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Authors: Lauren Kate

Oscuros (5 page)

«No, no sé», pensó Luce mordiéndose el labio.

—¿Qué tipo de cosas?

Arriane se encogió de hombros, y con la navaja suiza robada cortó los hilos sueltos de un rasgón que tenía en los téjanos. —Cosas. Pide y conseguirán el material.

—Y de Daniel —preguntó Luce—, ¿qué sabes?

—Vaya, la niña no se rinde. —Arriane se rió y se aclaró la gar ganta—No está muy claro —dijo—. No sale mucho de su papel de hombre misterioso; encajaría a la perfección en tu estereotipo del típico gilipollas de reformatorio.

—No sería el primer gilipollas con el que me cruzo —respondió Luce, pero, en cuanto aquellas palabras salieron de sus labios, ya deseaba no haberlas pronunciado. Después de lo que le pasó a Trevor, fuese lo que fuese, había quedado claro que a ella no se le daba nada bien saber qué tipo de persona tenía delante. Pero lo que más le preocupaba era que durante las pocas ocasiones en que había hecho la más mínima referencia a aquella noche, el trémulo velo de sombras había vuelto a ella, casi como si estuviera de nuevo en el lago.

Miró de nuevo a Daniel. Este se quitó las gafas, las metió en un bolsillo de su chaqueta y luego se volvió para mirarla.

Sus miradas se encontraron, y Luce observó que al principio abría los ojos de par en par, aunque al momento los entrecerró, como si estuviera sorprendido. Pero no... había algo más. De repente, mientras seguían mirándose, sintió que le faltaba el aire: lo había visto antes en algún lugar.

Sin embargo, si hubiese conocido a alguien como él se acordaba, se acordaría de haberse sentido tan alterada como se sentía en ese momento.

Se dio cuenta de que seguían mirándose cuando Daniel le sonrió. Se sintió invadida por una ola de calor y tuvo que apoyarse en el banco para no caerse. Notó que sus labios se abrían para devolverle la sonrisa, y en ese momento él levantó la mano.

Le enseñó un dedo.

Luce dejó escapar un gritito y bajó la vista.

—¿Qué? —preguntó Arriane, que no se había dado cuenta de nada.

—Olvídalo —respondió—. No hay tiempo, ya suena el timbre.

El timbre sonó en el momento justo, y poco a poco todos los alumnos empezaron a entrar en el edificio. Arriane tiraba de la mano de Luce mientras le decía atropelladamente dónde y cuándo podrían encontrarse más tarde. Pero Luce no dejaba de pensar en por qué aquel completo extraño le había enseñado el dedo. El instantáneo delirio que le había provocado Daniel se desvaneció en un momento; y quería saber de qué iba aquel tío.

Antes de entrar en su primera clase, se armó de valor y miró atrás. Él, por supuesto, ni siquiera se había inmutado: seguía mirándola mientras ella se alejaba.

2

Hecha una furia

L
uce tenía una hoja con el horario, un cuaderno que había empezado a escribir en la clase de Historia Europea Contemporánea del año anterior en Dover, dos lápices del número dos, su goma preferida, y el repentino mal presentimiento de que Arriane podría tener razón respecto a las clases de Espada & Cruz.

El profesor aún no había aparecido, los endebles pupitres estaban dispuestos en hileras desordenadas, y un montón de cajas llenas de polvo hacía de barricada frente al armario del material escolar.

Y lo que es peor: nadie parecía darse cuenta del caos. De hecho, nadie parecía darse cuenta de que se encontraban en una clase. Estaban todos apiñados junto a las ventanas, dando las últimas caladas a los cigarrillos o clavándose en otro lugar de la camiseta los imperdibles extragrandes que exhibían. Solo Todd estaba sentado, grabando un dibujo intrincado con el bolígrafo en el pupitre. Sin embargo, los demás alumnos nuevos ya parecían haber encontrado su lugar. Cam estaba rodeado por los chicos con pinta de pijos de Dover. Debieron de conocerse la primera vez que ingresó en Espada & Cruz. Gabbe estaba saludando a la chica del
piercing
en la lengua, a la que había visto antes fuera liándose con el tipo del
piercing
en la lengua. Luce sintió una envidia estúpida porque no se atrevió a nada que más que a sentarse al lado del inofensivo Todd.

Arriane revoloteaba entre los demás, susurrando cosas que Luce no podía entender, como si fuera un princesa gótica. Cuando pasó al lado de Cam, este le alborotó el pelo recién cortado.

—Bonita rapada, Arriane —dijo sonriente mientras le tiraba de un mechón de la nuca—. Mis felicitaciones al estilista. Arriane le dio un manotazo.

—Quita las manos, Cam. O que es lo mismo: ni en sueños. —Movió la cabeza señalando a Luce—. Y puedes felicitar a mi nueva mascota, que está allí.

Los ojos color esmeralda de Cam brillaron al posarse en Luce, que se puso tensa.

—Claro que lo haré —respondió, y empezó a caminar hacia ella. Sonrió a Luce, que estaba sentada con los pies cruzados bajo la silla y las manos enlazadas sobre el pupitre pintarrajeado.

