—¿Ya no sigue con ello? —interrumpió Conroy.
—No. Recibí una invitación de la doctora Spoelstra del Ginsberg para ofrecer una audi-ción, diría usted, para el nuevo director…, pero dije que no.
—¿Qué es lo que hace, entonces?
—Volví a casa. Estoy llamándole desde allí. Simplemente llevo algunas semanas sentada, pensando. Y discutiendo con mi familia, pero eso no es nada nuevo. —Hizo una divertida mueca que quería ser una sonrisa—. Me costó un esfuerzo enorme decidirme a inscri-birme en su universidad, pero llamé y pregunté, y cuando me dijeron que su curso estaba ya completo pensé que quizá si le llamaba directamente a usted…
—Bien, por supuesto me sentiré muy complacido aceptándola como estudiante mía, naturalmente, pero me temo que tendrá usted que proporcionarme alguna muy buena razón.
—Voy a intentarlo —dijo Lyla—. Es por eso por lo que le he llamado. —Se inclinó ansiosamente hacia la cámara—. Mire, profesor, he leído algunos de sus libros, y le he conocido y le he escuchado, y lo que dijo usted allá en la oficina de Flamen no ha dejado de atormentarme ni un momento. Supongo que nunca lo hará. No sé qué es lo que hace de mí una pitonisa, y aparentemente nadie más lo sabe tampoco, pero…, pero no es esa la forma correcta de atajar el problema, sea cual sea. Yo no sé cuál es, pero pienso que tal vez sea que la gente simplemente está encerrándose separada la una de la otra, hasta que se necesita a alguien con un especial don mental y una droga infernalmente peligrosa para romper las barreras entre nosotros. Y no tendría que ser de ese modo. Ya se lo he dicho, no he tomado una sib desde hace más de un mes; he estado paseando por mi ciudad natal contemplando a la gente, he estado hablando con mis padres y con mi hermano, y he conseguido… verles de nuevo a todos. Tengo una mente además de un talento peculiar, y puedo controlar mi mente, y puedo recordar lo que aprendo con ella en vez de tener que sentarme y escuchar la grabación de una cinta efectuada mientras yo estaba en trance. Ser una pitonisa es como ser una máquina, que simplemente está ahí sabiendo todo tipo de cosas sorprendentes pero jamás las comparte con nadie hasta que alguien le hace las preguntas adecuadas. Yo no soy una máquina, sino una muchacha con hormonas y emociones y algo de inteligencia y buena presencia y…
Hizo un gesto de impotencia.
—Deseo a alguien que me muestre más de lo que Harry Madison consiguió mostrarme en el poco tiempo que estuvo libre. Estaba esa persona, Berry, que yo creía era un amigo de Dan y mío… ¿Recuerda? Y se metió en nuestro apartamento porque pensó: «Ahora es la ocasión de quedármelo para mí». Amigo o no amigo, eso fue lo primero en lo que pensó, no en ver si podía ayudarme a arreglar el lío que la muerte de Dan había dejado, o algo así. Profesor, ¿me estoy expresando con claridad?
—No mucho —dijo Conroy con una mueca—. Pero está hablando del tema adecuado. Prosiga.
—Bien, como he dicho, esto está dentro de mí, y yo simplemente no estoy acostumbrada a sacar cosas como ésta e intentar explicarlas. Pero aquél era un terrible problema para mí, sin casa, sin nadie que me ayudara, y Harry simplemente lo evaluó y pese a que nos habíamos conocido aquel mismo día lo arregló todo. De acuerdo que era algo especial, abriendo una puerta cerrada sin llave a código y agarrando un peso de un centenar de kilos y cosas así; pero lo que más me impresionó de él fue con qué propósito hacía todo eso.
—¿Y eso la decidió a dejar de ser una pitonisa?
—¡Oh, no! —Lyla frunció el ceño al techo, pareciendo frustrada por su falta de habilidad en expresarse claramente—. Eso es algo que no podré dejar de ser nunca… Soy una pitonisa, del mismo modo que otros tienen don de gentes y otros pueden ver de noche y otros quizá sean unos genios con las matemáticas. Es lo que haces con el don que posees lo que cuenta. No deseo lograr una fortuna con ello y convertirme en una sádica aburrida co-mo Mikki Baxendale. Deseo aprender cómo hacer que esa cosa trabaje para mí, porque no puedo hacer que trabaje para otra gente hasta haber conseguido eso. Y deseo estudiar con usted debido a todas esas cosas con sentido que dijo usted acerca de la forma en que la gente se está aislando la una de la otra. No acerca del talento de las pitonisas… Nadie puede ayudarme en eso, ni siquiera las otras personas que lo poseen, porque mientras la facultad está trabajando la mente está desconectada. Acerca de la gente de la que me habla mi talento. ¡Profesor, lo deseo tanto que creo que estaría dispuesta a matarme si tuviera que esperar otro año para acudir a su curso!
