Authors: Laura Gallego García
—¿Que
yo
la abandoné? ¿Y cuánto tiempo has pasado tú lejos de ella, cuántas veces fuiste a visitarla en los tres meses que han transcurrido desde que te dijo que iba a tener un bebé? ¡Un bebé que puede que sea tuyo!
—Es eso lo que te duele —sonrió Christian—. Tienes miedo de reconocer mis rasgos en ese niño. Te da pánico la idea de sostenerlo en brazos y sentir que tiene algo de shek, ¿no es cierto?
Jack abrió la boca para responder, pero no fue capaz. Christian retiró la espada, con brusquedad.
—Vete —dijo—. No pongas a prueba mi paciencia.
Jack alzó la cabeza. En el cuello tenía la marca azulada del beso de Haiass.
—No me iré sin hablar con Victoria primero.
—No voy a permitir que te acerques a ella.
—¿Con qué derecho? ¿Le has dicho acaso que he venido y ella se ha negado a verme?
—No pienso decírselo. Lo mejor para ella es que salgas de su vida de una vez.
—¿Pero qué..? —estalló Jack—. ¡Va a tener un bebé! ¡Y puede que sea mi hijo!
—Haberlo pensado antes de romper con ella.
—¡Pero eso no es asunto tuyo! —casi gritó Jack—. Si ella no quiere volver a verme, lo aceptaré, pero no tienes derecho a hablar en su nombre ni a decidir lo que debe o no debe hacer. ¿No eras tú el que me reprochaba que la tratara como a un objeto de mi propiedad?
—Por eso mismo. He sido muy paciente, pero me he cansado de ver cómo juegas con ella. No voy a permitir que la confundas más.
Jack lo miró, todavía atónito. Frunció el ceño y dio un paso adelante.
—Voy a ver a Victoria.
Christian alzó a Haiass, cuyo resplandor iluminó suavemente sus rasgos.
—Tendrás que pasar por encima de mí.
Jack desenvainó a Domivat y la sintió palpitar con feroz alegría. No respondió con palabras al desafío de Christian. Sin más, se arrojó sobre él y descargó el primer golpe.
Y, una vez más, Haiass y Domivat se enfrentaron.
Los movimientos de Christian eran más torpes que de costumbre, y pronto se dio cuenta de que le costaba anticiparse a su contrario. Los árboles y la maleza les estorbaban, y fue una pelea brusca, diferente del baile ágil y elegante de otras ocasiones. Christian no tardó en notar, también, que el poder de Haiass había menguado. Recordó cuando había peleado contra Jack, en la Tierra, en la playa, y cómo él había roto su espada, que más tarde había reparado Ydeon. No podía permitir que aquello volviera a suceder.
Retrocedió, esquivando a Jack. Si la lucha se alargaba, perdería. Y, por el bien de Victoria, no debía dejar que eso sucediera.
Realizó un brusco giro de muñeca para voltear la espada y detener un golpe a media altura. La fuerza de Domivat hizo temblar a Haiass un breve instante. No solo Christian lo notó.
—Estás débil —dijo Jack—. No quiero pelear contra ti, Christian. No es necesario todo esto.
El shek no respondió. Retiró la espada y la descargó de nuevo sobre Jack, que dio un salto atrás e interpuso su propio acero entre ambos. De pronto, el dragón perdió de vista a Christian, que parecía haberse fundido con las sombras. Se mostró desconcertado un breve instante, y después se dio la vuelta.
Pero aquel segundo de vacilación fue su perdición. Notó que algo se deslizaba entre sus pies y lo hacía tropezar. Instantes después, estaba tendido sobre la maleza, con la punta de Haiass sobre el pecho.
—Has hecho trampa —gruñó.
Christian se encogió de hombros.
—Era necesario. Guarda eso —dijo, señalando con un gesto a Domivat—, antes de que prenda algo.
Todavía con la espada de hielo muy cerca de su corazón, Jack envainó lentamente a Domivat.
