Panteón (56 page)

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Authors: Laura Gallego García

Cuando abrió las alas, estiró los anillos y echó la cabeza hacia atrás, con un siseo de satisfacción, fue muy consciente de la mirada anhelante que Shizuko le dirigió. Nunca se había mostrado como shek ante ella, porque sabía que le dolía que le recordasen que ella ya nunca más podría recuperar su verdadero cuerpo. Pero ahora no pudo evitar dirigirle una larga mirada. Shizuko captó inmediatamente su significado: resultaba irónico que le acusara de no ser un shek completo, cuando, a diferencia de ella, poseía alma y cuerpo de shek.

«Podrías desaparecer de aquí, marcharte cuando quisieras», le dijo a Christian en privado. «¿Por qué vas a luchar? ¿Por qué no te has ido ya?»

«Porque te estoy esperando», contestó él.

«¿En serio crees que voy a abandonarlo todo... para ir contigo?»

«Sientes algo por mí. No trates de negarlo».

«No lo estoy negando. Pero eso no basta, Kirtash».

Él le dirigió una larga mirada.

«¿No confías en mí?»

«¿Cómo quieres que confíe en ti?»

Christian siseó. «Victoria sí confía en mí», se dijo. Se recordó a sí mismo que su relación con ella duraba ya casi dos años. En cambio, Shizuko y él apenas estaban empezando a conocerse: era normal que Shizuko pusiera reparos a la idea de tomar partido por él. Pero Victoria le había dado la mano la primera vez que le pidió que le acompañara. Incluso cuando eran enemigos, cuando ella no habría tenido por qué confiar en él... incluso entonces, Victoria lo habría dejado todo por seguirle. Eso no basta, había dicho Shizuko. Y, aunque Christian entendía la postura de la shek, y no podía reprochárselo, tampoco pudo evitar pensar que a Victoria sí le había bastado.

Claro que Victoria no era una shek. La racionalidad de Shizuko le impediría colocar sus sentimientos por encima de lo que era lógico y razonable. Christian lo comprendía. Había seguido un impulso la primera vez que había perdonado la vida a Victoria, pero después de eso había tardado dos años en decidir que lo abandonaría todo por ella. Victoria, en cambio, no se lo había pensado dos veces. ¿Le había dado la mano entonces porque era un unicornio... o porque era humana?

¿Y si Shizuko hubiese tenido más tiempo para reflexionar? ¿Si Gerde no la estuviese obligando a decidir entre sus sentimientos y su deber para con los otros sheks?

«Si tuviésemos más tiempo», le dijo a ella entonces, «tal vez nuestro vínculo acabaría por hacerse más sólido. Pero Gerde no nos lo va a permitir. ¿Dejarás que se salga con la suya?»,

Shizuko no respondió. Le cerró su mente, y Christian entendió que le dejaba libertad para hacer lo que creyera conveniente. No obstante, él siguió esperando.

Akshass se echó un poco hacia atrás y le enseñó los colmillos. Christian le devolvió el gesto.

Los otros sheks retrocedieron para dejarles espacio. Shizuko se situó detrás del
onsen
y reparó entonces en la imagen de Gerde, que seguía contemplándolo todo con interés.

—¿Por qué estás haciendo esto? —le preguntó en voz baja, consciente de que había sido el hada quien había precipitado aquella situación.

—Espera y verás —sonrió ella.

Observaron a Christian y Akshass, mientras movían las alas lentamente, tensaban sus largos cuerpos de serpiente y siseaban por lo bajo, mostrándose los colmillos. Aquel intercambio previo de amenazas duró apenas un par de minutos. En seguida, Akshass lanzó la cabeza hacia adelante, en un movimiento rapidísimo, que Christian pudo esquivar a duras penas. Batió las alas hasta elevarse un poco en el aire y, desde ahí, atacó a su adversario. Pronto, los dos estuvieron enredados en un combate a muerte, tratando de morder o estrangular al otro. Pero resultaba difícil, porque los largos cuerpos de los sheks, muy útiles para inmovilizar a criaturas grandes, como los dragones, se mostraban ineficaces a la hora de envolver el cuerpo de otra serpiente. Por otra parte, el veneno de los sheks era solo peligroso para ellos en grandes dosis. De modo que una mordedura, que para otra criatura habría resultado letal, para un shek solo era dolo-rosa. Podrían estar horas peleando sin que hubiese un claro vencedor.

