Otoño en Manhattan (43 page)

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Authors: Eva P. Valencia

Gabriel se quitó los auriculares y dejándolos a un lado, se
levantó rápidamente para recibirla.

Amanda retiró su mano del brazo de Jessica cuando Gabriel
tomó el relevo.

—Os dejo a solas. Si me necesitáis estaré dentro —dijo la
mujer desapareciendo al poco después.

Gabriel ayudó a Jessica acompañándola al banco.

No tenías que haber bajado. Podrías haber esperado a mañana
—dijo él con suavidad.

—Creo que ya has esperado demasiado. Tres meses es mucho
tiempo.

Ella inspiró hondo sentándose a un lado dejando sitio a
Gabriel.

—Hubiera esperado la eternidad con tal de verte solo una
vez más...

—Gabriel... no hagas eso... —susurró con lágrimas en los
ojos.

—¿El qué… esto?

Guió su mano hacia su rostro y comenzó a acariciar
lentamente su mejilla.

—¿O… esto?

Gabriel le miró unos instantes antes de acercarse para unir
sus labios a los suyos en un dulce beso.

—Perdóname.

—Chist... —le silenció él sellando sus labios con el dedo—.
Ahora eso es lo de menos. He venido. Estoy aquí... y no pienso huir.  Me
quedaré a tu lado hasta el final... 

 

(1)
 
f. Med.
 Mancha pequeña en la
piel, debida a efusión interna de sangre.

Capítulo 64

 

Cuando
Gabriel se despertó se encontró abrazando el cuerpo de Jessica. Eran las cinco
de la madrugada y la habitación estaba entre penumbras. Enterró su nariz en su
pelo y lo acarició, quería sentir su olor una vez más.

Antes
de salir de la cama, la besó en la frente durante unos segundos. Nada más poner
un pie en el suelo Jessica se removió y en un susurro casi inexistente,
pronunciando su nombre:

—¿Gabriel? ¿Eres
tú?

—Sí. Vuélvete a
dormir, debes descansar —le dijo besándola esta vez en los labios y poco
después, presa del agotamiento, se durmió de nuevo.

Antes de salir de
la habitación y bajar a la primera planta, se quedó mirándola un instante.

Al llegar al
pasillo de acceso a la cocina, vio una hilera de luz bajo la puerta. Por lo
visto alguien más no podía dormir aquella noche. Abriéndola lentamente y
procurando no hacer demasiado ruido, pasó dentro. El intenso aroma a café le
envolvió dándole la bienvenida.

—Buenos días
Gabriel —le dijo Amanda mientras separaba la cafetera del fuego.

—Buenos días.

—¿Te apetece una
taza de café?

Como respuesta
Gabriel le sonrió y se sentó en una de las sillas junto a la mesa. Amanda quiso
acompañarlo al poco después. 

—De un tiempo a
esta parte, no consigo dormir más de cuatro horas diarias —le confesó
rellenando ambas tazas—, por desgracia tengo demasiadas cosas en la cabeza.

Amanda acercó una
de ellas a Gabriel y éste la atrapó entre sus manos. El calor que emanaba de la
porcelana le reconfortaba. 

—Ella es mi única
hija —le miró a los ojos con inmensa tristeza—. Me he perdido diez años de su
vida los cuales jamás volveré a recuperar. Maldito orgullo —se culpó.

—Todos en esta vida cometemos errores, lo importante es
saber darse cuenta de ello y tratar de enmendarlos.

Ella asintió agachando la cabeza.

—La vida es injusta. Morirá sin siquiera conocer a su hija
—suspiró con lentitud mirando a sus manos arrugadas y temblorosas.

—Jessica no va a morir... —le rectificó con convicción—, no
sin antes luchar hasta el final. No va a estar sola porque vamos a estar a su
lado y pase lo que pase, no la vamos a dejar caer.

Gabriel le cogió de la mano y la retuvo entre las suyas
durante unos segundos.

—Amanda, no pierdas la esperanza, por favor... porque eso
es lo único que nos queda y es en lo único a lo que podemos aferrarnos.

—Dejé de tener fe y esperanza hace ya mucho tiempo. Desde
el día en que se marchó para no volver nunca más. A partir de entonces, mi vida
dejó de tener sentido... y cuando por fin la recupero de nuevo, vuelve a
abandonarme a mi suerte.

Se quitó las gafas y se frotó los ojos, las lágrimas le
impedían ver con claridad. Acto seguido, se levantó de la silla y abriendo uno
de los cajones de la alacena, cogió algo de su interior.

—Ella es mi ángel.

Amanda se acercó mostrándole una vieja fotografía.

—Ella es mi nieta.

Gabriel abrió los ojos al ver por primera vez a la hija de
Jessica, sin dejar de escuchar a Amanda.

—No ha habido un solo día en el cual no me condenara por lo
que su padre y yo hicimos —suspiró con melancolía—. El pasado veinticuatro de
septiembre cumplió veintidós años.

