Órbita Inestable

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

 

A principios del siglo XXI la sociedad norteamericana esta a punto de colapsar. La segregación racial alcanza limites inimaginables. Un hombre negro puede ser linchado simplemente por caminar junto a una mujer blanca. Existen restaurantes donde solo se atiende a gente
nigblanc
(del holandés nieblanc, no blanco), o solo a gente
blanc
(blanca). El corporativo armamentístico Gottschalck se aprovecha del miedo y la psicosis generalizada. Los suburbios blancos llenando de minas, lasers y malla electrificada sus casas, la gente negra organizándose para lograr la emancipación de los estados con mayoría negra. Racismo, aislamiento, odio.

El planteamiento del libro es interesante y heterodoxo, dividido en exactamente 100 capítulos, algunos de ellos con longitud desde media palabra hasta varias paginas. Siguiendo las peripecias de diferentes personajes sin definir un protagonista.

John Brunner

Órbita inestable

Trilogía del desastre II

ePUB v1.0

Nibbler
01.01.12

Título original:
The Jagged Orbit.

John Brunner,1969

Traducción: Domingo Santos

ePub base v2.0

Para Chip,

la única persona a la que conozco que

realmente puede seguir una órbita inestable.

1
Póngase usted en mi lugar

A…

2
Continuación del capítulo uno

…islacionismo.

3
Hurgón

De modo que, ¿cómo iba el mundo aquella mañana? Aún peor que ayer. En todas las oficinas del Pozo Etchmark el aire estaba a unos confortables 18 °C, pero había sudor en la frente de Matthew Flamen, el último de los hurgones. Al mediodía, tenía que estar monta-da, procesada, grabada, aprobada, corregida y cargada en los transmisores una emisión de quince minutos, y en aquel momento lo único que estaba preparado eran los dos minutos y cuarenta segundos de la publicidad. Punto tras punto de la lista que había establecido después de dejarla madurar durante toda la noche había sido rechazado como inutilizable, y faltaban aún nueve meses para la expiración de su contrato.

Era el clímax de una larga pesadilla recurrente. El planeta se había cerrado como una ostra cansada y él, una hambrienta estrella de mar, no tenía fuerzas suficientes para forzarla a que se abriera. ¿Forzarla? ¿A que se abriera?

Con un esfuerzo convulsivo lo consiguió; sus párpados se entreabrieron, y allí estaba el cielo azul brillando por encima del cristal blindado unidireccional del techo de su dormitorio. Estaba solo en la habitación; estaba solo en la casa. Aquello le alegró profundamente. Su corazón martilleaba en sus costillas como un lunático exigiendo salir del asilo, y él ja-deaba tan violentamente que nunca hubiera conseguido formular una frase coherente, ni siquiera un simple buenos días. Aunque nadie podía ser razonablemente considerado responsable por el contenido de un sueño, se sintió horrible e indeciblemente avergonzado.

Poco a poco, fue reuniendo los dispersos fragmentos de su personalidad, hasta que tuvo el suficiente control sobre sus miembros como para ponerse en pie. Superficialmente anotada hacía mucho tiempo, catalogada como una cita reproducible debido a que incidía muy directamente en su línea de trabajo, una frase de Xavier Conroy derivó fuera de su subconsciente: «La cultura occidental está sufriendo un proceso de transición desde un sentimiento de culpabilidad, con una consciencia, a un sentimiento de vergüenza, con un mórbido temor a ser descubierto». Últimamente aquellas palabras habían estado supurando en su cerebro, como la señal de un tizón aplicado a una temperatura demasiado baja como para cauterizar y esterilizar el lugar de la quemadura.

Miró a su alrededor con ojos cansados, al lujo, el confort, la seguridad de su hogar, y encontró el lugar repulsivo. Se dirigió tambaleante al cuarto de baño, y tragó un trank del distribuidor. Hizo efecto mientras estaba vaciando su vejiga, y el mundo pareció marginal-mente menos amenazador. Fue capaz de tranquilizarse a sí mismo diciéndose que estaba logrando seguir adelante, que aún estaba en el negocio, que iba a seguir obligando a alzarse a las tapas de incontables secretos que pretendidamente debían seguir ocultos…

De todos modos, antes de pensar en tomar una ducha y comer algo y las demás minucias de la existencia civilizada, exorcizó los fantasmas de la pesadilla yendo a la comred y tecleando una línea directa a los ordenadores de su oficina. Observado por la cinta sin fin de Celia de medio cuerpo agitándose una y otra vez en su nicho de honor, se sentó desnudo en un viscoso sillón giratorio y cortó cabeza tras cabeza la hidra de su aprensión. Era todavía temprano —las cero siete y diez ESTE, hora local—, pero el pequeño y contraído planeta de hoy en día existía en una zona de atemporalidad. Los temas que había dejado madurar mientras dormía funcionaban estupendamente: algunos estaban ya lo suficientemente cocidos como para ser utilizados hoy mismo, otros exudaban jugos con un aroma prometedor.

Gradualmente, la confianza volvió a él. Siempre era una medicina mejor que los tranks el darse cuenta de que estaba mirando a ese mundo, no tri sino tetradimensional, más profundamente que casi todos los demás. Se obligó a sí mismo a hacer caso omiso del demonio burlón de la duda que seguía recitando aquella observación de Conroy y señalaba que, si era cierta, más pronto o más tarde todo el mundo occidental estaría conspirando para ocultarle sus acciones vergonzosas. Diez, ocho, incluso seis años antes, todas las principales cadenas tenían a sus respectivos hurgones; uno por uno habían ido desapareciendo, algunos por efectuar acusaciones que no podían ser probadas, otros simplemente a causa de haber perdido su audiencia, haber dejado de ser capaces de irritar, provocar, excitar.

