Authors: Edgar Rice Burroughs
Pellucidar, el país de la luz eterna, un mundo interior dotado de un sol que cuelga eternamente en el firmamento y en el que la idea del transcurso del tiempo puede ser a veces ilusoria. En esta trepidante conclusión a "En el centro de la Tierra", David Innes descubre una nueva frontera para la humanidad, siempre en lucha para tallar una civilización a partir de los peligros de la Edad de Piedra. Sin embargo, el rapto de la bella emperatriz de las cavernas, Dian, le hace abandonar su lucha por el avance. ¡Entra en una épica batalla contra los primitivos monstruos de Pellucidar!
Ediciones en inglés
Para referencia exhaustivas de otras ediciones en inglés:
http://www.erbzine.com/mag7/0742.html
Ediciones en español
Edgar Rice Burroughs
Pellucidar
Ciclo de Pellucidar 2
ePUB v1.0
Jano Perplejo13.11.11
Presentación:
En 1914,
David Innes
y
Abner Perry
emprenderían un viaje que les habría de llevar a uno de los mundos más inolvidables que aparecieron en la literatura fantástica del siglo XX: Pellucidar, el país de la luz eterna.
El creador de este mundo fue Edgar Rice Burroughs, uno de los escritores más prolíficos de este siglo. Nacido en Chicago en 1875, desempeñaría diversas ocupaciones hasta afirmarse definitivamente como escritor en 1912, gracias a dos obras:
Bajo las Lunas de Marte
(más tarde retitulada como
Una Princesa de Marte
) y
Tarzán de los monos
. Al tiempo de su muerte, en 1950, en Tarzana, California, localidad fundada en honor al personaje que le dio fama y fortuna, sus novelas habían aparecido en más de 58 idiomas.
La serie de Pellucidar consta de siete títulos:
La estructura de este ciclo de novelas es peculiar si la comparamos con la de otras series de Burroughs. Las dos primeras novelas forman una unidad. La tercera continúa en la cuarta, que, a su vez, es un crossover entre el ciclo de Pellucidar y el de Tarzán; y de la quinta puede decirse que arranca de la conclusión de la cuarta. La sexta es, al igual que todo lo que tocaba Burroughs a principios de los años 40, una serie de relatos conectados entre sí. La séptima, la única que se editó directamente en forma de libro, sin publicación previa en revista, es de lectura independiente, aunque es cierto que, si somos rigurosos, cualquiera de las siete obras se puede leer aisladamente del resto.
Hablar de la edición española de la serie de Pellucidar es, por decirlo de una forma suave, algo complicado. Básicamente, no se ha editado. Sí, han llegado hasta nuestras manos algunos ejemplares de la primera novela en una edición argentina de hace más de veinte años. Además, la cuarta,
Tarzán en el Centro de la Tierra
, fue publicada hace casi sesenta años, con una tirada cortísima. Hemos tenido que esperar todo ese tiempo para que Editorial Juventud la reeditase a finales del año 94. También es cierto que la editorial argentina Tor la editó a mediados de los años 40.
¿Qué sólo hemos hablado de dos de los siete títulos? La razón es que los restantes nunca se publicaron, no ya en España, sino al parecer, en ningún país de habla castellana. Y lo que es peor, todo parece indicar que ninguna editorial tiene la intención de hacerlo. Han pasado ya tantos años que es altamente improbable que las actuales generaciones de aficionados las vea publicadas en una edición de tirada amplia y de fácil acceso al público. El Rastro Ediciones intentará subsanar esta deficiencia aunque, siendo realistas, seamos conscientes de que no lo conseguiremos salvo de una forma mínima. Aun así, estamos seguros de que os gustará el resultado final.
La novela que tenéis en vuestras manos es
Pellucidar
, la segunda del ciclo. Publicada originalmente por entregas en la revista
All Story Cavalier Magazine
, en los números correspondientes del 1 al 29 de Mayo de 1915, y finalmente, editada en forma de libro en 1923, supone la conclusión de
En el Corazón de la Tierra
.
Para los que tengáis en vuestro poder el ejemplar editado por El Rastro Ediciones, o para los que hayáis leído la versión argentina de Intersea SAIC, sobra cualquier tipo de explicación. Para los que no, podemos resumir lo ocurrido de la siguiente forma:
David Innes, descendiente de una familia propietaria de industrias mineras, y Abner Perry, inventor de un excavador subterráneo, deciden poner a prueba la invención de este último para aprovechar los recursos geológicos de la corteza terrestre. Pero, por accidente, el mecanismo de dirección se atasca y penetran en el interior de la Tierra llegando a Pellucidar. Allí serán hechos esclavos por la especie dominante, los mahars, reptiles evolucionados semejantes a los pterodáctilos, que junto a sus sirvientes sagoths tiranizan a la raza humana. David conoce, y se enamora, de una joven pellucidara, Dian la Hermosa. Hace fuertes amistades con otros humanos, Ghak de Sari y Ja de Anoroc, y funestas enemistades, como la de Hooja el Astuto. Tras fugarse de los mahars, David y Perry lideran una unión entre las diversas tribus de Pellucidar a la que llaman Federación, y se proponen derrocar a los mahars y construir un Imperio; pero para ello David tiene que regresar al mundo exterior y traer los medios necesarios. En el último momento, Hooja sustituye a Dian, que iba a regresar con David, por un prisionero mahar. Cuando David regresa a nuestro mundo, nadie cree su historia, pero a pesar de ello, se propone regresar a Pellucidar.
