargamente por unos cientos. Puede ser sofocantemente amable con una persona, e insoportablemente cruel con otra. Posee unos extraordinarios conocimientos musicales. Es el propietario del último y más exquisito piano de Beethoven, el que supuestamente le impulsó a componer sus tres últimas sonatas. Ni siquiera soy capaz de imaginar el precio que debió de costarle.

Nunca olvidaré la primera vez que hablé con él, cuando todavía trabajaba en la GeneDyne de Manchester, poco después de que consiguiera crear el sistema de filtración GEF. Nuestros resultados preliminares fueron excelentes, y todo el mundo estaba entusiasmado. El sistema prometía la posibilidad de reducir el tiempo de producción a la mitad. El equipo del laboratorio de transfección estaba fuera de sí. Me dijeron que iban a nominarme para el cargo de rector.

Fue entonces cuando recibí la llamada de Brent Scopes. Supuse que era para felicitarme, quizá para ofrecerme otra bonificación. Pero en cambio me pidió que acudiera a Boston en el siguiente avión. Tenía que dejarlo todo, me dijo, para asumir el liderazgo de un proyecto crítico para la GeneDyne. Ni siquiera me permitió acabar con las pruebas finales del GEF, que tuve que dejar en manos de mi equipo en Manchester.

Recordarás mi viaje a Boston. Estoy seguro de que a mi regreso tuve que haberte parecido evasivo, y lo lamento. Brent tiene una forma muy peculiar de hacerle seguir a uno su estandarte, de contagiarte su propio entusiasmo. Pero ahora no hay razón alguna para no hablarte de ello. De todos modos, dentro de pocos meses aparecerá en todos los periódicos.

Mi tarea, por decirlo con sencillez, consiste en sintetizar sangre artificial. En utilizar los vastos recursos de GeneDyne para producir sangre humana mediante ingeniería genética. Según Brent, el trabajo preparatorio ya se ha hecho. Pero deseaba que alguien con mi historial y experiencia se ocupara de dirigir el proyecto. Según él, mi trabajo con el proceso de filtración GEF ha hecho que yo sea la elección perfecta.

Admito que fue una idea noble y que Brent la expresó de un modo extraordinario. Ningún hospital volvería a sufrir escasez de sangre en casos de emergencia, me dijo. La gente ya no tendría que temer posibles transfusiones contaminadas. Quienes tuvieran tipos de sangre raros ya no morirían por falta de sangre adecuada. La sangre artificial de GeneDyne estaría libre de toda contaminación, sería apta para todos los tipos y estaría disponible en cantidades ilimitadas.

Así pues, abandoné Manchester, te dejé a ti y nuestro hogar, todo lo que me era tan querido, y vine a este lugar tan desolado. Para perseguir un sueño de Brent Scopes y, con un poco de suerte, conseguir que el mundo fuera un lugar algo mejor. El sueño se ha hecho realidad. Pero su coste es muy alto.

12 de junio

Querida Amiko:

He decidido utilizar este diario para continuar la historia que inicié en mi última anotación. Quizá ha sido ése mi propósito durante todo este tiempo. Todo lo que puedo decirte es que, después de abandonar esta kiva, en mi última visita, experimenté una profunda sensación de alivio. Así pues, continuaré por mi propio bien, si no para la posteridad.

Recuerdo una mañana, hace unos cuatro meses. Sostenía en la mano un frasco de sangre, la sangre de un ser humano y, sin embargo, había sido producida por una forma de vida tan alejada de un ser humano como quepa imaginar: por un
Streptococcus
, la bacteria que vive en los excrementos, entre otros lugares. Había empalmado el gen de la hemoglobina humana en el
Streptococcus
, obligándolo así a producir hemoglobina humana. Grandes cantidades de hemoglobina humana.

¿Por qué usar el
Streptococcus
? Porque sabemos más del
strep
que casi de cualquier otra forma de vida. Resulta más fácil trabajar con él en el laboratorio que con el
E. coli
. Hemos tipificado todo su genoma. Ahora sabemos cómo descomponer su ADN, tomar un gen, y volver a empalmarlo todo de nuevo.

Me disculparás si simplifico el proceso. Mediante el uso de células tomadas del epitelio de una mejilla humana (la mía), extraje un gen situado en el cuarto cromosoma, el 16s rADN,
locus
D3401. Lo multipliqué un millón de veces e inserté las copias en la bacteria
strep
, que luego cultivé en grandes tinajas llenas con una solución proteínica. A pesar de lo que pueda parecer, querida, esa parte del trabajo no fue difícil. Eso se ha hecho muchas veces con otros genes, incluido el de la insulina humana.