Shizuko los contemplaba, aparentemente impertérrita, aunque por dentro se hallaba ante un dilema. Sabía por qué Christian estaba haciendo aquello. Era su forma de desafiar a Gerde. Le demostraba que no tenía poder sobre él, al menos en lo que a Victoria se refería. Y, no obstante, no pudo dejar de preguntarse si habría podido contrariarla del mismo modo de haber estado realmente frente a ella, y no a miles de mundos de distancia.

Pero había otra razón, y era la propia Shizuko. Christian le estaba pidiendo que se implicase, que decidiese qué era más importante para ella, si su deber como reina de los sheks o la relación que había iniciado con él. Y no lo hacía sólo por ella. Si Shizuko lo rechazaba ahora, entonces él no tendría que elegir entre ella y el unicornio.

Shizuko jamás le había pedido que escogiera a una de las dos. Pero ahora, Gerde los había puesto en un compromiso a ambos, puesto que ya no era una cuestión sentimental, sino de lealtad. Protegiendo a Victoria, Christian no estaba simplemente contrariando a Shizuko, sino que estaba ignorando la petición de la reina de los sheks. Estaba demostrando, una vez más, que no era uno de ellos.

Lo que Shizuko no terminaba de entender era por qué Gerde había llevado a Christian a aquella situación. Si hubiese querido matarle, lo habría hecho tiempo atrás.

Ante ella, ambos sheks seguían combatiendo. Un furioso coletazo hizo retumbar el suelo, cerca del manantial, y Shizuko recordó, de nuevo, lo frágil que era su cuerpo humano, que podía ser destrozado con tanta facilidad. Retrocedió un poco más.

Ninguno de los dos parecía un claro ganador. Christian había logrado inmovilizar una de las alas de Akshass, que movía la otra mientras trataba de clavar los colmillos en el cuello de su oponente.

Christian oprimió más el ala de Akshass, hasta hacerla crujir; pero el shek, con un chillido de ira y de dolor, logró hundir los colmillos en el cuerpo anillado del híbrido.

—¡Basta! —dijo entonces una voz—. ¡No es necesario todo esto! Aunque el ruido acalló sus palabras, la mente de Christian las captó con claridad, porque había percibido su presencia. Dejó que fluyeran a la mente de todos los sheks, y Akshass, desconcertado, soltó su presa. Christian también aflojó la presión que ejercía sobre el ala de su contrario.

La batalla se detuvo.

Los ojos de los sheks se clavaron, relucientes, en la persona que acababa de llegar. El rostro de Shizuko permaneció impenetrable, y Gerde sonrió.

Christian cerró los ojos un momento. No necesitaba volverse para saber quién acababa de colocarse a su lado, aparentemente sin temor a Akshass ni a los otros sheks. Los dos combatientes desenredaron sus cuerpos y se separaron, y Christian recuperó su aspecto humano. Las heridas recibidas en su cuerpo de shek se manifestaban también en aquel cuerpo, por lo que se tambaleó un momento, presa de una súbita debilidad. Inmediatamente, alguien acudió en su ayuda y lo sostuvo para que no cayera al suelo. El simple contacto con ella hizo que su energía curativa fluyese a través de su cuerpo, dulcemente, sanando sus heridas poco a poco. Y Christian se alegró de que estuviera allí, pero, por otro lado, lo lamentó.

—Pero qué predecibles sois —rió Gerde, encantada.

