Panteón (57 page)

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Authors: Laura Gallego García

Los sheks no perdieron tiempo en enfurecerse ni en lamentarse.

«¿Cómo ha podido ocurrir?», preguntó uno de ellos.

«Combina la magia con el poder del shek», respondió Shizuko. «Puede transportarse a su
usshak».

Akshass se estaba lamiendo las heridas, pero alzó la cabeza para mirarla, y dijo:

«Tú sabes dónde está su
usshak.
Podemos ir tras él».

«No».

«¿Por qué no? No me digas que aún crees que debemos respetarlo».

«No. Es porque su
usshak
está muy lejos de aquí. Cuando lleguemos, ya se habrán marchado a otro lugar. Un lugar donde ninguno de nosotros puede entrar. Para entonces, el vínculo mental se habrá roto del todo. No podremos alcanzarlos».

«En tal caso, podrían haberse marchado en cualquier momento», dijo uno de los sheks. «¿A qué estaban esperando?»

«A mí», respondió Shizuko. Pero no dio más explicaciones.

Christian y Victoria se dejaron caer sobre el sofá; ella se lanzó a sus brazos, temblando.

—¿Qué has hecho? —gimió—. ¡Pueden seguirte hasta aquí! ¡Ya no respetarán este sitio!

—Nos iremos a Limbhad dentro de un rato —le prometió Christian—. En cuanto termine de desvanecerse mi vínculo telepático con Shizuko.

Victoria dejó que su magia penetrase de nuevo en él, para terminar de curarlo.

—Christian, lo siento —murmuró, tras un instante de silencio.

El se encogió de hombros.

—No pasa nada. Lo veía venir, de todas formas. Puede que ella sintiera de verdad algo por mí, pero nunca ha llegado a olvidar, ni por un instante, que soy en parte humano.

Victoria lo abrazó con más fuerza.

—Le has negado tantas cosas... una detrás de otra... por mí.

—En realidad se las estaba negando a Gerde. Shizuko jamás me ha exigido nada que tenga que ver contigo. Pero Gerde la ha obligado a ello.

—Es cruel —opinó Victoria—. No entiendo qué es lo que quiere.

—Yo sí: quiere que regrese a Idhún, con ella. Acepté su encargo porque me permitiría volver a la Tierra de forma rápida y sin problemas. Ayudé a los sheks porque aliándome con ellos la Tierra sería un lugar seguro para nosotros. Pero ahora que he cumplido con lo que se esperaba de mí, Gerde me reclama de nuevo en Idhún. Lo cierto es que yo no tenía ninguna intención de volver, así que la única forma que tenía de conseguir que regresara era enemistándome con Shizuko y los suyos, destruyendo este refugio seguro.

—Pero puedes ocultarte en Limbhad. Allí ella no puede alcanzarte.

—No podré esconderme eternamente. Además, llevamos ya varias semanas aquí y Jack todavía no ha venido. No tardarás en querer regresar a Idhún a buscarlo.

—¡Pero tú no tienes por qué venir conmigo! —replicó ella con energía—. Puedes esperarnos aquí...

—No, Victoria. Ahora mismo, Idhún es un lugar muy peligroso para ti, por muchos motivos. Si has de volver, yo quiero acompañarte.

Victoria sacudió la cabeza.

—Deberías dejar de preocuparte tanto por mí —opinó—. Eso solo te causa problemas.

Christian la miró y sonrió.

—No lo entiendes, ¿verdad? —le dijo con suavidad—. Si te pasara algo, yo lo perdería todo. Porque eres todo lo que me queda.

Victoria tragó saliva.

—Eso no es cierto —dijo—. Te tendrías a ti mismo...

—¿De la misma forma que tú te tenías a ti misma cuando creíste perder a Jack? —contraatacó él.

Victoria guardó silencio.

