Panteón (86 page)

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Authors: Laura Gallego García

De entre las sombras emergieron dos figuras. La primera de ellas era esbelta y sutil como un rayo de luna. La seguía la inconfundible silueta de Christian.

Los músculos de Jack se tensaron al máximo pero, por una vez, no se debía a la presencia del shek. Era Gerde quien le transmitía una embriagadora sensación de peligro.

—Veo que habéis encontrado a mis dos fugitivos —comentó ella, con una sonrisa.

Assher dio un par de pasos atrás, pero la mirada de Gerde había capturado la suya como un imán. El szish temblaba violentamente cuando empezó a avanzar hacia ella, atraído por aquella mirada. Por fin cayó de rodillas ante el hada y le dijo algo en el idioma de los hombres-serpiente. Gerde le respondió en la misma lengua. Titubeando, Assher alzó la cabeza y la miró, como si no acabara de creerse lo que le había dicho. Gerde le tendió la mano y, lentamente, Assher se levantó y acudió a su lado, todavía temblando. El hada le acarició el rostro con una sonrisa.

—Ya he recuperado a uno —dijo—. Supongo que no tendréis la amabilidad de devolverme a la niña, y que tendré que perder el tiempo recobrándola por la fuerza.

Jack no respondió. Se había situado ante Victoria y Saissh, interponiendo a Domivat entre ellos y los recién llegados. Victoria, por su parte, cruzó una larga mirada con Christian. Pero no iniciaron ningún contacto telepático.

—Victoria —dijo Gerde—. Devuélveme a mi Saissh.

—¿Qué vas a hacer con ella? —exigió saber Jack.

Gerde lo miró como si no creyera lo que estaba oyendo.

—¿De veras crees que es asunto tuyo? —le espetó.

—No es tuya —replicó él— y, además, es solo un bebé. Si pretendes que forme parte de uno de tus retorcidos planes...

No terminó la frase, porque, súbitamente, algo tiró de él, una sensación que subió desde su estómago a su garganta y que lo obligó a dar varios pasos hacia adelante, con una sacudida. Luchó por resistirse, pero fue completamente inútil. La fuerza que tiraba de él era tan poderosa que era como tratar de oponerse a un río desbordado.

—¡Jack! —lo llamó Victoria, cuando se apartó de su lado. Pero no tuvo tiempo de retenerlo.

Cuando quiso darse cuenta, Jack había envainado la espada y estaba frente a Gerde, contemplándola, absolutamente embelesado, convencido de que jamás había visto una criatura tan hermosa. El hada sonrió con lentitud y le dirigió una mirada evaluadora.

—Un dragón —dijo—. Qué interesante. Sabes, desde que volví a la vida no he encontrado a nadie que estuviera a mi altura. ¿Crees que tú serías capaz de complacerme?

Por toda respuesta, Jack se abalanzó sobre ella, deseando estrecharla entre sus brazos. Gerde lo detuvo con un solo dedo.

—Calma —lo riñó—. Las cosas hay que hacerlas con un poco más de elegancia, ¿no crees?

Mientras Jack temblaba como un niño ante ella, Gerde deslizó la yema del dedo por su rostro, recorriendo cada uno de sus rasgos. Después, bajó el dedo por su cuello, hasta el pecho. Y, poco a poco, se acercó a él y lo besó.

Jack perdió el control y respondió al beso, apasionadamente. No era capaz de pensar en otra cosa que no fuera Gerde. Se había olvidado por completo de todo lo demás.

Victoria los contempló un momento y luego desvió la mirada hacia Christian. El rostro de él seguía impenetrable. Observaba a la pareja con cierta curiosidad, pero nada más.

Assher, en cambio, miraba hacia cualquier otra parte. No podía soportar ver a Gerde en brazos del dragón.

—No ha estado mal —comentó Gerde, separando a Jack de sí—. ¿Me besarías otra vez? —le preguntó, con cierta coquetería.

—Por supuesto —respondió Jack, con voz ronca, sufriendo en cada fibra de su ser la agonía de no estar ya en contacto con la piel de Verde—. Cada vez que me lo pidas.

