Oscuros (33 page)

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Authors: Lauren Kate

—Daniel me hace feliz.

—¿Cómo puedes decir eso? Ni siquiera se atreve a tocarte.

Luce cerró los ojos y recordó cómo la noche anterior sus labios se habían unido en la playa, los brazos de Daniel envolviéndola. El mundo entero parecía tan en orden, tan armónico y seguro.

Pero ahora, cuando abría los ojos Daniel no estaba por ninguna parte.

Solo estaba Cam.

Luce se aclaró la garganta.

—Sí, sí que se atreve. Lo hace.

Sintió que se le sonrojaban las mejillas. Luce las presionó con su mano fría, pero Cam no se dio cuenta. Cerró los puños.

—Explícate.

—La forma en que Daniel me besa no es asunto tuyo.

Luce se mordió el labio, furiosa porque Cam se burlaba de ella.

Cam se rió entre dientes.

—Ah, ¿sí? Yo puedo hacerlo tan bien como Grigori —dijo, sujetándole la mano y besándole el dorso antes de dejarla caer bruscamente.

—No fue nada parecido —dijo Luce al tiempo que se volvía.

—¿Y qué tal así?

Los labios de Cam rozaron la mejilla de Luce antes de que ella pudiera evitarlo.

—Nada que ver.

Cam se lamió los labios.

—¿Me estás diciendo que Daniel Grigori te besó de la forma que mereces que te besen?

La expresión de sus ojos empezaba a adquirir un aire torvo.

—Sí —contestó—. El mejor beso que me han dado nunca.

Y aunque había sido su único beso real, Luce sabía que si le volvían a preguntar en sesenta años, en cien años, respondería lo mismo.

—Y, a pesar de todo, sigues aquí —dijo Cam, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

A Luce no le gustaba lo que estaba insinuando.

—Estoy aquí solo para decirte la verdad sobre Daniel y yo. Para hacerte saber que tú y yo...

Cam estalló en carcajadas, una risa sonora y vacía que expandió su eco por todo el cementerio. Se rió tan fuerte y durante tanto tiempo que tuvo que sujetarse la barriga y secarse una lágrima.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó Luce.

—Ni te lo imaginas —contestó sin dejar de reír.

Aquel tono en plan no-lo-entenderías que había empleado Cam no era muy distinto del que usó Daniel la noche anterior cuando, inconsolable, le repetía aquellas dos palabras: «Es imposible». Pero con Cam, Luce reaccionó de un modo completamente distinto. Cuando Daniel no le explicó nada, ella se sintió incluso más atraída hacia él. Hasta cuando discutían, ella deseaba estar con Daniel más de lo que nunca había querido estar con Cam. Pero cuando Cam la trató como una ignorante, en realidad se sintió aliviada. No quería sentirse cerca de él.

De hecho, en ese preciso instante, se sentía demasiado cerca de él.

Y ya tenía suficiente. Apretó los dientes, se levantó y se marchó ofendida en dirección a las cancelas, enfadada consigo misma por haber perdido tanto tiempo con aquella historia.

Pero Cam la alcanzó, se puso delante de ella y le cerró el paso. Todavía se estaba riendo de ella, aunque intentaba reprimirse mordiéndose los labios.

—No te vayas —musitó, riéndose entre dientes.

—Déjame en paz.

—Aún no.

Antes de que pudiera zafarse, Cam la estrechó entre sus brazos, la levantó y la inclinó hacia atrás, de forma que los pies de Luce dejaron de tocar el suelo. Luce gritó y opuso resistencia, pero él sonrió.

—¡Suéltame!

—Hasta el momento la lucha entre Grigori y yo ha sido bastante equitativa, ¿no te parece?

Ella lo fulminó con la mirada mientras intentaba zafarse empujándolo con las manos.

—Vete al infierno.

—Te estás confundiendo —dijo al tiempo que le acercaba la cara. Sus ojos verdes la tenían dominada, y odió que una parte de ella todavía se sintiera atraída por su mirada.

