Authors: Lauren Kate
—Eso no es para nada sospechoso —dijo Penn.
—¿A quién brindas tu lealtad, a los de la fiesta o a las rojas? —le rebatió Arriane.
—Solo digo que hay formas más inteligentes de hacerlo. —Penn dio un resoplido cuando Arriane volvió al suelo. Arriane le colocó la boa a Luce sobre los hombros, y Luce empezó a bailar
shimmy
al ritmo del tema de Motown que sonaba al otro lado de la puerta. Pero, cuando Luce le ofreció la boa a Penn para que diera un giro, se sorprendió al notar que todavía parecía nerviosa. Penn se estaba mordiendo las uñas y tenía la frente sudada. Era cierto que Penn llevaba seis jerséis durante el caluroso septiembre del sur... pero nunca tenía calor.
—¿Qué ocurre? —le susurró Luce, inclinándose hacia ella.
Penn jugueteó con el dobladillo de su manga y se encogió de hombros. Parecía a punto de responder cuando se abrió la puerta a sus espaldas. Una vaharada de humo de tabaco, la música a todo volumen y los brazos de Cam repentinamente abiertos las recibieron.
—Has venido —le dijo a Luce con una sonrisa.
Incluso con aquella luz tan tenue, sus labios tenían un resplandor parecido al de las fresas, y cuando la abrazó, ella se sintió diminuta y a salvo. Solo duró un segundo; luego se volvió para saludar a las otras dos chicas, y Luce se sintió un poco orgullosa por ser ella a la que había abrazado.
Detrás de Cam, la habitación, pequeña y oscura, se hallaba atestada de gente. Roland estaba en una esquina, en el tocadiscos, e iluminaba unos vinilos con una lámpara negra. La pareja que Luce había visto en el patio unos días antes tonteaba junto a la ventana. Los pijitos con las camisas blancas formaban un grupo, y de vez en cuando controlaban a las chicas. Arriane no perdió el tiempo y se fue disparada al escritorio de Cam, que hacía las veces de barra. Casi al instante, ya tenía una botella de champán entre las piernas y reía mientras intentaba descorcharla.
Luce estaba perpleja. Ni siquiera habría sabido cómo conseguir alcohol en Dover, donde el mundo exterior era mucho más asequible. Y, aunque Cam llevaba solo unos días de vuelta en Espada & Cruz, parecía saber cómo conseguir cualquier cosa que necesitara para organizar una fiesta dionisíaca con todo el internado. Y, de alguna forma, todo el mundo allí parecía considerarlo normal.
Todavía en el umbral de la puerta, oyó el «pop» de la botella, los aplausos de los demás y a Arriane gritando:
—¡Lucindaaa, ven aquí! ¡Voy a hacer un brindis!
Luce podía sentir el magnetismo de la fiesta, pero Penn parecía mucho menos dispuesta a moverse.
—Ahora te alcanzo —le dijo, haciéndole un gesto con la mano.
—¿Qué pasa? ¿No quieres entrar?
La verdad era que Luce también estaba un poco nerviosa. Todavía no estaba segura de qué consecuencias podía tener todo aquello, y puesto que aún no sabía hasta qué punto podía fiarse de Arriane, sin duda tener a Penn al lado hacía que se sintiese mejor.
Pero Penn frunció el ceño.
—No... no es mi ambiente. Yo soy de bibliotecas... talleres sobre cómo usar el PowerPoint y cosas así. Si quieres piratear un archivo, es a mí a quien buscas, pero esto... —Se puso de puntillas y echó un vistazo al interior—. No sé... la gente de ahí dentro piensa que soy una especie de sabelotodo.
Luce puso la mejor cara de «eh, relájate» que pudo.
—Y ellos piensan que yo soy un pedazo de pastel de carne, y nosotras pensamos que ellos están majaras. —Se rió—. ¿No podemos pasar de todo eso?
Penn se mordió el labio, cogió la boa y se la puso sobre los hombros.
—Vale, de acuerdo —dijo, y entró arrastrando los pies delante de Luce.
