Authors: Laura Gallego García
—Bueno, tendré que correr el riesgo. De todas formas, lo tengo todo previsto. Si a mí me sucediera algo, otra persona ocuparía mi lugar. Así que el legado del Séptimo no se perderá, y vosotros no estaréis solos en un mundo extraño.
Shizuko la miró fijamente. Gerde dejó que una idea flotase en sus pensamientos superficiales para que ella la captara.
«Ya veo», dijo. «¿Y por qué no escoger a un shek? ¿Por qué nuestro dios siempre busca identidades tan...?»
Dejó la pregunta sin concluir, pero Gerde entendió lo que quería decir. Rió de buena gana.
—Hay varias razones —dijo—. La primera, que mientras los Seis vigilen Idhún, la esencia del Séptimo estará más segura en una identidad más modesta: un shek llama mucho la atención. Y, sin embargo, a veces los dioses lo descubren... como sucedió con Ashran, antes de la conjunción astral.
»Por otra parte, el espíritu de un shek es algo sumamente poderoso. Podría convivir con el espíritu de un humano, con un cierto éxito, como ya hemos visto. Pero no con el de un dios. Un espíritu divino no puede compartir un mismo cuerpo con el alma de un shek: ambos son demasiado grandes. Necesita algo más pequeño, más humilde; de lo contrario, la fusión entre ambas esencias no sería del todo perfecta, y daría problemas.
«Hay precedentes, ¿no es cierto?»
—Sí —suspiró Gerde—. A lo largo de los siglos, el Séptimo ha tratado de volver al mundo, repetidas veces, a través de recipientes mortales. Y créeme: donde se ha sentido más cómodo ha sido en el interior de hechiceros sangrecaliente. Por extraño que te parezca.
«No es tan extraño, si tenemos en cuenta que no hay muchos magos entre los szish».
—Cierto; y, no obstante, ahora que podemos cambiar esta circunstancia estoy empezando a pensar que puede que no sea tan buena idea. Puede que en un futuro, cuando iniciemos la conquista de la Tierra...
La interrumpió un agudo pitido procedente de la muñeca de Shizuko. Ella apagó la alarma del reloj, con calma.
—¿Qué es eso?
«Un artefacto que sirve para avisar de que ha llegado la hora».
—¿La hora de qué?
«Cualquier hora. Me cuesta mucho adaptarme a los rígidos horarios de estos humanos, así que necesito que me recuerden que el tiempo pasa demasiado rápido. Son las ocho, y debería empezar a prepararme ya. Tengo una cita importante».
Gerde sonrió.
—Me alegra ver que has superado lo de Kirtash, Ziessel.
«No había nada que superar. No es más que un humano que juega a ser un shek».
Gerde no respondió. Se despidió de ella, pero, cuando su imagen ya se desvanecía en el espejo, Shizuko volvió a llamarla.
«Siento curiosidad», le dijo. «¿Por qué te refieres al Séptimo como si fuera otra persona?»
El hada le dirigió una encantadora sonrisa.
—Porque, aunque ahora soy la Séptima diosa, en el fondo nunca he dejado de ser Gerde.
—¿Cómo hemos llegado a esto? —se preguntó Victoria en voz alta.
Estaba con Christian; yacían ambos en la cama de él, uno en brazos del otro. Pero la pregunta de Victoria iba más allá de la situación. Había estado contemplando a Christian en la penumbra, aprendiéndose todos los rasgos de su rostro, disfrutando de su presencia, de aquel tiempo que era solo de ellos dos. Y no había podido evitar recordar los tiempos en que habían sido enemigos.
Christian no contestó. Se limitó a volver la cabeza hacia ella y a dirigirle una mirada insondable.
—¿Recuerdas cuando me perseguiste en el metro? —insistió Victoria—. Parece haber pasado una eternidad desde entonces.
Christian despegó los labios por fin.
—Sí, lo recuerdo.
Victoria apoyó la cabeza en el pecho de él, con un profundo suspiro.
—Lo que quiero decir es que aquella noche tuve pesadillas —le confió—. Entonces ni se me habría pasado por la cabeza que años más tarde estaríamos así, tú y yo. Si te paras a pensarlo... es extraño. Si me lo hubiesen dicho entonces, no me lo habría creído. Me habría parecido una idea horrible y absurda.
Christian sonrió.
—Pero no ha sido tan malo, ¿no?
Victoria se ruborizó hasta la raíz del cabello.
—No estaba hablando de eso —protestó—. Me refiero a que a veces pienso que no soy la misma persona. Que debo de haber cambiado mucho, o tú has cambiado mucho, o que quizá las cosas no son siempre lo que parecen...
—Lo sé —la tranquilizó él—. Solo te estaba tomando el pelo. Me gusta hacerte sonrojar.
—Eres perverso —sonrió ella—. Esta noche resulta imposible mantener una conversación seria contigo.
—Tal vez. —Christian se estiró como un felino; Victoria pensó, de pronto, que nunca lo había visto tan relajado—. Eso se debe a que estoy cansado. Tengo la impresión de que he pasado mucho tiempo en tensión, y por una vez me siento seguro y a salvo, y sin tareas importantes que llevar a cabo. Es una sensación agradable.