—Confieso que he tenido miedo —prosiguió Christian—. Tuve miedo de perderte, y cuando conocí a Shizuko... sentí que se me concedía otra oportunidad de recuperar mi espacio. No es la primera vez que sucede. Ashran ya me ofreció en su día la oportunidad de regresar junto a mi gente, a cambio de que matara a Jack. Y me negué..., aunque luego las cosas se torcieron. Pero en todo momento mi intención fue respetar la vida de Jack.

—Lo sé —asintió ella.

—Debería haber aprendido la lección entonces. Los sheks pueden darme muchas oportunidades, pero, tarde o temprano, me pedirán que renuncie a ti, de una forma o de otra. Y es algo que no puedo concederles... ni siquiera por Shizuko.

—Creo que eso era lo que Gerde quería que admitieras hoy —dijo Victoria en voz baja—. Delante de todos, y delante de la propia Shizuko. Te ha cerrado las puertas, Christian. ¿Por qué habrías de volver con ella... si ella misma te arrebata la posibilidad de volver a estar vinculado a los sheks?

—Porque solo ella puede volver a abrirme la puerta que ahora me cierra, Victoria. Pero esa no es la única razón, ni la más importante.

Victoria lo miró, intrigada, pero él no dio más detalles.

Lo esperó mientras hacía el equipaje; no tardó mucho, porque cogió solo lo imprescindible.

—Podemos marcharnos ya —anunció después—. He terminado de deshacer los últimos restos de la conciencia de Shizuko que quedaban en mi mente.

Parecía triste. Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas, para consolarlo. Christian correspondió a su abrazo y echó un último vistazo a su piso, antes de abandonarlo, tal vez para siempre.

Aparecieron de nuevo en Limbhad. Por una parte, a Victoria le alegraba estar de vuelta. Por otra, sabía que echaría de menos el apartamento de Christian en Nueva York.

La joven acudió a la biblioteca y pidió al Alma que le mostrara a Jack. Se acordaba de él a menudo, pero solía resistir la tentación de observarlo a través del Alma. Aquella vez, sin embargo, lo hizo de nuevo, porque se sentía inquieta. Christian tenía razón: Jack ya debería haber regresado a la Tierra.

La tranquilizó comprobar que estaba bien. Lo vio transformado en dragón, sobrevolando el mar. Shail y Alexander cabalgaban sobre su lomo, y Victoria sonrió. Bien, parecía que Jack estaba aprovechando el tiempo. Se había reunido con Shail y había encontrado a Alexander. Se alegró de volver a verlos, y se preguntó si Shail y Alexander estarían dispuestos a volver a la Tierra con Jack.

Se le hizo extraño pensar en aquellos tres jóvenes, el alma de la Resistencia, que ahora estaban en Idhún, mientras que Limbhad, su cuartel general, quedaba ahora a cargo de ella... y de Christian, su enemigo.

Salió de la biblioteca y lo buscó por toda la casa. Lo halló en una de las habitaciones más apartadas; la que había sido suya en el breve tiempo que había permanecido en Limbhad, antes de cruzar la Puerta interdimensional con destino a Idhún. Estaba guardando sus cosas en el armario. Victoria lo contempló en silencio, hasta que él se detuvo y la miró con seriedad.

—¿Todo bien?

—Sí, por el momento —asintió ella—. Jack está bien, e Idhún no ha estallado en pedazos todavía, así que creo que podemos darle un poco más de tiempo... esperarlo un poco más.

Christian asintió.

—Bien —dijo—. Yo esperaré aquí, contigo, hasta que llegue Jack, o hasta que decidas regresar a Idhún a buscarlo.

—Y si decido regresar, ¿no me lo impedirás?

El shek sacudió la cabeza.

—Te enfrentaste a Gerde, Victoria. Le plantaste cara, a ella y a un grupo de sheks que tenían motivos para matarte. Eso quiere decir que ya te has recuperado del todo. No me gusta la idea de que vuelvas a Idhún, pero ya no puedo obligarte a permanecer aquí. Si se da el caso de que desees regresar, respetaré tu decisión y abriré la Puerta para ti.

