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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (43 page)

Gus hizo un gesto negativo sabiendo que no había otra solución.

—Si estoy con vida es
por él. La palabra del prestamista es ley. Vámonos tan lejos como podamos, a menos que quieras ver la radiografía de tu propio esqueleto tamaño natural.

Ángel seguía mirando a Setrakian, y Gus tuvo que empujarle.

 

 

E
l profesor
entró en la sala de control, donde vio a una criatura solitaria con un traje raído, sentado frente a una serie de paneles; miraba las agujas de los dos indicadores
que señalaban los fallos
en el sistema. Las luces rojas de emergencia titilaban en todos los rincones de la sala, a pesar de que la alarma estaba apagada.

Eichhorst se limitó a mirarle a la cara, posando
sus ojos enrojecidos en su antiguo prisionero de Treblinka.

Su rostro no expresaba la menor preocupación, pues no podía denotar las sutilezas de la emoción, y escasamente exteriorizaba las reacciones más notorias, como la sorpresa.

Llegas justo a tiempo
.

Eichhorst volvió a concentrarse en los monitores.

Setrakian, con la espada en vilo, describió un círculo detrás de la criatura abominable.

No pude felicitarte por haber conseguido el libro. Reconozco que ganarle de ese modo a Palmer fue algo inteligente
.

—Esperaba verlo aquí.

No volverás a verlo nunca. Vosotros, criaturas, y vuestras esperanzas patéticas... Él nunca comprendió el alcance de su sueño, precisamente porque no podía entender que no eran sus aspiraciones las que contaban, sino las del Amo.

—¿Y a ti? ¿Por qué te ha mantenido con vida? —le preguntó Setrakian.

El Amo aprende de los humanos. Ésa es una de las claves de su grandeza. Él mira y ve. Tu especie le ha mostrado el camino de su solución final. Allí donde sólo veo manadas de animales, él ve patrones de conducta. Él escucha lo que dices cuando —como sospecho— no tienes ni idea de lo que hablas
.

—¿Estás diciendo que él aprendió de ti? ¿Qué aprendió?

Setrakian apretó el mango de su espada cuando Eichhorst se dio la vuelta. Miró al antiguo comandante de campo y entonces comprendió.

No es fácil instalar un campo, ponerlo en funcionamiento y hacer que marche bien. Requería un tipo especial de intelecto humano para supervisar la destrucción sistemática de una especie con la máxima eficacia. Él simplemente acudió a mi experiencia en el ramo
.

Setrakian se sintió vacío, como si la carne se le desprendiera de los huesos.

Campos de concentración. Corrales humanos. Granjas aprovisionadoras de sangre diseminadas por todo el país, por todo el mundo.

En cierto sentido, Setrakian siempre lo había sabido, pero nunca quiso creerlo. Lo había visto en los ojos del Amo durante su primer encuentro en los barracones
de Treblinka. La inhumanidad del hombre para con el hombre habría de estimular el apetito del monstruo por los holocaustos. Le demostramos, por medio de nuestras atrocidades, nuestro destino a la némesis final, dándole la bienvenida como si se tratara de una profecía. De repente, un panel de monitores se apagó y el edificio se estremeció.

Setrakian se aclaró la garganta para recuperar el tono de su voz.

—¿Dónde está tu Amo en este momento?

Él está en todas partes, ¿no lo sabes? Aquí, ahora. Observándote. A través de mí.

Setrakian se preparó, dando un paso hacia delante. Su rumbo estaba claro.

—Debe de estar contento con tu trabajo. Pero en este momento ya no te puede ayudar. Ni tampoco yo.

Me subestimas, judío
.

Eichhorst saltó con facilidad a la terminal
cercana, saliendo de la trayectoria letal de Setrakian. El anciano levantó la hoja de plata, con la punta en dirección a la garganta del nazi. Eichhorst tenía los brazos a los lados, frotándose sus largos dedos contra la palma de su mano. Amagó un ataque, pero Setrakian no cedió un ápice.

El viejo vampiro saltó a otra terminal, pisoteando los delicados controles con sus zapatos. Setrakian lo persiguió hasta que sus fuerzas comenzaron a flaquear. Apretó los nudillos torcidos contra su pecho, sujetando la funda del bastón sobre su corazón.

Tienes una tensión arterial muy irregular, Setrakian.

El anciano dio un respingo y se tambaleó. Exageró su malestar, pero no por Eichhorst. El brazo que sostenía la espada se le dobló, pero mantuvo la hoja en alto. La bestia abominable saltó al suelo, contemplando a Setrakian con una expresión similar a la nostalgia.

