Otoño en Manhattan (28 page)

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Authors: Eva P. Valencia

Capítulo 40

 

Gabriel
condujo su Ducatti por las calles de Manhattan hasta llegar a Times Square,
entre la esquina de Broadway y la 7ª Avenida. Y en el primer parking
subterráneo que encontró libre, entró y aparcó la moto.

—¿Tienes
hambre o primero prefieres una de las sorpresas? —le preguntó a Jessica
quitándose el casco y zarandeando la cabeza para despegar los cabellos de su
cara y de su frente.

Ella
que ya estaba de pie frente a él, enarcó una ceja perfecta y le miró pensativa.

—La
verdad, ambas cosas me tienen muy intrigada. Apuesto a que la cena no será nada
convencional viniendo de ti...

Gabriel
se echó a reír divertido pero sin responderle de momento. Por lo visto Jessica
le conocía mucho más de lo que imaginaba. Ella le miró sopesando varias
opciones, pero ninguna le convencía lo suficiente. Luego arrugó la nariz y
prosiguió:

—Y
en cuanto a la sorpresa sinceramente, ando bastante perdida.

—Vamos.
Jess... Piensa un poco —le animó golpeando con su dedo a la frente de ella.

Jessica
trató de concentrarse y sin darse cuenta comenzó a morderse el labio inferior
muy lentamente. De la misma forma que solía hacerlo cuando un pensamiento le
provocaba excitación. Dejó que su imaginación vagara por su mente, hasta tal
punto de visionar las diferentes formas en que Gabriel podría proporcionarle
infinito placer.

Él
hizo un mohín e interrumpió su ensimismamiento con un carraspeo. 

—No
se trata de nada relacionado con el sexo —añadió Gabriel tirando de su labio
para que dejara de mordérselo de esa forma tan provocativa— Es otro tipo de
sorpresa...

Ella
se encogió de hombros y desistió.

—No
se me ocurre nada, de hecho puede ser cualquier cosa. 

—Pues
en ese caso... iremos primero a cenar... Un poco de suspense avivará la
noche. 

Jessica
quiso protestar pero Gabriel se bajó con avidez de la moto, le cogió la cara
con ambas manos y le estampó un intenso beso en los labios. Estuvieron
besándose largo rato, luego Gabriel se separó un poco para susurrarle palabras
al oído. 

—Quiero
que este día sea diferente para ti, quiero que a partir de ahora sea nuestro
punto de partida. Un antes y un después y yo quiero ser el causante y, por
supuesto, partícipe de ello.

—Lo
intentaré, te doy mi palabra. 

Gabriel
le volvió a besar y le cogió de la mano para comenzar a caminar.

—¿Tenemos
que ir cogidos de la mano?

—¿No
te parece bien?

—Pues
no.

Él
entornó los ojos y le rodeó la cintura con su brazo acercándole más a su
cuerpo.

—¿Mejor
así? 

—Es
complicado caminar así. Estoy acostumbrada a ir a mi aire. Nunca he salido a
pasear con nadie y mucho menos cogidos de la mano.

Gabriel
puso los ojos en blanco.

—Me
cuesta creerlo.

—Es
cierto.

—¿Por
qué?

—Porque
soy así. Independiente, autosuficiente. Nunca he tenido que depender de nadie.
Nunca he tenido la necesidad de compartir mi tiempo con nadie.

—¿Ni
siquiera con Robert?

—Ni
siquiera con él. Nuestro matrimonio se basaba en la cama. Fuera de esos
límites, no existía nada.

—¿Jamás
has tenido una relación “normal”?

—Define
“normal”.

Gabriel
se rascó la cabeza. ¿Cómo podría explicarle algo que era tan obvio? Trató de
ser lo menos brusco posible.

—Mis
relaciones hasta ahora, descartando los polvos de una sola noche... —dijo
restándole importancia a ese inciso—, han sido siempre de una entrega total.
Pasando por todos los estados: amigos, confidentes, amantes... Para mí el sexo
es fundamental pero también necesito sentir a mi pareja a todos los niveles.
Necesito compartir, dar, regalar y que la otra parte sea recíproca conmigo.
        

Gabriel
la volvió a coger de la mano mirando intensamente a sus grandes ojos azul
zafiro.

