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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Punto crítico (13 page)

—Lo he intentado —respondió él—, pero sin éxito. No digo que sea imposible, pero… ¿qué hay del QAR?

—No hay QAR, Felix.

—Ah. —Wallerstein suspiró.

Llegaron a la consola de mandos situada a un lado del edificio, donde había una serie de pantallas de vídeo y tableros con interruptores. Allí se sentaban los instructores para controlar a los pilotos durante el adiestramiento en el simulador. Mientras miraban, dos de los simuladores estaban en uso.

—Felix, tememos que los
slats
se hayan extendido a velocidad de crucero. O quizá los inversores de empuje.

—¿Y? —preguntó él—. ¿Qué importancia tiene eso?

—Hemos tenido problemas con los
slats
antes…

—Sí; pero eso se solucionó hace tiempo, Casey. Y los
slats
no pueden explicar un accidente semejante. ¿Un accidente con víctimas mortales? No, no. No fueron los
slats
, Casey.

—¿Estás seguro?

—Completamente. Te lo demostraré. —Se volvió hacia uno de los instructores que estaban ante la consola—. ¿Quién está volando en el N-22?

—Ingram. Primer oficial de Northwest.

—¿Es bueno?

—Regular. Tiene unas treinta horas de vuelo.

A través del circuito cerrado de televisión Casey vio a un hombre de treinta y tantos años, sentado en el asiento del piloto del simulador.

—¿Y dónde está ahora? —preguntó Felix.

—Hummm… Veamos —dijo el instructor, consultando los paneles—. Sobrevolando el Atlántico. FL tres treinta, 0.8 Mach.

—Bien —dijo Felix—. Eso significa que está a treinta y tres mil pies, a ocho décimas de la velocidad del sonido. Ha estado allí un tiempo y todo parece ir bien. Está relajado, quizá algo amodorrado.

—Sí, señor.

—Bien. Extienda los
slats
.

El instructor alargó el brazo y apretó un botón. Felix se volvió hacia Casey.

—Mira con atención, por favor.

En la pantalla de vídeo, el piloto siguió tranquilo, imperturbable. Pero unos segundos después, se inclinó hacia adelante, súbitamente alerta, mirando los indicadores con la frente arrugada.

Felix señaló la consola del instructor y las diversas pantallas.

—Aquí puedes observar lo que ve. En el visor de control de vuelo, el indicador de
slats
está parpadeando. Y lo ha notado. Mientras tanto, verás que el morro del avión se eleva ligeramente… Los sistemas hidráulicos zumbaron y el gran cono del simulador se inclinó unos cuantos grados hacia arriba.

—Ahora el señor Ingram comprueba la palanca de los
slats
, como es debido. La encuentra en posición superior y trabada, lo que es sorprendente, pues significa que está ante una extensión incontrolada de
slats
. —El simulador continuaba inclinado—. En consecuencia, Ingram reflexiona. Tiene mucho tiempo para decidir qué hacer. La nave se mantiene estable gracias al piloto automático. Veamos qué decide. Ah, decide jugar con los mandos. Baja la palanca de los
slats
, la sube… Pretende apagar el indicador. Pero eso no cambia nada. Así que ahora se da cuenta de que hay una avería en el sistema. Sin embargo, permanece tranquilo. Sigue pensando… ¿Qué hará? Modifica los parámetros del piloto automático… desciende a una altitud menor y reduce la velocidad relativa… Muy bien. El avión sigue encabritado, pero ahora las condiciones de altitud y velocidad son más favorables. Decide probar otra vez con la palanca de
slats

—¿Lo saco del apuro? —preguntó el instructor.

—¿Por qué no? —respondió Felix—. Ya hemos demostrado lo que queríamos.

El instructor apretó un botón. El simulador recuperó la horizontalidad.

—Y así es como Ingram vuelve a las condiciones normales de vuelo —dijo Felix—. Toma nota del problema para informar al personal de mantenimiento y sigue volando hacia Londres.

—Pero ha conectado el piloto automático —observó Casey—. ¿Y si no lo hubiera hecho?

—¿Por qué no iba a hacerlo? Está volando a velocidad de crucero; el piloto automático ha estado controlando el avión durante media hora por lo menos.

—Supón que no lo hubiera hecho.

Felix se encogió de hombros y se volvió hacia el instructor.

—Desconecta el piloto automático.

—Sí.

Sonó una alarma. En la pantalla de vídeo, el piloto miró los instrumentos y cogió la palanca de mando. La alarma se apagó y la cabina de mando quedó en silencio. El piloto continuó sujetando la palanca.

—¿Ahora está pilotando él? —preguntó Felix.

—Sí —respondió el instructor—. Está a FL dos noventa, 0.71 Mach, con el piloto automático inactivo.

—Bien —dijo Felix—. Extiende los
slats
.

El instructor apretó un botón.