Ya no conozco la cárcel de los latidos del corazón, ni la cadena de la respiración pulmonar. Esa labor parsimoniosa y barata del reloj de la carne
.

Setrakian se apoyó hacia atrás contra la terminal, tratando de recuperar fuerzas.

¿Y tú prefieres morir o continuar viviendo de una forma superior?

—Es mejor morir como un hombre que vivir como un monstruo —replicó Setrakian.

¿No eres capaz de comprender que para todos esos seres humanos inferiores eres un monstruo? Habéis sido vosotros los que os habéis apropiado del planeta. Y ahora el gusano ha regresado.

Eichhorst parpadeó un instante y su membrana nictitante se estrechó.

Él me ha ordenado que te convierta. No quiero tu sangre. La endogamia judía ha fortalecido la estirpe y la ha convertido en una cosecha con un sabor tan salino y mineral como las aguas del río Jordán.

No me convertirás. Ni siquiera el Amo pudo hacerlo.

Eichhorst se movió hacia un lado, pero sin intentar todavía acortar la distancia entre ellos.

Tu mujer se resistió, pero no gritó. Pensé que era extraño que no soltase ni un solo gemido. Sólo pronunció una palabra: «Abraham».

Setrakian se dispuso a ser aguijoneado, deseando que el vampiro se acercara.

—Ella intuyó su final. Encontró consuelo en ese instante, sabiendo que llegaría el día en que yo la vengaría.

Ella te llamó, pero tú no estabas allí. Me pregunto si tú gritarás al final.

Setrakian se apoyó sobre una rodilla antes de bajar su espada, utilizando el suelo como punto de apoyo para evitar caerse.

Suelta la espada, judío.

El anciano levantó su arma, agarrándola de forma que tuviera un buen ángulo de tiro con la espada de plata. Él miró la empuñadura de cabeza de lobo, tanteando su peso.

Acepta tu destino.

Setrakian miró al nazi situado a escasos metros de distancia.

—Ya lo he hecho —replicó.

El viejo profesor puso todo su empeño en el lanzamiento. La espada atravesó el aire y fue a impactar por debajo de la coraza de Eichhorst, en mitad de su pecho, justo entre los botones de su chaleco. El vampiro cayó hacia atrás contra la terminal, tratando de mantener el equilibrio con sus brazos. La plata asesina estaba incrustada en su cuerpo y él no podía hacer nada para sacar la hoja. Mientras tanto, las propiedades tóxicas de la plata se propagaban por su cuerpo como un pernicioso cáncer. La blanquecina sangre empezó a filtrarse alrededor del filo de la espada al igual que los primeros gusanos.

Setrakian se levantó y se acercó tambaleándose hacia Eichhorst. Lo hizo sin una sensación de triunfo y con ninguna satisfacción. Se aseguró de que los ojos del vampiro estuvieran fijos en él —y por extensión, los ojos del Amo.

—A través de él, me has arrebatado el amor —dijo el anciano—. Ahora tendrás que convertirme tú mismo.

Agarró la empuñadura de la espada y la sacó lentamente del pecho de Eichhorst.

El vampiro trató de incorporarse, pero sus manos se aferraron a la nada. Empezó a resbalar hacia la derecha, cayendo rígidamente, y Setrakian, a pesar de su debilidad, se anticipó a la trayectoria de la caída, apoyando la espada contra el suelo en un ángulo de cuarenta grados a modo de guillotina.

El cuerpo de Eichhorst cayó sobre la espada a la altura de su cuello, y el nazi fue destruido.

Setrakian limpió ambos lados del arma contra la ropa del vampiro, alejándose para evitar que le alcanzaran los gusanos de sangre que empezaban a salir del cuello abierto de Eichhorst. El anciano notó una opresión en el pecho. Trató de sacar su caja de píldoras con sus retorcidas manos, pero no pudo evitar que cayera esparciendo su contenido por toda la sala de control.

 

 

G
us salió de la planta nuclear delante de Ángel hacia el oscuro y nublado último día. En medio del sonido persistente de las alarmas, percibió un silencio mortífero, el de los generadores que habían dejado de funcionar. Notó una especie de corriente de bajo voltaje en el aire, como la electricidad estática, pero podía ser la sensación de lo que estaba a punto de suceder.

Entonces, un ruido familiar se extendió en el aire. Un helicóptero. Gus vio las luces, y observó la nave describiendo círculos detrás de las torres humeantes. Comprendió que debía de ser el Amo, huyendo de allí para no calcinarse junto al resto de Long Island.