—Aunque tuviera que dejarla acampar en mi estudio porque no hubiera sitio en los dormitorios —dijo Conroy con decisión—, la haría venir. No he oído a nadie de su edad…, disculpe la referencia, pero soy tremendamente consciente del abismo de edad que nos separa en este entorno…, no he oído a nadie tan joven como usted hablar con tanto sentido en sólo cinco minutos desde hace al menos diez años. En estos momentos, gracias a la reacción contra Mogshack y a mi involuntaria postura como su más importante rival, estoy en una posición de cierta influencia, y tengo que intentar controlarme un poco, porque hace tanto tiempo…
Tironeó pensativo de su barba.
—Tengo que admitir —prosiguió tras una pausa— que sigo encontrando difícil imaginar por qué pude ser tan dogmático afirmando que lo que decía Madison era completamente cierto, cuando era tan patentemente absurdo. Hablando de cosas que aún no habían ocurrido, y lo que es más, cosas que se ha revelado que no han ocurrido…
—Profesor —interrumpió Lyla—; de no haber sido por nosotros, hubieran ocurrido.
—¿Qué?
—Hubieran ocurrido. Estaba esa nueva computadora en Nevada, ¿no? Y algo se estropeó en ella, y yo sé qué fue lo que se estropeó.
—Sí, por supuesto, pero… ¿Usted sabe qué fue lo que se estropeó en ella? —hizo eco Conroy, escéptico.
—Naturalmente. —Lyla habló con sencilla seguridad—. Le ocurrió lo mismo que en una ocasión me ocurrió a mí. Lo que llaman una trampa de eco.
Las manos de Conroy cayeron sobre sus rodillas, y se la quedó mirando por un interminable momento. Con una voz cambiada, dijo:
—Creo… No, tendrá que explicarme lo que quiere decir.
—Supongamos que es cierto que Madison era…, era parte de, o se hallaba en contacto con, o de alguna manera estaba asociado con esta máquina, ahí en el futuro, donde la civilización se había colapsado. Entonces, en el momento en que supo que los Gottschalk habían comprado la cadena Holocosmic para eliminar la emisión de Flamen, se dio cuenta de que había sido vencido. En ambos sentidos. Quiero decir que ella se dio cuenta de que había sido vencida. Con el siglo de experiencia extra que tenía allí en el 2113, tuvo que enfrentarse al hecho de que su propia memoria le indicaba que ella había actuado para prevenir precisamente el tipo de exposición necesaria para alterar la historia y preservar la suficiente gente rica que pudiera comprar el armamento del sistema C cuando éste les fuera ofrecido. Zink-zonk-zink-zonk…
Imitó el estar haciendo oscilar una bola colgando de un hilo entre sus dos palmas abiertas.
Viendo la expresión de incredulidad de Conroy, se detuvo con un suspiro.
—Lo siento, profesor. Es algo que nunca podré expresar claramente. Tendría que haber estado usted dentro de mi cabeza en el apartamento de Mikki Baxendale cuando tomé una dosis subcrítica de la droga sibilina y sentí todas aquellas experiencias directas de luchas y muertes mientras cruzaban por la mente de Harry. Ningún hombre en toda una vida podría acumular ese tipo de datos; tendría que estar tan sujeto a la violencia que hubiera debido morir al menos siete veces. Pero para mí me dijo mucho más que todas las palabras. Me dijo que él, o algo detrás de él, estaba transformándose en una máquina de matar. Y él mató. Arrojó a aquel hombre por una ventana de un piso cuarenta y cinco, ¿no? He pensado muchas veces en ello desde entonces. Incluso sé qué fue lo que me hizo vomitar al final. De toda la gente que se ha dedicado a lo largo de la historia a matar, los peores fueron una sec-ta zen herética en Japón y Corea durante los siglos XV y XVI, que cultivaron el asesinato literalmente como un arte. Si puede imaginar usted el éxtasis que puede obtenerse de la pintura y de la música y de la poesía unidas, y entonces darse cuenta repentinamente de que se trata de un hombre al que se está matando, entonces comprenderá por qué me sentí tan enferma.
