Odio (7 page)

Read Odio Online

Authors: David Moody

Tags: #Terror

—¿Qué están haciendo? —pregunta inocentemente Ellis—. ¿Están jugando o peleando?

Los dos hombres se han puesto en pie de nuevo y rezo para que no se acerquen. El hombre más delgado agarra al tatuado por la chaqueta y lo está volteando. El otro intenta agarrarse a algo para mantener el equilibrio pero el delgado no le da la oportunidad. Lo deja ir, corre hacia él y lo golpea en el pecho, lanzándolo tambaleante hacia atrás. Otro golpe lanza tan lejos al hombre tatuado que esta vez acaba de espaldas sobre una mesa no demasiado alejada de donde estamos sentados. Platos medio vacíos, cubiertos y vasos salen volando. Agarro a Josh y me giro para ver que Lizzie ha hecho lo mismo con Ellis. El ruido de objetos cayendo y rompiéndose se difumina y es reemplazado por un silencio incómodo. Todo el mundo está mirando la pelea pero ha sido tan repentina y tan violenta que nadie se atreve a intervenir. Todo el mundo sabe que deberían hacer algo pero nadie se mueve.

—No, tío... —el hombre tendido de espaldas grita—. Por favor no...

El hombre delgado mira a su alrededor. Manteniendo a su víctima tendida en el suelo con una mano, busca entre los restos que hay en la mesa y coge algo. Sólo al levantarlo por encima de la cabeza veo que se trata de un cuchillo. Los siguientes segundos parecen durar una eternidad. No quiero mirar pero no puedo apartar los ojos. Baja con fuerza el cuchillo hacia el pecho del hombre tatuado y lo hunde en la carne. Pero eso no es suficiente. Con el puño cubierto de sangre extrae la hoja y lo apuñala una vez y otra y otra...

Jodida mierda.

Joder, tenemos que salir de aquí. Nos tenemos que mover. Ese tío está fuera de sí. ¿Qué ocurrirá si se vuelve contra todos los demás? El centenar de personas apretujadas en este pub abarrotado han empezado a sentir pánico y se dirigen a las salidas, alejándose corriendo de los dos hombres que están en el centro de la sala. El hombre delgado sigue destrozando el pecho del otro con la afilada y aserrada hoja. Los brazos y las piernas del hombre tatuado se mueven con espasmos. Pese a la distancia, puedo ver que la mesa y ambos hombres están cubiertos de sangre.

Arranco a Josh de la silla y empujo a Lizzie hacia la puerta más cercana. Intento con todas mis fuerzas conservar la calma pero estoy aterrorizado. Venga, muévete de una jodida vez... Hay una multitud de bebedores que intentan salir a la vez a través de una puerta estrecha y, por segunda vez en menos de un día, estoy atrapado al final de una multitud que intenta alejarse del jaleo. Sujeto fuertemente a Josh contra mi pecho y miro de reojo para ver dónde está el lunático con el cuchillo. Si ha terminado con el hombre en la mesa quién sabe quién será el siguiente. No quiero ser su próxima víctima. Sólo quiero...

—¡Danny! —oigo que grita Liz. Levanto de nuevo la mirada. La multitud la está empujando delante de mí y ahora hay un par de metros entre nosotros. Ella casi ha salido por la puerta. Está mirando hacia atrás y gritándome algo. No puedo entenderlo.

—¿Qué?

—¡Ed —grita—, coge a Ed!

Virgen santa. No hay tiempo para pensar. Agarro a Josh con más fuerza y vuelvo corriendo hacia el parque infantil. La gente que hay allí no puede haber oído lo que ha ocurrido. Empujo la puerta de dos hojas y miro alrededor en busca de Ed, y no lo puedo ver. La luz es más suave y hay niños y padres por todas partes.

—¡Edward! —grito por encima de la ensordecedora música de la fiesta. La gente se vuelve y me mira como si me hubiese vuelto loco—. ¡Ed!

—¡Papi! —oigo que me grita en respuesta. Está junto a una de las estructuras, al otro extremo de la sala, con un amigo. Corro hacia él.

