Authors: Laura Gallego García
Pero para los que, como Shail, conocían las costumbres de los gigantes, aquella actitud no tenía nada de contradictoria.
No había campos de cultivo en Nanhai. Pocos gigantes habían cruzado alguna vez el Anillo de Hielo y, por tanto, no sabían hasta qué punto podía resultar destructor que ellos «estuviesen de paso».
El mago no tuvo problemas en localizar a la comitiva de gigantes. Ciertamente, llamaban mucho la atención.
Iban por el camino que conducía directamente a Les. En su trayecto atravesarían aún varias aldeas, pero la voz había corrido deprisa y, para cuando los gigantes llegaran a cualquier lugar habitado, no quedaría nadie para recibirlos. En espera de noticias del rey en funciones, los ciudadanos de Les estaban reforzando las defensas de la ciudad..., por si acaso.
Cuando Shail los alcanzó por fin, comprendió cómo se habían sentido los campesinos con los que se habían topado. Ciertamente, el mago había tratado con gigantes; incluso había desarrollado cierta amistad con Yber, el mago, y con Ymur, el sacerdote del Gran Oráculo. Por no hablar de Ydeon, el forjador de espadas. Los tres eran impresionantes; incluso Yber, que era un poco más bajo que el común de los gigantes.
Pero ver a tantos gigantes a la vez...
Shail se sintió de pronto muy pequeño. Sobrecogido, se sentó junto al camino, para verlos pasar.
No tardó en darse cuenta de que, aunque iban todos en la misma dirección, no formaban realmente un grupo. Habían decidido que tenían que ir a otra parte, y eso hacían, pero cada uno por su cuenta. Si coincidían todos en el mismo camino se debía a que ese era el camino más directo.
La mayoría no se percataban de su presencia. Algunos volvían la cabeza y lo miraban con cierta curiosidad y, cuando Shail saludaba, alzaban la mano para corresponder al saludo, pero poco más.
Aprovechó que dos de los gigantes se habían detenido cerca de él. Uno de ellos era un niño... un niño más alto y fornido que Shail, pero un niño, al fin y al cabo. Parecía que había perdido algo, porque rebuscaba en su bolsa, sin mucho éxito. Su madre esperaba a su lado, con paciencia.
Ninguno de los dos prestó atención a Shail hasta que este los saludó en voz alta. Entonces alzaron la cabeza y clavaron en él sus ojos rojizos.
—Buenas tardes, humano —dijo la madre, con cierta amabilidad—. ¿Qué se te ofrece?
—He sido enviado para daros la bienvenida al reino de Vanissar —respondió Shail—. A todos vosotros.
La giganta se mostró desconcertada.
—¿Vanissar? ¿Qué es eso? Creía que estábamos en Nandelt.
—Esto
es
Nandelt —rió Shail—. Pero Nandelt es una tierra tan grande que los humanos la hemos dividido en reinos más pequeños, y cada uno de ellos tiene un nombre. Ahora mismo nos encontramos en Vanissar.
—Entiendo —asintió la madre—. ¿Y nos dan la bienvenida, dices? Qué amables. Lo cierto es que no hemos visto mucha gente durante nuestro viaje.
—Os temen, sin duda, pero no se lo tengáis en cuenta. No están acostumbrados a ver gigantes por aquí.
—Tampoco yo había visto nunca un humano —dijo el niño gigante, mirándolo con curiosidad—. Y hay muchos más como tú, ¿verdad? ¿Vendrán todos a darnos la bienvenida?
—No creo. En realidad, yo vengo en nombre del rey de Vanissar, que os saluda en representación de todas las gentes de su reino. Me envía también para preguntaros hacia dónde os dirigís y cuál es el destino de vuestro viaje.
Ella se mostró sorprendida.
—¿Por qué quiere saberlo? No lo conocemos de nada.
—Bueno, es normal que una comitiva de gigantes despierte el interés de cualquier humano, y más aún, el de un rey, si esa comitiva atraviesa su reino.
—Ah —entendió la giganta—. Cuando te refieres a «nuestro viaje», estabas hablando de todos los gigantes, ¿verdad? No solo de nosotros dos.
—Eso es —asintió Shail, recordando que los gigantes no estaban acostumbrados a pensar como una colectividad.
El niño tiraba de la ropa de su madre.
—Mamá, ¿qué es un rey?
—Así llaman los humanos al que manda sobre todos los demás, hijo.
El niño pareció encontrar el concepto muy extravagante, porque sonrió ampliamente, pensando que su madre le estaba tomando el pelo.
—¿Que manda sobre todos los demás? ¿Para qué? ¿Y cómo consigue que todos le hagan caso?
—Es largo de explicar —respondió Shail—, pero dejémoslo en que el rey de Vanissar representa a todas las gentes de Vanissar. Y me envía a mí para representarlo a él. Debería hablar con el gigante que os representa a vosotros, pero sospecho que no lo tenéis.
—Bueno —dijo la giganta, un poco perpleja—. Si lo que quieres saber es a dónde vamos nosotros dos, te diré que nos dirigimos al sur, a la llamada Cordillera de Nandelt.
