Oscuros (19 page)

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Authors: Lauren Kate

Luego, aparecía Daniel desde abajo, con los brazos extendidos como si fueran velas que ahuyentaban a los peces sombríos y envolvían a Luce, y entonces ambos regresaban a la superficie. Salían disparados del agua, y subían y subían por encima de la roca y del magnolio donde habían dejado los zapatos. Un instante después habían alcanzado tal altura que Luce no podía ver el suelo.

—Y al final aterrizaron —dijo la señorita Sophia apoyando las manos en la cátedra—en las fosas ardientes del Infierno.

Luce cerró los ojos y suspiró. Solo había sido un sueño. Por desgracia, la realidad era aquella. Volvió a suspirar y apoyó la barbilla en las manos, mientras recordaba la respuesta a la nota de Molly, que aún tenía doblada en la mano y que ahora le parecía estúpida y precipitada. Mejor no contestarle, para que Molly no supiera que le había molestado. Un avión de papel aterrizó sobre su antebrazo. Miró al otro lado de la clase, desde donde Arriane le guiñaba un ojo de forma exagerada.

Doy por sentado que no estás fantaseando con Satán. ¿Por dónde anduvisteis tú con DG el Sábado por la tarde?

Luce no había podido hablar con Arriane a solas en todo el día. Entonces, ¿cómo podía saber Arriane que Luce había estado con Daniel? Mientras la señorita Sophia estaba ocupada representando los nueve círculos del Infierno con sombras chinescas, Luce vio cómo Arriane lanzaba otro avión certeramente dirigido a su pupitre. Pero Molly también lo vio. Alzó los brazos justo a tiempo para atraparlo con sus uñas negras, pero Luceno estaba dispuesta a pasarle esa. A su vez, rescató el avión de entre las manos de Molly, rasgando sonoramente el ala por la mitad. Logró meterse la nota rasgadas en el bolsillo antes de que la señorita Sophia se volviera.

—Lucinda y Molly —dijo frunciendo los labios y posando las manos en la cátedra—. Espero que podáis compartir con el resto de la clase lo que sea que necesitéis discutir mediante ese irrespetuoso intercambio de notas.

Luce se puso a pensar a velocidad de vértigo, porque si no decía algo de inmediato lo haría Molly, y era imposible saber lo humillante que podría llegar a ser

—M-Molly me estaba comentando —balbuceó— que no está de acuerdo con usted respecto a la visión del Infierno. Tiene una opinión personal sobre este tema.

—Bueno, pues, Molly, si tienes una visión alternativa del Submundo, sin duda me gustaría escucharla.

—Pero qué diablos ... —murmuró Molly. Se aclaró la garganta y se levantó—. Usted ha descrito la boca de Lucifer como el lugar más inmundo del Averno, y por eso todos los traidores acaban allí. Pero yo pienso —prosiguió, como si lo tuviera ensayado—que el lugar más terrible del Infierno —y se volvió para mirar a Luce —no debería estar reservado a los traidores, sino a los cobardes, y a los débiles y endebles fracasados, pues opino que los traidores, cuando menos, tomaron una decisión. Pero ¿los cobardes? Solo vagan y se comen las uñas, demasiado aterrorizados para hacer nada. Lo cual, sin duda, es mucho peor. —Entonces tosió, y a continuación añadió—: ¡Lucinda! —Se aclaró la garganta—. Pero esa solo es mi opinión personal. —y se sentó.

—Gracias, Molly —dijo la señorita Sophia con delicadeza—. Estoy segura de que todos te agradecen que lo hayas compartido con nosotros.

Luce no lo agradecía. Había dejado de escuchar en medio de la perorata, pues había notado una sensación espeluznante que le atenazaba la boca del estómago.