—Gracias —sonrió ella.

Cruzaron una larga mirada. Victoria fue entonces consciente, por primera vez, de que estaban juntos y solos en Limbhad. Y de que él ya le prestaba toda su atención. La idea hizo que le latiera más deprisa el corazón.

—Y ahora, ¿qué? —murmuró.

Christian tomó su rostro con las manos y la miró a los ojos.

—¿Ahora? —repitió—. Ahora tengo intención de recuperar todo el tiempo perdido, si me lo permites —dijo, y la besó con suavidad.

Aquella tarde, cuando Shizuko llegó a su casa, lo primero que hizo fue quitar un cuadro que había en una de las habitaciones y colgar un espejo en su lugar.

No era un espejo cualquiera. Estaba hecho con cristal de hielo, el mismo hielo del
onsen
en el que se había manifestado el rostro de Gerde. Así, la ventana interdimensional ya no estaba en Hokkaido, sino en aquel pequeño espejo redondeado... en la misma casa de Shizuko, en Takanawa.

Aquel apartamento era su
usshak.
La verdadera Shizuko había vivido con sus padres en Osaka, pero ella se había trasladado a Tokio, no solo porque allí resultaba más fácil hacer avanzar las cosas, sino también porque necesitaba independencia, privacidad e intimidad. Porque, como todos los sheks, necesitaba un refugio seguro que fuese solo para ella.

Aquello no dejaba de resultar irónico. Fiel al espíritu del
usshak,
Shizuko nunca había permitido a Christian pasar más allá de la terraza. Pero, en cambio, colgaba aquel espejo en una de las habitaciones más recónditas de la casa.

Se separó un poco de la pared y contempló su propia imagen reflejada. Se preguntó si algún día llegaría a acostumbrarse a ella.

Poco a poco, el rostro de Gerde fue ocupando su lugar sobre la lisa superficie del espejo.

«Funciona», comentó Shizuko con gesto inexpresivo.

—¿Acaso lo dudabas? —sonrió ella.

Shizuko no respondió. Pese a que su rostro no manifestaba la menor emoción, Gerde adivinó lo que pensaba.

—Ha estado encaprichado con ese unicornio desde la primera vez que la vio —dijo—. No tiene nada que ver contigo.

Shizuko se sintió molesta, pero no lo dejó traslucir.

«Sabías lo que iba a pasar, ¿verdad?»

—Sí, lo sabía. No es la primera vez que Kirtash se niega a traicionar a Victoria. Y no es la primera vez que ella acude corriendo a rescatarlo. Se puede tratar con Kirtash en la medida en que no se le pida que perjudique a Victoria. De lo contrario, no hay nada que hacer con él.

«Entonces, ¿qué sentido tenía toda esa farsa?»

—Obligar a Kirtash a romper su relación con vosotros. Ahora solo tiene una posibilidad, y es regresar a Idhún, porque en la Tierra no se sentirá cómodo ni seguro. Así que volverá a mi lado. Y me traerá a Victoria consigo.

«Había otras maneras de hacerlo», dijo Shizuko, tensa.

—No, no las había. No mientras tú siguieras protegiéndolo, haciéndole creer que tiene una salida.

Shizuko calló, pensativa.

«Has hecho bien», dijo entonces. «Cometía un error confiando en él».

—No eres la primera que comete ese error, créeme —le aseguró Gerde—. Ni serás la última.

La shek entornó los ojos y cambió de tema:

«Ahora ya sabes que el unicornio ha recuperado su poder. ¿Tan importante era esa información?»

—Sospechaba que era así. Lo imaginé cuando me dijiste que Kirtash se la había llevado consigo a la Tierra. Si ella fuese una simple humana, dudo que se hubiese tomado la molestia de alejarla de mí.

«Y si lo sabías, ¿para qué necesitabas verlo con tus propios ojos?»