Le contó lo que Shail ya sospechaba: que los movimientos sísmicos, los aludes y los corrimientos de tierras estaban haciendo Nanhai inhabitable, y que los gigantes emigraban a lugares más benignos.
—Nuestra caverna quedó sepultada —murmuró la giganta—, Podríamos haberla despejado, o haber buscado otra, pero no me pareció seguro...
—...Y optaste por abandonar Nanhai..., como muchos otros.
—Supongo que los otros se marchan por el mismo motivo. No sé, pregúntales tú mismo.
—¿Uno por uno? —casi rió Shail.
—Al menos, hasta que tengamos a alguien que nos represente —sonrió la giganta—. Pero no creo que haya muchos gigantes dispuestos a dedicar tanto tiempo a conocer a todos los demás, sus vidas, sus familias, sus circunstancias, sus opiniones... para poder hablar por ellos. Sería muy trabajoso, ¿no es cierto?
Riendo entre dientes, la giganta prosiguió su camino, seguida de su hijo. Shail se quedó quieto un momento, preguntándose si realmente ella no había entendido el concepto de «rey», o si simplemente le estaba tomando el pelo.
Caminó durante todo el día junto a los gigantes, hablando con unos y con otros, y cosechó historias semejantes. Iban a la Cordillera de Nandelt porque Nanhai no les parecía seguro..., aunque algunos de ellos tenían intención de instalarse un poco más al sur, cerca de los Picos de Fuego; y un gigante joven y aventurero le confió su deseo de conocer la Cordillera Cambiante. Historias semejantes, pero no iguales. Por el momento, sin embargo, sus pasos los llevaban por el mismo camino.
Excepto a uno de ellos.
Al caer la tarde, cuando remontaban una colina, Shail vio que uno de los gigantes se separaba de los demás y tomaba un sendero que iba hacia el oeste. Bajó corriendo por la ladera y lo siguió.
Tardó bastante en alcanzarlo. Cuando el gigante se dio la vuelta, lentamente, clavó sus ojos cansados en el mago, que estaba sin resuello tras la carrera.
—¿Me seguías, hechicero? —preguntó él.
Shail alzó la cabeza. Habría querido decir que lo reconoció por su rostro, por su aspecto; pero lo cierto es que fue la túnica que llevaba lo que le dio la pista.
—¡Ymur! —exclamó, gratamente sorprendido.
Era ya noche cerrada cuando Victoria salió de la habitación. Se había cubierto los hombros con una capa, aunque en realidad no hacía frío. Atrás dejaba a Jack, profundamente dormido. Como cada noche, se había despedido de él con un beso y una caricia.
Aún no le había dicho a dónde iba cuando se escabullía entre las sombras, como una ladrona. Sin duda, si él le preguntaba con suficiente insistencia, acabaría por contárselo, aunque prefiriera guardárselo para sí, al menos por el momento. Pero, de todas formas, los últimos acontecimientos habían hecho que Jack se olvidara casi por completo de aquel detalle.
Mientras recorría en silencio los pasillos del palacio real de Vanissar, Victoria meditó sobre las últimas conversaciones que habían mantenido.
Ambos estaban de acuerdo en que, de momento, era mejor no comentar con nadie el hecho de que Victoria estaba encinta. Terminarían por darse cuenta, sin duda, pero todavía faltaba bastante para eso y, tal y como estaban las cosas, ni siquiera podían tener la certeza de que Idhún seguiría en su sitio para entonces.
No obstante, cuando hablaban de ello, sí hacían planes de futuro. Lo más seguro para Victoria era regresar a la Tierra, había dicho Jack, y Christian estaría de acuerdo en cuanto le hicieran partícipe de aquel secreto que, por el momento, solo conocían Victoria y él... y Gerde.
La joven había replicado que no pensaba marcharse sin ellos. No iba a dejar atrás a ninguno de los dos, no otra vez; o, al menos, no, mientras Idhún no fuese un lugar seguro. Jack protestó un poco, pero lo comprendía, en el fondo. Cualquiera de los dos podía ser el padre del bebé de Victoria. Si no había sido capaz de decidir entre ambos, cuando aquella elección dependía solo de ella, ¿cómo iba a dar la espalda a uno de los dos, o a ambos, ahora, en aquella situación?
Sin embargo, si no se marchaban los tres, la otra opción que quedaba pasaba por derrotar a Gerde, o por permitir que ella se apoderase de la Tierra y dejase Idhún en paz, lo cual parecía corresponderse con los planes de Christian. Ninguna de las dos posibilidades les resultaba tranquilizadora.
Así que habían terminado hablando de si iba a ser niño o niña, de qué nombre le pondrían...
No obstante, la conversación se había apagado cuando apenas habían sugerido un par de nombres.
—No es que no se me ocurra nada más —había dicho Jack—. Es que no sé si es a mí a quien le corresponde elegirlo.
Su voz había sonado un poco más dura de lo que pretendía. Victoria había tardado un poco en contestar.
—¿Quieres decir que vas a esperar nueve meses para decidir si lo quieres o no? —dijo entonces, con suavidad—. ¿Y qué vas a hacer mientras tanto? ¿Comerte las uñas? ¿Pensar en lo que harás si resulta que tiene los ojos azules?