Fabricamos esta bacteria, esta forma de vida extremadamente primitiva, tan sólo ligeramente humana. Cada bacteria llevaba en su interior un fragmento diminuto e invisible de un ser humano. Ese fragmento humano se hizo cargo, en esencia, de las funciones de la bacteria y la obligó a hacer una cosa: producir hemoglobina humana.

Y eso, para mí, constituye la magia, la verdad irreductible de la genética, la promesa de que nunca se quedará anticuada. Pero también fue entonces cuando empezó el trabajo realmente difícil.

Quizá deba explicarme. La molécula de la hemoglobina está compuesta por un grupo proteínico, llamado globina, que contiene cuatro grupos casados a la fuerza. Lleva el oxígeno a los pulmones, intercambia allí el oxígeno por el anhídrido carbónico de los tejidos, y se deshace de él para que sea exhalado. Es una molécula muy inteligente y muy complicada. Desgraciadamente, la hemoglobina, en sí misma, es mortalmente tóxica. Si inyectaras hemoglobina pura en un ser humano, probablemente sería fatal. La hemoglobina necesita estar encerrada en algo. Normalmente es una célula roja de la sangre o hematíe.

En consecuencia, tuvimos que diseñar algo que encerrara a la hemoglobina y la hiciera segura. Una especie de saco microscópico, por así decirlo. Pero tenía que tratarse de algo que «respirara», que permitiera el paso de oxígeno y el anhídrido carbónico.

Nuestra solución consistió en crear esos pequeños «sacos» a partir de fragmentos de membrana extraídos de células rotas. Utilicé para ello una enzima especial llamada liasa.

Entonces se nos planteó el problema final: purificar la hemoglobina. Eso puede parecer el problema más sencillo. Pero no fue así. Cultivamos las bacterias en grandes tinajas. A medida que aumentó la cantidad de hemoglobina producida por las bacterias, envenenó las tinajas. Todo murió. Nos encontramos con una especie de sopa de desperdicios, compuesta por moléculas de hemoglobina mezcladas con bacterias muertas y moribundas, fragmentos de ADN y ARN, fragmentos cromosómicos y bacterias enfurecidas.

El truco consistía en purificar esa sopa, en separar la hemoglobina sana de toda aquella porquería, de modo que termináramos teniendo hemoglobina humana pura y nada más. Y tenía que ser extremadamente pura. Recibir una transfusión de sangre no es como tomar una pequeña pastilla. En el cuerpo humano hay varios litros de esta sustancia. Hasta la más ligera impureza, multiplicada por esas cantidades, podría causar efectos secundarios impredecibles.

Fue aproximadamente por esta época cuando nos enteramos de lo que estaba sucediendo en Boston. El personal de marketing ya se dedicaba a estudiar, con gran secreto, la mejor forma de comercializar nuestra sangre obtenida por ingeniería genética. Centraron su atención en grupos de ciudadanos normales y corrientes. Descubrieron así que a la mayoría de la gente le aterroriza recibir una transfusión de sangre porque temen la contaminación, desde la hepatitis al sida. La gente deseaba tener la seguridad de que la sangre que recibía era pura y segura.

Así que nuestro producto, todavía no terminado, pasó a llamarse PurBlood, sangre pura. Y desde la central de la empresa llegó la orden de que, a partir de ese momento, el producto pasara a llamarse PurBlood en todos los periódicos, revistas, notas y conversaciones. Cualquiera que lo llamara por su nombre de marca, Hemocil, recibiría una severa amonestación. La orden del departamento de marketing afirmaba, en particular, que la expresión «ingeniería genética» o la palabra «artificial» estaban estrictamente
verboten
. Al público no le gustaba la idea de que algo se creara mediante ingeniería genética. No le gustaban los tomates obtenidos por ingeniería genética, ni la leche producida por ingeniería genética, y detestaban realmente la expresión «sangre humana artificial por ingeniería genética». No se lo reprocho. La idea de que a uno le bombeen esa sustancia en las propias venas tiene que inquietar al lego en estas cuestiones.

Mi amor, el sol ya desciende sobre el horizonte y tengo que marcharme. Pero volveré mañana. Le diré a Brent que necesito un día libre. Y no es mentira. Si supieras el gran peso que me he quitado de encima por el simple hecho de verter mi alma en estas páginas dedicadas a ti.

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