Gus se dirigió a la parte posterior del camión de la Guardia Nacional. La primera vez había visto un misil Stinger, pero sólo se había apropiado de las armas de asalto. Pero ahora tenía una poderosa razón.

Lo sacó, examinándolo minuciosamente para asegurarse de que estaba apuntando en la dirección correcta. Lo apoyó bien en su hombro. Le pareció sorprendentemente liviano para tratarse de un arma antiaérea, ya que pesaba unos quince kilos. Sobrepasó a Ángel, que iba renqueando a un lado del edificio. El helicóptero descendía lentamente en busca de un espacio despejado para aterrizar.

No
tuvo dificultades para encontrar el gatillo ni la mira telescópica. Miró a través de ella, y cuando el misil detectó el calor que salía por el tubo de escape
del helicóptero, emitió un sonido estridente, como el de un silbato. Gus apretó el gatillo y el cohete salió del tubo. El mecanismo de lanzamiento salió disparado, el arma se iluminó y el Stinger voló como un penacho de humo alrededor de una mecha. El misil impactó en
el blanco a unos doscientos de metros por encima del suelo, el aparato estalló y la explosión hizo que se estrellara contra los árboles cercanos.

Gus retiró el lanzador vacío. El fuego era agradable. Iluminaría su camino hacia el agua.
El Long Island Sound
era el camino más rápido y seguro para regresar. Así se lo comunicó a Ángel, pero justo en ese momento supo, mientras la lejana luz de las llamas se reflejaba en el rostro del veterano luchador, que algo había cambiado irremisiblemente.

—Voy a quedarme —dijo Ángel.

Gus intentó explicar lo que sólo comprendía de manera vaga.

—Este lugar va a estallar. ¡Es una puta bomba nuclear!

—No puedo dejar la lucha. —Ángel se dio unas palmaditas en la pierna para indicar que lo decía en sentido propio y figurado—. Además, ya he estado aquí antes.

—¿Aquí?

—En mis películas. Ya sé cómo terminan. El malo se enfrenta al bueno y todo parece perdido...

—Ángel —dijo Gus, sintiendo que tenían que separarse.

—Al final todo sale bien..., al final...

Gus había notado que el ex luchador era cada vez más incoherente. El asedio vampírico estaba agotando su mente y su cordura.

—Aquí no. No contra esto.

Ángel sacó un pedazo de tela de su bolsillo delantero. Se lo puso en la cabeza, deslizando la máscara de plata hasta que sólo sus ojos y su boca fueron visibles.

—Vete —le ordenó—. Regresa a la isla, junto al doctor. Haz lo que te dijo el viejo. Él no tiene planes para mí. Nadie tiene planes para mí. Así que aquí me quedo. En la lucha hasta el final.

Gus sonrió ante la valentía del luchador, y por primera vez supo quién era Ángel. Percibió su fuerza, el coraje de aquel hombre entrado en años. De niño había visto todas las películas del luchador en la televisión. Las echaban
día y noche durante los fines de semana. Y ahora estaba de pie junto a su héroe.

—Este mundo es muy jodido, ¿no?

—Pero es el único que tenemos —replicó Ángel, asintiendo.

Gus sintió una tremenda admiración
por su paisano, que estaba a punto de enfrentarse a
su destino. Su ídolo de sesión de tarde. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras le daba unas palmadas al luchador en sus anchos hombros.

—¡Que viva el Ángel de Plata, culeros!
—exclamó.

—¡Que viva!
—coreó Ángel.

Y con esto, el Ángel de Plata se dio la
vuelta, cojeando, hacia la fatídica planta de energía.

 

 

L
as luces de emergencia titilaron, aunque la alarma exterior estaba
silenciada en la sala de control. Los instrumentos del panel parpadearon, como implorando ser activados.

Setrakian se arrodilló en el suelo al otro lado del cuerpo inmóvil de Eichhorst. Su cabeza había rodado casi hasta el rincón. Uno de los espejos de bolsillo
se había agrietado, y estaba usando el
reverso de plata para aplastar a los gusanos de sangre que querían atacarlo. Con la otra mano intentaba recoger las pastillas para el corazón, pero sus dedos retorcidos y sus nudillos artríticos tenían dificultades para agarrarlas.

Entonces percibió una presencia, cuya llegada repentina alteró la atmósfera ya densa de la sala. No vio ninguna bocanada de humo ni trueno alguno. Se trataba de un golpe psíquico más impresionante que una simple escenografía. Setrakian no tenía que verlo para saber que era el Amo, y sin embargo, levantó la mirada desde el borde de su manto oscuro hasta su rostro altanero.

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