Jack desvió la mirada, confuso.
—¿Y si resulta que sí los tiene? —replicó—. ¿Es mejor hacerme ilusiones para que luego...?
—Para que luego, ¿qué? Jack, ¿de verdad quieres desentenderte hasta que nazca el niño? Si no es hijo tuyo no tienes por qué responsabilizarte de él, pero... ¿lo odiarías, lo despreciarías, lo ignorarías?
—No lo sé —reconoció Jack—. Supongo que la pobre criatura no tendría la culpa de tener sangre de shek; bastante desgracia tendría ya con eso, ¿no? —añadió, burlón—. Así que supongo que yo podría ser para ella... «el tío Jack», o algo parecido. ¿Eso me da derecho a ponerle nombre?
—Te da derecho a comentar tus preferencias, que serán muy tenidas en cuenta —respondió Victoria—. No solo porque vienen del tío Jack, sino porque podrían ser las preferencias de «papá».
Jack se rió, a su pesar.
—Todo esto es bastante confuso —dijo—. Si quieres que te diga la verdad, todavía no sé si quiero ser papá o prefiero quedarme en tío.
—Entonces no protestes —zanjó Victoria, con una sonrisa.
Pero sabía que, aunque Jack se estaba tomando aquel asunto con buen humor, en el fondo tenía miedo y dudas... igual que ella.
La joven sacudió la cabeza y siguió recorriendo el palacio, en dirección a la escalinata que llevaba hasta la entrada principal. Habría gente vigilando, pero no se fijarían en ella. Si lo deseaba, nadie se fijaba en ella.
Se detuvo a mitad de pasillo, no obstante, porque oyó una voz.
No solía prestar atención a las conversaciones que podían oírse, en forma de murmullos apagados, tras las puertas del castillo. Pero en esta ocasión lo hizo, porque la voz era la de Alsan, porque hablaba bastante alto, como si estuviese alterado... y porque había pronunciado la palabra «Kirtash».
Se acercó, con sigilo, y prestó atención.
—... No conseguiremos nada si sigue escondiéndose, eso está claro. Todavía no he logrado que Jack me diga si lo vio en Drackwen o no. Es demasiado escurridizo... —hizo una pausa y continuó—. ¿Usarla como cebo? Es una treta muy sucia. No es así como quiero comportarme ahora que tengo la posibilidad de recuperar la confianza de mi gente. —De nuevo pausa—. Tal vez, pero no puedo arriesgarme.
Parecía estar hablando solo y, por un momento, Victoria temió que hubiese perdido el juicio. Se le ocurrió entonces que su interlocutor podía no tener voz. No era muy probable que Alsan escondiese a un shek en su habitación, así que debía de tratarse de un varu. «Gaedalu», pensó Victoria, y siguió escuchando. Sospechaba que no solo hablaban de Christian... sino también de ella misma. —Esa es otra posibilidad —admitió Alsan—, aunque implicaría tener que mentir, y es algo con lo que tampoco estoy de acuerdo. Además, no es algo que pueda fingirse fácilmente. Tendría que dar explicaciones a demasiadas personas. —Breve silencio—. ¡No pienso ponerla en peligro
de verdad! —
replicó, alzando un poco más la voz; la bajó de nuevo para añadir—. Si es una traidora, me ocuparé de que sea castigada, pero no de esa manera. No, Madre Venerable; tiene que haber otro modo de atraer a Kirtash. Un modo más seguro, quiero decir. Es un enemigo peligroso. Si le preparamos una trampa, sospechará inmediatamente. Sería mucho mejor si lográramos capturarlo en combate, o cuando esté desprevenido. Aunque tengamos que esperar...
Alsan calló de pronto, como si le hubiesen recordado que otras personas podían estar escuchando. Victoria no oyó nada más. Si la conversación continuaba, lo hacía a nivel mental, en un enlace telepático al que ella no estaba invitada. Se retiró de la puerta, en silencio, y reemprendió el camino hacia su habitación.
Había olvidado por completo que tenía pensado salir. La conversación que había escuchado la había dejado profundamente preocupada.
Sabía que Gaedalu odiaba a Christian, y que a Alsan no le caía bien. Pero parecían muy decididos a unir sus fuerzas para hacer algo al respecto, hasta el punto de considerar la posibilidad de usarla a ella, a Victoria, como cebo para atraerlo a una trampa. Sí, sin duda él acudiría en su ayuda si detectaba que estaba en peligro. Pero, ¿qué sucedería después?
Reflexionó. Alsan era un estratega inteligente, no provocaría un enfrentamiento contra alguien como Christian sin un plan previo. Podían sorprender al shek, pero no dañarlo o capturarlo, a no ser que contaran con Jack... o con una flota de dragones artificiales. Pero Victoria sospechaba que no era eso lo que tenían en mente...
Con una
sincronicidad
escalofriante, Shiskatchegg empezó entonces a emitir una suave luz parpadeante, que sobresaltó a Victoria cuando ya enfilaba el pasillo en el que estaba su habitación.
Christian estaba allí.