—Recoge tus zapatos y el abrigo —le digo—, tenemos que irnos.

—Pero papá... —empieza a protestar.

—Recoge tus zapatos y el abrigo —le repito.

—¿Qué ocurre? —pregunta alguien. Me doy la vuelta y veo que es Wendy Parish, la madre de uno de los amigos de Ed.

—Hay problemas en el pub —le explico, mirando ansiosamente cómo desaparece Ed para buscar sus cosas—. Si fuera tú, saldría de aquí. Todo el mundo debería salir de aquí.

Veo que los camareros del pub están hablando con los empleados del parque y que quieren dar un aviso por megafonía para desalojar el edificio. Ed está de vuelta con el abrigo puesto. Se sienta y empieza a ponerse los zapatos.

—Vamos, hijo —chillo por encima del ruido—. Hazlo fuera.

Confundido, se levanta de un salto y se coge a mí. Corremos hacia la salida, rodeando mesas y sillas repentinamente esparcidas por todo el local. Salimos al aparcamiento y veo que Liz y Ellis están junto al coche. Corro hacia ellas. Ed va cojeando a mi lado, con un zapato puesto y el otro en la mano. Puedo oír sirenas aproximándose.

—¿Estás bien? —pregunta Liz.

—Estamos bien —le contesto, rebuscando las llaves en mis bolsillos. Abro la puerta y entre los dos les ponemos el cinturón a los niños. Le hago un gesto para que suba y lo hace. Termino de ajustar el cinturón de Josh en su sillita, me monto y cierro el seguro de las puertas.

—¿Debemos esperar a la policía? —pregunta Liz, cuya voz es poco más que un susurro.

—Gilipolleces —contesto mientras arranco el motor y salgo marcha atrás de la plaza de aparcamiento. Los coches ya están haciendo cola para salir a la calle—. Nadie se está parando —añado cuando nos unimos al final de la cola—. Salgamos de aquí.

7

Son las nueve y media, y he estado intentando salir del dormitorio de Ellis desde hace una hora. Obviamente la pobre niña está impresionada por lo que ha visto. No estoy sorprendido, a mí también me ha dejado aterrado. Externamente no parece demasiado trastornada pero no deja de hablar de lo ocurrido. Nunca sabes cómo puede afectar una cosa así a un niño. He estado sentado en un extremo de su cama contestando su flujo ininterrumpido de preguntas desde que me llamó a gritos. Lo he hecho lo mejor que he podido, pero mi paciencia empieza a agotarse. Ella intenta exprimir la conversación al máximo para retenerme aquí todo el tiempo que pueda.

—Entonces, ¿por qué se estaban peleando, papi? —pregunta (otra vez).

—Ellis —suspiro—, ya te he dicho cientos de veces que no lo sé.

—¿Ahora ya han parado?

—Estoy seguro de que sí. La policía los habrá parado.

—¿De verdad?

—Sí, eso es lo que hace la policía.

—¿Alguno de los hombres salió herido?

—Sí.

—¿Estará ahora en el hospital?

—Sí —contesto. No le digo que probablemente esté en el depósito de cadáveres.

De repente no hay más preguntas. Está cansada. Sus ojos empiezan a cerrarse. Se va a dormir pero está intentando luchar contra el sueño. Tengo que esperar hasta que esté seguro que se ha dormido, pero estoy desesperado por salir de aquí, ahora. Me deslizo por el borde de la cama, me levanto con cuidado y empiezo a moverme hacia la puerta. Ella se revuelve y me mira, y yo me quedo helado.

—¿Qué pasa con mis patatas fritas? —murmura, la voz lenta y adormilada.

—¿Qué pasa con ellas? —le pregunto mientras me alejo.

—No me las acabé.

—Ninguno de nosotros se acabó la comida. Mami y papi tampoco se la acabaron.

—¿Seguirán allí?

—¿Quién seguirá allí?

—Mis patatas.

—Lo dudo.

—¿Se las ha comido alguien?

—No, ahora ya deben estar frías. Alguien las habrá tirado.

—¿Podemos volver mañana para verlo?

—No.