—¿Vas a matarme? —preguntó, con calma.
—Esta noche, no —repuso Christian—. Voy a dejarte marchar. Pero antes de hacerlo vas a escucharme... con mucha atención. Y vas a hacerlo porque, si haces que me enfade, puede que se esfumen todas mis buenas intenciones. ¿Queda claro?
Jack inspiró hondo y asintió.
—Dispara —murmuró.
—Estoy cansado de esta situación —empezó Christian—. Estoy cansado de que constantemente vengas con exigencias, con protestas y con malos humos. Victoria no tiene ninguna obligación de estar contigo. Lo hace porque quiere. Porque te quiere.
—Eso lo sé... —dijo Jack, pero el shek lo cortó:
—Sé que vienes de un mundo con unas normas distintas, en el que es más importante lo que está socialmente aceptado, lo que es socialmente correcto, que los verdaderos sentimientos de cada uno. Y también sé que desde el principio todos se han esforzado en separarnos a Victoria y a mí, y en haceros creer a vosotros dos que vuestro destino, vuestra
obligación,
es estar juntos. Sé que nada de lo que diga podrá cambiar tu forma de pensar porque te han educado así, de modo que voy a hablarte en tu mismo idioma. Y más vale que prestes atención.
Jack frunció el ceño, pero no dijo nada. Christian clavó en él una mirada fría como la escarcha.
—Victoria es mi novia —dijo, muy serio—. Tú llegaste después. Yo fui el primero en besarla; la primera vez que ella dijo a alguien «te quiero», solo yo estaba allí para escucharlo. Nosotros empezamos a salir juntos mucho antes de que tú osaras decirle lo que sentías por ella. El hecho de que ella también sintiera algo por ti casi desde el principio no es relevante. Porque, al fin y al cabo, lo que cuenta son las normas, no los sentimientos, ¿no?
—Sabes que no pienso así —murmuró Jack, pero Christian acercó aún más la espada a su pecho, y calló.
—Hemos tenido discusiones y diferencias —dijo el shek—, pero nunca hemos roto nuestra relación, nunca hemos decidido, de común acuerdo, que debíamos seguir cada uno nuestro camino. Nunca. Ni siquiera cuando ella se enteró de que yo era un shek. Ni siquiera cuando la rapté para llevarla a la Torre de Drackwen. Incluso en plena tortura, ella seguía diciendo que me quería. Incluso cuando trató de matarme por lo que hice en los Picos de Fuego... mi anillo aún lucía en su dedo, y eso significa que ella todavía sentía algo por mí.
Jack cerró los ojos, incapaz de seguir escuchando.
—Y claro que me importa —prosiguió Christian, sin piedad—. Los dos hemos sufrido mucho, hemos sacrificado mucho por esta relación. No vamos a romperla solo porque tú te empeñes en creer que tienes algún derecho sobre la vida de Victoria.
—Me estás diciendo que yo soy el que sobra —dijo Jack—. Ya lo he captado.
—No, Jack, no has entendido nada. A mí no me importa en absoluto que ella esté enamorada de ti también. Lo que haga cuando no está conmigo es asunto suyo. Lo único que quiero que comprendas es que, hablando en los términos de la cultura en la que te has criado, ella es mi novia, y tú estás con ella porque yo te lo permito.
—¿Crees que no lo sé? —casi gritó Jack—. ¡Lo he sabido desde siempre!
—Sé que lo sabes. Y sé que lo entiendes. Lo que quiero es que lo asumas. Ella todavía te quiere, te echa de menos y daría su vida por ti. Pero no va a pedirte que vuelvas con ella porque cree que mereces algo mejor. Es demencial.
Ahora era Christian el que se estaba enfadando. Jack lo notó y, por alguna razón, eso templó un poco sus ánimos.
—¿Pero qué es lo que quieres? ¿Que vuelva con ella o que la deje en paz?
Christian le dedicó una media sonrisa sardónica.