Luce parpadeó mientras sus ojos se adaptaban a la luz. La cacofonía reinaba en la habitación, pero se podía oír la risa de Arriane. Cam cerró la puerta tras ella y la llevó de la mano para apartarla del resto de la gente.
—Me alegra mucho que hayas venido —le dijo inclinando la cabeza para que pudiera oírlo en la ruidosa habitación, y le puso la mano en la espalda. Tenía unos labios para comérselos, sobre todo cuando decía cosas como—: Cada vez que alguien llamaba a la puerta me levantaba de un salto con la esperanza de que fueras tú. Luce no sabía por qué Cam se había sentido atraído por ella tan rápido, pero en ningún caso quería estropearlo. Él era popular y sorprendentemente atento y sus atenciones eran más que un halago. La hacían sentirse más cómoda en aquel lugar extraño y nuevo. Sabía que si intentaba devolverle el cumplido se le trabaría la lengua con las palabras, así que se limitó a reír, lo cual también le hizo reír a él, que entonces la atrajo hacia sí para abrazarla de nuevo.
De repente, el único lugar donde Luce podía posar las manos era en el cuello de Cam. Él la abrazó muy fuerte, levantándola ligeramente, y Luce se sintió un poco mareada.
Cuando la devolvió al suelo y Luce se dio la vuelta para ver quién más había en la fiesta, lo primero que vio fue a Daniel, y tuvo la impresión de que Cam no era de su agrado. Estaba sentado muy quieto en la cama con las piernas cruzadas, la lámpara negra hacía que su camiseta blanca pareciese violeta. En cuanto lo vio, ya le resultó imposible mirar hacia otra parte, lo cual no tenía sentido, puesto que tenía a un chico simpático y guapísimo justo a su lado, preguntándole qué quería tomar. No, ella no debería estar mirando a aquel otro chico guapísimo, pero infinitamente más antipático, que desde el otro lado de la habitación la estaba observando con aquella mirada tan penetrante, aviesa y críptica que ella no sabría descifrar que la viera mil veces.
Lo único que sabía era el efecto que aquella mirada le producía: todo lo demás se desenfocó, y Luce sintió que se derretía. Podría haber continuado perdida en esa mirada la noche entera si no hubiera sido por Arriane, que se había subido al escritorio y estaba dirigiéndose a Luce con la copa alzada:
—Por Luce —brindó y le dirigió una sonrisa de santa—, que sin duda estaba en las nubes y se ha perdido mi discurso de bienvenida, y nunca sabrá lo fantásticamente maravilloso que ha sido. Porque lo ha sido, ¿verdad, Ro? —se inclinó para preguntarle a Roland, y este le dio unas palmaditas afirmativas en el tobillo.
Cam puso en la mano de Luce una copa de plástico con champán. Cuando todos empezaron a corear «¡A la salud de Luce! ¡Por Pastel de Carne!», Luce se ruborizó y trató de tomárselo a risa.
Molly se deslizó hasta su lado y le susurró una versión más corta al oído: «Para Luce, que nunca lo sabrá».
Unos días antes, Luce se habría estremecido. Esa noche, en cambio, puso los ojos en blanco y le dio la espalda. Todo cuanto decía aquella chica la hería, pero mostrarlo solo parecía animarla, así que se limitó a agacharse y se sentó al lado de Penn, que le pasó un trozo de regaliz negro.
—¿Puedes creerlo? Creo que incluso me lo estoy pasando bien —dijo Penn mientras masticaba contenta.
Luce le dio un mordisco al regaliz y bebió un sorbito del champán efervescente. No era una combinación magnífica, casi como Molly y ella.
—Oye, ¿Molly es tan malvada con todos o yo soy un caso especial?
Por un momento pareció como si Penn fuera a decir lo contrario, pero luego le dio una palmadita a Luce en la espalda y dijo:
—Querida, contigo se comporta tan encantadora como siempre.