Victoria alzó la cabeza al oír su voz y la buscó con la mirada. Descubrió su imagen en la superficie helada del
onsen
y se mostró desconcertada un momento. Enseguida reaccionó y respondió:

—Ya estoy aquí. Ya me ves. ¿No era eso lo que querías?

La sonrisa de Gerde se hizo más amplia.

—Sí —dijo—. Esto era exactamente lo que quería.

Todos los sheks contemplaron a Victoria con curiosidad, y ella soportó aquel examen sin mover un músculo. Entonces se volvió hacia Shizuko.

—Ziessel, reina de los sheks —dijo—. Te saludo, y te pido que perdones a Kirtash. Estoy segura de que él no quería ofenderte. La culpa es mía; me he retrasado un poco.

Shizuko esbozó una media sonrisa.

—Eres valiente, muchacha —dijo—. Sabes perfectamente que Kirtash no tenía la menor intención de traerte consigo hoy. Y sabes que yo lo sé.

—Tal vez —asintió ella—. Pero eso no cambia que le habías pedido que te trajera ante mí, y lo ha hecho. Porque he venido por él.

Estas últimas palabras las pronunció en voz alta, sin titubear, con total convicción. Los sheks entornaron los ojos y la miraron, en silencio.

«¿Qué haces, Victoria?», preguntó Christian en su mente.

«Sacarte de los líos en que te metes... una vez más», respondió ella. «A ver si de una vez aprendes a contar conmigo».

Christian sonrió, a su pesar.

«Si pretendes salvar la vida del híbrido, no es buena idea recordarnos su relación contigo», dijo Akshass. «No podemos olvidar que tú eres Lunnaris, el último unicornio. La asesina de Ashran».

—Soy Lunnaris —asintió ella—, el último unicornio, por obra y gracia de Ashran, que exterminó a todos los míos en un solo día. Ashran, que envió a varios asesinos a matarme cuando estaba en el exilio. Ashran, quien me torturó para arrebatarme la magia en cuanto me tuvo en sus garras. Ashran, que amenazó con matar a mis seres queridos y, finalmente, me amputó el cuerno. Cualquiera de vosotros lo habría matado por mucho menos de eso, así que no creo que tengáis nada que reprocharme al respecto.

La sonrisa de Christian se hizo más amplia. Se cruzó de brazos y dejó la situación en manos de Victoria.

—Sí, no cabe duda de que tenías una cuenta pendiente con él —dijo Gerde, con una aviesa sonrisa.

—Una cuenta que aún no ha sido convenientemente saldada —replicó Victoria—. Como compensación por los agravios recibidos, y como gesto de buena voluntad, sería todo un detalle por tu parte que me devolvieras lo que es mío. Es decir, mi cuerno. El cuerno que Ashran me arrebató y que, misteriosamente, ha ido a parar a tus manos.

El hada se echó a reír.

—Te veo muy agresiva, Lunnaris. Tal vez no te convenga desafiarme. Recuerda que el cuerno no es lo único que tengo tuyo —añadió, lanzando una significativa mirada a Christian. El shek, todavía de brazos cruzados, ladeó la cabeza, pero no se inmutó.

—Christian no te pertenece, bruja —le espetó Victoria—. Nunca te ha pertenecido, ni a ti, ni a nadie.

—¿Eso crees? —rió Gerde—. Tengo poder para hacerle daño, y lo sabes. Solo por eso deberías mostrarme un poco más de respeto.

«Basta ya», intervino Akshass. «No me interesan las disputas de las mujeres sangrecaliente. ¿A dónde nos lleva todo esto?».

—Soy yo quien debe decidirlo —dijo Shizuko; sus ojos se mostraron más duros y fríos de lo habitual—. Bien; puedo aceptar la palabra de Kirtash de que Lunnaris no quiere regresar a la lucha, aunque muestre animadversión hacia Gerde. Si lo deseáis, os dejaré marchar a los dos. No volveréis a cruzaros en nuestro camino, y nosotros no os perseguiremos. Pero a cambio, y para romper los vínculos de Kirtash con la red de los sheks, exijo que se nos devuelva algo que nos pertenece. Exijo a Shiskatchegg, el Ojo de la Serpiente.