—Porque eres mío, ¿verdad?

—Completamente —respondió él, muy convencido; seguía mirándola fascinado, como si no existiera nada más en el mundo.

—Demuéstramelo, dragón. Besa mis pies y jura que eres mío.

Jack se echó de bruces ante ella. La simple idea de contrariarla le parecía inconcebible. Gerde adelantó uno de sus pequeños pies descalzos, y Jack lo tomó entre sus manos, como si fuera un tesoro, y lo besó con devoción.

—Soy tuyo —susurró—. Lo juro.

—Qué encantador —sonrió el hada; miró a Victoria—. ¿Te importa que me lo quede?

Ella le dirigió una mirada llena de frío desprecio.

—No tengo derecho a decidir por él —dijo—. Ni yo, ni nadie. Y mucho menos tú. Jack no es un objeto, así que no vuelvas a tratarlo como a tal. Atrévete a retirar el hechizo y a preguntarle a él mismo si quiere marcharse contigo por propia voluntad. A ver qué te dice.

Gerde alzó una ceja.

—Como quieras.

Jack sintió, de pronto, como si pudiera respirar después de estar mucho rato bajo el agua. Sacudió la cabeza, aturdido y desorientado. Se vio arrodillado ante Gerde y se levantó de un salto. Retrocedió, con la mano en el pomo de la espada.

—¿Qué... qué me has hecho, monstruo? —gritó, con una nota de pánico en su voz.

—¿Lo ves? —dijo el hada—. Quiere matarme. De esta manera, solo conseguirá que lo mate yo a él, mientras que si lo tengo hechizado, por lo menos lo mantendré con vida mientras me resulte interesante.

Jack retrocedió un poco más. Con cada palabra de Gerde recordaba con más claridad lo que había sucedido apenas unos minutos antes, y la vergüenza cubrió su rostro de rubor; pero, al mismo tiempo, la rabia por haber sido utilizado lo ahogaba por dentro. Gerde lo había vencido sin luchar, lo había manejado como a un muñeco sin voluntad, lo había humillado. Sin mirar a Victoria, desenvainó la espada y masculló:

—Sí, quiero matarte, y lo haré, aunque tenga que morir en el intento.

Descargó a Domivat sobre ella, con toda su rabia, pero algo se interpuso. Un filo liso y frío como el hielo.

—¿Qué demonios estás haciendo? —casi gritó Jack.

—No la toques, Jack —advirtió Christian, con calma—. Por tu propio bien.

Los dos sostuvieron la mirada un momento más. Todavía temblando de ira, Jack retiró la espada, con esfuerzo. Christian bajó la suya.

—Qué interesante —dijo Gerde—. El dragón lucha por su dama, la serpiente protege a la suya. ¿Qué dices, Victoria? ¿Dejamos que peleen hasta que muera uno de los dos?

Victoria volvió a mirar a Christian, pero los ojos de él estaban fijos en Gerde, y su expresión era indescifrable.

—No —dijo—. Sería una lucha cruel y sin sentido. Y no voy a permitirlo.

—¿Y cómo piensas evitarlo? —sonrió Gerde—. Verás... tal y como yo lo veo, el dragón tiene dos opciones: o me resulta útil, y vive, o no me sirve para nada, y muere. Si lo mantengo hechizado, tal vez...

—¡Ni hablar! —gritó Jack, tratando de disimular bajo una fachada de furia el pánico que sentía—. ¡No te atrevas... no te atrevas a volver a hacer nada parecido!, ¿me oyes?

—Entonces puedes entretenerme peleando contra Kirtash. Las luchas entre sheks y dragones son uno de los espectáculos más soberbios de Idhún. ¿Lucharías contra él? Lo estás deseando.

—¿Para entretenerte a ti? Ni lo sueñes.

—Bien; entonces no eres útil. Qué lástima —suspiró Gerde.

