Read Proyecto Amanda: invisible Online
Authors: Melissa Kantor
Seguro que no.
¿Y cómo podíamos estar tan seguros de que era la llave correcta? Me había pasado despierta la mitad de la noche pensando en todas las llaves que podría haber en el mundo con las palabras NO DUPLICAR. Porque, aun cuando la llave que me había dado Amanda fuera la de un conserje, nadie me aseguraba que perteneciera a un conserje de Endeavor. Amanda me había contado que se había mudado muchas veces. Puede que la llave abriera el despacho de otro subdirector, el de un instituto en Minnesota o Missouri, o el de una escuela en Oklahoma, o el de un instituto de Primaria de Maine. ¿Cómo habría conseguido Amanda una llave del despacho de Thornhill? ¿Y por qué habría tenido que dármela? Cuando empezó a amanecer, la idea de que Amanda pudiera adivinar que algún día me haría falta la llave del despacho de Thornhill, y que por eso me la había dado (sin decirme lo que era, claro está), era poco menos que una locura. O puede que no, pero estaba demasiado cansada como para saberlo. A esas alturas, solo estaba segura de una cosa: la llave que llevaba varias semanas metida en mi armario, en el bote con las monedas sueltas y las cintas para el pelo, no era la del despacho de Thornhill. Por la noche la había guardado en mi mochila, cuando aún tenía la falsa ilusión de que Amanda me la había dado para solucionar nuestro problema. Pero ahora no sabía ni por qué me había molestado en cogerla.
Tenía pensado decírselo a Hal y Nia antes de entrar al instituto por la mañana, decirles que volver al punto de partida y buscar otra forma de entrar al despacho de Thornhill; pero aunque llegué media hora antes de lo acordado, el señor Thornhill ya estaba allí. Y cuando Nia y Hal aparecieron, no hubo manera de llevármelos aparte para decirles que había cambiado de idea, ya que el subdirector no se separó de nosotros y nos vigilaba como un halcón.
Solo estábamos castigados cinco personas, y el señor Thornhill nos colocó a cada una en un pupitre en la zona de estudio de la biblioteca. Hal estaba delante de mí, y Nia a mi izquierda. Esto significaba que, aunque tuviera la llave del despacho de Thornhill (y cada vez tenía más claro que no era así), ¿cómo se supone que podríamos coordinar el asalto si ni siquiera podíamos hablar entre nosotros? Tampoco tenía claro si Nia estaba al corriente del plan. Hal dijo que se encargaría de llamarla, pero no podía comprobar si finalmente lo había hecho.
Tenía que hacerle llegar una nota a Hal. Saqué mi cuaderno de notas de la mochila y empecé a pasar las páginas en busca de una que estuviera en blanco. Cuando la encontré, escribí:
Aborta el plan. La llave no sirve.
El simple hecho de escribirlo me hizo sentir mejor. Más tranquila. Ya nos volveríamos a reunir para buscar otra manera de conseguir la cinta de vigilancia y el expediente. Y puede que ni siquiera necesitásemos los archivos colegiales de Amanda. Puede que realmente viviera en ese apartamento en el centro, y que solo me hubiera engañado a mí sobre su dirección. Pensar que Amanda pudo haberme mentido a mí y no a Hal, me hizo sentir mal. Dibujé un monigote con una corbata como la de Thornhill. Después superpuse una caja con unas líneas verticales, como si fuera una jaula. A continuación, añadí otros tres monigotes dentro de la caja. Cuando miré el reloj, me di cuenta que apenas habían pasado cinco minutos.
Las Chicas I somos expertas en pasar notas, es una de nuestras principales ocupaciones, pero el momento óptimo aún no había llegado.