—Usted se ha tomado todo esto muy en serio, ¿verdad? —dijo Conroy lentamente, y sin esperar una respuesta prosiguió—: Debo admitir que siento ahora la misma inquietante sensación que recuerdo haber sentido en la oficina de Flamen… Una sensación de verdades emergiendo de algo que normalmente echaría a un lado como obvias tonterías. Su idea de la computadora volviéndose loca porque había creado un feedback inestable del presente al futuro…
—¡Exacto! —exclamó Lyla.
—Pero —prosiguió él, como si ella no hubiera dicho nada—, pensar en esos términos es algo que rompe demasiado con mis habituales esquemas de pensamiento. ¿Usted, quizá? —La miró dubitativo—. Sí, no veo por qué no. ¿Qué edad tiene, señorita Clay?
—Hoy cumplo veintiún años.
—Y ya ha tenido usted experiencias que la mayor parte de la gente no tendrá nunca. Una vez vi el talento de una pitonisa definido como la habilidad de pensar con las mentes de otras personas; ¿es eso cierto?
—Sí, yo misma lo he dicho.
—En cuyo caso, si no petrifica usted su mente en un esquema conformista, supongo que es posible, sólo posible, que yo pueda ser capaz de ayudarla a encontrar lo que dice que quiere. Y yo siempre estoy en guardia contra la rigidez mental.
—Usted tiene una mente mucho más abierta que cualquier otra persona a la que conozca —dijo Lyla cálidamente.
Conroy hizo una inclinación con su griseante cabeza.
—No había recibido un cumplido tan sincero como ese en años, señorita Clay. Haré que se una usted a mi curso, y le prometo que haré todo lo que pueda por usted. Necesitamos desesperadamente gente como usted, y vamos a necesitarla más desesperadamente que nunca en las próximas décadas. Con la retirada del mercado de Lares y Penates a causa de esa resaca del pánico anti-nig, y la reacción contra ello, y la repentina pérdida de confianza en los Gottschalk tras la revelación de sus disensiones internas… —Suspiró—. Este viejo planeta nuestro está oscilando como una peonza mal lanzada, y si no encontramos un núcleo de gente sensible y con cabezas firmes para enderezar de nuevo nuestro rumbo, vamos a encontrarnos finalmente siguiendo una órbita inestable como un cohete averiado, con los motores atascados, a veces boca arriba, a veces boca abajo, y a veces en extraños ángulos. Pero de alguna forma he conseguido durante toda mi vida aferrarme a ese irracional optimismo, esa sensación de esperanza de que alguien acudirá al rescate en el momento necesario para equilibrar nuestros giroscopios.
Se echó hacia atrás, y sonrió al hermoso rostro en la pantalla de la comred.
—Gracias por pedirme este favor, señorita Clay. A veces mi confianza en mis propios juicios tiende a debilitarse. Es algo estupendo sentirla restaurada por alguien tan excepcional como usted.
Ella lo miró durante un largo momento. De pronto frunció los labios y le envió un beso, antes de cortar la conexión con una maliciosa sonrisa.
U…
…nificación.
FIN
[1]
O, como dirían algunos, ad nauseam.
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[2]
Era un norteamericano.
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[3]
Martin Luther Spry, de la Holohaz-Reiters.
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[4]
Lema, consigna. (N. del T.)
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JOHN KILIAN HOUSTON BRUNNER, (Wallingford 1934-Glasgow 1995) responde perfectamente al perfil de autor clásico. Lector voraz desde la infancia, rompió moldes vendiendo su primera novela cuando todavía no había abandonado el colegio. Sus obras están ambientadas en un futuro cercano y no se ocupan tanto de las aventuras de sus personajes como de la sociedad en la que éstos habitan.
Brunner está considerado uno de esos autores visionarios. Sus mejores obras corresponden a la llamada «Trilogía del Desastre»,especialmente Todos sobre Zanzíbar (Premio Hugo 1969), Órbita inestable y El rebaño ciego.En su novela El jinete de la onda de shock, una sociedad basada en redes de telecomunicaciones con virus y gusanos infrmáticos, lo han convertido en uno de los precursores del ciberpunk.