—Me
gusta cogerte la mano. Para mí es una muestra de afecto. Y me gusta demostrarlo
en la cama y fuera de ella.

Jessica
por primera vez le miró con condescendencia.

—Gabriel...
haces que todo parezca tan sencillo...

—Jessica,
te aseguro... que a veces las cosas son mucho más sencillas de lo que nos
empeñamos en pensar que no lo son.

Ella
inspiró hondo relajando las facciones de su rostro.

—Déjate
llevar y el resto déjamelo a mí.   

Jessica le sonrió dulcemente y le revolvió el pelo como a
un niño pequeño.

—De acuerdo. Pero recuerda que sigues castigado...

—Sí. No lo he olvidado —se burló— espero que me lo hagas
pagar como me lo merezco.

—Y así será, no te quepa duda.

Jessica levantó el mentón y comenzó a caminar, dejándole
unos pasos más atrás. Poco después Gabriel corrió hacia ella para cogerse de su
mano.

—Así mucho mejor —añadió él.

Ella resopló con fuerza mientras salían al exterior y
Gabriel rió victorioso para sus adentros.

Las escaleras del aparcamiento, les llevó hasta
el mismo corazón de Times Square, en la calle 42. La noche prácticamente
cubría el cielo neoyorquino. Miles de carteles y pantallas luminosas
parpadeaban vacilantes con todo su esplendor. A esas horas todos los locales
permanecían abiertos y había miles de transeúntes  invadiendo las calles.

Jessica no podía evitar mirar a un lado y a otro, arriba y
abajo. Aunque era natal de Nueva York, jamás había pisado otro suelo que no
fuese la zona financiera de Manhattan y sus correspondientes locales
glamurosos. Mezclarse con la gente de a pie no tenía cabida en su apretada
agenda.

—¿Te gusta? —le preguntó Gabriel al ver su cara llena de
asombro.

—No sabría decirte...

Gabriel alzó ambas cejas y luego sonrió.

—¿Podrías describir qué sensaciones sientes en este
momento?

Jessica divagó unos segundos y luego le contestó:

—Es una extraña mezcla entre locura, ruido y gente... es
muy diferente a todo lo que he vivido hasta ahora.

—Me alegra de ser el primero en mostrártelo.

Gabriel la miró. Estaba disfrutando como un enano. Ver a
Jessica relajada y despreocupada, no tenía precio.

Estuvieron paseando tranquilamente hasta la Octava
Avenida. Allí había innumerables lugares para cenar o para tomarse alguna copa
después.

Al pasar junto a uno de aquellos locales, Gabriel se detuvo
en la puerta para asomarse. Su interior estaba muy concurrido pero logró ver
una mesa libre al fondo.

—Entremos aquí.

—¿Aquí? —señaló con el dedo índice— Gabriel, me niego a
comer basura.

Jessica le miró desafiante haciendo ademán de marcharse de
allí y él se rió con ganas.

—Señorita, por favor... Un poquito de respeto. Esta usted
ante el local donde hacen las mejores, las más grandes y  las más
grasientas hamburguesas de todo el estado de Nueva York.

—Por mí si hacen el pino puente y doble salto con tirabuzón
mientras me las traen... —se burló con sorna.

Gabriel se rió a carcajadas.

—Eres terca como una mula, señorita Orson. ¿Acaso las has
probado?

—No.

—Entonces, ¿cómo coño puedes saber si te gustan o no?

Jessica puso cara de asco al pensar en las hamburguesas.

—Tanta grasa me repugna.

—Pues hoy me temo que vas a tener que probar una... Y los
aros de cebolla y CocaCola...

—¡Dios! —se restregó los ojos como si se tratase de una
pesadilla— Creo que al final tu castigo va a ser memorable.

Gabriel tiró de su mano hacia el interior del local. Jessica
le siguió a regañadientes. Le llevó hasta la última mesa redonda del final. Él
se sentó y ella se quedó de pie.

—¿Qué pasa Jess?

—La mesa está sucia, ¿qué no lo ves?

—Bah... todo alimenta...

—¡Serás cochino!

Él comenzó a reírse con ganas mientras ella echaba chispas
por los ojos. Al poco después un camarero rechoncho, de pelo moreno y una
perilla muy bien recortada les sugirió la hamburguesa de la casa. Cada una
pesaba unas doce onzas sin contar los extras. Gabriel aceptó frotándose las
manos mientras salivaba por la comisura de la boca.

