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Authors: Laura Gallego García

Panteón (13 page)

Jack calló un momento, pensando. Después dijo, despacio:

—Puede que la Tierra no esté amenazada por una guerra de dioses; pero sí hay algo peligroso allí. La noche del Triple Plenilunio, cuando murieron todos esos sheks... algunos escaparon hacia otro mundo. De alguna manera abrieron una Puerta interdimensional y se marcharon... Yo los vi. Al principio pensé que lo había soñado, pero ahora sé que fue real. Y estoy convencido de que se fueron a la Tierra.

Los ojos de Christian se estrecharon un instante.

—Ziessel —dijo solamente.

Jack lo miró, interrogante, pero Christian no dio más detalles.

—Aun así, veo más fácil protegerla de un grupo de sheks que de un grupo de dioses.

—En eso te doy la razón.

Christian lo miró.

—¿Vendrías con nosotros, pues?

Jack dudó.

—¿De verdad que no hay nada que podamos hacer aquí?

—¿Contra un dios? —Christian sacudió la cabeza—. Estoy abierto a todo tipo de sugerencias.

Jack abrió la boca, pero no dijo nada. Christian se puso en pie.

—¿A dónde vas?

—Con Victoria. A velarla —titubeó un momento antes de añadir—. Yo también la he echado de menos.

Era todavía de noche, pero Kimara ya estaba cargando sus cosas en el interior de la dragona. El artefacto, ahora en reposo, yacía sobre el suelo de piedra del cobertizo; en aquel estado nadie habría creído seriamente que aquello pudiera confundirse con un dragón de verdad.

Kimara repasó las juntas, aseguró las correas, engrasó las palancas y revisó las alas. Cuando, con los brazos en jarras, echaba un vistazo crítico a la máquina, satisfecha, alguien dejó caer una mano sobre su hombro, sobresaltándola.

—Cuánto madrugas hoy —dijo tras ella la inconfundible voz de Jack—. ¿Pensabas marcharte sin despedirte?

Kimara desvió la vista, molesta, gruñó algo y recogió su manto del gancho donde lo había colgado, ignorando al joven.

—Sigues enfadada conmigo, ¿eh? —comprendió Jack.

Kimara se volvió para mirarle. El chico había apoyado la espalda en la pared y la observaba, con los brazos cruzados ante el pecho.

—No debiste impedir que luchara contra ese shek —dijo al fin.

—Te habría hecho pedazos.

—¿Y tú qué sabes? No estabas en la batalla de Awa. Los Nuevos Dragones podemos plantar cara a los sheks.

—No lo dudo. Pero, de todas formas, ese shek es un aliado. No tiene sentido que...

—¿¡Aliado!? —cortó Kimara, estupefacta—. ¡Shail y Zaisei dijeron que te había matado!

Jack ladeó la cabeza.

—¿Tengo aspecto de estar muerto, Kimara?

Ella desvió la mirada, incómoda.

—Shail y Zaisei no vieron todo lo que pasó —prosiguió él—. La pelea la empecé yo. Y salí muy bien parado, dadas las circunstancias. Es una historia muy larga de contar, pero me basta con que sepas que yo no considero que tenga que hacerle pagar nada a Christian, así que no tiene sentido que intentes vengar mi supuesta «muerte».

Kimara movió la cabeza en señal de desaprobación.

—Me sorprende que lo defiendas. Y que le permitas estar a solas con Victoria.

—¿Por qué no debería permitírselo? Tiene el mismo derecho que yo a estar con ella. Eso también es una larga historia.

Kimara alzó la cabeza para mirarlo a los ojos. Su presencia la intimidaba, pero se armó de valor para decirle:

—Has cambiado mucho desde que te conocí. Antes eras diferente. Odiabas a los sheks... como todos los dragones.

—Sigo odiándolos, Kimara. Por desgracia, no es algo de lo que uno pueda desprenderse con facilidad. Simplemente, creo que el odio es un sentimiento que no conduce a ninguna parte. A los sheks y a los dragones solo nos ha traído milenios de luchas teñidas de sangre.