—¡No! —gritó Victoria, pero el hada ya había alargado la mano hacia él, y una fuerza invisible lo hizo caer a sus pies, con un grito de agonía—. ¡No! —chilló Victoria otra vez.

Trató de correr hacia Jack, pero un muro invisible la retuvo en el sitio, impidiéndole avanzar.

—¿Qué pasa? —dijo Gerde con frialdad—. ¿No querías que le preguntara a él? Pues entonces, no interfieras. —Se volvió hacia Jack, que se retorcía de dolor a sus pies, como si mil látigos lo estuviesen torturando a la vez—. ¿Qué me dices? ¿Serás útil?

—N... no —jadeó Jack.

Gerde sonrió. Con apenas un gesto, el dolor se intensificó, y el joven dejó escapar un alarido. Sin embargo, lo que más lo torturaba no era tanto el dolor que ella le estaba infligiendo como la certeza de que podía matarlo en cualquier momento, con un solo dedo.

—¡Déjalo en paz! —gritó Victoria—. ¡Tengo a la niña! ¡Si le pasa algo a Jack...!

—¿Qué? ¿La matarás? No tienes agallas, Victoria. ¿Matarías a un bebé para salvar la vida de tu amado?

Victoria la miró con repugnancia.

—Pensaba entregártela —replicó—. Pero, si haces daño a Jack, me la llevaré lejos y no volverás a verla —La estrella de su frente empezó a brillar con intensidad—. No sé qué quieres de ella, pero la estabas cuidando, ¿verdad? Porque es importante para ti.

—Tal vez. ¿Me estás proponiendo un cambio?

—Si te devuelvo al bebé... ¿dejarías marchar a Jack? ¿Y cómo sé que puedo fiarme de ti?

Jack cerró los ojos un momento, agotado. El dolor había cesado, pero no tenía fuerzas para levantarse. Cuando los abrió de nuevo, dirigió una mirada a Christian, pero él continuaba impasible. «¡Traidor...!», pensó Jack, furioso. El shek le dirigió una breve mirada, pero no estableció contacto telepático con él.

Pese a ello, Jack siguió centrando sus pensamientos en Christian, insultándolo mentalmente, a pesar de que era Gerde quien lo mantenía atado a su poder, en apariencia sin el menor esfuerzo. Jack era consciente de ello y, tal vez por eso, le resultaba más sencillo volcarse en la rabia que sentía hacia el shek; porque no se atrevía a mirar a Gerde, porque el simple recuerdo de su nombre hacía que temblara de terror de los pies a la cabeza.

—No voy a matar al dragón —sonrió Gerde—. No necesitas saber por qué. No obstante, si no quieres que siga torturándolo...

—No quiero —replicó Victoria—. Lo sabes perfectamente.

De pronto, fue capaz de moverse. Respiró hondo y avanzó hasta situarse ante ella, con Saissh entre sus brazos.

—La niña por el dragón —dijo Gerde—. ¿Te parece un trato justo?

—¿Qué? —replicó Victoria, conteniendo la ira que sentía—. ¿Quieres añadir al lote otro cuerno de unicornio?

—Resulta tentador, pero... me temo que tengo otros planes para ti —sonrió.

Alzó la mano y acarició la mejilla de Victoria. La joven sostuvo su mirada sin pestañear, aunque por dentro se estremecía de un terror tan intenso como irracional.

—No te preocupes —ronroneó Gerde—. Conozco tu pequeño secreto, pero está a salvo conmigo. Me interesa conocer el final de esta historia. Tengo... un interés personal —añadió, con una seductora sonrisa—. Tú ya me entiendes.

Victoria retrocedió un paso, pálida.

—No —le advirtió.

Sintió de pronto los brazos extrañamente ligeros, y se dio cuenta entonces de que Saissh había desaparecido. Se le escapó una exclamación de angustia, pero enseguida la vio en brazos de Gerde.

—Gracias —dijo el hada, burlona—. Y dile a tu dragón que no es prudente contrariar los deseos de alguien como yo. Kirtash ya lo aprendió hace tiempo, ¿no es cierto? —añadió, dirigiendo una mirada a Christian—. Volveremos a vernos, Victoria.