Victoria sonrió otra vez.
—Es parte de la magia de Limbhad —dijo.
Christian dejó caer la mano sobre su cabeza para acariciarle el pelo. Había cerrado los ojos de nuevo. Victoria se arrimó más a él y rodeó su cintura con el brazo.
—¿Quieres hablar de cosas serias? —preguntó entonces el shek, con suavidad.
—Me gusta conversar contigo. Y últimamente hemos hablado tan poco...
—No hemos pasado mucho tiempo juntos, es verdad. Sé que al venir conmigo a la Tierra dejaste atrás a Jack, y eso ha sido duro para ti. Debería habértelo compensado como se merece.
—No importa —dijo ella, y lo pensaba de verdad—. Puedo entender cómo te sentías.
—Supongo que tú puedes entenderlo mejor que nadie —sonrió Christian—. Pero podrías no haberlo hecho. Podría haber regresado a casa un día y descubrir que te habías marchado, con Jack.
—¿Te habría importado mucho?
—Si hubiese sido para siempre, sí.
—Pero nunca he tenido intención de abandonarte. También yo creí que te marcharías para siempre con Shizuko.
—Llevabas puesto a Shiskatchegg. Tenías acceso a mi
usshak.
¿De verdad pensabas que no te quería a mi lado?
Victoria no dijo nada.
—No obstante —prosiguió Christian—, debí haberte contado lo que pasaba, desde el principio. Creo que tenía miedo de descubrir que ya no sentía lo mismo por ti. Y es un contrasentido, ¿verdad? Temía que ya no fuera lo mismo y que eso me obligase a echarte de mi vida... y lo temía, porque en el fondo no quería que te marchases, lo cual, implícitamente, quiere decir que nunca dejé de amarte. Es absurdo, pero a veces el corazón tiene una lógica extraña.
Victoria reflexionó sobre el razonamiento del shek.
—Tú tienes una ventaja —dijo—. Sabes todo lo que pienso, siempre. Si yo dejara de amarte, lo sabrías. Pero yo no puedo saberlo.
—Si algún día dejo de amarte, te lo diré.
Ella lo
abrazó
con más fuerza.
—Ojalá ese día no llegue nunca —susurró.
Él la miró en silencio, y deslizó la yema del dedo por su mejilla, recorriendo sus rasgos.
—No quiero que las cosas cambien entre nosotros —dijo Victoria—. Por muy sola que me haya sentido estos días, no habría sido capaz de darte la espalda y marcharme con Jack... para siempre.
—Sin embargo, si lo hubieses hecho, yo habría respetado tu decisión. Quiero que esto lo tengas muy en cuenta, de cara al futuro.
—Siempre respetas mis deseos y mis decisiones: salvo cuando me ponen en peligro. Creo que de eso tenemos que hablar tú y yo —sonrió—. Si tú te crees con derecho a ponerte en peligro por mí, deberías permitir que yo hiciera lo mismo.
—Cierto. Supongo que se debe a que eres la primera persona que conozco que me importa de verdad, y por eso deseo protegerte. Sé que a veces puedo resultar irritante.
Victoria sonrió, pero no dijo nada. Quedaron un momento en silencio, hasta que ella preguntó:
—¿Y qué vamos a hacer en el futuro? ¿Qué va a pasar si los dioses destruyen Idhún, si los sheks dominan la Tierra? ¿A dónde iremos tú, y yo... y Jack?
—No lo sé, Victoria. Por eso quiso quedarse Jack en Idhún, para descubrir si había alguna manera de salvar el planeta. Y por eso me vine yo a la Tierra, para tratar de asegurar nuestro futuro aquí.
Pero
ahora que, definitivamente, soy un traidor, me temo que no podernos confiar en la benevolencia de los sheks.
—Podemos luchar contra ellos. Esta mañana sólo he contado siete.
—Son más de treinta —sonrió Christian—. Y pronto serán muchos más
.
¿Sabes por qué estaba Gerde tan interesada en contactar con Shizuko? Está organizando una gran migración. Se está preparando para enviar a todos los sheks y los szish a la Tierra, para salvarlos de la ira de los Seis.
Victoria tragó saliva.
—Lo sospechaba —murmuró—. Eso quiere decir, pues, que no tiene intención de luchar contra los Seis, ¿no?
—No lo sé. Puede que lo único que esté haciendo sea poner a salvo a su gente antes de la batalla final. O puede que de verdad esté huyendo. No obstante... me resulta extraño que piense que es más sencillo conquistar un nuevo mundo que plantar cara a los Seis, sobre todo teniendo en cuenta que ellos se quedaron sin dragones, y que a ella todavía le queda la mitad de la raza shek.
Victoria sintió un desagradable nudo en el estómago. Se separó de Christian un poco y le dio la espalda, encogiéndose sobre sí misma. El la contempló un momento antes de decir:
—¿Crees que los Seis no hicieron lo bastante por los tuyos?
