Poirot infringe la ley (10 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

—Conforme. Ahora bien, insisto en que una descarga eléctrica necesita medios mecánicos.

El doctor Rose se sonrió.

—Existe una sustancia llamada pirola. Se encuentra en la naturaleza en forma vegetal. También el hombre puede lograrla químicamente en un laboratorio.

—¿Y bien?

—Creo que algunos fenómenos pueden ser provocados por medios distintos. El hombre, normalmente, se vale de procedimientos químicos o mecánicos. Pero..., ¡puede haber otros medios! Piense en cuanto hacen los faquires indios. ¿Es fácil explicar los fenómenos que ellos provocan? Eso prueba que las cosas llamadas sobrenaturales no siempre lo son. Un rayo es algo sobrenatural para un salvaje. Luego, lo sobrenatural deja de serlo cuando son conocidas las leyes o causas que lo provocan.

—¿Qué quiere usted decir? —pregunté fascinado.

—Que no rechazo enteramente la posibilidad de que un ser humano
pueda
provocar una fuerza destructora y usarla según su deseo. Indiscutiblemente, nos parecería un hecho sobrenatural... cuando en realidad no lo es.

Le miré perplejo.

Él se rió.

—Simple especulación, no se asuste —dijo suavemente—. ¿Notó usted el gesto que ella hizo al mencionar la casa de cristal?

—Se llevó la mano a la frente.

—Exacto. Y trazó un círculo con movimientos parecidos a los que emplea un católico al hacer la señal de la
cruz
. Ahora le contaré algo interesante, señor Anstruther. En vista de que mi paciente pronuncia con mucha frecuencia la palabra cristal en sus delirios decidí someterla a una prueba. Conseguí una bola de cristal de roca y se la mostré sin previo aviso.

—¿Y qué sucedió?

—El resultado fue muy curioso y sugestivo. Todo su cuerpo se tensó y sus ojos miraron la bola como si no diera crédito a lo que veía. Luego se puso de rodillas, murmuró unas palabras y se desmayó.

—¿Qué dijo?

—«¡El cristal! ¡La fe aún vive!»

—¡Extraordinario!

—Sugestivo, ¿verdad? Pero eso no fue todo. Al reponerse de su desmayo no se acordaba de nada. Le mostré la bola de cristal y le pregunté si sabía lo que era. Me repuso que se parecía a una de esas bolas de cristal que usan los adivinadores del porvenir, según la descripción que de ellas tenía. A mi pregunta de si había visto otra con anterioridad, dijo: «Jamás,
monsieur le docteur
.» Entonces capté la mirada perpleja de sus ojos. «¿Qué le preocupa, hermana?», indagué. «¡Es todo tan raro! —repuso—. Jamás he visto una bola de cristal y, sin embargo, siento la sensación de que me es muy familiar. Hay algo; si pudiera recordarlo...» Su esfuerzo mental era evidentemente penoso, y le prohibí que pensase más. De eso hace dos semanas. He querido que descanse ese tiempo para fortalecerla. Mañana reanudaré mi experimento.

—¿Con la bola de cristal?

—Sí. Espero obtener resultados interesantes.

—¿Qué es ello?

Hice la pregunta con simulada indiferencia y atento a su reacción. Rose se irguió. Durante breves segundos pareció vacilar; pero al fin me contestó con voz más grave, más profesional:

—Luz sobre ciertos desórdenes mentales no muy definidos. La hermana Marie Angelique es un caso rarísimo.

¿El interés del doctor Rose era meramente profesional? Me pareció dudoso.

—¿Le molestaría si yo viniese también? —pregunté.

Quizá sólo fue pura imaginación, pero lo cierto es que me pareció advertir que vacilaba antes de contestar. Pensé que no deseaba mi presencia.

—Sí, claro. No tengo inconveniente alguno —después de breve silencio añadió—: ¿Supongo que no estará usted aquí mucho tiempo?

—Hasta pasado mañana.

Evidentemente la respuesta le gustó. Desaparecieron las arrugas de su frente y empezó a contarme unos experimentos que había realizado con conejillos de Indias.

3

Me encontré con él a la hora convenida de la tarde siguiente para visitar a la hermana Marie Angelique. El doctor Rose fue todo ingenio, como si tratase de borrar en mí la mala impresión que hubiera podido causarme el día anterior.

—No se tome muy en serio cuanto le dije ayer —me aconsejó riéndose—. Me desagradaría que me creyese un aficionado a las ciencias ocultas. En realidad, sucede que me apasiono cuando intento esclarecer algún caso intrincado como éste.

—¿De veras?

—Sí, y cuanto más difícil es, más me gusta.

Se rió como el hombre a quien hacen gracia sus propias debilidades.

Cuando llegamos a la casita, la enfermera quiso consultar algo con el doctor Rose, y esto me obligó a permanecer solo con la hermana Marie Angelique.

La monja me observó un momento antes de decirme:

—La enfermera me ha dicho que usted es hermano de la amable señora que me dio cobijo cuando vine a Bélgica.

—Así es.