—¿Por qué no? Quiero acabar mis patatas. —Ellis —la interrumpo—. Por favor, cállate y ponte a dormir.

Finalmente he llegado a la puerta. Apago la luz y espero su reacción. No hace nada. Ahora la única luz en la habitación procede del pasillo. Aún puedo ver cómo se mueve en la cama, pero sé que estará dormida en unos minutos.

—Buenos noches, papi —bosteza.

—Buenas noches, corazón.

Estoy a punto de salir cuando vuelve a hablar.

—¿Está muerto, papi?

¿Qué contestar a eso? ¿Le cuento la verdad o le miento para evitar más preguntas y tranquilizar a mi pequeña? Soy un cobarde. Respondo con evasivas.

—No lo sé —murmuro con rapidez—. Buenas noches.

Espero un poco más para asegurarme de que está dormida.

Finalmente, libre pero exhausto, me arrastro por el pasillo hacia la sala de estar. A medio camino del fin de semana y me siento como si no hubiera tenido ni la más mínima oportunidad para relajarme. Esta noche hay una película que Liz y yo queríamos ver. Después del último par de días nos hará bien sentarnos juntos y relajarnos un rato.

Miro en la sala de estar y veo que Lizzie está dormida. Está tendida a lo largo del sofá y ronca. Estoy decepcionado pero no sorprendido. Me pongo algo de beber y de comer antes de buscar un sitio para sentarme y ver la tele. Las otras sillas tienen encima pilas de juguetes de los niños y ropa limpia a la espera de que la guardemos. No me atrevo a mover nada. Me siento en el suelo, apoyado en el sofá.

Ahora no puedo encontrar el mando a distancia. Revuelvo la mayor parte de la colada y husmeo entre los juguetes, pero no encuentro el maldito trasto por ninguna parte. Me apuesto algo a que uno de los niños lo ha escondido. Josh tiene la costumbre de tirar cosas a la basura. Miro en el cubo de la basura y después debajo de todas las sillas y el sofá. Estoy a punto de rendirme cuando finalmente veo que una punta del mando asoma por debajo de Lizzie. Se ha quedado dormida encima de él. Lo saco de debajo de su cuerpo. Ella gruñe y se da la vuelta para ponerse de espaldas pero no se despierta.

Justo a tiempo. Sin perder ni un segundo, finalmente lo consigo. Cambio el canal y me siento a disfrutar de la película. Parece como si ya hubiera comenzado. En realidad parece que ya lleva un buen rato. Compruebo la programación. La maldita peli ha empezado hace tres cuartos de hora.

Las noches de los sábados están empezando a deprimirme. Ya hace un tiempo que han empezado a parecerme vacías y, si soy honesto, patéticas. Aún somos jóvenes y deberíamos salir a disfrutar, pero no lo hacemos. Siempre empiezo el fin de semana con la mejor de las intenciones, pero nada parece salir como lo planeo. La vida familiar se interpone. No tengo amigos íntimos con los que salir ni dinero ahorrado, los niños nos irritan y nos agotan, y Lizzie y yo siempre estamos cansados. Las más de las veces me quedo aquí solo, sentado delante de la tele, mirando tonterías sin sentido. Ya es casi medianoche y he estado horas aquí solo. Liz se levantó y se fue a la cama hace siglos.

La película que me he perdido era la única cosa digna de verse esta noche. Es una locura, cuantos más canales de televisión tenemos, menos programas hay que valgan la pena. He estado aquí sentado, con el mando a distancia en la mano, cambiando constantemente de canal, y todo lo que he encontrado han sido concursos horribles, programas de entrevistas con invitados aburridos,
realities
idiotas, culebrones, competiciones de talentos, telefilmes, dramas repetidos y una mierda de recopilaciones de vídeos caseros y de tomas de cámaras de circuito cerrado. He acabado viendo las noticias, como siempre. Es un canal de noticias las veinticuatro horas, que ha sido interesante durante un rato, pero los titulares se repiten cada quince minutos y he empezado a sentir que los párpados me pesan ahora que estoy viendo lo mismo por tercera vez. Debería irme a la cama pero no me animo a levantarme.