—¿Se sabe algo de su paradero? —inquirió.

—No. Cuando engañamos a Jessica para que firmase la
adopción, sin saberlo renunció también a conocer cualquier información en
referencia a los futuros padres adoptivos.

Amanda hizo una pausa.

—Lo único que logré descubrir es que la adoptó una pareja
española pero nada más. Aparte de tener un par de manchas de nacimiento, una en
su pecho y otra en su pierna.

Gabriel miró con más atención. Y efectivamente, sobre aquel
pecho desnudo había dibujado una bonita marca en forma de flor y en la pierna
otra algo más diminuta.

Permaneció con la mirada clavada en aquel bebé de pocos
días. ¿Por qué le resultaba tan familiar aquella marca? ¿Dónde la había visto
antes? Frunció el ceño pensativo.

—¿Ocurre algo Gabriel?

—Oh... Nada, nada... —balbuceó aún abstraído al tiempo que
se rascaba la cabeza y le devolvía la fotografía.

Amanda le dio un beso cargado de sentimiento a la
imagen y luego se la guardó en el bolsillo de la bata.

—Me gustaría hacerme las pruebas —dijo inclinándose hacia
delante—, si aún estamos a tiempo.

Ella le miró a los ojos, luego guardó silencio durante unos
segundos y después le respondió suspirando con orgullo:

—Por supuesto que puedes hacértelas —añadió recuperando el
aplomo—. Sin duda tu gesto es noble el cual te honra y también dice mucho de
ti.

—Por Jessica estaría dispuesto a hacer cualquier cosa.

«
Lo sé, tus ojos no me mienten
», pensó Amanda y
luego prosiguió:

—Trataré de ponerte en contacto con Olivier Etmunt lo antes
posible, él es su oncólogo.

Gabriel asintió con decisión.

—Él te indicará cuando puedes ir a Manhattan para hacerte
la analítica.

 

A media mañana, Gabriel habló con el Doctor Etmunt.
Concertaron una visita para el día siguiente ya que éste estaba desde el lunes
en una conferencia dedicada a los últimos avances tecnológicos en tratamientos
contra el cáncer de piel.

 

Al día siguiente, tuvo que madrugar y levantarse muy
temprano porque le esperaba un largo viaje.

Tenía una corazonada pese a la enorme probabilidad de ser
incompatible y de no poder arrancar a Jessica de las garras de la muerte. Tenía
que sobrevivir. Rezó porque todo aquello no se transformara en una simple
quimera ya que necesitaba seguir manteniendo la esperanza... porque no era
capaz de imaginar su vida continuando sin ella.

Al llegar a las calles de Manhattan, la navidad se hacía
presente en cada rincón y como si de una postal se tratara, un manto blanco
cubría parcialmente las aceras.

 

Cuando llegó al Bellevue Hospital Center, el Doctor Etmunt
enseguida lo recibió haciéndole pasar a su consulta. Antes de tomar asiento se
dieron un fuerte apretón de manos, dando la sensación de conocerse de toda la
vida.

—Te explicaré brevemente en qué consiste ser donante de
médula ósea o técnicamente, de
progenitores hematopoyéticos
.

Gabriel le escuchaba con suma atención. Había oído hablar
vagamente sobre el tema, pero si era honesto consigo mismo, desconocía cuál era
el procedimiento.

—Te extraerán una muestra de sangre para estudiar tus
características de histocompatibilidad, a partir de ahí tus datos serán
incorporados a la
 
Red Mundial
de Donantes Voluntarios
 
y si
resulta que eres compatible, te realizaremos una nueva extracción pero esta vez
de sangre medular, generalmente del hueso de la cadera o del esternón, aunque
en ocasiones es posible utilizar otras áreas, con anestesia epidural o general.

Gabriel permanecía en silencio, con la mirada clavada en
sus ojos. No quería perder un ápice de su explicación y entenderlo todo a la
perfección.

—¿Alguna pregunta?

—Creo que no.

Sonriendo amablemente Olivier se levantó de la silla y
colocándole la mano sobre su hombro le acompañó a la habitación contigua.

—Kate. Él es Gabriel Gómez, como te comenté ha venido a
hacerse las pruebas para la paciente Jessica Orson.

La enfermera asintió y el Doctor les dejó a solas, cerrando
la puerta tras de sí.

Gabriel se quedó plantado en el sitio, sin saber muy bien
hacia dónde dirigirse.

—Siéntate aquí, por favor —le señaló una silla—. Primero
quiero que rellenes un cuestionario.

—Claro.

Él tomó asiento mientras Kate le explicaba cómo debía de
cumplimentarlo. Una vez acabado y firmado el consentimiento, le hizo tumbarse
en una camilla mientras ella se colocaba unos guantes de látex.

—¿Has consumido alcohol en las últimas horas?

—No.

—¿Eres alérgico a algún medicamento?