Las sombras. Podía sentirlas antes de verlas, brotando a borbotones del suelo como si fuera alquitrán. Un tentáculo de oscuridad se enroscó en su muñeca, y Luce vio aterrorizada cómo intentaba abrirse paso hasta el bolsillo. Iba a por el avión de papel de Arriane. ¡Y Luce aún no lo había leído! Con la mano bien metida en el bolsillo y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, la pellizcó con dos dedos. Y ocurrió algo increíble: la sombra retrocedió y huyó como un animal herido. Era la primera vez que Luce era capaz de hacer algo semejante.

Al otro lado del aula, cruzó su mirada con la de Arriane, que tenía la cabeza ladeada y la boca abierta.

La nota ... todavía debía de estar esperando a que la leyera.

La señorita Sophia apagó la luz.

—Creo que mi artritis ha tenido suficiente Infierno por esta noche. —Se rió entre dientes, lo cual movió a los alumnos adormilados a imitarla—. Si releéis los siete ensayos que os he adjuntado sobre
El paraíso perdido
, creo que no tendréis ningún problema para el examen de mañana.

Mientras el resto de los alumnos recogían sus cosas con rapidez y salían disparados de la clase, Luce desplegó la nota de Arriane:

Dime que no te vino con esa excusa patética de «La última vez salí escaldado. »

Vaya. Sin duda tenía que hablar con Arriane y averiguar qué sabía ella de Daniel. Pero antes... Estaba de pie frente a ella. La hebilla plateada de su cinturón se reflejó en los ojos de Luce. Respiró profundamente y lo miró. Los ojos de Daniel, grises con motas violetas, parecían tranquilos. No había hablado con él desde hacía dos días, desde que se había despedido de ella en el lago. Era como si el tiempo que habían estado separados lo hubiera rejuvenecido. Luce se dio cuenta de que había dejado la nota de Arriane abierta sobre el pupitre. Tragó saliva y se la metió en el bolsillo con disimulo.

—Quería disculparme por haberme ido de una manera tan repentina el otro día —dijo Daniel, y sonaba extrañamente formal. Luce no sabía si se suponía que debía aceptar sus disculpas, pero él no le dio tiempo de responder—. Me imagino que llegaste bien a tierra firme. Ella intentó sonreír. Se le pasó por la cabeza contarle a Daniel el sueño que había tenido, pero por suerte concluyó que hacerlo habría estado fuera de lugar. —¿Qué te ha parecido la clase de repaso? —Daniel parecía retraído, rígido, como si no hubieran hablado nunca. Quizá estaba bromeando.

—Ha sido una tortura —respondió Luce. A Luce siempre le había molestado que las chicas inteligentes fingiesen haberse aburrido como una ostra en clase, solo porque daban por sentado que eso era lo que un chico querría oír. Pero Luce no estaba fingiendo: había sido una auténtica tortura.

—Bueno —dijo Daniel, aparentemente complacido.

—¿También ha sido una lata para ti ?

—No —respondió misterioso, y en ese momento Luce habría deseado haber mentido para parecer más interesada de lo que en verdad estaba.

—Entonces ... te ha gustado —dijo ella; quería añadir algo, algo para que él no se fuera y siguiera allí hablando con ella—. ¿Y qué es lo que te ha gustado?

—«Gustar» quizá no sea la palabra adecuada. —Tras una larga pausa, añadió—: Estudiar estas cosas... me viene de familia. Supongo que no puedo evitar sentir una conexión. Luce tardó un poco en asimilar aquellas palabras. Su mente estaba viajando al sótano maloliente donde había visto la ficha de Daniel. La ficha que afirmaba que Daniel Grigori había pasado la mayor parte de su vida en el Orfanato del Condado de Los Ángeles.

—No sabía que tenías familia —dijo ella.

—¿Cómo ibas a saberlo ?

—No sé ... es decir, ¿tienes?

—La cuestión es por qué crees saber algo de mi familia o de mí. Luce sintió que el estómago le daba un vuelco. Vio en los ojos alarmados de Daniel el cartel de «Peligro: Alerta por acoso», y supo que había vuelto a fastidiarla.

