Panteón (67 page)

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Authors: Laura Gallego García

—Ya está —dijo—. Prueba a ponértela.

Shail dudó un momento; pero la vio tan cansada que no tuvo valor para decirle que no. Con cuidado para no despertar a Zaisei, se incorporó un poco y se estiró para coger el miembro de metal. Un delicioso cosquilleo recorrió sus dedos cuando la tomó entre las manos. La contempló de cerca. Parecía maravillosamente viva y palpitante.

No obstante, en su memoria estaba todavía muy reciente el dolor que había sufrido cuando Ylar se la había arrancado de cuajo. La herida apenas estaba terminando de cicatrizar, y la idea de volver a encajar la pierna en ella lo hizo estremecerse.

A pesar de ello, se atrevió a acercarla un poco a su muñón... solo para comprobar si encajaba.

Y, antes de que pudiera reaccionar, el artefacto se le escapó de las manos y se ajustó a su carne, lanzando de nuevo sus tentáculos de metal, ávidos de vida de verdad. Shail dejó escapar un grito; sin embargo, el miembro artificial encajó en su sitio a la perfección, fundiéndose con su carne como si ambos fueran la misma cosa.

—Shail, ¿qué pasa? —murmuró entonces Zaisei, adormilada—. ¡Shail! —exclamó, despejándose del todo al ver lo que estaba sucediendo—. ¡Quítate eso, te va a...!

—Tranquila —la calmó él, aunque todavía estaba temblando—. Todo está bien; vuelve a funcionar, y creo que esta vez es la buena... Mira, el medallón de piedra minca ni siquiera se ha activado... eso quiere decir que ya no necesita de mi magia para acoplarse a mi cuerpo.

Zaisei miró la pierna, entre maravillada y suspicaz.

—Pero, ¿cómo... cómo lo has hecho?

—Ha sido Victoria... Lunnaris... su magia ha obrado el prodigio.

Parpadeó para retener las lágrimas y se volvió hacia el unicornio.

Pero ya no había nadie más en la habitación. Victoria había desaparecido.

Al día siguiente, Shail entró en la sala de reuniones caminando con las dos piernas. Parecía pálido y cansado, y Zaisei no se separaba de él, preocupada; pero los pasos del mago eran firmes y seguros. Al verle, todos dejaron escapar un murmullo de sorpresa. Jack miró a Victoria, pero ella no hizo ningún comentario al respecto.

Fue la única buena noticia del día. A pesar de que los sacerdotes los habían dejado descansar hasta tarde, casi nadie había dormido bien, y todos estaban nerviosos y cansados. Era inevitable que terminaran discutiendo.

Con todo, el encuentro empezó bien. Se hallaban presentes Ha-Din y Gaedalu, junto con varios sacerdotes y sacerdotisas más, entre las que se encontraba Zaisei; la Resistencia en pleno, reunida de nuevo por primera vez desde su llegada a Idhún (nadie pareció echar de menos a Christian); y, por último, dos hadas y un silfo, en representación del pueblo feérico.

Jack lamentó la ausencia de Qaydar. No siempre se había llevado bien con el Archimago, pero había pasado mucho tiempo en la Torre de Kazlunn, se había familiarizado con los hechiceros que vivían allí y echaba en falta a más representantes de la Orden Mágica, aparte de Shail, en una reunión de tanto calibre.

De todas formas, por una vez no iban a hablar de poderosos hechiceros, de complicados conjuros ni de la agonía de la magia. Por una vez, lo divino cobraría importancia ante lo mágico.

Jack fue el primero en tomar la palabra. Les habló de lo que habían vivido en la Torre de Kazlunn, del devastador huracán que por poco había acabado con el último bastión de la Orden Mágica.

—La Madre Venerable y sus sacerdotisas saben de qué estoy hablando —dijo con gravedad—. Por poco las alcanzó en Celestia.

Zaisei palideció al recordarlo. Gaedalu bajó la cabeza, pero no dijo nada.