La joven no dijo nada. Se había arrodillado junto a Jack y lo estrechaba entre sus brazos. Gerde les dio la espalda y se perdió entre las sombras, llevándose consigo a Saissh. Assher la siguió.

Christian, por el contrario, aguardó un momento.

Los tres cruzaron una mirada, Jack y Victoria en el suelo, el uno, agotado, en brazos de la otra, y el shek contemplándolos de pie, muy serio.

—Eres... un maldito traidor —jadeó Jack.

Christian dio media vuelta y se alejó, en pos de Gerde, pero aún oyeron su voz telepática en cada rincón de su mente:

«Manteneos al margen, o la próxima vez no tendréis tanta suerte».

Jack apretó los puños, furioso.

Cuando se quedaron solos, y el silencio los envolvió, Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas y lo cubrió de besos y de caricias, sin acabar de creerse que estuviese vivo todavía. Jack correspondió a su abrazo, pero aún estaba dolorido, por lo que ella, acariciándole el pelo, dejó que su energía curativa fluyese hasta él. Jack cerró los ojos y se dejó llevar.

—Odio a esa mujer —gruñó—. La odio con todas mis fuerzas. Y por mucho que lo intento, no puede caerme bien la Sombra Sin Nombre. Visto lo visto, empiezo a lamentar que el Amo de los Soles no la triturara con su fuego abrasador...

Se calló, al notar que Victoria estaba llorando. Se incorporó un poco, como pudo, y la estrechó entre sus brazos.

—Tranquila —murmuró—. Quiero que sepas... que lo que has visto... con Gerde...

—Ya sé lo que he visto, Jack —sollozó ella—. No es por eso; no le des más vueltas.

Jack respiró hondo.

—Pero yo no quería tocarla —siguió tratando de justificarse—. Ni siquiera me gusta. Ella...

—Sé lo que Gerde es capaz de hacer —cortó Victoria—. En cierta ocasión la vi ejerciendo ese poder sobre Christian... y no fue agradable.

—No lo sabía —murmuró Jack; pero, por alguna razón, se sintió un poco mejor.

—Entonces lo que realmente me dolió fue la idea de que él nos hubiese traicionado a todos —prosiguió ella—. Fue poco después de que me... de que me torturaran en la Torre de Drackwen —admitió con esfuerzo—. Al ver a Christian con Gerde temí que hubiese cambiado de bando otra vez, y eso me hizo tanto daño... no te imaginas cuánto. No me duele que os sintáis atraídos por Gerde en determinados momentos, Jack. Pero odio que os utilice y que anule vuestra voluntad. Y en el caso de Christian, me da pánico la idea de que puedan volver a manipularle para que se vuelva contra mí... como entonces.

Cerró los ojos al rememorar el dolor que había sentido cuando el shek la había secuestrado para entregarla a Ashran.

—¿Por eso justificas a Christian? —dijo Jack—. ¿Crees que Gerde puede estar ejerciendo ese control sobre él?

—No... No lo creo.

—Y tienes miedo de que él te haya traicionado
de verdad —
adivinó Jack—. No porque esté con otra mujer, sino porque esa mujer es tu enemiga, alguien que te ha hecho mucho daño... y que podría volver a hacértelo.

Victoria se estremeció al recordar cómo Gerde la había torturado en la Torre de Drackwen y por poco había acabado con su vida.

—Sé que no me ha traicionado —dijo sin embargo—. Sé que está con ella por propia voluntad, pero aun así ha seguido protegiéndonos... protegiéndote. Si él no hubiese detenido tu espada, Gerde te habría matado. Y por eso sigo confiando en él. Odia que lo controlen y lo manipulen, y uniéndose a Gerde se arriesga a caer completamente bajo su dominio. Además, la mató para que no fuese un peligro para mí. ¿Entiendes? Si ahora lucha por ella, a pesar de todo, es porque debe de tener un buen motivo. Un motivo de mucho peso.

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