Varios minutos más tarde, regresó con su pedido. Dos
enormes hamburguesas de la casa, aros de cebolla, patatas fritas con
ketchup
,
un litro de CocaCola para cada uno. Jessica al ver toda esa comida junta se
tapó la boca. Solo el olor era nauseabundo.

Gabriel sin esperar hincó el diente al pan. Era tan grande
y estaba tan repleto de ingredientes que al morder, comenzó a chorrear salsa
por todas partes.

—¡Joder...! —Exclamó con la boca llena— Pruébalo Jess...
¡Dios, está de vicio...!

—Me están entrando arcadas solo de verte comer...

—Exagerada... No sabes lo que te estás perdiendo...
—aseveró con la boca llena.

Gabriel gimoteó de placer mientras le daba otro gran
mordisco.

—Esto es casi mejor que el sexo...

Jessica arrugó el entrecejo.

—¿Tienes fiebre?

—Te lo digo en serio. Es parecido a un orgasmo.

—Lo dudo.

—Si no lo pruebas, nunca lo sabrás...

—Serás capullo.

Gabriel le sonrió animándola y acercándole su hamburguesa a
la boca.

—Vamos, dale un mordisquito... uno pequeño.

—¿No me moriré?

—Te morirás de ganas si no lo pruebas de una puñetera vez.
En esta vida hay que probarlo todo... o casi todo.


Touché
.

Jessica cerró los ojos. Si pensaba probarlo, al menos no
quería verlo chorreante y tan grasiento. Él esperó a que abriese la boca para
darle de comer.

—Eso es, buena chica...

—¡Dios...! como se entere mi nutricionista de lo que
estoy a punto de tragarme, me pide la dimisión hoy mismo.

Abrió la boca un poco más y por primera vez dejó que la
textura y los diferentes sabores explotaran en su paladar. Masticó despacio,
degustando, sin prisas, bajo la atenta mirada de Gabriel.

—¿Y bien?

—Es asquerosamente diferente...

—Ja, ja, ja... prueba superada con honores, señorita.

La cena continúo divertida entre risas y mucha complicidad.
Jessica no solo se acabó su hamburguesa sino que pidió otra más pequeña.
Gabriel no cabía en él de su asombro. Sin duda, había creado un monstruo.

Tras pagar la cuenta, Jessica le preguntó por una de las
sorpresas y Gabriel le dijo que esperase un poquito más. Primero irían paseando
hasta el SoHo.

Capítulo 41

 

Poco
después mientras paseaban agarrados de la mano, llegaron al SoHo. Era el barrio
con diferencia más autóctono de toda la ciudad de Manhattan.

Jessica
se quedó fascinada al levantar la vista y fijarse en uno de los edificios de
hierro colado que había captado especialmente su atención. Los ojos de Gabriel
se volvieron hacia ella. Alzó la barbilla para saber qué era lo que estaba
mirando con tanto detenimiento.

Sorprendido
sonrió. Hacía apenas tres semanas que él también había sentido la misma
inquietud al descubrir aquel emblemático edificio.

—Es
la sede de la conocida empresa de máquinas de coser Singer.

Gabriel
comenzó a ejercer un improvisado papel de guía turístico, mostrándole los
rincones de aquel barrio. Jessica le escuchaba en silencio y con suma atención
mientras continuaban paseando tranquilamente por las calles.

—Donde
estamos ahora es lo que vulgarmente se conoce como el SoHo. Su nombre proviene
de la mezcla de dos palabras: So(uth) y Ho(uston) o en su argot: “Al sur de la
calle Houston”.

—Me
gusta la diversidad étnica que hay en este lugar.

—Sí,
estoy de acuerdo contigo. Sin duda ese es uno de sus grandes atractivos.

Jessica
se soltó de su mano para abrazarse a su cintura, acomodando su cara en su pecho
pero sin dejar de caminar. Gabriel complacido la miró, acercó su nariz a su
pelo, inspiró hondo y después la besó en la cabeza.

—Hum...
Me encanta como hueles.

Jessica
sonrió metiendo su mano por debajo de la camiseta para rozar su piel con la
yema de los dedos.

—¿Solo
te encanta mi olor?

