Oscuros (7 page)

Read Oscuros Online

Authors: Lauren Kate

—Y todo el mundo te llama Luce —prosiguió Penn—. Y te han trasladado del internado Dover, de New Hampshire.

—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Luce lentamente.

—Ah, ¿sí? ¿Lo he adivinado? —Penn se encogió de hombros—. No, es broma, leí tu ficha, claro. Es una afición que tengo.

Luce la miró sin expresión. Quizá se había precipitado al pensar que podía confiar en ella. ¿Cómo podía Penn tener acceso a su ficha? Penn hizo correr el agua; cuando salió caliente, le indicó a Luce que bajara la cabeza para ponerla bajo el grifo.

—Verás, la cuestión es que —explicó— yo no estoy loca. —Levantó la cabeza mojada de Luce—. Sin ánimo de ofender. —Volvió a bajársela—. Soy la única chica de este colegio que no está aquí por orden judicial. Y quizá no lo creas, pero estar legalmente sana tiene sus ventajas. Por ejemplo, soy la única a la que le permiten ser ayudante administrativa. Lo cual no es muy inteligente por su parte, pues tengo acceso a un montón de mierda confidencial.

—Pero si no tienes que estar aquí...

—Cuando tu padre es el bedel del colegio, de alguna forma te dejan ir por libre, así que... —Penn dejó de hablar.

¿El padre de Penn era el bedel? Por el aspecto del lugar, a Luce ni siquiera se le había pasado por la cabeza que tuvieran un bedel.

—Ya sé lo que estás pensando —dijo Penn, mientras ayudaba a Luce a lavarse los últimos restos de salsa del pelo—. Que las instalaciones no están especialmente bien cuidadas, ¿verdad?

—No —mintió Luce, porque quería caerle bien y alargar el rollo de sé—mi—amiga, y no tenía el menor interés en aparentar que le importaba de verdad con qué frecuencia se cortaba el césped en Espada & Cruz—. No, no, están muy bien.

—Mi padre murió hace dos años —explicó Penn con tranquilidad—. Consiguieron que el viejo director Udell se convirtiera en mi tutor legal, pero nunca llegaron a contratar a un sustituto de papá.

—Lo siento —dijo Luce bajando la voz. Así que allí había alguien que sabía lo que era superar una pérdida importante.

—No pasa nada —repuso Penn, y se echó un chorro de acondicionador en la palma—. De hecho, la escuela está muy bien. Me gusta mucho estar aquí.

Luce levantó la cabeza de golpe, salpicando de agua todo el baño.

—¿Estás segura de que no estás loca? —bromeó.

—Es coña. Odio este lugar, es una mierda.

—Pero tú puedes irte —dijo Luce ladeando la cabeza con curiosidad.

Penn se mordió el labio.

—Sé que es un poco tétrico, pero, incluso si no estuviera atada a Udell, no podría irme. Mi padre está aquí. —Señaló el cementerio, que no se veía desde donde estaban—. Es todo lo que tengo.

—Supongo que eso es más de lo que otros tienen en este colegio —dijo Luce, pensando en Arriane. Recordó cómo le había cogido de la mano antes en el patio, y aquella mirada suplicante en sus ojos cuando le hizo prometer a Luce que se pasaría por su habitación esa noche.

—Se pondrá bien —dijo Penn—. No sería lunes si a Arriane no la llevaran a la enfermería víctima de un ataque.

—Pero no ha sido un ataque —replicó Luce—. Ha sido la pulsera. Lo he visto. Le estaba dando una descarga.

—En Espada & Cruz tenemos una definición muy amplia de qué es un «ataque». Por ejemplo, Molly, tu nueva enemiga, ha tenido algunos legendarios. Siguen diciendo que le van a cambiar la medicación. Con suerte, tendrás el placer de presenciar al menos una buena ida de olla antes de que lo hagan.