Christian se quedó helado. Victoria vaciló por primera vez, y ocultó detrás de la espalda la mano en la que llevaba el anillo.

—Shiskatchegg me fue entregado a mí —replicó Christian con suavidad—, porque yo era el único shek que podía llevarlo.

—Pero ya no eres el único —hizo notar Shizuko; alzó las manos y agitó los dedos ante él—. Hasta ahora no tenía sentido reclamarlo, pero ahora lo que no tiene sentido es que semejante joya esté en manos de un traidor, cuando la reina de los sheks tiene manos humanas que pueden lucirlo.

«Shizuko, no puedes hacerme esto», le dijo él.

«Te estoy dando una oportunidad de salir con vida, a ti y a tu unicornio», replicó ella, irritada. «Estoy negociando. La cólera de los sheks se aplacará si nos devuelves el anillo».

«Todo esto ha sido idea de Gerde, ¿verdad?»

«¿Qué importa eso?»

Christian calló, indeciso. Victoria se pegó más a él.

«La petición de Ziessel me parece razonable», dijo uno de los sheks, y los otros sisearon, mostrando su aprobación.

«Me temo que es tu última oportunidad de ser perdonado, híbrido», comentó Akshass.

Victoria avanzó un paso, pero Christian la retuvo por el brazo.

—Le entregué el anillo a Lunnaris para poder mantener un vínculo mental con ella —dijo con serenidad.

Los sheks sisearon por lo bajo.

«¿Acaso ese vínculo es para ti más importante que la petición de la reina de los sheks?», preguntó Akshass. «¿Más importante que la posibilidad de ser aceptado de nuevo entre nosotros?»

Christian y Shizuko cruzaron una larga mirada. Victoria seguía en pie junto a él, en silencio. Intuía lo que estaba sufriendo Christian, porque tiempo atrás también ella había tenido que elegir. La relación que mantenían ellos dos significaba mucho para ambos, pero Shizuko le ofrecía la posibilidad de regresar con los sheks.

Incluso... ¿podría llegar a ser para él una compañera más adecuada que la propia Victoria?

Christian seguía en pie, con la mirada clavada en Shizuko.

«Me pides que renuncie a mi vínculo con Victoria», le dijo. «Pero tú no estarías dispuesta a sacrificar tu vínculo
con
los otros sheks».

«No lo reduzcas a una cuestión sentimental, Kirtash», repuso ella.

«Es
una cuestión sentimental. Si no fuera así, me habrías matado en cuanto dejé de seros útil».

«Responde, híbrido», insistió Akshass. «¿Es para ti más importante tu vínculo con Lunnaris que la posibilidad de regresar a la red de los sheks?»

Christian sintió que Victoria le cogía de la mano para llamar su atención, y se volvió hacia ella. «Haz lo que tengas que hacer», le decía la joven con la mirada. Christian supo que, si la abandonaba en aquel mismo momento, ella no se lo reprocharía. Y ya no tuvo más dudas.

—Sí —dijo solamente.

«Entonces, no hay más que hablar», dijo Akshass.

—No —concedió Shizuko—. No hay más que hablar.

«Lo siento», le dijo Christian.

«No lo sientas. Si fueras un shek de verdad, te habrías quedado conmigo. Así que al fin y al cabo, ella tenía razón: no eres más que un medio shek traidor. Estarás mejor muerto».

«Tal vez. Pero me importas. Aunque te cueste creerlo».

Shizuko entendió que aquellas eran sus últimas palabras, apenas un instante antes de que los dos se desvanecieran en el aire. No tuvo tiempo de dar la alarma. Para cuando quiso hacerlo, Christian y Victoria ya se habían marchado.

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