—Abuelo, ayer vimos una pelea —dice Ellis inocentemente, levantando la vista de su libro para colorear. Harry mira a Liz, que asiente con la cabeza.
—Fue terrible, papá —le explica—. Llevamos a Ed a una fiesta en Kings Head. Estaba lleno de aficionados al fútbol. Estábamos comiendo y dos de ellos empezaron a pelear. —Para y comprueba que los niños no están escuchando—. Uno de ellos tenía un cuchillo —dice en un tono de voz un poco más bajo.
Harry mueve la cabeza.
—La situación es realmente triste —suspira—. Casi parece que ahora la gente sale solo para liarla.
El silencio se instala momentáneamente en la habitación.
—Espera un momento —dice Lizzie de repente—, ¿no has dicho que todo ese jaleo ha pasado aquí?
—Sí —contesto, asintiendo con la cabeza—, ¿por qué?
—Porque están hablando de otro sitio —contesta, señalando hacia la tele. Tiene razón. Esta noticia es de otro lugar más al norte, y ahora dan paso a un tercer reportero en la Costa Este.
—Es violencia de pandillas —pontifica Harry—. Se está extendiendo. La gente ve algo en la tele y eso hace que quieran hacer lo mismo.
Puede que tenga razón pero lo dudo mucho. No tiene sentido. No me puedo imaginar que toda esa gente se esté peleando por el simple placer de hacerlo. Tiene que haber una razón.
—Tiene que haber algo más que eso —digo—. Por el amor de Dios, Harry, ¿realmente crees que toda esa gente estaba simplemente viendo todos esos disturbios por la tele y al minuto siguiente estaban en las calles peleándose? Esos disturbios están separados por cientos de kilómetros. Tiene que haber algo más.
Por una vez, no responde.
Otros veinte minutos y los niños han superado su umbral de aburrimiento. Han empezado a jugar con mayor vigor y es hora de irse. Intento ocultar mi alivio cuando los coloco en el asiento trasero del coche. Discuten y pelean constantemente, y me pregunto si les gusta tan poco la perspectiva del lunes por la mañana como a mí. Odio los domingos por la tarde. Ahora todo lo que nos queda es el último empujón para tenerlo todo preparado para ir mañana a la escuela y al trabajo.
Ésta es la peor parte del fin de semana. No hay nada en perspectiva, excepto el lunes.
Estamos aún a más de un kilómetro de casa y no sé que demonios está pasando. El tráfico se ha ido ralentizando de repente. Está completamente atascado, tanto por delante como por detrás. Es un domingo a última hora de la tarde, por amor de Dios. Las carreteras deberían estar vacías. Ya está oscureciendo. No quiero pasar toda la noche aquí sentado.
Se oyen unas sirenas. Miro por el retrovisor y veo que una oleada de luces azules que se aproxima. Un convoy de coches de policía y de bomberos se acercan también desde la otra dirección. Los conductores de los coches a nuestro alrededor intentan apartarse a un lado y se suben a las aceras para quitarse de en medio. Yo hago lo mismo.
—Me pregunto qué debe estar pasando —murmura Liz cuando nos subimos a la acera, cubierta de hierba.
—No lo sé —le contesto. Oigo un ruido proveniente del asiento trasero y me giro para ver a Ed y Ellis peleando con Josh, atrapado en su sillita—. Basta ya —les ordeno enfadado. Paran cuando se lo digo pero sé que volverán a empezar en cuanto mire hacia otro lado.
Los vehículos de emergencia retumban al pasar a nuestro lado y yo estiro el cuello para ver adónde van. A unos doscientos metros por delante giran a la izquierda. En la semioscuridad puedo ver las parpadeantes luces azules por los resquicios entre los edificios y las ramas de los árboles. Se han parado no demasiado lejos de aquí.
—Parece serio, ¿no? —dice Lizzie, manteniendo la voz baja para que no la oigan los niños.
Ahora parece que la gente ha apagado los motores. Algunos han empezado a salir de sus coches. No puedo seguir sentado detrás del volante si no puedo ir a ninguna parte. Yo también me decido a ir a echar un vistazo. Voy a ver cuánto tiempo vamos a estar aquí atascados.
—Vuelvo en un segundo —digo al parar el motor. Me quito el cinturón de seguridad.
—¿Qué estás haciendo?
—Sólo voy a ver qué ocurre —respondo con rapidez.
—¿Puedo ir yo también? —pregunta Ed. Vuelvo la cara hacia él mientras me bajo del coche.
—No, tú esperas aquí. Sólo será un minuto.
Ed se deja caer en el asiento y pone mala cara.
A Lizzie no le gusta que la deje con los chicos pero voy a ir de cualquier forma. Sigo a un grupo de tres personas de los coches alrededor del nuestro que están girando en la esquina. En las siguientes calles se está reuniendo una multitud. Al acercarme veo que un coche familiar de color azul oscuro ha perdido el control y se ha subido a la acera. Ha chocado contra una farola que ha caído sobre el camino de entrada de una casa y ha destruido una caravana que estaba allí aparcada. La policía está intentando acordonar la zona. Están empujando a la gente hacia atrás, pero yo consigo avanzar hasta situarme en la primera línea de la multitud. El coche está destrozado. El capó está aplastado y abollado, y el conductor está incrustado contra el volante. No se mueve. Los bomberos han sacado el equipo para cortar el metal y sacarlo de allí, pero nadie corre. Parece que es demasiado tarde.