»Escucha, sé que las cosas se han descontrolado un poco durante estos últimos días —dijo en un susurro—, pero tú me gustas, Luce, me gustas mucho. No te vayas con él sin antes dejarme que te dé un beso.

Ella sintió que sus brazos habían aumentado la presión y, de repente, tuvo miedo. Se hallaban en un lugar apartado y nadie sabía dónde estaba ella.

—No cambiaría nada —le dijo, intentando mantener la calma.

—Sígueme el juego: finjamos que soy un soldado y que tú cumples mi último deseo.

Lo prometo, solo un beso.

Luce pensó en Daniel: se lo imaginó esperándola en el lago, manteniéndose ocupado haciendo saltar piedras sobre el agua cuando debería tenerla entre sus brazos. No quería darle un beso a Cam, pero ¿y si él no la soltaba? El beso podría ser la cosa más nimia e insignificante, el camino más fácil para que la dejara tranquila, y entonces estaría libre para volver con Daniel. Cam se lo había prometido.

—Solo un beso... —empezó a decir, y un instante después sus labios ya se habían unido.

Su segundo beso en dos días. Mientras que el beso de Daniel había sido hambriento, casi desesperado, el de Cam fue suave, rozando en exceso la perfección, como si hubiera practicado con un centenal de chicas antes de ella.

Pero, aun así, notó que algo dentro de ella se despertaba, que algo dentro de ella quería que reaccionara, y se apoderaba del enfado que había sentido solo unos segundos antes, haciéndolo desaparecer. Cam todavía la sostenía hacia atrás y Luce se sintió segura entre sus brazos fuertes y diestros. Y necesitaba sentirse segura. Aquello suponía un cambio tremendo con respecto a, bueno, a todo lo que había vivido con Cam antes de besarlo. Sabía que se estaba olvidando de algo, de alguien... ¿de quién? No podía recordarlo. Solo estaban el beso, los labios de Cam y...

De repente, sintió que se caía. Se golpeó contra el suelo con tanta fuerza que se quedó sin respiración. Al levantarse, apoyándose en los brazos, observó que, unos centímetros más allá, la cara de Cam estaba tocando el suelo. Luce hizo una mueca involuntaria.

El sol de la primera hora de la tarde proyectaba una luz turbia sobre las dos figuras que acababan de llegar al cementerio.

—¿Cuántas veces te has propuesto echar a perder a esta chica? —Luce oyó que alguien con acento sureño pronunciaba aquella frase.

«¿Gabbe?» Alzó la vista, parpadeando por la luz del sol.

Eran Gabbe y Daniel.

Gabbe se apresuró a ayudarla a levantarse, pero Daniel ni siquiera se dignó a mirarla.

Luce se maldijo en voz baja. No sabía qué era peor: que Daniel la hubiera visto besando a Cam o que Daniel —estaba segura de ello— fuera a pelearse de nuevo con Cam.

Cam se levantó y se encaró a ellos, ignorando por completo a Luce.

—De acuerdo, ¿a quién de vosotros dos le toca esta vez? —gruñó.

¿Esta vez?

—A mí —dijo Gabbe dando un paso al frente con los brazos en jarras—. Ese primer azote cariñoso te lo he dado yo, cariño. ¿Qué vas a hacer al respecto?

Luce negó con la cabeza; Gabbe tenía que estar de broma. Sin duda, aquello debía de ser algún tipo de juego, pero no parecía que Cam se estuviera divirtiendo. Enseñó los dientes y se arremangó la camisa, al tiempo que levantaba los puños y se acercaba a Gabbe.

—¿Otra vez, Cam? —le regañó Luce—. ¿Es que no has tenido ya suficientes peleas esta semana?

Y por si fuera poco, esta vez iba a pegar a una chica. Él le dirigió una sonrisa sesgada.