En el monitor de la consola correspondiente al sistema, parpadeó la luz de aviso de
slats
extendidos, primero en amarillo, luego en blanco. Casey miró la pantalla contigua y vio al piloto inclinado hacia adelante. Había reparado en la señal de advertencia.

—Ahora —dijo Felix—, una vez más, vemos el avión encabritado, con el morro hacia arriba, pero en esta ocasión Ingram tiene que controlarlo solo. De modo que tira de la palanca de mando hacia adelante, muy despacio, con mucha delicadeza… Bien… La situación ya es estable.

Se volvió hacia Casey.

—¿Lo ves? —Se encogió de hombros—. Es intrigante. Sea lo que fuere lo que ocurrió en ese vuelo de TransPacific, no puede tratarse de los
slats
. Ni de los inversores de empuje. En cualquiera de los dos casos, el piloto automático compensaría el fallo y mantendría el control. Ya te lo he dicho, Casey, lo que ocurrió en ese avión es un auténtico misterio.

Una vez fuera, Felix se dirigió a su jeep, sobre cuyo techo había una tabla de windsurf.

—Tengo una tabla Henley nueva —dijo—. ¿Quieres verla?

—Felix —respondió ella—. Marder está que se sube por las paredes.

—¿Y qué? Déjalo. En el fondo le gusta.

—¿Qué crees que pasó en el 545?

—Bueno, para serte franco, las características del N-22 son tales que si los
slats
se extienden a velocidad de crucero y el comandante no usa el piloto automático, el aparato se vuelve bastante sensible. Tú debes recordarlo, Casey. Participaste en el estudio que se hizo hace tres años. Después de la última modificación en el sistema de
slats
.

—Es verdad —dijo ella, recordando—. Organizamos un equipo especial para comprobar la estabilidad de vuelo del N-22. Pero llegamos a la conclusión de que no había un problema de sensibilidad de mandos, Felix.

—Y no os equivocasteis —aseguró—. No hay ningún problema. Todos los aviones modernos mantienen la estabilidad de vuelo mediante ordenadores. Un reactor caza, por ejemplo, no puede pilotarse sin ordenadores. Los cazas son inestables por naturaleza. Los aviones de transporte comerciales son menos sensibles, pero aun así, los computadores modifican el combustible, regulan la altitud, ajustan el centro de gravedad, controlan los empujadores de los motores. Los ordenadores hacen pequeños cambios de forma continua con el fin de estabilizar el avión.

—Sí —dijo Casey—, pero también es posible volar sin piloto automático.

—Desde luego —admitió Felix—. Preparamos a los capitanes para que lo hagan. Precisamente porque el avión es sensible; cuando se encabrita o el morro sube, el capitán debe bajarlo con mucha suavidad. Si corrige el problema con brusquedad, el avión cae en picado. En tal caso, debe elevarlo, pero también con mucha suavidad, o producirá una sobrecompensación y el avión se encabritará y volverá a caer en picado. Y esto es precisamente lo que ocurrió en el 545.

—Quieres decir que todo se debió a un error del piloto.

—No tendría ninguna duda al respecto si no fuera porque el piloto era John Chang.

—¿Y es un buen piloto?

—No —dijo Felix—. Es un piloto
extraordinario
. Aquí veo a muchos pilotos, y algunos tienen verdadero talento. Ya sabes; algo más que reflejos rápidos, conocimientos y experiencia. Es una especie de habilidad natural. Un instinto. John Chang está entre los cinco o seis mejores comandantes que he adiestrado en este avión, Casey. Por lo tanto, lo ocurrido en el 545 no puede deberse a un fallo del piloto. No con John Chang al mando. Lo lamento, pero tiene que tratarse de un problema técnico del avión, Casey. Tiene que ser el avión.

9:15 H
HACIA EL HANGAR 5

Mientras cruzaban el inmenso aparcamiento, Casey permanecía absorta en sus pensamientos.

—¿Y bien? —preguntó Richman—. ¿Cuál es la situación?

—Estamos en blanco.

Independientemente de cómo interpretara los datos que obraban en su poder, siempre llegaba a la misma conclusión. Hasta el momento no tenían ninguna certeza. Según el piloto, el incidente se había producido a causa de unas turbulencias, pero no había sido así. Una pasajera había presentado una versión que sugería una extensión incontrolada de
slats
, pero esa avería no podía explicar los daños sufridos por los pasajeros. La azafata decía que el capitán había disputado el mando al piloto automático, cosa que según Trung sólo haría un piloto incompetente. Y Felix aseguraba que el piloto era extraordinario.

En blanco. Estaban en blanco.

Richman caminaba junto a ella arrastrando los pies y sin decir una palabra. Había estado callado toda la mañana. Era como si el enigma del 545, que tanto lo intrigaba el día anterior, ahora le resultara demasiado complejo.