Incapaz de seguir sosteniéndole la mirada, Kimara bajó la cabeza.

—¿Es por eso por lo que no te has unido a los Nuevos Dragones? ¿Por lo que no quieres ir a Kash-Tar? ¿O es también por Victoria?

—Victoria está ahora en buenas manos —sonrió Jack—. Y no es que no quiera ir a Kash-Tar. Es que sé que no debo.

Kimara lo miró, sorprendida.


Debes
hacerlo. Es lo que han hecho los dragones siempre, luchar contra los sheks, matarlos.

—Sí, me temo que ese es el problema. Por eso no debo seguirles el juego.

—¿A quiénes? ¿A los sheks?

«No; a los dioses», pensó Jack, pero no lo dijo. Desvió su atención hacia la dragona de la semiyan.

—No parece muy viva —comentó, un poco decepcionado.

—Es porque aún no he renovado su magia.

—¿Puedes hacer eso?

—Es una de las pocas cosas que sé hacer —suspiró ella—, y no precisamente gracias a Qaydar. Fue Tanawe quien me enseñó. Observa.

Jack contempló, entre inquieto y maravillado, cómo la dragona cobraba vida bajo el conjuro de Kimara, cómo estiraba las garras y levantaba un poco las alas, cómo alzaba la cabeza y se lo quedaba mirando. Retrocedió un paso, por si acaso, pero no sintió la atracción que había experimentado la tarde anterior. «Será porque ahora estoy en mi cuerpo humano», pensó.

—Es bonita, ¿verdad? —dijo Kimara, orgullosa.

—Es preciosa, Kimara. Pero no es de verdad.

Las últimas palabras las pronunció con un tono más seco del que pretendía en realidad. Kimara lo notó y se volvió hacia él, comprendiendo, de golpe, cuál era el problema.

—Ah... es cierto —dijo—. No hay más dragonas... ninguna para ti.

Jack hizo una mueca, un poco molesto por la observación. Kimara clavó en él sus ojos de fuego y se le acercó para hablarle en voz baja.

—Y lo único que te queda es un unicornio al que has de compartir con un shek —susurró—. Comprendo que necesites algo más.

Cruzaron una larga mirada. Jack no necesitaba que la semiyan le aclarase nada más. Respiró profundamente y la separó de sí con delicadeza.

—No necesito nada más, Kimara —le dijo con firmeza—. Ya hablamos de esto una vez. Me gustas, te tengo mucho cariño y te admiro, porque eres franca, hermosa y valiente. Pero no te amo. Y yo no quiero mantener una relación de ese tipo con alguien a quien no amo, por mucho que me atraiga. No quiero engañarte en eso.

Ella le dedicó una sonrisa.

—Ya lo sabía. Pero me extraña que sigas pensando igual que entonces, cuando es obvio que Victoria no actúa como tú. Y no es una crítica, solo una observación —se apresuró a aclarar, temiendo haberlo molestado. Jack le dirigió una mirada de reproche, pero se limitó a responder:

—En eso te equivocas. En este aspecto, Victoria y yo pensamos y actuamos igual. Tampoco ella mantendría una relación con alguien a quien no amase.

—¿Lo ama de verdad? Me sorprende que alguien pueda sentir algo hacia esa serpiente.

—¿Verdad que sí? —la apoyó Jack, burlón—. Además, yo soy mucho más guapo que él.

Kimara tardó un momento en darse cuenta de que estaba de broma. Ambos se echaron a reír, pero él se puso repentinamente serio.

—Lo que hay entre los tres —dijo—, el amor, el odio, es algo que solo nos atañe a nosotros. Y es algo complicado y muy poderoso, que nos ha llevado a hacer grandes cosas y a cometer grandes locuras. Nadie más debería mezclarse en esto, por la simple razón de que podría salir malparado. Y porque, al fin y al cabo, es asunto nuestro, y de nadie más.