—Los alumnos nuevos tenemos que mantenernos unidos —dijo—. ¿Sabes a qué me refiero?

—Pero ¿tú no habías estado aquí antes?

—No creas todo lo que diga Arriane. —Se volvió para mirar a Arriane, que los observaba con recelo desde la ventana.

—Ah, no, ella no me ha dicho nada de ti —replicó Luce con rapidez al tiempo que intentaba recordar si era verdad o no. Estaba claro que Cam y Arriane no se llevaban bien, y aunque Luce le agradecía que la hubiera acompañado aquella mañana, aún no estaba preparada para tomar partido por nadie.

—Me acuerdo de cuando era nuevo aquí... por primera vez. —Se rió para sus adentros—. Mi grupo acababa de separarse y estaba perdido. No conocía a nadie. Alguien que no hubiese tenido —miró a Arriane— nada que hacer podría haberme enseñado cómo funcionaba todo.

—Vaya, ¿y tú no tienes nada que hacer? —preguntó Luce, sorprendida al notar una cadencia coqueta en su propia voz.

Cam sonrió confiadamente y le arqueó una ceja.

—Y pensar que no quería volver aquí...

Luce se sonrojó. No solía mezclarse con rockeros, aunque también era cierto que hasta el momento ninguno de ellos se había acercado tanto a su mesa, ni se había agachado a su lado, ni la había mirado con unos ojos tan verdes. Cam se llevó la mano al bolsillo y sacó una púa verde de guitarra con el número 44.

—Este es el número de mi habitación. Ven cuando quieras.

La púa tenía un color bastante parecido al de sus ojos, y Luce se preguntó cómo y cuándo las había conseguido, pero antes de que pudiera responderse —y quién sabe cuál hubiese sido la respuesta— Arriane tiró con fuerza del hombro de Cam.

—Perdona, me parece que no me has entendido: yo la he visto primero. Cam resopló y respondió la mirada en Luce.

—Verás, pensaba que aún existía algo parecido al libre albedrío. Quizás tu mascota piense por sí misma y tenga otra idea.

Luce abrió la boca para decir que sí, que por descontado pensaba por mí misma, solo que era su primer día allí y todavía estaba viendo cómo funcionaba todo, pero, en el momento en que iba a decirlo, sonó el timbre y la pequeña reunión alrededor de su pupitre se disolvió.

Los demás se sentaron en los pupitres que había a su alrededor, y enseguida Luce dejó de llamar la atención por el hecho de estar allí sentada, correcta y formal, sin dejar de mirar a la puerta, a la espera de que apareciese Daniel.

Comprobó, por el rabillo del ojo, que Cam la miraba con disimulo. Se sintió halagada... y nerviosa, y también frustrada. ¿Daniel? ¿Cam? ¿Cuánto llevaba en la escuela? ¿Cuarenta y cinco minutos? Y su cabeza ya hacía malabarismos con dos chicos diferentes. La única razón por la que estaba en aquel internado era porque, la última vez que le interesó un chico, las cosas fueron terriblemente, terriblemente mal. No podía enamorarse (¡dos veces!) el primer día de clase.

Miró a Cam, que volvió a hacerle un guiño y se apartó el cabello oscuro de los ojos. Aparte de ser guapo —que lo era—, le pareció que su amistad podría resultarle útil. Como ella, todavía se estaba adaptando a la escuela, aunque era evidente que ya había estado por allí otras veces. Y era amable con ella. Pensó en la púa verde con el número de su habitación, y esperó que no se la diera a todo el mundo. Podrían ser... amigos. Quizá era todo lo que Luce necesitaba. Quizá entonces ella dejaría de sentirse tan fuera de lugar en Espada & Cruz.

Quizá entonces sería capaz de olvidar que la única ventana de la clase tenía el tamaño de un sobre, estaba cubierta de cal, y daba a un impresionante mausoleo del cementerio.

Quizá entonces podría olvidar el olor a peróxido que desprendía la punki rubia de bote que se sentaba delante de ella y que le hacía cosquillas en la nariz.

Quizá entonces podría prestar atención al estricto y bigotudo profesor que entró en el aula diciendo «dejad de hacer tonterías y sentaos» y cerró la puerta con decisión.

Sintió una punzada de decepción en el pecho. Le llevó un instante saber por qué. Hasta el momento en que el profesor cerró la puerta, había mantenido la leve esperanza de que Daniel también asistiría a su primera clase.

¿Qué tenía en la hora siguiente? ¿Francés? Consultó el horario para saber en qué aula era. Justo en ese momento, un avión de papel pasó deslizándose por encima de su horario, rebasó el pupitre y aterrizó cerca de su bolsa. Se cercioró de que nadie se hubiese dado cuenta, pero el profesor estaba ocupado rompiendo un trozo de tiza a medida que escribía algo en la pizarra.

Luce miró algo inquieta hacia la izquierda. Cuando Cam le devolvió la mirada, le guiñó un ojo y la saludó con la mano, flirteando, ella sintió que todo su cuerpo se tensaba. Pero él no parecía haber visto lo que había ocurrido, ni tampoco que fuese el responsable del avión.