Dos enfermeros y un agente de policía están inclinados sobre el frontal del coche. ¿Hay alguien más herido? Uno de los sanitarios, vestido de verde, se levanta para coger algo. Maldita sea, hay un cuerpo bajo el coche. No puedo ver mucho, sólo una pierna rota y girada en un ángulo extraño que asoma bajo lo que queda del capó. Pobre tipo. Fuera quien fuese, no tuvo la más mínimo oportunidad.
Me quedo de pie contemplando la escena del accidente hasta que la policía decide ampliar el cordón y me empuja hacia atrás. Me doy cuenta de que he dejado sola a Lizzie durante demasiado tiempo y rápidamente me doy la vuelta y empieza a caminar de regreso al coche. Tropiezo con un hombre de paseo con su perro que se ha parado de repente porque el perro se ha escapado hacia el seto de la izquierda.
—Perdone, colega —murmuró rápidamente.
—No se preocupe —responde mientras intenta controlar al perro y apartarlo de mi camino, pero el perro no hace caso—. Venga, muchacho —lo llama.
—Un feo accidente —digo.
Él mueve la cabeza.
—Eso no ha sido un accidente.
—¿Qué?
Me mira a la cara y vuelve a mover la cabeza.
—He visto cómo ocurría —me explica—. Maldito idiota.
—¿Quién?
—El tío que conducía el coche. Un idiota.
—¿Por qué?
—De lo primero que me di cuenta es de un chico que pasó corriendo a mi lado —explica—. Salió de ninguna parte, casi me tira. Entonces llegó el coche y se subió a la acera, justo delante de donde yo iba paseando. El chico corría lo más rápido que podía pero no tenía nada que hacer. El conductor apretó el pedal y aceleró, atropellándolo y empotrándolo contra la pared. Estúpido hijo de puta. Parece que él también se ha matado.
Finalmente el hombre aparta al perro y sigo mi camino, intentando encontrar algún sentido a lo que acabo de escuchar. Este fin de semana ha estado repleto de acontecimientos extraños y terribles. Primero el concierto, después el ataque en el pub ayer y ahora esto. Y también está el hombre de la calle el jueves por la mañana. Vuelvo a pensar en las noticias que hemos visto en casa de Harry. ¿Qué demonios está pasando?
Aunque hubiera habido diez veces más problemas, ciertos clientes no habrían faltado a su cita. El club estaba más vacío de lo habitual pero estaba en el sector duro, los bebedores y borrachuzos habituales que no se perderían una noche por nada que hubieran visto en las noticias o leído en los diarios. Para esa gente el resto de la semana giraba alrededor de noches como ésta. Todo lo que importaba era emborracharse, atiborrarse de drogas y follar.
—Colega, es jodidamente guapa —gritó Shane White en el oído de Newbury—. Sigue mirándote. ¡Ataca, hijo!
Newbury se volvió hacia White y sonrió.
—Entonces, ¿crees que tengo alguna posibilidad?
—Ni un jodido problema. Es tuya, colega, sin duda.
—¿En serio?
—En serio.
—De acuerdo entonces. Mira esto.
Newbury se apartó de la barra, se tomó de un trago el resto de su bebida, se puso de pie y la miró. Ni siquiera sabía su nombre. La había visto unas cuantas veces pero siempre había estado rodeada por tíos y su amigo y él nunca habían tenido el valor de intentar nada con ella. Esta noche parecía diferente. Se sentía confiado y pletórico. ¿Quizás estaba menos intimidado porque había menos gente alrededor? Quizá sólo se trataba de que estaba ya medio borracho. Fuera cual fuese la razón, no importaba. «Demonios —pensó al verla bailar—, Shane tiene razón, es jodidamente guapa». Lentamente se acercó y ella empezó a bailar hacia él.
—¿Cómo estás? —gritó, intentando hacerse oír por encima de la música ensordecedora que llenaba el club medio vacío. Esta noche parecía más alta que nunca con tan poca gente alrededor. Ella no contestó. En su lugar se acerco más, puso los brazos a su alrededor y le metió la lengua en la boca.
—Eres jodidamente guapa —balbuceó Newbury sin aliento cuando abandonaron el club y caminaron juntos hacia un callejón frente al ayuntamiento—. Total y jodidamente guapa.
—¿Vas a pasarte toda la noche hablando o qué? —le preguntó mientras lo conducía hacia las sombras. Él no pudo contestar—. Si quisiera hablar me habría quedado en casa. Todo lo que quiero de ti es una buena follada.
A Newbury le costaba creerse lo que estaba oyendo. Algo así no le había pasado nunca. Muchas veces había fantaseado con ello y había oído que le había pasado a otra gente, pero nunca le había pasado a él. Y nunca hubiera soñado que le pasase con una chica como ésa...