—Fue muy amable conmigo. Es buena.

Se quedó silenciosa, como sumida en algún pensamiento. Luego me preguntó:


Monsieur le docteur
, ¿es bueno?

Me sentí embarazado.

—Sí, claro. Supongo que sí lo es.

Después de una pausa comentó:

—Sí; él ha sido muy bueno conmigo.

—Estoy seguro de ello —repuse.

Ella me miró fijamente.

—Monsieur... usted... usted que habla conmigo ahora, ¿cree que estoy loca?

—¡Vamos, hermana, semejante idea es un...!

Sacudió la cabeza lentamente, interrumpiendo mi

protesta.

—¿Estoy loca? No lo sé; pero, ¿por qué recuerdo cosas tan extrañas mientras me olvido de otras?

El doctor Rose penetró en la estancia, al mismo tiempo que la hermana Marie Angelique suspiraba.

La saludó alegremente y le explicó lo que deseaba que ella hiciese.

—Algunas personas tienen el don de ver las cosas en una bola de cristal. Sospecho que usted posee este don, hermana.

Ella reaccionó asustada.

—¡No, no; no puedo hacer eso! Leer el futuro, es un pecado.

El doctor Rose experimentó una sorpresa, pues no esperaba de la monja semejante reacción. Cuando se hubo repuesto cambió inteligentemente el enfoque del asunto.

—Tiene usted razón. No se debe bucear en lo futuro. Sin embargo, en lo pasado es cosa diferente.

—¿Lo pasado?

—Sí... hay cosas interesantes en lo pasado. A veces saltan de las sombras espectros olvidados que nos recuerdan otros tiempos. No se trata de que vea nada en la bola. Ya sé que le está prohibido. Pero cójala en sus manos... así. Mírela. Concéntrese. Hágalo con mayor atención. ¿Empieza a recordar, verdad? ¡Usted recuerda! Usted oye mis palabras! ¡Usted puede contestar mis preguntas! ¿Me oye?

La hermana sostenía la bola de cristal con extraña reverencia. Miraba a su interior con ojos velados, inexpresivos. Poco a poco la cabeza fue cayendo hasta hundir la barbilla en el pecho. Al fin pareció que estaba dormida.

Con extraño cuidado, el doctor Rose le quitó la bola de cristal y la dejó sobre la mesa. Luego de alzarle un párpado, vino a sentarse a mi lado.

—Hemos de esperar a que se despierte. No tardará mucho.

Tuvo razón. Pasados cinco minutos, la hermana Marie Angelique abrió sus ojos soñolientos.

—¿Dónde estoy?

—Aquí, en casa. Ha dormido un poco. Ha soñado usted, ¿verdad?

Asintió.

—Sí, he soñado.

—¿Con la bola de cristal?

—Sí.

—Díganoslo.

—Creerá que estoy loca,
monsieur le docteur
. En mi sueño la bola era un emblema sagrado, y yo un segundo Cristo muerto por su fe. Mis seguidores eran perseguidos... Pero la fe prevalecía. Sí, durante quince mil lunas llenas... quince mil años.

—¿Cuánto dura una luna llena?

—Trece ordinarias. Sí, durante la luna llena quince mil... yo era sacerdotisa del quinto signo, en la casa de cristal. Luego vienen los primeros días del sexto signo... —frunció las cejas y en sus ojos brilló una mirada de temor. Murmuró—: ¡Demasiado pronto! ¡Demasiado pronto! Un error... Ah, sí, recuerdo. ¡El sexto signo!

Casi se deslizó al suelo. Poco a poco irguió el cuerpo y se pasó una mano por la cara. Entonces murmuró:

—¿Qué he dicho? ¡Oh! He delirado. Esas cosas nunca sucedieron.

—No se preocupe, hermana —le dijo el doctor Rose.

Ella lo miraba con angustiosa perplejidad.


Monsieur le docteur
, no comprendo. ¿Por qué he de tener estos sueños, estas fantasías? A los dieciséis años entré en la vida religiosa. Jamás he viajado y, no obstante, sueño con ciudades, gentes desconocidas y costumbres extrañas. ¿Por qué? —se presionó con ambas manos la cabeza.

—¿Recuerda si la han hipnotizado alguna vez, hermana? ¿O caído en estado de trance?

—Nunca he sido hipnotizada,
monsieur le docteur
. En cuanto a lo otro, mientras rezábamos en la capilla, a menudo mi espíritu parecía desligarse de mi cuerpo, quedando como muerta durante horas. Indudablemente era un estado de gracia, como decía la madre superiora.

—Me gustaría hacer un experimento, hermana —le dijo con tono despreocupado—. Con ello quizá lográsemos despejar estos dolorosos medios recuerdos. Usted mirará otra vez la bola de cristal, y a cada una de las palabras que yo pronuncie me responderá con otra. Prolongaremos la sesión hasta que se canse. Concentre su atención en la bola y no en las palabras.

Mientras, yo alcanzaba la bola de cristal y, al dársela, noté la reverente actitud de la hermana Marie Angelique al cogerla entre sus manos. Sus maravillosos y profundos ojos quedaron fijos en ella. Luego siguió un corto silencio hasta que el doctor dijo:


Podenco
.