De pronto, Hal tosió ligeramente y yo levanté la cabeza. ¿Trataba de decirme algo? Pero cuando lo miré, estaba sentado tranquilamente hojeando las páginas de su cuaderno. Vi cómo las pasaba, y cada vez que se detenía en una, siempre parecía contener un dibujo de Amanda. Hal era un artista estupendo: había captado perfectamente su personalidad o, mejor dicho, su cambiante personalidad. En uno de los dibujos aparecía Amanda de perfil, riéndose con la boca muy abierta ya la cabeza echada hacia atrás. En el siguiente estaba de espaldas, pero la reconocí por la capa de color morado oscuro que llevaba. No puede identificar el escenario hasta que Hal movió la cabeza y me di cuenta de que estaba en un muelle, con la silueta de Baltimore asomando detrás de ella. ¿Habrían ido juntos alguna vez a Baltimore? La ciudad estaba a casi una hora y media en tren. ¿Cuándo habrían ido allí? Pensé en todos los días que Amanda no había ido al instituto. Entonces supuse que estaría enferma o haciendo algo con sus abuelos, o simplemente haciendo pellas. Pero quizá hubiera estado con Hal.
Al pensar en los dos montados en el tren para pasar el día dando vueltas por la ciudad, no pude evitar ponerme un poco celosa. Pero lo raro es que no estaba segura de por cuál de los dos me sentía así. Mientras Hal seguía revisando las páginas de su cuaderno, saltando de un retrato a otro, daba la sensación de que los dos habían estado juntos mucho más tiempo del que había pasado Amanda y yo. ¿Sería él su mejor amigo? ¿Serían novios? Era extraño. No es que me gustara Hal, pero... ¿y si era así?
Mientras seguía comiéndome la cabeza con esto, una bolita de papel aterrizó en mi regazo. Miré rápidamente a mi alrededor, pero Nia estaba absorta en un libro. Jason estaba detrás de mí, pero no parecía probable que un estudiante de Primaria al que ni siquiera conocía me pasara una nota. Por su parte, Todd tenía la cabeza apoyada encima de la mesa y todo apuntaba a que se había quedado dormido.
Sin mirar el trozo de papel arrugado, lo desdoblé y lo alisé encima de mi cuaderno de notas, con la expresión de inocencia en la cara que tanto había perfeccionado. Me pareció que el sonido del papel al desdoblarse había sido como el disparo de un cañón, pero nadie más pareció percibirlo. El señor Thornhill estaba leyendo el periódico y Hal seguía concentrado en sus dibujos.
✿✿✿
Ya, claro, qué gran idea. Miré a Nia, pero seguía con la mirada fija en su libro. En primer lugar, aunque realmente fuera la llave del despacho de Thornhill, ¿cómo se suponía que podría dársela? ¿Pretendía que me levantara, me acercara a ella y se la diese tranquilamente? Me imaginé la situación:
Señor Thornhill: Callie, ¿qué estás haciendo?
Yo: Nada, señor. Solo quería darle a Nia la llave maestra del instituto para que pueda colarse en su despacho.
Señor Thornhill: Ah, vale, en ese caso puedes continuar.
Yo: Gracias, señor, así lo haré.
Empecé a rasgar la nota en tiras. La dos primeras que hice pasaron desapercibidas, pero la tercera vez, el señor Thornhill levantó la cabeza y dijo:
—No sé quién está haciendo ese ruido con un papel, pero que pare de una vez —al darse cuenta de que Todd estaba con la cabeza apoyada en la mesa, se levantó y se acercó hasta él—. ¿Todd?
Todd se revolvió un poco, pero no se incorporó. El señor Thornhill dio un golpe en la mesa y Todd se levantó de golpe, como accionado por un resorte.
—¿Qué? —preguntó mientras miraba a su alrededor con cara de susto.
—Mucho mejor —dijo el señor Thornhill—. Si no tienes nada que hacer ni que leer, te sugiero que aproveches uno de los maravillosos textos que nos rodean en este lugar sagrado que es la biblioteca.
—¿Qué? —preguntó Todd, tal vez porque aún seguía adormilado o porque no sabía de qué estaba hablando el señor Thornhill.