—Porque quiero que ellos sepan que yo lo sé. Eso obligará a Kirtash a regresar conmigo y, dado que el último dragón sigue en Idhún, por lo que parece, Victoria acabará volviendo también, con ellos.

«¿Tienes planes para ella, acaso?»

—Tal vez —sonrió Gerde—, aunque de momento, lo único que me interesa es que, casi con toda seguridad, ha recuperado su capacidad de entregar la magia. Y por eso quiero que vuelva a Idhún. No quiero que haya en la Tierra una sola persona capaz de conceder la magia...

«...Aparte de ti», comprendió Shizuko. «¿Es cierto, pues, que posees un cuerno de unicornio?»

—Así es. Y será de mucha utilidad en un futuro. En un mundo sin magos, como la Tierra, aquel que pueda resucitar la magia tendrá la llave para hacerse con todo el planeta.

«No te resultará tan sencillo», opinó Shizuko. «La mayor parte de los humanos de este mundo ya no creen en la magia, y desconfiarán de ella y de todo aquel que la haga resurgir. Por otra parte, no están muy abiertos a tratar con otras especies. Dominan a la fuerza todo aquello que no es humano, y si además se trata de una especie inteligente, o bien se esfuerzan en convencerse de que no existe, o bien lo combaten con fiereza, creyéndolo una amenaza. No conciben la idea de que haya más criaturas racionales aparte de ellos, y mucho menos que exista alguna otra especie que los supere en inteligencia y complejidad. Por no hablar del hecho de que casi todas las sociedades de este planeta son patriarcales. Hay muy pocas mujeres en el poder, incluso en los países en los que son mejor valoradas. Es extraño, pero estos humanos tienen la curiosa idea de que la mente femenina es menos capaz que la masculina».

Gerde encontró la idea muy divertida.

—¿De verdad? Esto promete ser muy interesante.

«¿Interesante? Yo lo encuentro más bien absurdo».

—De modo que por ser mujer, de una raza no humana, y poseer poderes mágicos, crees que en la Tierra no se me tratará bien —sonrió Gerde.

«Hay algo más. En este mundo hay serpientes: criaturas sencillas e irracionales, nada comparado a los sheks, o a los szish; pero las hay, y en varias tradiciones religiosas son la encarnación del mal. Aunque solo sea por motivos religiosos, mi gente no será bien vista aquí. Tardaremos mucho tiempo en cambiar esta circunstancia. La Tierra es un mundo muy poblado... excesivamente poblado, diría yo».

Gerde inclinó la cabeza, pensativa.

—Por eso Kirtash era tan útil —comentó—. Aprendió rápidamente cómo funcionaba la Tierra, y hasta logró un cierto poder allí, por lo que tengo entendido.

Shizuko no permitió que aquella pulla la alterara.

«El pasó años aquí. Yo no he tenido tanto tiempo», le recordó.

—Y no tenemos mucho más —dijo Gerde; Shizuko percibió una fugaz sombra de miedo en su mirada, pero fue tan breve que creyó que lo había imaginado—. La emigración tendrá que comenzar antes de lo que pensaba.

«He pensado en ello», respondió Shizuko. «He comprado amplios terrenos en Mongolia: es un lugar grande, frío y lo bastante despoblado como para que no llamemos la atención, al menos al principio. Un lugar adecuado para sheks, y para szish... pero no para un hada», añadió, mirándola dubitativamente.

Gerde asintió.

—Lo sé —dijo—. Estuve en la Tierra hace tiempo, y ya sé que las ciudades de allí no me sientan bien.

«Por lo que sé, la raza feérica vivió en la Tierra hace mucho tiempo», dijo Shizuko. «Los humanos los exterminaron cuando destruyeron la mayor parte de sus grandes bosques. Es muy propio de los sangrecaliente matarse unos a otros, pero estos humanos en concreto son una raza cruel, soberbia, egoísta y peligrosa».

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