Kimara captó la advertencia. Intimidada, se volvió hacia la dragona y le palmeó el flanco.

—He de marcharme ya —dijo, cambiando de tema—. Deséame suerte en Kash-Tar, y haz algo por tu parte, o te vas a oxidar.

—Haré algo por mi parte —prometió Jack—. Pero todavía no sé el qué.

Regresar a la Tierra con Christian y Victoria le parecía la opción más atractiva. Pero, por alguna razón, sentía que si se iba los estaría traicionando a todos. «¿Qué otra cosa puedo hacer, si no?», se preguntó. «Están equivocados; siguen peleando contra los sheks, cuando ellos no son la amenaza ahora. Pero, ¿cómo enfrentarse a un dios?».

Atrajo hacia sí a la semiyan y le dio un fuerte abrazo de despedida.

—Cuídate, y no hagas locuras. Ah, lo olvidaba —se separó de ella para mirarla a los ojos—. Si en algún momento ves algo extraño, algo inexplicable...

—¿Como qué?

—Como una montaña temblando, por ejemplo... bueno, algo muy grande pero que parece que no está ahí... Si te topas con algo que te asombra y te asusta mucho, que no sabes qué es y contra lo que no sabes cómo luchar... da media vuelta y sal corriendo.

—¿Por qué? ¿De qué me estás hablando, Jack?

—Te lo contaría, pero no me creerías. Si te encuentras con alguno de ellos, lo sabrás, y entonces recordarás lo que te he dicho. Y, por lo que más quieras, si se diera esa circunstancia, hazme caso: no te quedes a ver qué es; simplemente corre en dirección contraria, lo más rápido que puedas.

—Me estás asustando, Jack.

—Sí, eso es exactamente lo que pretendo.

Y esta vez no bromeaba. Kimara se apartó de él, temblando ante la seriedad y la intensidad de su mirada. Trepó hasta la escotilla superior de la dragona y, desde allí, se volvió hacia Jack por última vez.

—Espero que volvamos a vernos —dijo.

Jack sonrió.

—Yo también. Mucha suerte, Kimara.

Momentos más tarde, la dragona de Kimara se elevaba hacia el cielo nocturno, alejándose de la Torre de Kazlunn.

Victoria abrió los ojos de golpe, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido una pesadilla. Se incorporó un poco, intentando serenarse. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba sola en la habitación. «Qué raro», pensó. Jack solía dormir a su lado todas las noches. Recordó que la tarde anterior la había dejado a solas con Christian. Estaba claro que Jack aún no había regresado. y que el shek tampoco se había quedado junto a ella. Y, aunque lo echó de menos, quiso considerarlo una buena señal: estaba mejorando y no necesitaba que cuidaran de ella constantemente.

Se dio la vuelta para seguir durmiendo cuando detectó un movimiento junto a la ventana. Se volvió, con cautela.

—¿Christian? —susurró, pero enseguida se dio cuenta de que no podía ser él. Hacía calor en la habitación.

Inquieta, retiró la sábana y puso los pies en el suelo. Su mirada se fue involuntariamente al rincón donde descansaba el Báculo de Ayshel; recordó entonces que no podía tocarlo, y se obligó a no pensar en ello.

—¿Quién está ahí? —preguntó, en voz un poco más alta.

Avanzó hacia la ventana y se asomó con cautela, pero no vio a nadie.

De pronto, algo la sujetó con fuerza por el cuello. La joven trató de gritar, pero no pudo. La arrojaron al suelo con violencia; ella no tenía fuerzas para resistirse.

—Vaya —le susurró una voz que conocía, pero que hacía tiempo que no escuchaba—. Así que no puedes levantarte, ¿eh? ¿Qué ha sido del poderoso unicornio al que nadie era capaz de mirar a los ojos? Ya no tienes ese porte tan arrogante, ¿verdad? Ya no puedes mirar a los mortales por encima del hombro. Y ya nadie tiene que suplicarte para que le entregues tus dones... porque ya no tienes nada que entregar.