—Decir «ella es mi novia y tú estás con ella porque yo te lo permito» es una de las cosas más absurdas y estúpidas que he dicho en mi vida. Pero, probablemente, es el único punto de vista que hará que entres en razón. Ella estará con quien le dé la gana, porque le dé la gana, y punto. Si está embarazada, cuidaré de ella y me preocuparé por ella, porque me importa. Porque el bebé que dé a luz será hijo suyo, y eso basta para que sea importante para mí también. Y porque al fin y al cabo, los bebés son criaturas a las que hay que proteger y cuidar, no importa quiénes sean sus padres. Tú lo sabes —añadió—. Te jugaste la vida ante una diosa para defender a una niña que no era hija tuya, ni de Victoria. Y, no obstante, no puedes soportar la idea de cuidar del hijo de otro hombre, por más que haya nacido de una mujer a la que quieres más que a tu propia vida. ¿Entiendes lo absurdo de tus planteamientos?
Jack dejó caer los hombros.
—No es eso —murmuró—. No es eso.
Quiso añadir algo más, pero no fue capaz. Ambos cruzaron una mirada, inquisitiva la de Christian, llena de angustia la de Jack. El shek entendió sin necesidad de palabras. Dio un paso atrás, anonadado, y bajó la espada.
—Todavía dudas de sus sentimientos por ti. Todavía crees que no te quiere. ¿Cómo es posible? —añadió, irritado—. ¡Tú viste, igual que yo, que se sacrificó para salvarnos, a ti y a mí! ¿Cómo puedes... cómo puedes dudar de ella? ¿Cómo te atreves a dudar de ella?
—Eso fue hace tiempo —repuso Jack—. Antes de lo del bebé.
Christian sacudió la cabeza.
—El bebé no va a hacer que tome una decisión que en su día fue incapaz de tomar. ¿Crees que, si Victoria da a luz a un hijo mío, te apartará de su vida para siempre?
—No sé lo que creo. Solo sé que tú no estás nunca con ella y, a pesar de eso, no puede dejar de pensar en ti.
—No puede olvidarme precisamente porque no estoy con ella. Porque me echa de menos. Pero desde que yo estoy fuera de peligro, no puede dejar de pensar en ti, porque te echa de menos. Es así de simple. Claro que... si crees que es mejor no estar con ella y que te eche de menos...
—Ve al grano —cortó Jack, molesto—. ¿A dónde quieres ir a parar?
La espada de Christian se alzó de nuevo y lo hizo retroceder, alarmado. Contempló con cautela el filo de Haiass, que otra vez estaba peligrosamente cerca de su barbilla.
—Es sencillo —dijo el shek, con calma—. Ella todavía te quiere. Si le dices que quieres volver a su lado, la harás la mujer más feliz de este mundo y el otro... pero solo hasta que vuelvas a hacerla sufrir con tus dudas y tus miedos. Y no estoy dispuesto a permitirlo.
»Así que decide de una vez. Asume de una vez que somos tres y que, cuando nazca el bebé, seremos una familia de cuatro miembros, o déjala en paz.
—¿Eso... eso es todo? —preguntó Jack, aliviado; pero Haiass se acercó todavía más.
—Estoy hablando en serio, Jack. Ayer mismo, ella me decía que cree que mereces tener a tu lado a una mujer que solo tenga ojos para ti. Pregúntate a ti mismo si estás de acuerdo. Asume que Victoria no es esa mujer. Y decide si prefieres estar con ella, con todo lo que ello implica, o ser libre, por fin, para elegir a otra persona con la que puedas formar una pareja, sin nadie más. La decisión es tuya. Hagas lo que hagas, ella te seguirá queriendo y no te guardará rencor. Pero, si decides regresar a su lado, no tendrás derecho a volver a culparla por estar conmigo.
Jack se mordió los labios.
—He vuelto porque quiero estar con ella. Me parece que todo esto no era necesario.