—No puedo evitar sentir envidia —susurró—. Tengo la sensación de que tu diosa se preocupa más por su gente que nuestras propias divinidades, los supuestos dioses de la luz. Si se supone que la Séptima divinidad es la encarnación del mal, ¿por qué nuestros dioses son destructores? ¿Por qué no salvaron del exterminio a los dragones y los unicornios?
Christian deslizó un dedo por la espalda desnuda de ella, haciéndola estremecer.
—Los dragones fueron creados para pelear, igual que los sheks —le recordó—. Supongo que eran carne de cañón. Y si a Gerde le interesa tanto conservar a los sheks es porque no deja de tener un cuerpo mortal que quiere proteger.
—Pero los unicornios no teníamos nada que ver con todo esto. Dicen las leyendas que somos más viejos que sheks y dragones. Que la magia fue anterior a la guerra de dioses.
Christian se mostró súbitamente interesado.
—¿De verdad? Explícate.
Victoria sonrió, con cierta amargura.
—Te lo habría contado mucho antes si hubieses estado cerca para escucharlo —comentó.
Christian se encogió de hombros, pero no dijo nada. Simplemente, siguió esperando. Con un suspiro, Victoria se acurrucó de nuevo junto a él y le relató la leyenda sobre el origen de los unicornios y la otra versión de la historia de Idhún, aquella que convertía a la mítica Primera Era en algo tan importante como injustamente olvidado.
Christian frunció el ceño, pensativo. Parecía estar sumido en profundas reflexiones, y Victoria no quiso molestarlo. Cerró los ojos y se quedó junto a él, en silencio, escuchando los latidos de su corazón, lentos y regulares.
De pronto, el shek se incorporó, sobresaltándola.
—¿Qué ocurre?
—Esto hay que investigarlo. Imagínate por un momento que fuera cierto. Que los unicornios fueran anteriores a los dragones y los sheks, a la guerra de dioses. Y eso... eso explicaría muchas cosas. Hielo y cristal, ¿recuerdas? Tú y yo no somos tan diferentes.
—No entiendo lo que quieres decir.
Christian se levantó de la cama, aún a medio vestir, y fue a buscar el resto de su ropa. Victoria lo contempló, con el corazón encogido. El detectó su mirada y le sonrió.
—Esto te pasa por querer hablar de cosas serias.
—Estoy profundamente arrepentida de haber iniciado esta conversación —reconoció ella—. ¿No podríamos olvidarlo y volver atrás? Espera... ¿a dónde vas?
—A la biblioteca —dijo él antes de salir de la habitación.
Victoria lamentó que el momento hubiese pasado, pero terminó por sacudir la cabeza sonriendo, y levantarse también.
La noche era agradablemente fresca, y Shizuko, contemplando la luna terrestre, llegó a pensar que el cielo en el que se mecía podría llegar a ser hermoso... si solo se vieran más estrellas.
Se decidió por fin a entrar en la casa. Hacía demasiado calor allí para su gusto, y además, no era el tipo de bochorno provocado por el clima, sino que se trataba del calor humano que tan desagradable le resultaba. No obstante, llevaba demasiado tiempo en el balcón, y, además, tenía cosas que hacer.
Se zambulló de nuevo en la fiesta. Los humanos, vestidos con trajes elegantes, conversaban unos con otros en pequeños grupos, reían y tomaban copas y canapés servidos por camareros impecablemente vestidos que evolucionaban por toda la sala, como sombras.
Shizuko dedicó frías sonrisas a todos los que trataron de acercarse a ella; incluso saludó a algún conocido, mientras recorría la estancia aparentemente errática, pero sabiendo muy bien a dónde iba.
Llevaba tiempo buscando el momento y el lugar oportunos, y aquella fiesta benéfica en la embajada de Corea del Sur era lo que había estado esperando. No le había sido muy difícil obtener una invitación, puesto que contaba con los contactos de la verdadera Shizuko Ishikawa y, por otra parte, también ella había estado moviendo hilos.
Por fin encontró lo que buscaba. A pesar de que los humanos le parecían todos iguales, como todos los sheks, tenía muy buena memoria, y había visto aquel rostro muchas veces, en fotografías y en la televisión. Se acercó de tal modo que nadie habría imaginado que lo estaba haciendo a propósito.
Después, no tuvo más que situarse junto a él. En cuanto sus miradas se cruzaron por casualidad, lanzó un gancho telepático.
Fue tan solo un instante. Después, Shizuko se alejó de nuevo hacia la terraza.
Había allí dos hombres conversando. Bastó una sola mirada de Shizuko, la mujer con alma de serpiente, para que se sintieran espantosamente incómodos y volvieran a entrar en la casa, dejándola sola.
Cerró los ojos entonces. No tuvo que concentrarse demasiado.
«Ven», ordenó.
Y esperó.
Momentos después lo tenía allí, a su lado. Jamás sabría que no había salido a la terraza por voluntad propia. Iniciaron una conversación formal. Y, otra vez, sus ojos se encontraron.
La conversación murió en sus labios. Y él, prendido en la enigmática mirada de aquellos ojos, no fue consciente de que ella exploraba su mente, manipulando los hilos de su entendimiento y de su voluntad.