Gabriel
sintió un ligero cosquilleo en la parte baja de la espalda.

—De
sobra sabes que me vuelves loco toda tú.

Ella
sonrió traviesa a la vez que satisfecha por su respuesta. Era sin duda la
respuesta que esperaba. Como de costumbre él seguía estando a la altura, de
momento no le defraudaba.

—¿Y?

—¿Y
qué...?

—¿Qué
te gusta de mí?... A parte de mis evidentes encantos que saltan a la vista...
—se mofó él.

Jessica
se rió negando con la cabeza.

—A
parte de tu “evidente” humildad... —tosió aclarándose la voz—. Me gusta de ti
tu forma de tratarme.

Él
abrió los ojos escuchándole con interés.

—Eres
respetuoso, generoso y amable conmigo. Eres lo más “real” que me ha ocurrido en
mi vida.

Gabriel
no pudo evitar abrir la boca asombrado por sus palabras. ¿Hablaba de respeto,
generosidad y amabilidad?... Por supuesto para él, esos eran unos requisitos
indispensables en una relación. ¿Con qué clase de arpías se había estado
relacionado Jessica? Conocía a uno de ellos, Robert. Y por un momento, Gabriel
sintió lástima por ella. Ojalá la hubiese conocido antes para mostrarle el
camino correcto. Mostrarle que a una mujer hay que tratarla y venerarla como a
una diosa.

Apretó
sus dientes, dibujando una fina línea en sus labios y se detuvo delante
cerrándole el paso. Luego le sujetó la cara entre sus manos y comenzó a
acariciar su mandíbula con los pulgares.

—Jessica,
mírame a los ojos.

Ella
enseguida hizo lo que le pidió.

—Te
quiero —lo pronunció lento pero seguro y ella bajó la vista unos segundos—
Jess... no des la espalda a tus sentimientos.

—Me
cuesta, Gabriel.

—Lo
sé.

Él
se quedó en silencio y poco después trató de continuar lo más serena y
pausadamente posible.

—En
mi vida únicamente he amado a una mujer.

En
un impulso, ella levantó la vista y sus ojos se volvieron a encontrar con los
de Gabriel.

—Se
llamaba Érika. Estuvimos tres años saliendo. Ella lo era todo para mí.
Absolutamente todo. Estaba perdidamente enamorado de ella.

Su
voz comenzó a tener una entonación diferente, se apreciaba ligeramente
quebrada.

—Íbamos
a casarnos. En nuestros planes deseábamos tener hijos enseguida. Dos, para ser
más exactos —se echó a reír vagamente al recordar aquellas charlas.

—¿Y
qué pasó?

—Que
el destino a veces es un arma de doble filo y siempre te pone a prueba.

Gabriel
hizo una pausa.

—Falleció
en un accidente de tráfico, mi hermano Iván estaba con ella cuando sucedió.

—¡Oh,
Dios!... lo siento...

La
cara de ella se había desencajado. Se llevó la mano sobre su pecho. Sin duda,
la vida se había comportado injustamente con él. Gabriel no era merecedor de un
sufrimiento semejante.

—Jessica...

—No
sé qué más decir.

—No
hace falta que digas nada. Solo te pido que te dejes llevar —inspiró hondo, la
voz seguía temblándole ligeramente y las pupilas teñían casi por completo su
iris verdoso— Siente, sin pensar en el mañana. La experiencia me ha enseñado
que se ha de vivir el momento porque el mañana no existe... Tengo tantas cosas
por mostrarte... Si tú me dejaras...

—Me
esfuerzo Gabriel. Y lo intento, aunque no lo creas. A pasos de tortuga, pero lo
intento...

Gabriel
se acercó a sus labios lentamente y cerrando los ojos la besó con suavidad,
tomándose su tiempo. Sin importarle que estuviesen rodeados de cientos de
transeúntes. Con diferencia, ese fue el beso con más sentimiento que ambos
habían compartido.

Al
rato después, se dirigieron hacia el sur llegando a Chinatown en el
corazón de Civic Center. Nada más adentrarse en sus calles, varios vendedores
asiáticos les increparon ofreciéndoles imitaciones de marcas de lujo de
perfumes, de relojes y de carteras.  

—Bueno,
bonito y barato... —dijo uno acercándose hasta ellos más de la cuenta mientras
entonaba su voz en una especie de alegre cantarela. 