Pero Casey no estaba desanimada. Había llegado a este punto muchas veces con anterioridad. No era de extrañar que las primeras pruebas parecieran contradictorias, porque los accidentes aéreos rara vez obedecían a un único hecho o error. Las comisiones de estudio de incidentes esperaban encontrar una concatenación de hechos, donde un fallo llevaba al otro, éste al siguiente, y así sucesivamente. La explicación siempre era compleja: un sistema fallaba, el piloto procuraba lidiar con la avería, el aparato reaccionaba de forma imprevista y, finalmente, el avión tenía problemas.

Siempre una concatenación.

Una larga cadena de pequeños errores y percances insignificantes.

Oyó el rugido de un reactor. Alzó la vista, y vio la silueta de un Norton de fuselaje ancho recortada en el cielo. Cuando pasó sobre ella, reconoció la insignia amarilla de TransPacific en la cola. El reactor aterrizó suavemente, levantando una nube de humo alrededor de las ruedas, y se dirigió al hangar de mantenimiento número 5.

En ese momento el busca de Casey emitió un pitido. Se lo desprendió del cinto.

***N-22 EXPL ROTOR MIAMI TV AHORA

—¡Demonios! —exclamó Casey—. Busquemos un televisor.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó Richman.

—Tenemos problemas.

9:20 H
EDIFICIO 64/CEI

«Esta escena sucedió hace escasos momentos en el Aeropuerto Internacional de Miami, cuando un avión de Sunstar Airlines se incendió después de estallar inesperadamente el motor izquierdo del ala de estribor, dejando caer una peligrosísima lluvia de metralla sobre la atestada pista de aterrizaje».

—¡Joder! —exclamó Kenny Burne.

Delante del televisor había media docena de técnicos, que taparon la visión de Casey cuando entró en la estancia.

«Milagrosamente, no hubo que lamentar ningún herido entre los doscientos setenta pasajeros de a bordo. El N-22 de fuselaje ancho estaba acelerando para el despegue cuando los pasajeros notaron una nube de humo negro alrededor del ala. Segundos más tarde el avión se vio sacudido por una explosión, el motor izquierdo del ala de estribor voló literalmente en pedazos, y las llamas engulleron rápidamente el ala».

La pantalla no mostraba esa escena, sino un reactor N-22 visto a lo lejos, con una columna de humo negro saliendo por debajo del ala.

—El motor izquierdo del ala de estribor… —se burló Burne—. ¿En oposición al motor
derecho
del ala de estribor? Vaya tonto del culo.

Ahora la televisión emitía las opiniones de algunos de los testigos presentes en la terminal. Eran secuencias rápidas. Un crío de siete u ocho años dijo: «La gente se ha puesto histérica por el humo».

A continuación enfocaron a una adolescente que sacudió la cabeza, se echó el pelo por encima del hombro y declaró: «Yo estaba muerta de miedo, se lo juro. He visto todo ese humo, y me ha entrado un miedo alucinante, se lo juro». Entonces el reportero preguntó: «¿Qué has pensado al oír la explosión? ¿Has creído que era una bomba?». Y la joven respondió: «Seguro. Una bomba de los terroristas».

Kenny Burne se dio media vuelta, agitando los brazos en el aire.

—¿Podéis creer esta mierda? Están pidiendo su
opinión
a unos
críos
. ¡Así son las noticias! «¿Qué has pensado al oír la explosión?». «Ostras, ha sido increíble. Me he tragado el Chupa-Chups de la sorpresa». —Emitió una risita sarcástica—. Los aeroplanos asesinos… y los usuarios que los aman.

En la pantalla apareció una anciana que dijo: «Sí, he creído que iba a morir. Naturalmente, es lo primero que se te ocurre pensar». Luego un hombre maduro: «Mi mujer y yo nos hemos puesto a rezar. Después la familia entera nos hemos arrodillado en la pista y hemos dado gracias al Señor». El periodista preguntó: «¿Estaban asustados?». Y el hombre respondió: «Creíamos que íbamos a morir. La cabina de pasajeros estaba llena de humo; es un milagro que hayamos sobrevivido».

Burne comenzó a gritar otra vez.

—¡Maldito subnormal! Si hubieras estado en un coche, habrías muerto. Si hubieras estado en una discoteca, habrías muerto. Pero no en un Norton de fuselaje ancho. ¡Lo diseñamos para que pudieras salvar tu asquerosa vida!

—Cálmate —dijo Casey—. No me dejas oír nada. —Escuchaba con atención; quería saber hasta dónde eran capaces de llegar. Una mujer hispana de extraordinaria belleza, vestida con un traje Armani de color beige, estaba frente a la cámara con un micrófono en la mano: «Aunque ahora los pasajeros se recuperan de la impresión, hace apenas unas horas se enfrentaban a un destino incierto, cuando un avión Norton de fuselaje ancho ha estallado en la pista de aterrizaje, envuelto en llamas anaranjadas que se elevaban hasta el cielo…»

El televisor volvió a mostrar la imagen emitida unos segundos antes: el avión con una columna de humo saliendo del ala. Tenía un aspecto tan peligroso como la hoguera de un campamento después de un chaparrón.

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