—He dicho que hagas los deberes o te leas un libro, Markham. O si no, prepárate para otro sábado como este —el señor Thornhill regresó a su mesa y Todd se quedó inmóvil unos instantes—. ¡Ahora, Todd!
Todd se levantó, se acercó a la estantería que le quedaba más cerca y cogió un libro. Después se sentó y dejó el libro encima de la mesa, cerrado.
Antes de que pudiera pararme a pensarlo, levanté de golpe la mano. El señor Thornhill estaba mirando a Todd y negando con la cabeza, pero me vio.
—¿Sí, Callie? ¿Quieres decirme algo? ¿Algo que pueda levantaros el castigo a ti y a tus amigos?
—Lo siento, señor Thornhill —dije—. Solo quería saber si yo también podría coger un libro. Pensé que traía uno, pero he debido dejármelo en casa.
El señor Thornhill suspiró.
—Que sea rápido, Callie.
En un segundo, escribí en un papel las siguientes palabras:
Me temo que la llave no va a funcionar.
Cuando terminé de escribir, supe que no podía irme derechita hacia la mesa de Nia, así que me puse a examinar las estanterías que estaban más próximas a mi pupitre durante el tiempo suficiente para que Thornhill volviera a coger el periódico. Polio: la carrera hacia la curación. El sarampión: la epidemia silenciosa. ¿Así que quieres convertirte en médico? Con la esperanza de que pareciera que estaba buscando alguna buena lectura, me di la vuelta y me dirigí a la estantería que quedaba más cerca de Nia. W. H. Auden: el poeta americano. Obras completas de Emily Dickinson. Como si estuviera ardiendo, sentí que la llave traspasaba el tejido de mis vaqueros y me quemaba la piel. El Coloso. Ariel. Mientras me agachaba, me deslicé la mano que sostenía la nota en el bolsillo trasero. Justo cuando mis dedos tocaban el metal de la llave, el señor Thornhill dijo:
—Siéntate, Callie.
Cerré los dedos en torno a la llave y me la saqué del bolsillo.
—Estaba buscando este libro —dije al tiempo que cogía un librito azul de la estantería.
Mientras me levantaba, dejé caer el libro a propósito para que se deslizara debajo del pupitre de Nia. Cuando me agaché para recogerlo, dejé la llave junto con la nota en el suelo, al lado de su pie. Ella actuó como si no se hubiera dado cuenta, y de hecho me pregunté si realmente habría sido así. Eso sería horrible. Podríamos pasarnos el resto del día allí mientras Nia y Hal me lanzaban miradas asesinas por no haber entregado la llave, cuando habría estado todo el tiempo a su lado, en el suelo. Intenté susurrárselo, pero en cuanto abrí la boca...
—Calista Leary, se acabó —estalló el señor Thornhill—. Vuelve a tu sitio. Ahora.
Me levanté. Nia no pareció enterarse de nada de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, y mucho menos haber visto la pequeña llave de metal que tenía junto al pie. ¿Estaba demasiado concentrada, o es que sencillamente era su forma de disimular?
Regresé a mi asiento con La poesía completa de W. B. Yeats en la mano. Esperé que fuera lo suficientemente interesante como para distraerme.
Quince minutos después, estaba casi segura de que Nia no se había enterado de que le había dejado la llave. Cuando pasaron veinte, empecé a preguntarme como decírselo en una segunda nota, y cómo podría hacérsela llegar.
(Nia, estoy segura de que la llave no funciona. Pero si aun así quieres intentarlo, la tienes en el suelo, al lado del pie, junto con una nota que dice básicamente lo mismo. Ah, destruye esta nota. Y la otra también.)
El señor Thornhill había terminado de leer el periódico y se puso a husmear por nuestras mesas, como si fuera un perro guardián examinando a sus prisioneros. Yo tenía la cabeza metida en algo llamado Los cisnes salvajes de Coole, pero no tenía ni idea de qué estarían haciendo los cisnes ni de dónde estaba Coole.