Penn estaba muy bien informada. A Luce se le pasó por la cabeza preguntarle cuál era el historial de Daniel, pero pensó que probablemente era mejor no tratar de satisfacer su intenso y complicado interés por él, de momento. Al menos hasta que pudiera hacerse una idea clara de lo que sentía.

Notó cómo las manos de Penn le escurrían el cabello.

—Bueno, ya hemos acabado —dijo Penn—. Creo que ya estás completamente libre de carne.

Luce se miró en el espejo y se mesó el pelo. Penn tenía razón. Aparte de la conmoción emocional y del dolor en el pie derecho, ya no quedaba ninguna señal de la pelea con Molly en el comedor.

—Me alegro de que tengas el pelo corto —añadió Penn—. Si lo hubieras tenido tan largo como en la foto de la ficha, nos habría llevado mucho más tiempo.

Luce la miró boquiabierta.

—Parece que no tendré que perderte de vista, ¿verdad? Penn la rodeó con su brazo y la llevó de camino a la puerta.

—Si me haces caso, nadie saldrá herido.

Luce la miró con preocupación, pero el rostro de Penn no dejaba entrever nada.

—Estás de broma, ¿no? —preguntó Luce.

Penn sonrió, repentinamente contenta.

—Venga, va, que tenemos que ir a clase. ¿No te alegra que por la tarde estemos en el mismo edificio?

Luce se rió.

—¿Cuándo vas a parar de saberlo todo sobre mí?

—No en un futuro próximo —dijo Penn mientras la guiaba hacia el vestíbulo y luego hacia el ceniciento edificio donde estaban las aulas—. Pronto estarás encantada, te lo prometo, resulta muy ventajoso tenerme como amiga.

3

Al anochecer

L
uce caminaba hacia su habitación por el vestíbulo frío y húmedo de la residencia arrastrando de la bolsa roja de Camp Gurid, de la que colgaba una correa rota. Las paredes tenían el color de una pizarra llena de polvo, y en todo el lugar reinaba un silencio extraño que solo rompía el zumbido monótono de los fluorescentes que colgaban del mohoso techo falso.

Lo que más le sorprendía a Luce eran todas aquellas puertas cerradas. En Dover, siempre había deseado más intimidad, un descanso de las fiestas que se montaban a todas horas en la residencia. Allí no podía llegar a su habitación sin tropezarse con una reunión de chicas con las piernas cruzadas y los vaqueros idénticos, o una pareja enrollándose contra la pared.

Pero en Espada & Cruz... bueno, o todos habían comenzado ya sus trabajos trimestrales de treinta páginas... o el tipo de vida social de aquel lugar era más bien de puertas adentro.

Hay que reconocer que las puertas en sí eran algo digno de verse. Si los alumnos de Espada & Cruz disponían de recursos para saltarse las normas de vestimenta, cuando se trataba de personalizar sus espacios también eran sencillamente ingeniosos. Luce ya había pasado frente a una puerta con una cortina con cuentas, y por delante de otra que tenía un felpudo de bienvenida con un detector de movimientos que la invitó a «mover el culo».

Se detuvo ante la única puerta intacta del edificio. Habitación 63. Hogar, amargo hogar. Rebuscó en el bolsillo frontal de su mochila hasta dar con la llave, respiró hondo y abrió la puerta de su celda.

Resultó no ser tan terrible. O tal vez no fuera tan terrible como esperaba Luce. Había una ventana de un tamaño decente que abrió para dejar entrar el aire un poco menos agobiante de la noche. Y a través de las barras de acero, la imagen de las instalaciones a la luz de la luna resultaba, en cierto modo, interesante, si no prestaba demasiada atención al cementerio de más allá. Había un armario y un lavamanos pequeño, un escritorio donde estudiar... Pensándolo bien, lo más triste que Luce veía en la habitación era a sí misma reflejada en el espejo de cuerpo entero que había detrás de la puerta.