—No.

—¿Tienes problemas de sangrado?

—No.

—Bien. Pues en ese caso, te iré explicando poco a poco lo
que haremos, ¿vale?

Gabriel asintió.

La enfermera le tomó la tensión y acto seguido, le hizo una
pequeña punción para comprobar el nivel de hemoglobina en la sangre.

—Muy bien, parece que todo está correcto.

Cogió una banda elástica y la colocó alrededor de la parte
superior de su brazo. Luego estiró de este y limpiando la parte interior del
codo con un antiséptico, buscó una vena.

—Respira hondo...

Él hizo caso de lo que le pidió y ella aprovechó para
introducirle suavemente una aguja notando a su vez una punzada aguda.

—¿Te ha dolido?

—Un poco —se burló—, yo creo que me he ganado un caramelo.

Con aquel comentario, Gabriel trató de arrancarle una
sonrisa y al parecer lo consiguió.

—De acuerdo, aunque no tenemos caramelos porque provocan
caries —chasqueó la lengua—, pero puedo inflar un guante y pintar una cara
sonriente después.

Gabriel se echó a reír.

—Bueno, te dejo tranquilo unos minutos mientras se va
llenando la bolsa.

—Vale.

 

Media hora más tarde, Gabriel ya estaba despidiéndose del
Doctor Etmunt y llegando a su apartamento.

«
Normalmente, para conocer los resultados de una prueba
similar se suele tardar varios días, pero en el caso de Jessica al apremiar
tanto un donante, se realizaran hoy mismo sin falta. Así que, en cuanto
tengamos los resultados, nos pondremos en contacto contigo. Por lo que te
pediría que permanecieras en Manhattan hasta entonces
», hizo un repaso
mental, recordando las palabras de Olivier.

 

Gabriel aprovechó que estaba en la ciudad para llevarse
ropa limpia y algún que otro calzado. No sabía el tiempo que se quedaría en
casa de los padres de Jessica, pero de lo que sí que estaba completamente
convencido, era de que no se marcharía de allí sin ella.

Salió del ascensor dándose de bruces con una desconcertante
escena, la cual no esperaba. El pasillo estaba transitado por varios agentes de
la NYPD (
New York City Police Departament
) y habían cercado con cinta
policial la puerta de su vecino de enfrente, la de Charly y su nieto Scott.

Miró de lado a lado, tratando de saber qué era lo que había
ocurrido y por qué había tantos agentes hablando con los vecinos.

Entre tanta agitación e idas y venidas del personal
policial, se encontró en la distancia con los ojos aterrados de Noah. No se lo
pensó ni dos segundos, cuando empezó a cruzar el pasillo a grandes zancadas y
un agente lo detuvo colocando su palma sobre su pecho.

—Disculpe señor, no puede pasar. Es el escenario de un
crimen.

—Vivo en el 7C.

—Acreditación por favor.

Sacó su cartera del bolsillo de su cazadora, buscó su DNI y
luego se lo entregó junto con su permiso de trabajo.

—¿Qué ha pasado aquí?

El agente sin responderle, miró la fotografía impresa en la
tarjeta y luego estudió con detenimiento la cara de Gabriel. Acto seguido, leyó
el otro documento.

—Tenga, puede volver a guardarlos.

—Gracias.

—Ahora, por favor. Debería ir con los demás testigos a
prestar declaración —dijo con una adusta expresión en su semblante, señalando
con la mano en dirección hacia donde se encontraba Noah y otros dos vecinos
más.

Enseguida, otro agente vestido de paisano, le cerró el paso
impidiéndole llegar hasta Noah y los demás.

—Nombre.

—Gabriel Gómez Alonso.

—Documentación.

Gabriel no pudo evitar poner los ojos en blanco tras
buscarla de nuevo.

El agente repitió de forma mecánica el mismo protocolo que
su compañero. Miró la fotografía, luego estudió su rostro y para finalizar leyó
el permiso de trabajo.

—¿Dónde estuvo entre las 13:00 y la 13:40 del día de hoy?

—Pues... —hizo memoria—. Realizándome unas pruebas en el
Bellevue Hospital Center.

—¿Puede corroborarlo?

—Claro. Puedo darle el teléfono del Doctor Olivier Etmunt.

—Por favor.

Gabriel le cantó en voz alta la numeración completa
mientras el agente lo apuntaba en su libreta negra.

—Mientras realizo las comprobaciones pertinentes, espere
allí, junto a las demás personas.

El agente le mostró un lugar apartado, fuera del escenario para
que no entorpeciera en la investigación, ni pudiera alterar las pruebas.

Al llegar hasta ese grupo de gente, Gabriel quiso
encenderse un cigarrillo pero se contuvo al recordar las recomendaciones de la
enfermera a no fumar.

—Toma —le ofreció Kenneth, su vecino del 7D—, cuando
no puedo fumar masco uno de estos.

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