Éste es a grandes rasgos el resumen de
En el Corazón de la Tierra
. Ahora vais a leer por primera vez en nuestro idioma
Pellucidar
, la conclusión de la historia, el desenlace de las aventuras de David Innes en el mundo interior.
EL RASTRO EDICIONES
Habían transcurrido varios años desde la última vez que había encontrado una oportunidad de poder dedicarme a la caza mayor, pero, por fin, tenía prácticamente cerrados mis planes de volver a mis viejas posesiones en el norte de África, donde en otras ocasiones había encontrado un excelente pasatiempo en la caza del rey de las bestias.
La fecha de mi partida ya estaba fijada; me iba a marchar en dos semanas. Ningún escolar contando las perezosas horas que deberían transcurrir antes del comienzo de las largas vacaciones que le arrojarían a las delirantes alegrías de un campamento de verano podría encontrarse henchido de una mayor impaciencia o de una anticipación más incisiva.
Fue entonces cuando llegó una carta que habría de llevarme a África doce días antes de mi programa.
A menudo me llegan cartas de lectores desconocidos que encuentran en alguna de mis historias algo que alabar o que censurar. Mi interés en este apartado de mi correspondencia siempre se mantiene fresco. Abrí pues aquella carta con todo el deleite de placentera anticipación con el que había abierto tantas otras. El remite (Argelia) había despertado mi interés y curiosidad, especialmente en esta ocasión, puesto que Argelia sería en breve testigo del fin de mi inminente viaje por mar en busca de entretenimiento y aventura.
Después de leerla quedó claro que los leones y las cacerías de leones se habían evaporado de mis pensamientos, y que me encontraba en un estado de excitación cercano a la locura.
La carta...., bueno, léala por sí mismo, y vea si usted no hubiera encontrado también alimento para las conjeturas frenéticas, las dudas exasperadoras e, incluso, para una gran expectativa. Es esta:
Estimado señor:
Creo que por casualidad me he tropezado con una de las más extraordinarias coincidencias de la literatura moderna. Pero déjeme comenzar por el principio.
Soy, por vocación, un vagabundo sobre la faz de la tierra. No tengo oficio ni ninguna ocupación.
Mi padre me legó una cierta aptitud; algún remoto antepasado un ansia por vagar errante de un lugar a otro. Yo he combinado las dos y las he investido cuidadosamente y sin ninguna extravagancia.
Estuve interesado en su historia En el Corazón de la Tierra, no tanto por la verosimilitud del relato, como por el enorme y constante prodigio de que de verdad hubiera gente a la que le pagasen dinero por escribir semejante disparate increíble. Perdone usted mi sinceridad, pero es necesario que comprenda mi actitud mental hacia esta historia en particular, para que pueda creer lo que viene a continuación.
Poco después de esto partí hacia el Sahara en busca de una especie bastante rara de antílope que sólo puede ser encontrada en cierta época del año, y en un área muy limitada. Mi búsqueda me llevó lejos de los lugares frecuentados por el hombre civilizado.
Fue una búsqueda infructuosa, al menos en lo que al antílope concierne; pero una noche mientras yacía cortejando el sueño al borde de un pequeño matojo de palmeras que rodeaban un antiguo pozo en medio de las áridas y cambiantes arenas del desierto, de repente fui consciente de un extraño sonido que aparentemente surgía de la tierra bajo mi cabeza.
¡Era un tictac intermitente!
Ningún reptil o insecto con los que yo estuviese familiarizado producía semejantes sonidos. Permanecí allí durante una hora, escuchando intensamente.
Por fin me venció la curiosidad. Me levanté, encendí mi lámpara y comencé a investigar.
Mi colchón y demás ropa de cama yacían sobre una alfombrilla extendida directamente sobre la ardiente arena. El ruido parecía venir de debajo de la alfombrilla. La levanté, pero no encontré nada, aunque, a intervalos, continuaba el sonido.
Escarbé en la arena con la punta de mi cuchillo de caza. A unas cuantas pulgadas por debajo de la superficie de la arena, encontré una sustancia sólida que tenía el tacto de la madera revestida de acero.
Excavando a su alrededor, desenterré una pequeña caja de madera. De este objeto surgía el extraño sonido que había escuchado.
¿Cómo había llegado hasta allí?
¿Qué contenía?