¿Era eso debido a que el mundo ya no admiraba más a un hombre honesto que a uno que había conseguido seguir adelante con su deshonestidad? ¿Y cuan honesto es el hombre que se gana la vida desenmascarando a aquellos que no han tenido un éxito completo en cubrir sus supercherías? Como si las preguntas le hubieran sido hechas por algún otro, Flamen miró intranquilo a su alrededor. Pero todo lo que vio moverse fue la imagen de Celia, siguiendo con su interminable ciclo. Se volvió a la pantalla de la comred, y seleccionó el primero y más importante de los casi doce temas que había señalado para aquella noche.

Sí, por supuesto, era cierto que Marcantonio Gottschalk se había sentido humillado por la ausencia de Vyacheslav Gottschalk y un cierto número de cotorras de alto nivel en la celebración de su ochenta cumpleaños. Ya casi ni era noticia el hecho de que se estaba desarrollando una nueva lucha por el poder dentro del trust, pero hasta ahora los detalles de quién estaba tomando qué partido habían sido eficazmente silenciados.

¿Se atrevería a arriesgar una estimación acerca de que las convencionales excusas de enfermedad —los Gottschalk eran curiosamente conservadores en muchos sentidos— no habían sido más que mentiras? Los ordenadores le advertían que no lo hiciera; el trust era demasiado grande como para meterse con él sin datos realmente sólidos. Y sin embargo, su corazón ansiaba algo grande. No se trataba tanto de que su contrato no expirara hasta dentro de nueve meses, como su sueño le había advertido, sino más bien de que le quedaban tan sólo nueve meses, y a menos que presentara algo realmente espectacular antes del final de la estación veraniega de audiencia baja, podría ir a hacer compañía a Nineveh y Tyre. Colocó un «alta prioridad» a la historia, y dio instrucciones a sus ordenadores, sin demasiadas esperanzas de todos modos, de que siguieran husmeando, y descubrieran si le resultaría posible comprar una llave-código del banco de datos de los Gottschalk en Iron Mountain.

Aguardando la evaluación, pasó a otros temas. La simple idea de atacar a los Gottschalk parecía haberle devuelto a una completa normalidad, y fue marcando con seguridad datos nuevos y viejos.

Lares & Penates Inc. era casi con toda seguridad lo que proclamaba el rumor: una fachada intelectualizada de la Conjuh Man, explotando la huida de los blancs del racionalis-mo con el mismo entusiasmo que la ignorancia de los nigs de él. Señálalo para obtención del máximo de detalles y úsalo cuando los índices alcancen ochenta a favor; de momento estaban tan sólo a setenta y dos. Los refugiados que convergían en Kuala Lumpur debían de estar siendo seleccionados según un plan preestablecido tendente a reducir su número al menos en dos tercios y no como informaban los partes oficiales para separarlos en leales y subversivos. Los índices daban ochenta y ocho a favor, de modo que era utilizable hoy. Pero ¿valía la pena correr el riesgo de provocar un incidente internacional? ¿A quién del mundo de habla inglesa le importaba un pimiento el destino de un número indeterminado de gente de piel morena que hablaba un idioma incomprensible?

Mientras estaba aún vacilando sobre si utilizar el tema o mantenerlo en reserva, se produjo una interrupción. Sesenta y aumentando a favor de ser capaz de comprar un código y abrir el banco de datos de los Gottschalk en Iron Mountain. Precio estimado entre uno y dos millones. Eso lo colocaba fuera de la órbita de Flamen, de todos modos —no había dinero suficiente en los fondos de información—, pero instantáneamente alertó sus sospechas profesionales. En todas las anteriores ocasiones que había hecho esa pregunta, los ordenadores habían exhibido inmediatamente un NO COMPRABLE. El instinto le dijo la pregunta correcta que debía formular a continuación: ¿estaban planeando los Gottschalk prescindir de esas instalaciones en particular?

Mientras tanto, prosigamos: algo nuevo cociéndose entre los Patriotas X. Los informes de rutina le llevaron directamente de vuelta a los Gottschalk y al veredicto superficial de que estaban fomentando una vez más el descontento entre los extremistas nigs para asegurar buenas ventas de sus últimos productos entre los asustados blancs. Pero había una posibilidad secundaria, a sólo cinco puntos más abajo en la escala, que hizo que se acariciara con el dedo su barba color castaño cuidadosamente recortada y frunciera el ceño.

¿Una brecha en el asunto de la entrada de Morton Lenigo? Un juicio racional decretaba que aquello era absurdo. No era concebible que ningún ordenador de inmigración librara un visado a Lenigo después de lo que había hecho en ciudades británicas tales como Manchester, Birmingham y Cardiff. Sin embargo, cuando un informe que había estado oscilando entre los cuarenta durante tres años saltaba de repente hacia arriba hasta los sesenta y pico, aquello era evidentemente una señal de peligro. ¡E iba a ser una historia de impresión, si después de todo resultaba ser una historia! Pidió una evaluación intensiva, y volvió a los Gottschalk.

Sí, dijeron sus ordenadores, era muy probable que los Gottschalk estuvieran planeando prescindir de Iron Mountain. Habían estado comprando equipo de proceso de datos en cantidades demasiado grandes como para explicarlas para uso de localización o telemetría.

Conclusión lógica: si estaban pensando en retirarse de Iron Mountain, la venta de uno de sus códigos de acceso sería una aventura marginal que les proporcionaría buenos dividendos mientras ellos se limitaban a sentarse y a reír como hienas cuando el crédulo comprador descubriera que había sido engañado.

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