—Pssst —alguien chistó detrás de él. Era Arriane, que con la barbilla le indicaba que cogiera el avión de papel.

Luce se agachó para recogerlo y vio su nombre escrito con letras pequeñas y negras en una de las alas. ¡Su primer mensaje!

—¿Ya estás buscando una salida?

No es una buena señal.

Estaremos en este infierno hasta la hora de comer.

Sin duda, tenía que tratarse de una broma. Luce revisó el horario y comprobó horrorizada que las tres clases de la mañana eran en esa misma aula, la 1, y las tres las daba el señor Cole.

El profesor se apartó de la pizarra y empezó a desplazarse por el aula con aspecto soñoliento. No hizo presentación alguna para los nuevos alumnos, y Luce no tenía claro si se alegraba de ello o no. El señor Cole se limitó a tirar un programa de la asignatura sobre las mesas de los nuevos alumnos. Cuando las hojas grapadas aterrizaron delante de ella, Luce se inclinó con interés para echarles un vistazo. «Historia Mundial —decía—. Sorteando la maldición de la humanidad.» Hummm, la historia siempre había sido la asignatura que mejor se le daba, pero ¿sortear las maldiciones?

Un estudio más detallado del programa bastó para que Luce comprendiera que Arriane tenía razón con lo del infierno: un montón de lecturas imposibles,
EXAMEN
, en mayúsculas y en negrita, cada trimestre y un trabajo de treinta páginas sobre —¿en serio?— el dictador depuesto que escogieras. Los temas que Luce se había perdido durante las primeras semanas aparecían marcados con grandes paréntesis en rotulador negro. En los márgenes, el señor Cole había escrito: «Venga a verme para la elección del trabajo de investigación». Si había una manera más efectiva de hundir a alguien, Luce se moriría de miedo.

Al menos tenía a Arriane sentada en la fila de atrás. Luce estaba contenta de que ya existiera un precedente para el envío de mensajes de SOS. Solía intercambiarse mensajes a hurtadillas con Callie, pero, para poder hacer algo parecido allí, Luce sin duda tendría que aprender a construir aviones de papel. Arrancó una hoja del cuaderno e intentó tomar el de Arriane como modelo.

Tras minutos de origami frustrado, otro avión aterrizó en su pupitre. Miró hacia Arriane, que asintió con la cabeza y puso los ojos en blanco como diciendo: «Aún tienes mucho que aprender».

Luce se encogió de hombros a modo de disculpa, se volvió de cara a la pizarra y desplegó el segundo mensaje:

Ah, y hasta que no tengas buena puntería, mejor que no me envíes mensajes que tengan algo que ver con Daniel. El tipo que tienes detrás es famoso en el campo de fútbol americano por sus recepciones.

Era bueno saberlo. Ni siquiera había visto que Roland, el amigo de Daniel, se había sentado detrás de ella. Se volvió apenas y pudo verle las rastas con el rabillo del ojo. Echó un vistazo a su cuaderno abierto y consiguió leer su nombre completo: Roland Sparks.

—Nada de enviar mensajes —dijo el señor Cole con severidad, lo cual hizo que Luce volviera la cabeza de inmediato para prestar atención—. Nada de copiar, ni de mirar los apuntes de los demás. No pasé por la universidad para que ustedes me atiendan a medias.

Luce asintió al unísono con todos los demás alumnos atontados al tiempo que un tercer avión aterrizaba en medio de su pupitre.

¡Solo quedan 172 minutos!

Ciento setenta y tres agobiantes minutos después, Arriane conducía a Luce a la cafetería.

—¿Qué te ha parecido?

—Que tenías razón —respondió Luce en estado catatónico, mientras trataba de recuperarse de las tres primeras horas de clase, que habían sido un suplicio—. ¿Quién querría enseñar una asignatura tan deprimente?

—Ah, Cole se relajará pronto. Siempre que hay alumnos nuevos pone esa cara de «nada de impertinencias». En todo caso —dijo Arriane dándole un golpecito con el codo—, podía haber sido peor. Te podía haber tocado la señorita Tross.

Luce consultó su horario.

—La tengo en Biología por la tarde —dijo con desazón. En el mismo instante en que Arriane se echaba a reír, Luce sintió un empujón en el hombro. Era Cam, que pasaba a su lado de camino al comedor. Luce se habría caído si él no llega a sujetarla.

—Eeeh, cuidado.

Sonrió, y ella se preguntó si la había empujado adrede. Pero no parecía tan infantil. Luce miró a Arriane para ver si se había dado cuenta de algo. Arriane arqueó las cejas, casi invitando a Luce a decir algo, pero ninguna de las dos lo hizo.

Al cruzar los polvorientos ventanales que separaban el lóbrego vestíbulo de la aún más lóbrega cafetería, Arriane cogió a Luce del codo.

—Evita a toda costa la pechuga de pollo frita —le aconsejó mientras seguían a la muchedumbre hacia el jaleo del comedor—. La pizza está buena, el chili es pasable y, de hecho, la sopa de verduras no está mal. ¿Te gusta el pastel de carne?

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