Apartó la mirada con rapidez, porque sabía demasiado bien qué podía encontrar en ese reflejo: la cara cansada y demacrada, los ojos de color avellana que dejaban entrever la angustia, el cabello que parecía el pelo del caniche histérico que tenían en casa después de una tormenta. El jersey de Penn le quedaba como un saco y estaba temblando. Las clases de la tarde no habían sido mejores que las de la mañana, sobre todo por el hecho de que su peor temor se había materializado: la escuela entera ya había empezado a llamarla Pastel de Carne, por el cantante de Meat Loaf. Y por desgracia, más o menos como con su tocayo, parecía que el apodo iba a perdurar.

Quería deshacer las maletas y convertir la genérica habitación 63 en su propia habitación, un lugar adonde podría ir para estar sola y sentirse bien, pero solo llegó a abrir la cremallera de la bolsa antes de desplomarse destrozada en la cama. Se sentía tan lejos de casa... Solo había veintidós minutos en coche desde la desvencijada puerta trasera de su hogar hasta la cancela oxidada de Espada & Cruz, pero podían haber sido perfectamente veintidós años.

Esa mañana, durante la primera parte del viaje en silencio con sus padres, los barrios que había visto eran todos más o menos iguales: suburbios-dormitorio de la clase media del sur. Pero luego el camino pasó a ser una carretera elevada rumbo a la costa, y el paisaje se volvió cada vez más cenagoso. Los manglares marcaban la entrada a los pantanos, pero al cabo de poco incluso estos desaparecían, y las últimas diez millas hasta Espada & Cruz eran deprimentes, de un marrón grisáceo, monótonas, abandonadas. La gente de Thunderbolt, su antiguo hogar, siempre bromeaba sobre el extrañamente famoso hedor a podrido de aquel lugar: sabías que estabas en las marismas cuando el coche empezaba a apestar a abono encharcado.

Aunque Luce había crecido en Thunderbolt, en realidad no conocía demasiado bien las zonas que estaban más al este del condado. Cuando era niña, sencillamente, había supuesto que era porque no había nada que ver allí, porque todas las tiendas, los colegios y toda la gente a la que conocía su familia estaban en la parte oeste. El este estaba menos desarrollado. Eso era todo.

Echó de menos a sus padres, que le habían pegado un Post-it en la primera camiseta que vio al abrir la bolsa: «¡Te queremos! ¡Los Price nunca se rinden!» Echaba de menos su habitación, que tenía vistas a las tomateras de su padre. Echaba de menos a Callie, que seguramente ya le habría enviado al menos diez mensajes tipo «no-te-lo-vas-a-creer». Echaba de menos a Trevor...

Bueno, tampoco era eso exactamente. Lo que echaba de menos era cómo se había sentido al hablar por primera vez con Trevor, y tener a alguien en quien pensar cuando no podía dormir por las noches, un nombre que garabatear como una tonta en sus cuadernos. La verdad era que Luce y Trevor no tuvieron tiempo suficiente para conocerse bien el uno al otro. El único recuerdo que tenía era una foto que les hizo Callie a escondidas desde el otro lado del campo de fútbol mientras Trevor hacía flexiones, cuando él y Luce hablaron durante quince segundos sobre... hacer flexiones. Y la única cita que tuvo con él no fue siquiera una verdadera cita, solo una hora robada cuando se escabulleron de la fiesta. Una hora de la que se iba a arrepentir el resto de su vida.

Todo había empezado de forma bastante inocente, dos personas que van a dar un paseo por el lago, pero no pasó mucho tiempo antes de que Luce comenzara a sentir las sombras merodeando por encima de su cabeza. Entonces Trevor la besó, y una ola de calor inundó el cuerpo de Luce, y los ojos de él se pusieron en blanco de terror... Segundos después, la vida tal y como la conocía se había ido al traste.

Luce se revolvió en la cama y escondió la cabeza entre los brazos. Se había pasado meses llorando la muerte de Trevor y en ese momento, tendida en aquella habitación extraña, con los muelles del colchón clavándosele en la piel, sintió la futilidad egoísta que lo dominaba todo. No había conocido a Trevor mejor de lo que había conocido a... bueno, Cam.