Luce miró a su alrededor: el champán fluía por la habitación, Cam tenía un tocadiscos antiguo muy chic y en el techo había una bola de espejos dando vueltas y proyectando estrellas en la cara de todo el mundo.
—Pero ¿de dónde sacan todo esto? —se preguntó en voz alta.
—Dicen que Roland puede pasar de contrabando cualquier cosa en Espada & Cruz —aseguró Penn con un eje de indiferencia—. No es que yo nunca le haya pedido nada.
Tal vez a eso se refería Arriane cuando dijo que Roland sabía romo conseguir cosas. La única cosa prohibida que Luce se imaginaba poder necesitar era un móvil. Pero por otro lado... Cam dijo que no le hiciera caso a Arriane en lo referente al funcionamiento del colegio. Y le habría parecido adecuado si no fuera porque la mayor parte de lo que había en la fiesta parecía ser cortesía de Roland. Cuanto más intentaba responder a sus propias preguntas, menos encajaban las cosas. Tal vez solo debía limitarse a ser lo bastante popular para que la invitaran a las fiestas.
—A ver, queridos marginados —dijo Roland en voz alta para que todos le prestaran atención. El tocadiscos emitía el zumbido estático cutre entre dos canciones—. Empieza la fase de micro abierto de la noche, quien tenga peticiones para el karaoke que me lo diga.
—¡Daniel Grigori! —Arriane gritó colocando las manos como altavoz.
—¡Ni hablar! —contestó Daniel sin vacilar.
—Oh, Grigori el callado sigue manteniéndose al margen —dijo Roland por el micrófono—. ¿Seguro que no quieres cantar tu versión de «
Hellhound, on My Trail
»?
—Me parece que esa es tu canción, Roland —dijo Daniel. Esbozó una leve sonrisa, pero a Luce le pareció que era una sonrisa de vergüenza, una sonrisa del tipo «eh, dejad de mirarme, por favor».
—No le falta razón, chicos —dijo Roland sonriente—. Aunque ya se sabe que las canciones de Robert Johnson vacían las salas de karaoke. —Cogió un disco de R. L. Burnside de la pila y lo colocó en el tocadiscos—. Mejor vayámonos al sur.
Cuando sonaron las notas graves de una guitarra eléctrica, Roland se adueñó del centro de la pista, que no eran más que unos pocos metros cuadrados de espacio libre y mal iluminado en mitad de la habitación. Todo el mundo estaba palmeando o llevando el ritmo con el pie, pero Daniel miraba la hora. Aún podía verlo asintiendo con la cabeza en el vestíbulo esa misma noche, cuando Cam la invitó a la fiesta. Como si Daniel quisiera que ella estuviera allí por alguna razón. Aunque, por descontado, cuando ella apareció no dio ninguna señal de haberse percatado de su existencia.
Si al menos pudiera estar con él a solas...
Roland monopolizaba tanto la atención de los invitados que solo Luce se dio cuenta de que Daniel se levantó en medio de la canción, se escurrió entre Molly y Cam y salió por la puerta en silencio.
Era su oportunidad. Mientras todos los demás estaban aplaudiendo, Luce se levantó.
—¡Otra, otra! —gritaba Arriane. Entonces, al darse cuenta de que Luce se había levantado de la silla, dijo—: Oh, ¿Mi chica se ha levantado para cantar?
—¡No!
Luce no quería cantar en aquella habitación llena de gente, de la misma forma que tampoco quería reconocer por qué se había levantado. Pero allí estaba, de pie en medio de su primera fiesta en Espada & Cruz, mientras Roland le sostenía el micro bajo la barbilla. ¿Qué podía hacer?
—Lamento que... bueno... que Todd se esté perdiendo todo esto, llegó el eco de su voz por los altavoces. Ya se estaba arrepintiendo de su pésima mentira, y del hecho de que ya no hubiera vuelta atrás—. He pensado que lo mejor será bajar y ver si ya ha acabado con el señor Cole.
Los demás no supieron muy bien cómo reaccionar ante aquella salida. Solo Penn gritó algo cortada:
—¡Vuelve pronto!