—A la tercera va la vencida —contestó en un tono más bien malicioso. Se volvió justo cuando Gabbe le encajó una patada en la mandíbula.

Luce se echó hacia atrás cuando Cam cayó al suelo. Tenía los ojos cerrados por el dolor y las manos en la cara. De pie a su lado, Gabbe parecía impasible, como si acabara de sacar una tarta de melocotón del horno. Se miró las uñas y suspiró.

—Es una pena tener que pegarte una paliza cuando acabo de hacerme la manicura. Pero qué se le va a hacer... —dijo, y se puso a patear a Cam en el estómago, deleitándose con cada patada igual que un niño que va ganando partidas en la consola.

Tambaleándose, Cam logró ponerse en cuclillas. Luce no podía ver su cara —la tenía oculta entre las rodillas—, pero estaba gimiendo de dolor y respiraba con dificultad.

Luce se quedó quieta y miró primero a Gabbe y después a Cam, y viceversa, incapaz de entender lo que estaba viendo. Cam era dos veces más grande que ella, pero era Gabbe la que parecía tener la sartén por el mango. El día anterior Luce había visto cómo Cam le daba una paliza a un tipo enorme en el bar. Y la otra noche, fuera de la biblioteca, Daniel y Cam parecían luchar en igualdad de condiciones. Por eso Luce estaba alucinando con Gabbe, con su pelo recogido en una coleta sujeta con una cinta multicolor, que ahora tenía a Cam inmovilizado en el suelo mientras le retorcía el brazo por la espalda.

—¿Te rindes? —le preguntó en tono burlón—. Di la palabra mágica, cielo, y te dejaré ir.

—Nunca —Cam escupió en el suelo.

—Estaba deseando que dijeras eso —dijo, empujándole la cabeza con fuerza contra la tierra.

Daniel puso la mano en el cuello de Luce, y ella se relajó y lo miró, pero tenía miedo de ver su expresión. Debía de odiarla.

—Lo siento tanto —musitó—. Cam...

—¿Por qué has venido aquí a encontrarte con él?

En su voz había dolor e indignación al mismo tiempo. Le sujetó la barbilla para que lo mirara, y Luce notó que tenía los dedos helados. Los ojos de Daniel ya no eran grises, sino completamente violetas.

A Luce le tembló el labio.

—Pensaba que podía controlar la situación; ser honesta con Cam de forma que tú y yo pudiéramos estar juntos sin problemas, sin tener que preocuparnos por nada.

Daniel resopló, y Luce se dio cuenta de lo estúpido que sonaba lo que había dicho.

—Ese beso... —prosiguió Luce retorciéndose las manos. Le habría gustado poder escupirlo sin más— ha sido un enorme error.

Daniel cerró los ojos y se volvió. Abrió la boca dos veces para decir algo, pero se lo pensó mejor.

Se pasó las manos por el pelo y se balanceó. Por su actitud, Luce pensó que iba a echarse a llorar pero, al final, la rodeó entre sus brazos.

—¿Estás enfadado conmigo? —Hundió la cabeza en su pecho y respiró el dulce olor de su piel.

—Solo me alegro de haber llegado a tiempo.

Los quejidos de Cam reclamaron la atención de ambos, y cuando lo miraron, hicieron una mueca.

Daniel la tomó de la mano e intentó llevársela de allí, pero Luce no podía dejar de mirar a Gabbe, que acababa de hacerle una llave a Cam sin inmutarse. Cam estaba magullado y tenía un aspecto patético. Luce no entendía nada.

—¿Qué está pasando, Daniel? —musitó Luce—. ¿Cómo le puede estar dando esa paliza a Cam? ¿Y por qué se deja él?

Daniel suspiró a medias y esbozó una media sonrisa.

—No se está dejando. Lo que ves es solo un ejemplo de lo que puede hacer una chica.

Ella negó con la cabeza.

—No lo entiendo. ¿Cómo...?