Un golpe en la puerta hizo que Luce se levantara de inmediato. ¿Quién podía saber que ella estaba allí? Se acercó de puntillas a la puerta y la abrió. Asomó la cabeza por el pasillo totalmente vacío. No había oído pasos fuera y no había señal alguna de que alguien acabara de llamar a la puerta.

Excepto por el avión de papel que habían clavado con una tachuela de latón en el centro del tablero de corcho que había junto a la puerta. Luce sonrió al ver su nombre escrito con rotulador negro en el ala, pero cuando desplegó la nota solo había una flecha negra que apuntaba abajo, hacia el vestíbulo.

Arriane la había invitado a su habitación esa noche, pero aquello había sido antes del incidente con Molly en el comedor. Luce miró el pasillo vacío y se preguntó si debía seguir la flecha misteriosa. Luego observó su bolsa gigante, que aún estaba por deshacer. Se encogió de hombros, cerró la puerta, se metió la llave en el bolsillo y empezó a caminar.

Se detuvo delante de una puerta en el otro extremo del pasillo para contemplar el enorme póster de un músico ciego que sabía, por la colección de discos de su padre, que tocaba la armónica de forma increíble. Se acercó para leer el nombre que figuraba en el corcho de la puerta y dio un salto al ver que se trataba de la habitación de Roland Sparks. Enseguida, y de un modo irritante, una pequeña parte de su cerebro empezó a calcular las posibilidades de que Roland estuviera con Daniel, y de que únicamente los separara una delgada puerta.

Un zumbido mecánico la sobresaltó. Miró directamente a la cámara de vigilancia colgada sobre la puerta de Roland. Las rojas. Enfocando de cerca cada uno de sus movimientos. Retrocedió, avergonzada por razones que ninguna cámara podría discernir. De todas formas, había ido allí a ver a Arriane, cuya habitación, descubrió, estaba justo al otro lado del pasillo, frente a la de Roland.

Delante de la habitación de Arriane, Luce sintió una pequeña punzada de ternura. La puerta entera estaba cubierta de pegatinas, algunas de ellas de verdad, y otras claramente caseras. Había tantas que se solapaban, cada lema cubría parcialmente y a menudo contradecía al anterior. Luce rió en voz baja al imaginar a Arriane juntando pegatinas de forma indiscriminada (LOS GOBERNANTES SON MEZQUINOS... MI HIJA ES UNA J... ALUMNA DE ESPADA & CRUZ... VOTA NO A LA PROPUESTA DE LEY 666), y luego pegándolas de manera caprichosa, pero entregada, en el panel de la puerta.

Luce se podía haber pasado una hora leyendo la puerta de Arriane, pero pronto se dio cuenta de que estaba frente a la puerta de una habitación a la que solo suponía que la habían invitado. Entonces vio el segundo avión de papel. Lo desprendió del tablero de corcho y desplegó el mensaje:

Querida Luce:

Si al final has venido para pasar un rato, ¡guay! Vamos a llevarnos muuuy bien.

Si me has dejado colgada, entonces... ¡saca tus pezuñas de esta nota personal, Roland!

¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Dios...

De todas formas: sé que te he dicho que quedábamos esta noche, pero he tenido que pirarme directamente de la sesión de recuperación de la enfermería (la parte buena de mi tratamiento eléctrico de hoy) para recuperar la clase de Biología con la Albatros. O sea que, ¿lo dejamos para otro día?

Besos psicóticos,

A.

Other books

Vexing the Viscount by Christie Kelley
Much Ado About Vampires by Katie MacAlister
Lead and Follow by Katie Porter
So Tempting by Jean Brashear
Captive Spirit by Anna Windsor
Play on by Kyra Lennon
She's Leaving Home by William Shaw
Incidents in the Life of Markus Paul by David Adams Richards