Ella se paró y se giró hacia él, apretando su cuerpo contra el suyo. Se abrió de un tirón la blusa.
—¿Aquí? —preguntó él—. ¡Zorra asquerosa...!
—Así es como me gusta —susurró en su oído. Él podía oler el alcohol en su aliento. De alguna manera eso lo hacía más sórdido y más excitante.
Newbury corría el peligro de excitarse demasiado e intentó controlarse. Pero mantener el control era más difícil cada vez que ella lo tocaba o lo besaba o... ella lo empujó con fuerza contra la pared y lo volvió a besar, mordiendo sus labios y metiendo la lengua profundamente en su boca. Él deslizó las manos por debajo de su falda y la atrajo aún más hacia sí. En respuesta, ella le bajó la cremallera de los pantalones, introdujo la mano y cerró los dedos alrededor de su erección de borracho. La cogió con firmeza pero con delicadeza. La sacó de los pantalones y se la acercó.
—Quítate las braguitas —suspiró Newbury en una pausa momentánea entre mordiscos y besos frenéticos.
—¿Qué braguitas? —susurró en su oído mientras se levantaba la estrecha falda hasta las caderas. Aún abrazados giraron sobre sí mismos hasta que fue ella la que quedó con la espalda contra la pared—. Vamos —gimió, desesperada por él—, dámelo todo.
Newbury se puso en posición e intentó penetrarla. Fue difícil y complicado. El alcohol había afectado la coordinación de los dos. Ella suspiró con un placer repentino cuando todo su miembro desapareció finalmente en su interior.
—Te lo voy a dar todo, puta asquerosa —le prometió mientras intentaba penetrarla aún más a fondo. Ella levantó la mirada hacia el cielo y se mordió el labio, intentando no hacer ningún ruido pero al mismo tiempo desesperada por gritar alto y fuerte.
—Más fuerte... —siseó.
Él empezó a mover su cuerpo contra el de ella, golpeando una y otra vez su espalda contra la pared.
—¿Es lo suficientemente fuerte para ti? —preguntó mirando profundamente en sus grandes ojos grises.
—Sólo fóllame —suspiró ella entre las acometidas.
—¿Más fuerte? —volvió a preguntar con los dientes apretados.
Entonces ella se paró.
Se separó de él.
—¿Qué pasa? —preguntó, confuso—. ¿Te he hecho daño? ¿Qué he hecho?
La expresión de la cara de ella cambió del placer al miedo en un instante. Ella lo empujó y se apartó de él, bajándose la falda y tambaleándose hacia atrás, hacia el otro lado del callejón.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar—. ¿Qué pasa contigo?
Ella no contestó. Seguía alejándose, internándose más en las sombras. Él seguía avanzando hacia ella. Ella intentó hablar pero no podía.
—No... —fue todo lo que pudo balbucear.
—¿Qué coño está pasando? —exigió saber—. ¿Estás loca o qué? Hace un minuto casi me estabas violando y ahora te vas. ¿Es así como te corres? Eres una jodida calienta braguetas. Eres una sucia y jodida puta.
Aún andando de espaldas, su pie tropezó con la esquina de un contenedor de plástico lleno de botellas de vidrio vacías. Instintivamente la muchacha se inclinó, agarró uno de las botellas por el cuello y la rompió contra la pared de ladrillos a sus espaldas.
Con sus reacciones enturbiadas por la bebida, Newbury se quedó parado. La miró.
—¿Qué estás haciendo? Estás jodidamente loca. ¿Qué coño crees que estás haciendo? Yo no...
No acabó la frase. Ella corrió hacia él y le incrustó la botella rota en su estómago. Atravesó su camisa de algodón y se hundió en la carne. La muchacha sacó la botella y volvió a clavársela, esta vez más abajo, de manera que el filo aserrado casi le corta el tercio final de su pene, todavía visible pero ahora completamente flácido. Con el tercer golpe hundió el afilado cristal en su cuello.
Ella se dio la vuelta y corrió, desapareciendo del callejón antes de que él golpease el suelo.
Ahí afuera había muchos más de ellos, muchos miles más.
Ella tenía que seguir corriendo.
A veces pensar en el trabajo es peor que la realidad. Teniéndolo todo en cuenta, la oficina ha sido hoy casi soportable. Después de todo lo que he visto y oído durante el fin de semana, esperaba tener que abrirme paso hacia el trabajo a través de una multitud, luchando en las calles. Excepto por unas pocas ventanas rotas y por otras daños menores, todo parece decepcionantemente normal. El centro de la ciudad está tranquilo para ser lunes, y la oficina también.
Me alegra estar en casa. Ahora puedo ver el bloque de pisos al final de la calle. Como es habitual, hay luces en las dos esquinas en diagonal del edificio: nuestro piso y el que está ocupado arriba del todo. Cuando me acerco puedo ver unas sombras que se mueven detrás de nuestras cortinas. Los niños están corriendo por la sala de estar. Sin duda han estado jugando toda la tarde y Liz me va a saltar de nuevo al cuello.