—D —dijo Roland, que había aparecido detrás de Daniel y le había puesto la mano en el hombro—, ¿quieres quedarte por si dan la clase eterna, o nos movemos ?

—Es verdad —respondió Daniel con voz tranquila, mientras miraba a Luce de reojo por última vez—, larguémonos de aquí.

Por supuesto —era obvio—, Luce tenía que haber desaparecido hacía varios minutos, al sentir el primer impulso de divulgar los de talles de la ficha de Daniel. Una persona normal e inteligente habría eludido el tema, o lo habría cambiado para hablar de algo más convencional o, como mínimo, habría cerrado su gran bocaza.

Pero... Luce estaba comprobando día tras día —sobre todo cuando estaba con Daniel—que era incapaz de hacer nada que entrara en la categoría de lo «normal» o de lo «inteligente». Observó a Daniel mientras se alejaba con Roland. No miró atrás, y cada paso que daba le hacía sentir más y más sola.

10

Señales de humo

—¿
A
qué estás esperando? —le espetó Penn un segundo después de que Daniel se fuera con Roland—. Vámonos. —Y tiró a Luce de la mano.

—¿Adónde? —preguntó Luce. Todavía le palpitaba el corazón por la conversación con Daniel, y por verlo marcharse. La sombra que proyectaban los esculturales hombros de Daniel en el vestíbulo parecía más grande que él mismo.

Penn le dio un golpecito en la cabeza.

—¿Hay alguien ahí? A la biblioteca, como te he dicho en la nota. —Entonces se percató de la cara inexpresiva de Luce—. ¿No has recibido ninguna de mis notas? —Se dio una palmada en la pierna—. Pero si se las di a Todd para que se las diera a Cam para que te las diera a ti...

—Pony Express. —Cam se puso delante de Penn y le mostró a Luce dos trozos de papel doblados que sostenía entre el índice y el dedo corazón.

—A ver si me lo aclaras. ¿Acaso tu caballo se ha muerto de cansancio por el camino? —le dijo Penn en tono desabrido, y cogió las notas—. Te las he dado hace como una hora. ¿Por qué has tardado tanto? ¿No las habrás leído...?

—Claro que no. —Cam se llevó una mano al pecho, ofendido. Llevaba un anillo grueso de color negro en el dedo corazón—. Por si no te acuerdas, han reñido a Luce por pasarse notas con Molly...

—Yo no me estaba pasando notas con Molly...

—Lo que sea —replicó Cam; le quitó las notas a Penn y se las dio, finalmente, a Luce—. Solo he intentado hacer lo mejor para vosotras, a la espera de que surgiera la oportunidad idónea.

—Bueno, pues gracias.

Luce se guardó las notas en el bolsillo y se encogió de hombros, como diciendo «qué-se-le-va-a-hacer».

—Hablando de esperar el momento adecuado —dijo Cam—, el otro día estaba dando una vuelta y me encontré esto.

Les mostró un caja roja de terciopelo y la abrió para que Luce pudiera verla.

Penn se asomó por encima del hombro de Luce a fin de poder echarle un vistazo.

Dentro había una fina cadena de oro con un colgante circular que tenía grabada una línea en el centro y una cabeza de serpiente en la punta.

Luce lo miró. ¿Se estaba burlando de ella?

Él tocó el colgante.

—Pensé que después de lo del otro día... Quería ayudarte a que te enfrentaras a tu miedo —dijo, en un tono que denotaba cierto nerviosismo, pues temía que ella no lo aceptara. ¿Iba a aceptarlo?—. No, es broma. Simplemente me gustó. Es especial y me recordó a ti.

Era especial. Y muy bonito, y a Luce le pareció que no se lo merecía.

—¿Lo has comprado? —preguntó, pues prefería hablar de cómo había logrado salir del campus a preguntarle «¿Por qué a mí?»—. Pensaba que el quid de los reformatorios era que nadie podía salir de ellos.