Molly sonrió con desdén.
—Un amor de cretinos —dijo fingiendo que se desmayaba—. Es tan romántico...
Pero, un momento, ¿acaso pensaban que le gustaba Todd? Bueno, a quién le importaba... la única persona que Luce no querría que lo pensara era la persona a la que había intentado seguir fuera.
Ignorando a Molly, Luce se escabulló hacia la puerta, y allí se topó con Cam, que la esperaba con los brazos cruzados.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó con un tono esperanzado.
Ella negó con la cabeza. Para cualquier otra cosa seguramente hubiese querido la compañía de Cam. Pero no en ese momento.
—Vuelvo en un momento —le respondió. Antes de que pudiera ver la decepción reflejada en su cara, se zafó de él y salió al pasillo. Tras el jaleo de la fiesta, el silencio le zumbaba en los oídos. Transcurridos unos segundos, pudo distinguir unas voces que susurraban justo a la vuelta de la esquina.
Daniel. Habría reconocido su voz en cualquier parte. Pero no estaba tan segura de con quién estaba hablando. Una chica.
—Oh, lo siento... —dijo ella, fuera quien fuera, con un acento claramente sureño.
¿Gabbe? ¿Daniel se había escapado de la fiesta para ver a Gabbe, la rubia descafeinada?
—No volverá a ocurrir —continuó diciendo Gabbe—, te juro que...
—No puede volver a ocurrir —musitó Daniel, pero su tono casi era el de una discusión de novios—. Prometiste que estarías allí, y no estabas.
¿Dónde? ¿Cuándo? Luce, desesperada, avanzaba poco a poco por el pasillo, procurando no hacer ruido.
Pero ambos se callaron. Luce se imaginó a Daniel cogiéndole la mano a Gabbe. Pudo visualizarlo inclinándose para darle un beso largo e intenso. Una ola de envidia le invadió el pecho. Uno de ellos suspiró al otro lado del pasillo.
—Tendrás que confiar en mí, cariño —añadió Gabbe con una voz edulcorada que bastó para que Luce la odiara definitivamente—. Solo me tienes a mí.
Sin salvación
L
a soleada mañana del jueves, temprano, un altavoz empezó a crepitar en el pasillo, justo al lado de la habitación de Luce:
—¡Atención, residentes de Espada & Cruz!
Luce se revolvió en la cama gruñendo, pero, por muy fuerte que apretara la almohada contra sus oídos, no podía evitar oír el vozarrón de Randy por megafonía:
—Tenéis exactamente nueve minutos para presentaros en el gimnasio para el examen físico anual. Como sabéis, no aprobamos los retrasos, así que sed puntuales y preparaos para la evaluación corporal.
¿Examen físico? ¿Evaluación corporal? ¿A las seis y media de la mañana? Luce ya se estaba arrepintiendo de haberse acostado tan tarde... y de quedarse despierta en la cama hasta mucho después, por los nervios.
Más o menos cuando se imaginó que Daniel y Gabbe se estaban besando, empezó a marearse, aquel característico mareo que le sobrevenía al saber que había hecho el ridículo. No volvió a la fiesta, se pegó a la pared y se deslizó directamente hasta su habitación para reflexionar sobre aquel extraño sentimiento que Daniel despertaba en ella y que la había inducido a pensar que entre ellos existía algún tipo de conexión. Se levantó con mal sabor de boca, fruto de las secuelas de la fiesta, y lo último en lo que en ese momento le apetecía pensar era en su estado físico.
Sacó los pies de la cama y sintió el frío suelo de plástico. Mientras se cepillaba los dientes intentó imaginarse a qué se refería Espada & Cruz con eso de «evaluación corporal». Un montón de imágenes terroríficas de sus compañeros —Molly haciendo decenas de flexiones en la barra horizontal y mirándola con odio, Gabbe subiendo sin esfuerzo por una cuerda de treinta metros hacia el cielo— inundaron su mente. La única manera de no hacer el ridículo —otra vez— era evitar pensar en Gabbe y en Daniel.