Al intentar alzarla de su escondite, descubrí que parecía estar sujeta por medio de un pequeño cable aislado que se hundía bajo la arena.
Mi primer impulso fue tirar del objeto para liberarlo a base de pura fuerza; pero, afortunadamente, me lo pensé mejor y comencé a examinar la caja. Enseguida vi que estaba cubierta por una tapa sujeta con bisagras, y que estaba cerrada con un simple corchete abrochado.
Me llevó apenas un momento deslizar éste y levantar la tapa cuando, para mi total asombro, descubrí un sencillo y ordinario aparato de telégrafo sonando en su interior.
— ¿Qué demonios está haciendo esto aquí? — pensé.
Mi primera suposición fue que aquello era un instrumento militar francés; pero lo cierto es que no parecía haber muchas posibilidades de que aquella fuera la explicación correcta, si uno tenía en cuenta lo solitario y remoto del lugar.
Mientras me senté observando mi extraordinario hallazgo, que todavía seguía sonando en la noche del desierto, sin duda intentando transmitir algún mensaje que yo era incapaz de descifrar, mis ojos se posaron sobre un pedazo de papel que yacía en el fondo de la caja, al lado del aparato. Lo cogí y lo examiné. En él no había escrito nada salvo dos letras:
D.I.
En aquel momento no significaban nada para mí. Me sentía perplejo. Por fin, aprovechando un intervalo de silencio por parte del aparato, moví la llave de transmisión y la pulsé unas cuantas veces. Instantáneamente el mecanismo de recepción comenzó a funcionar frenéticamente.
Intenté recordar algo del código Morse con el que había jugado cuando era un muchacho, pero el paso del tiempo lo había borrado de mi memoria. Casi me volví frenético mientras dejaba que mi imaginación corriera desenfrenadamente entre las varias posibilidades por las que aquel aparato podía estar situado allí.
Algún pobre diablo debía encontrarse en el otro extremo en seria necesidad de ayuda. El mismo enloquecido golpear del frenético aparato parecía sugerir algo de esta especie.
¡Y allí estaba yo sentado, tan impotente para interpretarlo como para ayudarle!
Fue entonces cuando me vino la inspiración. Como un relámpago saltaron a mi mente los últimos párrafos de la historia que había leído en el club de Argelia:
"¿Estará la respuesta en alguna parte del seno del Sahara en el extremo de un cable oculto bajo un túmulo perdido?"
La idea parecía disparatada. La inteligencia y la experiencia me aseguraban que no había la más pequeña posibilidad de verdad en su descabellado relato: Era pura y simple ficción.
¿Pero entonces dónde estaba el otro extremo de aquel cable?
¡Qué era aquel aparato, golpeando allí en el gran Sahara, sino una parodia de la realidad!
¿Lo habría creído yo si no lo hubiese visto con mis propios ojos?
¿Y las iniciales, D.I., en la tira de papel? Las iniciales de David eran ésas: David Innes.
Sonreí ante mis pensamientos. Ridiculicé la suposición de que existiera un mundo interior y de que aquel cable discurriese a través de la corteza terrestre hasta llegar a la superficie de Pellucidar. Y sin embargo...
Bien, me senté allí toda la noche, escuchando aquel exasperante sonido, moviendo en todo momento la llave de transmisión para que en el otro extremo supieran que el aparato había sido descubierto. Por la mañana, tras devolver cuidadosamente la caja a su agujero y cubrirla con arena, llamé a mis sirvientes, tomé un apresurado desayuno, monté en mi caballo y partí rápidamente hacia Argelia.
He llegado hoy. Al escribirle esta carta siento que estoy haciendo el tonto.
No existe David Innes.
No existe Dian la Hermosa.
No existe ningún mundo interior.
Pellucidar no es sino un país imaginario; ni más ni menos.
Pero...
El hecho de hallar el aparato de telégrafo enterrado en el solitario Sahara es algo cercano a lo imposible a la vista de su historia sobre las aventuras de David Innes.
Lo he llamado una de las más extraordinarias coincidencias de la ficción moderna. Antes lo llamé literatura, pero, de nuevo perdóneme por mi sinceridad, su historia no lo es.
Y entonces ¿por qué le estoy escribiendo?
El cielo lo sabe; a menos que sea el persistente sonido de ese impenetrable enigma que yace ahí afuera, en las vastas quietudes del Sahara, el que tenga tan excitados mis nervios que haga que la razón se niegue a volver a funcionar correctamente.
Ahora no puedo oírlo, y sin embargo sé que lejos, al sur, completamente solo bajo las arenas, todavía sigue pulsando su vana y frenética súplica.
¡Es enloquecedor!
Es culpa suya; quiero que me libere de esto.
Telegrafíeme enseguida, a mis expensas, que no hay ninguna base de verdad en su historia En el Corazón de la Tierra.
Respetuosamente suyo,
Cogdon Nestor
Club ... y ...
Argelia, 1 de Junio de 1914.