Jack habló entonces de los estragos que Karevan estaba causando en el norte y del terrible maremoto que había arrasado toda la costa este de Idhún. En esta ocasión no se guardó para sí lo que sabía, y lo atribuyó a la llegada al mundo de la diosa Neliam. Se percató de que, a medida que iba hablando, los sacerdotes se ponían cada vez más nerviosos, pero no calló.

—Los Oráculos llevaban tiempo advirtiendo de que esto iba a suceder —concluyó el joven—. El estado en el que se encuentran los Oyentes es una prueba de ello. Los Seis han regresado a Idhún porque el Séptimo está entre nosotros, y van a enfrentarse a él.

—¿Y cómo estás tan seguro de todo esto? —inquirió un sacerdote silfo, moviendo la cabeza en señal de desaprobación—. El Séptimo está entre nosotros, dices. ¿Por qué razón, pues, no podemos creer que todos estos fenómenos destructores los está causando él mismo?

Jack se quedó un momento callado para ordenar sus ideas. Lo cierto era que del poder destructivo de los dioses solo tenía noticia a través de Sheziss, una shek; y que había sido Christian, otro shek, quien le había dicho que el Séptimo se había reencarnado en Gerde. La intuición le decía que debía creerlos, pero los sacerdotes de los Seis no opinarían igual.

—Nosotros nos enfrentamos a Ashran —dijo—. Descubrimos entonces que era la encarnación del Séptimo dios, algo que debimos haber deducido mucho tiempo atrás, porque ni siquiera Qaydar, el hechicero vivo más poderoso, habría sido capaz de mover los astros del modo en que él lo hizo.

»Una vez muerto Ashran, el Séptimo quedó libre. Sin embargo, hasta hace poco no se han manifestado esos... fenómenos destructores. Durante todos estos meses, tras la caída de Ashran, hemos gozado de una relativa calma... la calma que precede a la tempestad.

»Pero el Séptimo seguía libre, y un dios no puede ser derrotado por mortales, ni siquiera por los dragones; de modo que los Seis decidieron venir ellos mismos a luchar contra él.

»El problema es que son seres grandiosos y formidables, y nosotros no somos más que pequeños insectos comparados con ellos. Nos aplastarán casi sin darse cuenta; de hecho, lo están haciendo ya. Mientras no encuentren al Séptimo, seguirán dando vueltas por Idhún, y lo han perdido de vista de nuevo, puesto que ha vuelto a ocultarse bajo un disfraz mortal. Ahora se esconde tras la identidad de la feérica Gerde, una hechicera renegada.

Hubo murmullos en torno a la mesa. Jack percibió la mirada alarmada que le dirigió Victoria. Sabía que ella hubiera preferido que no delatase a Gerde, por el momento..., al menos, hasta que no supiesen qué se traía Christian entre manos. Pero, aunque Jack había decidido no mencionar al shek, si podía evitarlo, no pensaba cubrirle las espaldas a Gerde.

—Los sheks saben lo que está pasando. Saben que los Seis han venido a buscar a su diosa, y lo que es más: no creen que vayan a poder vencer en esta batalla. Por eso están intentando huir. Pero quieren huir a un mundo que para mí es tan importante como este. Me refiero a la Tierra, el mundo donde nacimos y crecimos Victoria y yo. No tengo la menor intención de dejar que eso ocurra, pero tampoco quiero que los dioses aplasten Idhún en el transcurso de su disputa. ¿Alguna sugerencia?

Reinó un silencio de piedra. Todos estaban intentando asimilar lo que Jack les había contado, y de hecho algunos lo miraban con precaución, como preguntándose si estaba loco o se trataba de una broma de mal gusto.

—Si todo eso es cierto —dijo Alexander entonces, lentamente—, tal vez la mejor solución sería tratar de decirles a los dioses dónde está Gerde. Para que acaben con ella, y con el Séptimo, de una vez por todas.

Jack asintió.