—Sí era necesario, Jack. Te dejas llevar por los impulsos del momento. Imagino que rompiste con ella en un momento de ira o de frustración. Puede que sea la añoranza lo que te haya hecho volver junto a ella y que, cuando estés de nuevo a su lado, olvides fácilmente toda esta conversación. Por eso te pido que reflexiones. Y que no pienses en lo que quieres hacer ahora, sino en lo que quieres hacer siempre, de ahora en adelante. Hay un bebé en camino; esto nunca ha sido un juego, pero ahora, menos todavía.
Retiró la espada. Jack bajó la cabeza, pensativo.
—Entiendo —murmuró.
—Tienes hasta el primer amanecer —dijo Christian, muy serio—. Si decides que no vas a ser capaz de soportar esta relación, entonces no te molestes en regresar. No le diré a Victoria que has venido, ni que hemos hablado. Solo serviría para hacerla sufrir más. Y en cuanto al bebé... no tendrás que volver a preocuparte por él. Lo protegeré, no importa quién sea el padre. Porque, si abandonas ahora a Victoria por miedo a que dé a luz al hijo de otro hombre, entonces no tienes ningún derecho a exigir a un niño al que nunca has querido. Y como vuelvas a acercarte a Victoria, o a su bebé, te mataré.
»Si estás aquí con el primer amanecer, dejaré que hables con Victoria y que arregléis las cosas. Y todo volverá a ser como antes. Ahora bien... si vuelves a molestar a Victoria a causa de su relación conmigo, o si se te pasa por la cabeza abandonarla después de que dé a luz porque su hijo no es como tú esperabas, te mataré. Así que tú eliges, Jack. Has tenido dos años para sopesar las ventajas e inconvenientes de esta relación. Sabes lo que es estar con Victoria y lo que es estar sin ella. Ahora, decide, o lo tomas, o lo dejas. Pero, sea cual sea tu decisión, llévala hasta el final. Y yo la respetaré.
Jack se puso en pie, lentamente. Dirigió a Christian una mirada cansada.
—Piénsalo bien —dijo este—, porque ya no estamos hablando de Victoria, sino de ti. Decide lo que quieres para ti y, por una vez en tu vida, no te precipites.
—Lo sé —asintió él.
Ambos cruzaron una mirada. Después, sin una palabra más, Jack dio media vuelta y se internó de nuevo en el bosque.
Christian se quedó allí un momento. Luego regresó, sin prisas, a la cabaña.
Victoria seguía durmiendo profundamente. Christian pudo ver, en la semioscuridad, la curva de su vientre. Sonrió. Se despojó de Haiass, pero no la dejó muy lejos. Después, se tendió junto a ella y dedicó el resto de la noche a contemplar su rostro mientras dormía.
Cuando Victoria abrió los ojos, Christian ya se había marchado. Tardó unos segundos en despejarse lo bastante como para mirar a su alrededor. Pero la cabaña estaba vacía.
Se incorporó, temerosa de que él hubiese regresado con Gerde sin despedirse de ella. Se llevó la mano al vientre, de forma inconsciente. Trató de tranquilizarse. Tal vez hubiese ido a buscar algo para desayunar.
Se levantó, con cierta dificultad, sacudió la capa y la colgó de una rama que entraba por la ventana, para que se ventilase. Después se lavó la cara en la jofaina con agua que habían dejado sobre la desvencijada alacena y salió al exterior.
Los rayos del primer amanecer hirieron sus ojos y la hicieron parpadear, pero llegó a ver una figura que la aguardaba, en pie, un poco más lejos.
—¿Christian? —murmuró.
Se hizo visera con la mano y miró mejor. El corazón le dio un vuelco y se quedó paralizada en el sitio, sin atreverse a avanzar más.
—Hola, Victoria —saludó Jack, con una sonrisa entre tímida y afectuosa; le tendió el ramo de flores que había recogido para ella—. ¿Me perdonas?