Daniel le acarició la mejilla.

—¿Vamos a dar un paseo? —le preguntó—. Intentaré explicarte algunas cosas, pero creo que deberías estar sentada.

Luce también tenía algunas cosas que aclarar con Daniel. Bien, si no aclararlas exactamente, al menos sí conversar sobre ellas, para ver si él la consideraba completa y oficialmente loca. Aquello de la luz violeta, por ejemplo. Y los sueños que no podía (que no quería) dejar de tener.

Daniel la condujo hacia una zona del cementerio que Luce no había visto nunca, un lugar llano y despejado donde dos melocotoneros crecían juntos. Los troncos se inclinaban el uno sobre el otro, de forma que ambos dibujaban la forma de un corazón.

La llevó justo debajo de donde se entrelazaban las ramas y le cogió las manos para entrelazar sus dedos.

El silencio de la tarde solo se veía interrumpido por el canto de los grillos, y Luce se imaginó a los demás estudiantes en el comedor. Comiendo puré de patatas de las bandejas o sorbiendo leche a temperatura ambiente a través de unas pajitas. Era como si, de repente, Daniel y ella estuvieran en otro plano de la realidad, ajenos al resto de la escuela. Todo lo demás —excepto sus manos enlazadas, el cabello de Daniel brillando a la luz del sol de la tarde, sus ojos grises y cálidos—, todo lo demás parecía muy, muy lejano.

—No sé por dónde empezar —dijo, ejerciendo más presión en sus dedos mientras se los masajeaba, como si pudiera obtener la respuesta al hacerlo—. Tengo tanto que decirte, y no debo equivocarme.

Por mucho que Luce deseara que lo que Daniel tenía que decirle fuera una simple declaración de amor, sabía que se trataba de otra cosa. Era algo difícil de decir, algo que iba a explicar muchas cosas de él, pero que quizá también resultaría complicado de asimilar para Luce.

—¿Y si empiezas por eso de «tengo una buena noticia y otra mala»?

—Buena idea. ¿Cuál quieres primero?

—La mayoría de la gente quiere la buena primero.

—Quizá sí —dijo—. Pero tú no tienes nada que ver con la mayoría de la gente.

—Vale, dime la mala primero.

Daniel se mordió el labio.

—Entonces prométeme que no te irás sin haber oído antes la buena noticia.

No tenía ninguna intención de irse; no justo ahora, que él no intentaba evitarla y que parecía estar dispuesto a responder algunas de las muchas preguntas que habían obsesionado a Luce durante las últimas semanas.

Daniel se llevó las manos de Luce al pecho y las apretó contra su corazón.

—Voy a decirte la verdad —dijo—. No me vas a creer, pero mereces saberla. Aunque pueda matarte.

—De acuerdo.

A Luce se le hizo un nudo en el estómago, y sintió que le empezaban a temblar las rodillas. Se alegró de que la hubiera hecho sentarse.

Daniel caminaba de un lado para otro, y finalmente respiró hondo.

—En la Biblia... Luce refunfuñó, no pudo evitarlo, fue una especie de acto reflejo como reacción a las charlas de catequesis. Además, quería que hablaran de ellos, no que le contara una parábola moralista. En la Biblia no iba a encontrar respuesta a ninguna de las preguntas que tenía sobre Daniel.

—Escucha —le dijo, mirándola fijamente—. ¿Sabes que en la Biblia Dios da mucha importancia a la idea de que todo el mundo debe amarlo con toda su alma? ¿Y a que tiene que ser un amor incondicional, incomparable?

Luce se encogió de hombros.

—Supongo.

—Vale... —Daniel parecía estar buscando las palabras adecuadas—. Esa obligación no atañe solo a las personas.

—¿Qué quieres decir? ¿A quién más? ¿A los animales?

—Sí, sin duda a veces también —dijo Daniel—. Como con la serpiente, que fue condenada a reptar para siempre después de haber tentado a Eva.

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