—Es una opción —dijo—, pero no sabemos de qué manera podemos comunicarnos con ellos. La Sala de los Oyentes solo sirve para escuchar a los dioses, no para hablar con ellos. Y, no obstante, en el pasado Ashran, el Nigromante, logró comunicarse con el Séptimo dios a través de la Sala de los Oyentes del Gran Oráculo.

Se oyeron exclamaciones escandalizadas. Ha-Din alzó la mano.

—Me temo que es cierto —dijo—. Hace tiempo que tenía noticia de que Ashran había pasado una temporada en el Gran Oráculo antes de convertirse en la poderosa criatura que sometió nuestro mundo tras la conjunción astral. Entonces, que los Seis me perdonen, no fui capaz de entender la gran importancia que revestía aquella información. Nunca se me ocurrió pensar... ni a mí ni a nadie... que el propio Ashran fuese el Séptimo dios. Por la forma en que me lo describieron... me pareció muy humano, en realidad.

—Fue humano antes de eso —murmuró Jack—. Después... ya no sé en qué se convirtió exactamente.

Hubo un nuevo silencio. Nadie se atrevía a hablar ahora, aunque Jack leyó la duda en los rostros de muchos de los presentes.

—De momento —tomó la palabra Shail—, creemos que han llegado a Idhún los dioses Karevan, Yohavir y Neliam. Karevan se mantiene en las montañas exteriores de Nanhai y se mueve tan lentamente que los gigantes, advertidos ya de su presencia, se limitan a apartarse de su camino. En cuanto a Neliam, tras provocar la ola que arrasó las costas de Nanetten, Derbhad y Gantadd, y las ciudades del Reino Oceánico, ha seguido hacia el sur y se ha alejado del continente. No sabemos dónde está.

»Con respecto a Yohavir... bien, parece que después de arrasar Kazlunn y Celestia se ha detenido... en el cielo, entre Rhyrr y Haai-Sil. Lleva allí varios días; los celestes han informado de que aún se puede ver una extraña espiral de nubes sobre sus tierras, algo que apenas deja pasar la luz de los soles, pero que tampoco descarga lluvia. Parece ser que les infunde miedo y desasosiego, pero por el momento no se mueve de ahí.

»Puede que estén esperando a que lleguen los otros dioses, o puede que se hayan dado cuenta de que no perciben la esencia del Séptimo en Idhún, y estén aguardando a que se manifieste. No lo sé. Pero no creo que esta situación se mantenga estable durante mucho tiempo. Llegará un momento en que se pongan en marcha de nuevo, y entonces...

No dijo nada más. Ha-Din tardó un poco en tomar la palabra.

—No voy a entrar en el debate acerca de la naturaleza de los males que están asolando Idhún. Creo que algunos de nosotros no estamos preparados para aceptar la explicación de Yandrak, que se contradice con muchas de nuestras creencias. No obstante, sí que me parece necesario que hablemos acerca de cómo podemos evitar esto. Varias poblaciones ya han sido destruidas, y puede que muchas más lo sean próximamente. ¿Qué podemos hacer al respecto?

Jack movió la cabeza.

—Lo único que se me ocurre es vigilar sus movimientos, estar atentos y saber reaccionar deprisa para evacuar las zonas por donde vayan a pasar. Es lo que hemos estado haciendo hasta ahora, y sé que no es un gran consuelo, porque no hemos podido salvar a todo el mundo, pero... ¿qué otra cosa podemos hacer?

—Quizá sería más sencillo averiguar dónde está Gerde, capturarla y entregarla a los dioses —sugirió Alexander.

—¿Capturar a Gerde? —repitió Jack—. ¿A Gerde, que ahora tiene el poder de una diosa? Nos costó años llegar hasta Ashran; no creo que con Gerde fuera mucho más sencillo.

Calló, recordando de pronto que Christian estaba con ella. ¿Sería aquel el plan secreto del shek?

—¿Y por qué no lo intentamos? —insistió Alexander—. Solo tenemos que averiguar dónde se esconde...