Espero un minuto. Por fin dan algo mínimamente interesante. Un titular que dice «Última Hora» acaba de aparecer y han dado paso a un reportero que está en la esquina de una calle del centro de la ciudad. Reconozco el sitio desde donde están emitiendo. Es una plaza de la ciudad, no demasiado lejos de donde trabajo. ¿Qué ha ocurrido? Intento leer el texto que pasa al pie de la pantalla pero mis ojos están cansados y las palabras se mueven a demasiada velocidad. Subo el volumen y escucho cómo un reportero azotado por el viento empieza a hablar sobre algo que ha ocurrido en Exodus, uno de los bares de moda en el centro de la ciudad. Hay gente pululando en la calle, detrás de él. Dios santo, han matado a alguien. Está hablando de un ataque que ha ocurrido en la última hora poco más o menos. Espera, no... ha habido muchos ataques. Deben estar conectados. Suena como si algún lunático se hubiera salido de madre. El peor momento del fin de semana para que pase algo así. El centro siempre está lleno de gente la noche de los sábados. Todo el mundo está ahí. Todo el mundo, excepto los pobres hijos de puta como yo que estamos clavados en casa, con niños y una compañera que se duerme en cuanto pasa un poco de la hora.

Mis ojos se vuelven a cerrar. Intento mantenerme despierto y concentrarme en lo que están diciendo, pero es difícil. Se está haciendo tarde y...

Ese maldito reportero sigue hablando.

Intento enfocar el reloj que está sobre la estantería. He debido quedarme dormido durante unos pocos minutos. Espera, el reloj marca las tres y media. He estado durmiendo en el suelo durante horas. No me sorprende que me duelan los huesos. Joder, sea lo que sea lo que haya ocurrido esta noche en la ciudad ha tenido que ser bastante serio para merecer semejante cobertura en la tele nacional. Parece como si siguieran emitiendo en directo desde la ciudad. No me gustaría tener el trabajo de ese tío, aguantando en la esquina de una calle durante horas y sin ver el final. Sin embargo, al fin se mueve...

Me duele la espalda. Me debería haber ido a la cama hace horas, cuando se fue Lizzie.

Me siento y me dispongo a moverme. Odio despertarme de esta manera. Me siento enfermo y mis brazos y piernas están pesados y entumecidos. Me levanto y estoy a punto de apagar la tele cuando me detiene algo que está diciendo el reportero. Parece como si hubiera más problemas. Ahora llena la pantalla un mapa de la ciudad con un montón de marcas sobre él. Es como si hubiera habido muchos problemas. Eso es lo malo con las juergas con alcohol y los sábados por la noche. Hay demasiada gente por ahí y sólo se necesita un idiota para empezar una pelea. Alguien resulta herido entonces, otro responde, alguien más intenta pararlos y, antes de que te des cuenta, tienes un verdadero problema entre las manos. Parece como si eso fuera lo que ha ocurrido esta noche. Por lo que puedo entender hubo jaleo en un bar y éste se extendió a la calle. Ahora muestran imágenes de multitud de personas peleando, espoleados por la bebida y las drogas. Han enviado unidades antidisturbios para restablecer el orden. Casi me alegra estar aburrido y encerrado en casa. Han cambiado el mapa de la pantalla para mostrar los puntos donde ha habido cuatro muertos y más de treinta detenidos. Siempre es la minoría descerebrada la que les jode la fiesta a los demás. Maldita sea, acaban de decir algo sobre el cuerpo de un agente de policía que han encontrado con más de cuarenta puñaladas. Joder, ¿qué tipo de animal puede hacer algo así a un ser humano?

Other books

Mistletoe and Mayhem by Kate Kingsbury
Tai-Pan by James Clavell
All Whom I Have Loved by Aharon Appelfeld
The Time of Our Lives by Jane Costello
The Music Box by T. Davis Bunn
Bayou My Love: A Novel by Faulkenberry, Lauren
Whyt’s Plea by Viola Grace
Moon Love by Joan Smith
Blackout by Gianluca Morozzi
Jumlin's Spawn by Evernight Publishing