La voz seguía siendo en esencia la misma, ligeramente burlona, pero ahora sonaba rota y llena de amargura, y hablaba con lentitud, como si sufriese al pronunciar cada palabra. Victoria levantó a duras penas la cabeza. El desconocido se retiró la capucha, y la luz de las tres lunas bañó su rostro.

Era él, como había temido. Las mismas greñas de cabello rubio oscuro, la barba de varios días, el mismo tipo de atuendo, casual y descuidado, con aquellos pantalones desgastados, aquella amplia camisa, aquellas botas altas. Pero en sus ojos grises había un rastro de oscuridad y sufrimiento que a Victoria le resultó dolorosamente familiar.

—Yaren —murmuró.

El mago le dedicó una sonrisa torcida.

—Me recuerdas. Qué sorpresa.

—Te... te entregué la magia —murmuró Victoria—. No podría haberte olvidado. Ni podré olvidarte nunca.

—Me entregaste angustia, dolor y tinieblas, oh, poderosa dama Lunnaris —replicó él, cortante.

—Te di lo único que poseía entonces.

—Mientes. —La agarró con rudeza por el cuello y tiró de ella hasta hacerla quedar de rodillas—. ¿Crees que no he oído lo que cuentan los cantores de noticias? Hay otra más, una mujer yan. Dicen que pilota dragones. Y dicen también que es una nueva maga. Le diste la magia a ella, una magia buena, limpia. Le diste la oportunidad de estudiar en la Torre de Kazlunn, con el Archimago Qaydar. ¿Por qué no pudiste darme eso a mí?

—No era buen momento... —empezó Victoria, pero no pudo continuar, porque él clavó las uñas en su cuello, inyectándole una energía que le hizo lanzar un grito de dolor.

—¿Sientes eso? —susurró Yaren, con una sonrisa siniestra—. Es esa magia sucia y podrida que me diste. Esto es lo que hay en mi alma, Lunnaris. Y este tormento te lo debo a ti.

Volvió a lanzarla contra el suelo. Victoria contuvo un quejido.

—Entonces es verdad que has perdido tu poder, y que ya no eres más que una cría debilucha y asustada —dijo el mago—. Acudía a ti, una vez más, con la esperanza de que me limpiaras por dentro. Pero ya veo que... una vez más... no vas a poder hacer nada por mí. Así que, si ya no sirves para nada, ¿qué sentido tiene que sigas con vida?

Se inclinó junto a la chica, la agarró del pelo y tiró de ella hasta que su rostro quedó frente al de él. Victoria reprimió una mueca de dolor.

—No rehuyas mi mirada, Lunnaris —le ordenó el mago con dureza—. ¡Atrévete a mirar a los ojos de tu creación!

Victoria jadeó, pero obedeció. Y vio, en los ojos de Yaren, una espiral de tinieblas, odio y sufrimiento tan intensa que se le encogió el corazón de miedo y de dolor.

—¿Qué tienes que decir al respecto? —siseó el mago, con una torva sonrisa.

Victoria sostuvo su mirada con seriedad.

—Estaba convencida de que moriría aquella noche —dijo—. Y sabía que no era un buen momento, pero si no te entregaba la magia entonces, nadie más podría hacerlo nunca. Eso fue lo que tú mismo dijiste, ¿no te acuerdas? Que, cuando yo muriese, tu sueño moriría conmigo. La magia era lo que más deseabas, ¿no?

Los rasgos de Yaren se contrajeron en una feroz mueca de odio.

—¿Y esto fue lo único que pudiste compartir conmigo?

—Es... un reflejo de lo que había en mi propia alma entonces. Eso es parte de lo que yo sentía. No había nada más dentro de mí.

—No te creo. Yo confié en ti... Fui tu guía y tu compañero de camino... y así me lo pagaste.

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