—No,
gracias —dijo Jessica negando con la mano.

—Mire
señora... es el nuevo perfume de Christian Dior... 

—He
dicho que no —le apartó con la mano.

El
vendedor ambulante no desistió, siguió en sus trece y hasta que no se metieron
en un estrecho callejón, no lograron despistarle.

Jessica
dejando de mirar a cada momento hacia atrás, se fijó en los grafitis de las
paredes y en las bolsas de basura amontonadas en pilas a cada cinco metros.
Incluso vio corretear por delante de sus narices varias ratas del tamaño de un
gato.

—Gabriel
¿dónde coño estamos?

—Pronto
lo sabrás.

—¡Me
está dando grima tanto chino y tanto callejón oscuro!

—No
te asustes. No va a pasarnos nada. La mayoría de las veces las cosas no son lo
que parecen. Nadie nos va a robar, ni a agredir. Tan solo están tratando de
ganarse el pan.

—Vendiendo
imitaciones.

—Sí.
Eso o lo que sea necesario. Se llama supervivencia.

Gabriel
le miró a los ojos buscando en ellos un ápice de compasión.

—Creo
que es un trabajo tan digno y respetable como cualquier otro. Mucho mejor que
dedicarse a la prostitución, ¿no crees?

—Por
supuesto.

—Piensa
que no todo el mundo lo ha tenido tan fácil en su vida como tú o como yo. Miles
de personas se levantan cada mañana sin poder llevarse nada a la boca y lo peor
de todo, es que no saben si lo podrán hacer en días.

El
rostro de Jessica cambió en cuestión de segundos. Gabriel le estaba abriendo
los ojos ante la cruda realidad. Con verdades tan absolutas como templos.

—Tienes
razón.

—Como
"casi" siempre —se burló para quitar hierro al asunto.

Gabriel
miró su reloj y tiró de ella para que siguiera caminando. El tiempo apremiaba,
se les estaba haciendo tarde. A las 10 de la noche tenía prevista la segunda
sorpresa y debían ser puntuales, o se quedaría sin ella. 

—Venga,
una manzana más y habremos llegado a tu primera sorpresa.

—¿Cuántas
sorpresas habrá?

—Tres...
Aunque me hubiese gustado darte más. Con tan poco tiempo he hecho lo que he
podido...

—Sabes
que no necesito nada.

—Ya
lo sé. Pero me gusta mimarte...

Él
se detuvo. Habían llegado al destino, solo que ella aún no lo sabía.

—Mis
tres regalos significan tres cosas muy importantes en mi vida. Forman parte de
lo que fui y de lo que soy. Y mi deseo es compartirlo contigo.  

Gabriel
miró a su derecha a un pequeño escaparate.

—El
otro día comentaste que te gustan mis tatuajes, incluso que te habías planteado
la posibilidad de hacerte uno pequeñito sobre la pelvis.

Ella
asintió en silencio. 

—Pues
creo que ya ha llegado el momento... —dijo guiñándole el ojo.

Jessica se
quedó sin palabras. Una cosa era pensarlo y otra muy distinta era hacerlo.
Gabriel notó como su rostro se desencajaba en una fracción de segundo. 

—Es
tu decisión. No pienso presionarte. Un tatuaje no es como la hamburguesa que
acabamos de comer. Tienes que estar completamente segura. No hace falta que te
recuerde que será para toda la vida. 

Ella
miró el escaparate del
Magestic Tattoo
. Examinado detenidamente las
fotografías de varias personas tatuadas y sus facciones comenzaron a relajarse
lentamente al plantearse de nuevo aquella posibilidad.

—De
momento, entraré solo a mirar.

—Me parece muy bien. Pero antes, déjame hacer una cosa...

Gabriel se llevó la mano dentro del bolsillo y sacó su
móvil. Colocó uno de sus brazos sobre los hombros de ella y con la otra enfocó
el objetivo.

—Vamos a inmortalizar este momento.

—Estás loco, Gabriel.

—Sí, completamente loco pero por ti —sonrió besándola en la
mejilla mientras presionaba el diminuto botón haciendo saltar el flash.

Una vez realizada la instantánea, guardó de nuevo su
Blackberry y sujetándole la puerta de forma caballerosa, le cedió el paso para
que entrase al interior.

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