Cam levantó ligeramente la barbilla y sonrió con los ojos. —Hay formas de salir —contestó con tranquilidad—. Algún día te las enseñaré, o mejor, podría enseñártelas... ¿esta noche?

—Cam, cariño —dijo una voz a sus espaldas. Era Gabbe, que le había dado un golpecito en el hombro; llevaba una trenza francesa sujeta detrás de la oreja, como si fuera una impecable cinta para el pelo. Luce la miró, celosa—. Necesito que me ayudes a montarlo todo —ronroneó.

Luce miró a su alrededor y se dio cuenta de que eran los únicos cuatro alumnos que quedaban en el aula.

—Más tarde daré una fiestecita en mi habitación —dijo Gabbe, apoyando la barbilla en el hombro de Cam para dirigirse a Luce y a Penn—. Vais a venir, ¿no?

Gabbe, cuyos labios siempre tenían aspecto pegajoso debido a la gran cantidad de brillo que se ponía, y cuyo cabello rubio siempre aparecía en el preciso instante en que un chico empezaba a hablar con Luce. Incluso aunque Daniel le hubiera dicho que no había nada entre ellos, Luce sabía que nunca serían amigas.

En cualquier caso, no tienes por qué llevarte bien con alguien para ir a su fiesta, sobre todo cuando ciertas personas que sí te gustan seguramente estarán allí...

¿O debía aceptar la oferta de Cam? ¿Realmente sugería salir del internado? El día anterior, corrió un rumor por la clase cuando Jules y Phillip, la pareja del
piercing
en la lengua, no asistieron a la clase de la señorita Sophia. Al parecer, habían intentado salir del campus en medio de la noche, una cita secreta que se fue al garete, y los habían confinado por separado en algún lugar del que ni siquiera Penn sabía nada.

Lo más raro era que la señorita Sophia —que no solía tolerar los cuchicheos— durante la clase no acalló los rumores descabellados que se extendían entre los estudiantes. Era casi como si el profesorado quisiera que los estudiantes se imaginaran los peores castigos para quienes osaran infringir aquellas normas dictatoriales.

Luce tragó saliva y miró a Cam. Él le ofreció el brazo, ignorando por completo a Gabbe y a Penn.

—¿Qué te parece, pequeña? —le preguntó, y sonó tan encantador como los clásicos de Hollywood, lo cual hizo que Luce se olvidara de lo que les había pasado a Jules y a Phillip.

—Lo siento —interrumpió Penn dirigiéndose a ambos mientras apartaba a Luce cogiéndola del codo—, pero tenemos otros planes.

Cam miró a Penn como si no supiera de dónde había salido. Aquel chico sabía hacer que Luce se sintiera una versión mejorada y más enrollada de sí misma, y tenía la virtud de cruzarse en su camino justo cuando Daniel le había hecho sentir exactamente lo contrario. Pero Gabbe seguía junto a él, y Penn tiró de Luce con más insistencia, así que les dijo adiós con la mano, que aún sostenía el regalo de Cam.

—Eh... ¡quizá la próxima vez! ¡Gracias por el collar!

Tras dejar atrás a Cam y a Gabbe desconcertados en el aula vacía, Penn y Luce salieron del Augustine. Daba un poco de miedo quedarse a solas en el edificio oscuro a aquella hora tan avanzada, y a juzgar por el paso apresurado de Penn al bajar las escaleras supo que ella también se sentía igual.

Fuera hacía viento. Un búho ululaba en una palmera. Cuando pasaron bajo los robles que había junto al edifico, unos desordenados zarcillos de musgo español acariciaron sus pies como si fueran mechones de cabello enredados.

—«¿Quizá la próxima vez?» —dijo Penn imitando la voz de Luce—. ¿De qué iba eso?

—De nada... no sé. —Luce quería cambiar de tema—. Y no lo he dicho con ese tono de pija —se quejó sonriente mientras caminaban—. Otros planes... pensaba que te lo habías pasado bien en la fiesta la semana pasada.

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