—Señor Thornhill, ¿puedo ir al baño? —Nia había levantado la mano, pero no esperó a que Thornhill le diera permiso para hablar.
—Que sea rápido —respondió el señor Thornhill.
Me di la vuelta y vi que Nia soltó su mochila del respaldo de la silla y se la colgó del hombro. Mientras me preguntaba si tendría la llave o si realmente tenía que ir al lavabo, Nia pasó frente a mí.
—Voy —murmuró.
Lo dijo tan bajito que necesité unos segundos para darme cuenta de que había dicho algo. Salió de la biblioteca y cerró la puerta a su paso.
¿Es posible que el tiempo se mueva hacia atrás? ¿Qué retroceda? Durante un rato, me dio la impresión de que el reloj de la biblioteca no solo no avanzaba, sino que cuando lo volví a mirar marcaba dos minutos menos que la vez anterior. ¿Qué estaría haciendo Nia? ¿Qué tendría pensado decirle a Thornhill para justificar su tardanza? Aunque no era yo la que tendría que dar explicaciones, el corazón me retumbaba con fuerza en el pecho. Si seguía así durante mucho rato, acabaría necesitando que me reanimara una de esas máquinas que utilizan los médicos para soltar descargas de diez mil voltios en el pecho.
Durante un buen rato tuve la certeza de que la feliz despreocupación en la que se encontraba Hal era directamente proporcional a lo inquieta que estaba yo. Mientras me movía intranquila en mi asiento —mirando el libro que tenía abierto ante mí, para después volver a mirar la hora—, él siguió concentrado en su cuaderno, haciendo tranquilamente un dibujo de la biblioteca. ¿Cómo podía quedarse allí sentado tan ancho? ¿Cómo podía tener esa serenidad? Pero entonces el señor Thornhill se levantó y vi que Hal se llevaba la mano en el bolsillo. Mi corazón latía con tanta fuerza que estaba segura de que todos los que estaban allí podían oírlo. Me pareció que Hal estaba marcando un número, pero cuando el señor Thornhill cogió una grapadora de la mesa del bibliotecario y regresó a su asiento, Hal se sacó la mano del bolsillo. No supe si habría hecho la llamada o no.
Menos de un minuto después, la puerta se abrió y Nia, jadeante y con la cara colorada, entró en la biblioteca. Si tres días antes me dices que iba a alegrarme tanto de ver a Nia Riviera, me habría reído en tu cara.
—Has tardado demasiado para ser una simple visita al lavabo, Nia —dijo el señor Thornhill sin levantar la mirada de sus papeles.
—Lo siento —dijo Nia—. Todos los baños de chicas que hay en esta ala estaban cerrados, así que he tenido que ir al que está al lado del salón de actos.
¿Estaba mintiendo? De ser así, era una mentira un poco descarada, pues el señor Thornhill no le costaría nada comprobar si de verdad estaban cerrados. Pero antes de que pudiera decir nada más, Jason levantó la mano:
—Señor Thornhill, yo también tengo que ir al baño.
El señor Thornhill le contestó sin mirarle.
—Seguro que puedes esperar un rato, Jason.
—No, en serio, señor Thornhill. Tengo un problema en la vejiga, y si no voy al baño al menos una vez cada hora…
—No es necesario que compartas con toda la clase los detalles de tus desórdenes fisiológicos, Jason —le interrumpió el señor Thornhill—. Acércate, por favor.
Muy a mi pesar, sentía cierta curiosidad por saber lo que le iba a decir Jason al señor Thornhill. ¿Realmente eran desórdenes cuando tenías que ir al baño cada hora? Oí que Jason decía algo de un médico y me pareció que el señor Thornhill no se estaba tragando lo que le contaba. De repente, la cadera de Nia chocó contra mi mesa y en mitad de los cines salvajes aparecieron la célebre llave y una notita de papel.