Inmediatamente la hermana Marie Angelique contestó:


Muerte
.

4

Muchas palabras triviales y sin sentido fueron dichas adrede por el doctor Rose, a la vez que repetía otras, obteniendo la misma respuesta, u otra distinta.

Aquella noche, en la casita del médico, sobre la escollera, discutimos el resultado del experimento.

El hombre se aclaró la garganta y cogió su libro de notas.

—Estos resultados son muy interesantes... y muy curiosos. En respuesta a «sexto signo» hemos logrado: destrucción, púrpura, podenco y fuerza; luego destrucción y, finalmente, fuerza. Más tarde invertí el orden de las palabras, como ya advertía y obtuve las siguientes respuestas: a destrucción, podenco; a púrpura, fuerza; a podenco, destrucción y, otra vez, podenco para destrucción. Hasta aquí todo se corresponde, pero en la repetición de destrucción dice mar, que, indudablemente, no encaja. A «sexto signo»: azul, pensamientos, pájaro, otra vez azul, y la sugestiva frase: «Apertura de mente a mente.» «Cuarto signo» logró por respuesta amarillo y, más tarde, luz. A «primer signo» corresponde sangre. Esto me induce a pensar en que cada signo tiene un color propio, y quizás un símbolo particular. Para el quinto signo es pájaro, para el sexto, podenco. Sin embargo, supongo que el quinto signo representa lo que llamamos telepatía: «Apertura de mente a mente.» El sexto signo significa destrucción.

—¿Cuál es el significado de «mar»?

—Confieso que no sé explicarlo. Introduje la palabra más tarde, y conseguí por respuesta bote. Para el séptimo signo primero dijo vida, y luego amor. Para el octavo signo la respuesta fue nada. Eso demuestra que los signos son siete.

—¡Pero el séptimo no fue alcanzado! —exclamé con repentina inspiración—. ¡Después del sexto llega destrucción!

—¿Lo cree usted en serio? Me temo que le damos demasiada importancia a tan locos desvaríos. En realidad, sólo tienen un interés puramente médico.

—¿Supone que despertará la curiosidad de los psiquiatras?

Los ojos del doctor Rose se entrecerraron.

—Mi querido señor. No tengo la intención de hacerlo público.

—En ese caso, ¿cuál es su interés?

—Meramente personal. Claro es que tomo notas para mi archivo.

—Comprendo —exclamé por decir algo, cuando en realidad me hallaba más a oscuras que un ciego. Me puse en pie y añadí—: Bien, le deseo buenas noches, doctor. Regreso a la ciudad mañana.

—¿Se marcha?

En su pregunta había satisfacción, quizás alivio.

—Sí. Le deseo buena suerte en sus investigaciones. Espero que no me azuce el podenco de la muerte la próxima vez que nos veamos.

Tenía su mano en la mía mientras le hablaba, y sentí su sobresalto a través de la sacudida que dio. Pero su recuperación fue rápida. Sus labios, al sonreír, dejaron al descubierto largos y puntiagudos dientes.

—Sería una gran cosa para el hombre que ama el poder —comentó—. ¡Qué triunfo más grande disponer de la vida de todos los seres humanos!

Su sonrisa se hizo más amplia.

5

Lo anterior marca el límite de mi relación directa con el asunto que trato.

Posteriormente, el libro de notas del doctor Rose, y también su diario, llegaron a ser míos. Reproduciré algunas de sus anotaciones:

5 agosto
. He descubierto que «elegidos», para la hermana M. A., son aquellos que reprodujeron la raza. Parece ser que eran considerados como los más importantes, incluso mucho más que los sacerdotes: semejante criterio ofrece un fuerte contraste comparado con los antiguos cristianos.
7 agosto
. He logrado que la hermana M. A. consienta ser hipnotizada. Y si bien le provoqué un estado de sueño y trance, no obtuve
comunicación
.
9 agosto
. Existieron civilizaciones en lo pasado muy superiores a la nuestra. Soy el único hombre que sabe la verdad de tan remota vida.
12 agosto
. No se muestra dócil a mis sugerencias en estado hipnótico. Sin embargo, logro fácilmente sumirla en trance. No lo entiendo.
13 agosto
. Hoy ha dicho que en «estado de gracia», la puerta sigue cerrada, a menos que otro dé órdenes al cuerpo. Interesante... pero he fracasado.
18 agosto
. El primer signo no es otra cosa que... (las palabras aparecen borradas). Así, ¿cuántos siglos transcurrieron para llegar al sexto?
20 agosto
. M. A. seguirá con la enfermera. Ésta, si es preciso, la retendrá mediante el uso de morfina. ¿Estoy loco? ¿O soy un superhombre con el poder de la muerte en mis manos?

(Aquí cesan las anotaciones.)

6

El 29 de agosto recibí una carta manuscrita con desigual caligrafía, y, evidentemente, de un extranjero. La abrí lleno de curiosidad. Decía:

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