—Esa no es la cuestión —cortó Jack—. Sabemos dónde se esconde. Está en Alis Lithban.

—¡Jack! —protestó Victoria.

—¿Qué? —se defendió él—. Es verdad. Bueno, sé que Alis Lithban es muy grande, pero tenemos razones para pensar que se oculta en la zona sur del bosque, cerca de Raden.

Alexander asintió.

—Podemos tratar de capturarla, sí. Y entregarla a los dioses...

—Pero eso no evitará que luchen y destruyan el mundo —hizo notar Victoria.

—Eso no lo sabemos. Estamos hablando de los Seis: y Gerde, si de verdad es el Séptimo, no puede ser rival para ellos. ¿Qué clase de dios se oculta en un cuerpo mortal? Se está escondiendo porque sabe que los dioses lo destruirán, porque tienen poder para hacerlo. Quizá lo más sencillo sea permitir que todo termine de una vez por todas. No creo que sea peor que tener a los dioses destruyendo el mundo a su paso mientras la buscan.

—Hay otra salida —dijo Jack—. Existe un mundo... se llama Umadhun, y es el lugar donde los sheks habitaron hasta la llegada de Ashran. Es un mundo muerto. Si lográramos que los dioses fueran allí a solucionar sus disputas, Idhún estaría a salvo. Yo sé dónde está Umadhun, y cómo llegar hasta allí.

«¿De veras?», dijo entonces Gaedalu, hablando por primera vez. «¿Cómo es posible que sepas tales cosas?»

Jack sostuvo su mirada sin pestañear.

—Porque fue mi raza la que desterró a los sheks, Madre Venerable —dijo con calma.

Había más razones, y Gaedalu lo intuía. Pero la expresión de Jack era serena y resuelta, y denotaba que no iba a dar más explicaciones. Gaedalu entornó los ojos.

«No nos estás contando todo lo que sabes, Yandrak», acusó.

—Tal vez se deba a que no considere necesario dar más detalles —replicó él, imperturbable.

«¿No?, pues yo creo que sí. Hay muchas cosas en tu comportamiento y en el de Lunnaris que no han quedado claras. ¿Dónde está Kirtash, el shek al que defendíais con tanto interés?»

—Eso carece de importancia —respondió Jack—. Durante un tiempo nos ayudó, luchó a nuestro lado contra Ashran, y ahora ha vuelto con los suyos, que juzgarán sus actos según crean conveniente.

«¿Carece de importancia?», repitió Gaedalu. «¿El hijo de Ashran sigue vivo y colaborando con el enemigo, y eso carece de importancia?»

—Nos enfrentamos a varios dioses y a lo que queda de la raza shek, que no es poco. Además, sabemos que Gerde tiene el poder de consagrar magos, igual que Lunnaris. Considerando todo esto, creo que Kirtash es el menos importante de nuestros problemas —replicó Jack con frialdad.

—Yo estoy de acuerdo con la Madre Venerable, Jack —intervino entonces Alexander, muy serio—. Hay muchas cosas que no nos has contado, y después de todo lo que he vivido, en Idhún y en la Tierra, jamás se me ocurriría pensar que lo que haga Kirtash «carece de importancia». Le permitiste que se llevara consigo a Victoria. Han estado juntos hasta hace pocos días, ¿verdad?

De nuevo se oyeron murmullos escandalizados. Victoria se levantó y pidió silencio para hablar.

—No tiene sentido que sigamos hablando de Kirtash —dijo—. Haga lo que haga, y diga lo que diga, vais a seguir considerándolo un enemigo, de modo que aceptad simplemente que está con los suyos, donde todos vosotros creéis que debería estar. ¿Cuál es el problema?

—¡El «problema» es que los suyos son el enemigo, Victoria! —exclamó Alexander; sus ojos relucieron brevemente con un brillo salvaje, aunque solo Jack lo detectó—. Te he consentido muchas cosas, pero creo que, en lo que atañe a Kirtash, has ido demasiado lejos defendiéndolo, cuando es obvio que no lo merece.

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